Introducción
El ascenso de Donald J. Trump al poder en su segundo mandato presidencial en enero de 2025 marcó el regreso de una agenda económica nacionalista, proteccionista y confrontativa. Bajo el eslogan renovado de “America First”, Trump reanudó una ofensiva comercial que no sólo pone en jaque a sus adversarios geopolíticos, como China, sino también a sus socios más cercanos, como México y Canadá. Esta guerra comercial no es un fenómeno aislado, sino la continuación de una estrategia iniciada en su primer mandato (2017-2021), la cual se tradujo en aranceles punitivos, renegociaciones forzadas de tratados y amenazas unilaterales.
Sin embargo, el contexto actual es mucho más delicado. A diferencia del ciclo anterior, la economía global ya venía enfrentando desafíos estructurales tras la pandemia del COVID-19, la disrupción de cadenas de suministro, la inflación persistente y un endurecimiento monetario generalizado. El regreso de Trump ha profundizado estas tensiones al introducir incertidumbre en el sistema multilateral de comercio justo cuando el mundo requería mayor cooperación.
Para México, el impacto es especialmente severo. La economía mexicana depende en gran medida del comercio con Estados Unidos, su principal socio económico. Más del 80% de las exportaciones mexicanas están dirigidas al vecino del norte, y millones de empleos están vinculados directa o indirectamente a ese intercambio. Las decisiones unilaterales de Washington, como la imposición de aranceles en febrero de 2025, tienen consecuencias inmediatas sobre la producción, el empleo, la inversión y la estabilidad financiera mexicana.
Este trabajo, analiza de manera integral la guerra comercial relanzada por Donald Trump contra el mundo, con énfasis en su relación con México. Se abordarán los efectos inmediatos y estructurales sobre la economía mexicana, su conexión con la desaceleración global y la posibilidad de una recesión nacional. Finalmente, se examinarán los riesgos latentes para México en un entorno internacional cada vez más volátil, y se propondrá una reflexión crítica sobre la urgente necesidad de transformar el modelo económico nacional para resistir futuras crisis externas.
La reactivación de la guerra comercial en 2025: América primero, el mundo después
La reactivación de la guerra comercial en 2025 no fue un accidente ni una respuesta aislada a circunstancias económicas. Fue una estrategia cuidadosamente planeada desde la campaña presidencial de Donald Trump, basada en la premisa de que Estados Unidos ha sido víctima de acuerdos comerciales injustos, pérdida de empleos industriales y desequilibrios estructurales con sus principales socios comerciales. Esta narrativa —altamente efectiva en términos electorales— sirvió como fundamento para reinstaurar la agenda proteccionista que marcó su primer mandato.
En los primeros 100 días de su segundo gobierno, Trump firmó una serie de órdenes ejecutivas que imponen aranceles de hasta 25% a todas las importaciones provenientes de México y Canadá, y otro paquete del 10% sobre bienes industriales y tecnológicos de China, Alemania y Corea del Sur. La justificación oficial se basó en la necesidad de «restaurar la soberanía económica de Estados Unidos», proteger a la clase trabajadora y combatir lo que su administración denomina “dumping” y manipulación comercial. La Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA) fue invocada para evadir las restricciones legales del Congreso y de tratados internacionales como el T-MEC.
Lo alarmante es que estas decisiones se tomaron al margen del sistema multilateral de comercio, debilitando aún más a la Organización Mundial del Comercio (OMC), la cual ya había sido ignorada por Washington durante la administración anterior de Trump. El resultado inmediato fue una ola de tensiones bilaterales y regionales. Canadá respondió con contramedidas arancelarias sobre productos agrícolas, Europa inició consultas en la OMC, y China anunció que exploraría alianzas comerciales alternativas con países del sudeste asiático y América Latina.
Para México, el golpe fue doblemente duro. A pesar de tener un tratado comercial vigente con Estados Unidos —el T-MEC—, la administración estadounidense ignoró las cláusulas de solución de controversias y aplicó medidas punitivas sin consultar al gobierno mexicano. Estas acciones, que violan los principios básicos de la integración económica trilateral, ponen en entredicho la funcionalidad misma del tratado. En palabras del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), “Estados Unidos está usando el T-MEC como un instrumento político y no como una herramienta de cooperación económica”.
Adicionalmente, el tono hostil del presidente Trump se ha vuelto más explícito en 2025. En diversos discursos ha amenazado con imponer tarifas al 100% si México no incrementa significativamente su control migratorio en la frontera sur, y ha cuestionado incluso la permanencia de su país en el T-MEC si no se “corrigen los desequilibrios”. Estas declaraciones han generado incertidumbre en los mercados y una fuerte presión sobre el peso mexicano, que se depreció más de 15% frente al dólar entre enero y abril de 2025.
La guerra comercial en su versión 2025 es mucho más que un ajuste técnico de política económica: es una estrategia geopolítica con fines electorales, proteccionistas y unilaterales. Estados Unidos ha dejado claro que priorizará sus intereses internos por encima de los compromisos internacionales, y esta postura ha puesto en riesgo la estabilidad del comercio global, la confianza en los acuerdos multilaterales y la viabilidad económica de países altamente dependientes de su relación con la mayor economía del mundo —como México.
Impacto global: contracción del comercio y nueva amenaza de recesión
La decisión de Trump desató una reacción en cadena. La Unión Europea respondió con aranceles a productos agrícolas estadounidenses, China limitó la importación de bienes tecnológicos, y Canadá impuso medidas compensatorias al aluminio y acero. Esto desestabilizó los mercados financieros: el Índice Dow Jones cayó 10% entre febrero y marzo de 2025, mientras que el petróleo Brent retrocedió a niveles de $65 por barril debido a la menor expectativa de crecimiento global.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) redujo en marzo de 2025 sus previsiones de crecimiento global para este año de 2.9% a 2.2%, señalando que las tensiones comerciales representan el principal riesgo sistémico de corto plazo. La OCDE, por su parte, advirtió que los países emergentes podrían sufrir fugas de capital e incrementos en sus primas de riesgo si las condiciones comerciales y financieras continúan deteriorándose.
México: economía golpeada por dependencia estructural y desconfianza
México, cuya economía está atada de forma crítica a Estados Unidos —con más del 84% de sus exportaciones dirigidas al mercado estadounidense según datos del INEGI y del Banco de México—, se ha convertido en una de las principales víctimas colaterales de la renovada guerra comercial impulsada por la administración Trump en 2025. La excesiva concentración de las exportaciones mexicanas hacia un solo mercado representa un riesgo estructural que, en contextos de tensión como el actual, se convierte en una amenaza existencial para la estabilidad macroeconómica del país.
La Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), que en diciembre de 2024 proyectaba un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) del 2.5% para 2025, se vio obligada a ajustar su estimación a la baja: 1.2% en abril de 2025, con altas probabilidades de una contracción técnica si las condiciones comerciales no mejoran en el segundo semestre. Analistas privados, como Citibanamex y BBVA Research, ya colocan sus pronósticos por debajo del 1%, e incluso anticipan un posible escenario de recesión si las represalias arancelarias se endurecen o si Estados Unidos decide imponer restricciones logísticas o migratorias vinculadas al comercio.
La inversión extranjera directa (IED) también se ha visto severamente afectada. Empresas como Tesla y General Motors anunciaron la suspensión de sus proyectos de ampliación en Guanajuato y Coahuila, dos estados clave en la industria automotriz, al considerar que los aranceles estadounidenses restan competitividad a la manufactura mexicana. A esto se suman BMW y Bosch, que replantearon su estrategia logística regional, desplazando parte de sus operaciones hacia el sudeste asiático, aprovechando acuerdos bilaterales con Vietnam y Tailandia. De acuerdo con el Consejo Empresarial Mexicano de Comercio Exterior (COMCE), la expectativa de IED para 2025 se ha reducido en un 28% respecto al año anterior.
En los mercados financieros, la incertidumbre se ha hecho palpable. La Bolsa Mexicana de Valores (BMV) perdió más del 10% de su valor de capitalización en el primer trimestre de 2025, arrastrada por la caída en acciones del sector industrial, transporte y financiero. El tipo de cambio peso-dólar se depreció fuertemente, pasando de 17.10 en enero a 19.80 en marzo, y aunque el Banco de México ha intervenido en los mercados cambiarios y mantenido una política monetaria restrictiva con tasas por encima del 11%, la volatilidad no ha cesado.
En el plano laboral, el impacto de la guerra comercial es inmediato. El sector automotriz —que representa más del 3% del PIB nacional y casi el 25% de las exportaciones— comenzó a reportar recortes de personal de entre el 5% y el 10%, especialmente en plantas del Bajío. Sectores como el textil, electrónico y autopartes también han reducido turnos, subcontrataciones y nuevos contratos, como medida de contención ante la incertidumbre de los pedidos internacionales. Se estima que más de 70 mil empleos formales estarían en riesgo directo si los aranceles se mantienen durante el resto del año.
Por otro lado, el consumo interno se ha desacelerado, empujado por la pérdida de poder adquisitivo, la inflación importada y el incremento en las tasas de interés. La inflación, que se había estabilizado en torno al 4.5% a finales de 2024, empieza a repuntar a 3.7% en abril de 2025 después de que había tocado niveles por debajo del 3.5% a principios de año, esto impulsada por el encarecimiento de insumos y bienes finales importados desde Estados Unidos. Esto ha debilitado la confianza del consumidor y provocado una contracción del crédito al consumo del 9.3% interanual, según la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV).
Además, los efectos de la guerra comercial se suman a otros factores internos que agravan el panorama: una inversión pública estancada, incertidumbre jurídica para el capital privado, conflictos con reguladores energéticos y un entorno político polarizado. Todo esto debilita aún más la capacidad de reacción del país ante choques externos, y coloca a México en una posición extremadamente vulnerable frente a las decisiones unilaterales de Washington.
Conexión con la recesión mexicana y la fragilidad del modelo económico
Aunque la economía global enfrenta una desaceleración generalizada en 2025 —con el crecimiento mundial revisado por el FMI a apenas un 2.3%—, el caso de México es especialmente crítico. No solo está expuesto a los choques externos derivados de la guerra comercial, sino que arrastra una serie de debilidades internas que han venido deteriorando su capacidad de crecimiento desde hace más de un lustro. La combinación de estos factores configura un escenario de recesión de doble filo, en el que confluyen tanto un entorno internacional adverso como una arquitectura económica nacional frágil y mal preparada para resistir crisis.
La dependencia estructural de las exportaciones hacia Estados Unidos, la baja diversificación de la planta productiva, el escaso dinamismo de la demanda interna y la insuficiencia de políticas contra cíclicas efectivas han dejado a México sin amortiguadores reales. A los nuevos aranceles estadounidenses de 2025, que golpean directamente al corazón del sector exportador, se suma una política económica interna que ha sido restrictiva y poco estratégica. El gobierno federal ha mantenido una política fiscal austera, centrada en el equilibrio primario, sin priorizar el impulso a la inversión pública productiva ni diseñar un plan integral para enfrentar los efectos de la desaceleración mundial.
Desde 2019, México ha transitado una etapa de estancamiento económico crónico: ese año el PIB cayó -0.1% en medio de incertidumbre regulatoria; en 2020, la pandemia provocó una contracción histórica de -8.5%; y aunque hubo un repunte parcial en 2021 y 2022, el crecimiento fue insuficiente para recuperar los niveles prepandemia de forma sostenida. Según cifras actualizadas del INEGI y la SHCP, entre 2019 y 2024 el crecimiento promedio anual fue de apenas 1.2%, muy por debajo del potencial que estiman organismos como la OCDE (3-3.5%) para una economía emergente como la mexicana.
Para 2025, el margen de maniobra es estrecho. La tasa de interés objetivo del Banco de México se mantiene en 9%, una de las más altas entre los países de la OCDE, como medida para contener presiones inflacionarias importadas y defender al peso ante la fuga de capitales. Sin embargo, esta postura ha encarecido el crédito para el consumo y la inversión, lo que a su vez frena el dinamismo del mercado interno. Además, las tasas reales positivas disuaden la inversión privada productiva, que se ha mantenido contenida ante la ausencia de certeza jurídica y un entorno institucional poco amigable para los negocios, especialmente en sectores clave como energía, infraestructura y telecomunicaciones.
El efecto combinado de estas variables podría desembocar en una recesión técnica en el segundo semestre del año. Por un lado, el shock externo generado por los aranceles y la incertidumbre comercial provoca un freno abrupto en las exportaciones, inversión extranjera y producción manufacturera. Por otro, la falta de estímulos fiscales y la contracción del consumo interno debido al encarecimiento del crédito y la pérdida de confianza generan una retracción endógena que acentúa el estancamiento. Esta doble presión sitúa a México ante una tormenta perfecta que amenaza con reducir el PIB real y deteriorar aún más el ingreso per cápita.
En este contexto, la recesión mexicana no es solo coyuntural: es el síntoma de un modelo económico agotado, que durante décadas priorizó la poca apertura sin estrategia, la inestabilidad macro sin productividad, y la poca disciplina fiscal sin visión de largo plazo. La guerra comercial de Trump ha expuesto las costuras de esta dependencia, revelando que, sin un cambio estructural de fondo, México seguirá siendo vulnerable a cada crisis externa, sin capacidad real de respuesta ni resiliencia social ante sus impactos.
Conclusión: un modelo agotado ante una tormenta proteccionista
La guerra comercial de Trump en 2025 ha dejado claro que el problema de México no es haber apostado por el libre comercio, sino haberlo hecho a medias, sin un entorno de competencia real, sin diversificación, y con una dependencia excesiva de un solo socio. El modelo económico mexicano no ha fracasado por liberal, sino por incompleto: se abrieron mercados, pero no se construyeron instituciones sólidas, no se fortaleció el Estado de derecho ni se garantizó un terreno parejo para todos los actores económicos.
Frente a un entorno internacional crecientemente proteccionista y volátil, la respuesta no debe ser más intervencionismo, más controles, ni más Estado omnipresente, sino todo lo contrario: más apertura inteligente, más competencia, más libertad económica y menos dependencia del poder político. La única salida sostenible para México es profundizar las bases de un libre mercado real, funcional y moderno, donde los incentivos estén alineados con la productividad, la innovación y la eficiencia.
Esto implica tomar decisiones valientes:
- Reducir las barreras internas al emprendimiento, simplificando trámites y eliminando regulaciones innecesarias que hoy asfixian a las pequeñas y medianas empresas.
- Apostar por una política comercial abierta y diversificada, que deje de mirar únicamente hacia el norte y busque nuevos acuerdos con Asia, Europa, Sudamérica y África, sin miedo al intercambio global.
- Privatizar sectores ineficientes y despolitizar la economía, sacando al Estado de aquellas actividades donde ha demostrado ser ineficaz o corrupto, y enfocarlo únicamente en lo que le toca: garantizar reglas claras, seguridad jurídica y competencia leal.
- Atraer inversión privada nacional y extranjera, mediante certidumbre, respeto a los contratos, y reglas del juego estables que no cambien por caprichos políticos.
El proteccionismo global, lejos de justificar un giro nacionalista o estatista, debe ser un llamado a consolidar un modelo liberal de mercado que permita a México competir con inteligencia, adaptabilidad y resiliencia. El verdadero enemigo no es el comercio internacional, sino la falta de condiciones internas para aprovecharlo.
En este nuevo entorno global, sobrevivirán los países más abiertos, más ágiles, más conectados y con menos burocracia. México tiene el potencial, pero debe soltar las cadenas internas que lo mantienen rezagado. No se trata de proteger a sectores obsoletos con subsidios ni de cerrar la economía por miedo, sino de liberar todo su potencial productivo.
La mejor defensa ante un mundo proteccionista no es encerrarse, sino fortalecerse desde adentro. Y eso solo se logra con más mercado, más competencia, más libertad y más confianza en la iniciativa privada.