¿Quién paga realmente las películas que nadie ve?

Hay un sector en Italia en el que el fracaso no sólo no se castiga, sino que se premia: el cine financiado por el Estado. De hecho, cada año el Ministerio de Cultura destina cientos de millones a apoyar producciones cinematográficas que, en su mayoría, no tienen interés para el público. El Fondo de Cine 2025 supera los 696 millones de euros y contempla un sistema estructurado en aportaciones selectivas, automáticas, créditos fiscales, fomento, apoyo a las salas y mucho más. Frente a esto, el resultado es uno solo: el contribuyente financia productos que no consume. La función creativa, que debería ser libre y arriesgada, queda en cambio anestesiada por un flujo constante de dinero público , lo que genera dependencia y aplanamiento.

El caso más reciente es emblemático: Favolacce y América Latina , interpretada por Elio Germano , recibieron un total de más de 1,7 millones de euros de fondos públicos. En taquilla, sin embargo, recaudaron algo más de 300.000 euros. Una desproporción grotesca, que llevó a algunos periódicos a hablar hace unos días de un “agujero de 5 millones ”. ¿Por qué una película que nadie quiere ver tiene que ser pagada por todos? Éste es el núcleo del problema: no se trata de apoyar el arte, sino de sustituirlo por un mecanismo paternalista que prive al artista de su autonomía, transformando al público en un detalle insignificante.

En un sistema de mercado, el fracaso conlleva un coste. En el sector público, por el contrario, el fracaso es sostenible : el Estado cubre, redistribuye, absorbe el fracaso. Pero de esta manera se mata la responsabilidad y se altera la selección natural del mérito. No se produce para el público, sino para obtener la licitación, la puntuación, el sello. El cine se vuelve subvencionado , autorreferencial, cerrado en sí mismo. Conclusión: la cultura, transformada en función administrativa, pierde su fuerza provocadora y se convierte en expresión de conformismo.

Roger Scruton , filósofo genuinamente conservador y liberal, escribió: «El arte auténtico surge donde se asume un riesgo personal. Donde no hay riesgo, hay decoración, no arte». Si todo está garantizado por el Estado, ya no hay ningún desafío , sólo comodidad. Es la fórmula perfecta para alimentar una industria parasitaria, donde la creatividad ya no es fruto de la libertad sino del conformismo incentivado.

Los partidarios de la financiación pública responden que “hay que proteger la cultura”. Pero ¿qué es la cultura? ¿Una película que recauda menos del 10 por ciento de su coste? ¿Una obra que vive sólo gracias a las aportaciones del público? ¿O no es también cultura lo que el público premia, sin necesidad de subvenciones? El éxito comercial no es garantía de calidad, por supuesto. Pero tampoco lo contrario: el fracaso repetido y subvencionado es sólo un desperdicio.

La comparación con países extranjeros es despiadada. En Estados Unidos el cine es un negocio. No existen fondos estatales para apoyar el cine de arte. Quien invierte lo hace bajo su propio riesgo. Los que producen responden al público. En Francia, España y Alemania hay fondos públicos, pero al menos con criterios más transparentes e incentivos vinculados a resultados concretos. Italia, en cambio, es la reina del bienestar cultural : se premian los proyectos, no los resultados. Intenciones del fondo, no impacto. Y así, la selección natural de ideas es suplantada por una selección político-burocrática.

La tragedia es que este modelo no sólo es ineficiente: es profundamente antiliberal . Estamos en presencia de un sistema en el que el aparato estatal decide qué es cultura y qué no, quién la merece y quién no. La financiación pública centraliza , normaliza, controla. El arte se convierte en una actividad regulada, domesticada y burocratizada. La iniciativa privada , marginada, es sustituida por un sistema de ayudas que alimenta el clientelismo y dispersa el talento.

A la luz de lo que se ha destacado, es indiscutible que el cine italiano sólo podrá renacer si vuelve a ser libre. Libre de fondos públicos , de lógicas judiciales, de equilibrios políticos. Libre para fracasar, pero también para afirmarse verdaderamente. Se necesita una reforma profunda y radical, que recorte toda la financiación. Quien tenga una historia que contar, que la haga, pero con sus propios recursos, con inversores reales y con el coraje de enfrentarse al público. Sólo así volverá a ser arte. Sólo así podrá ser también una industria. Pero sobre todo: sólo así será finalmente libre.

Al fin y al cabo, la abolición de la financiación pública al cine no sería una privación, sino más bien un acto de liberación. Restauraría la dignidad a los autores, la autonomía a los productores y una voz al público. En lugar de mendigar fondos gubernamentales, el talento volvería a buscar alianzas con inversores, editores, distribuidores y, sobre todo, espectadores .

Italia tiene una gran tradición cinematográfica, pero está prisionera de un sistema que premia el beneficio y castiga la innovación. Sólo cortando el cordón umbilical con el Estado será posible redescubrir la fuerza creadora que ha hecho grande a nuestro cine en el mundo. El coraje de atreverse y correr riesgos sin protección pública es la única manera de restaurar la verdad y la libertad en el arte. La verdadera cultura surge, en última instancia, de la libertad y la responsabilidad, no de los privilegios otorgados.

Agradecemos al autor su permiso para publicar su artículo, publicado originalmente en L’Opinione delle Libertà: https://opinione.it/economia/2025/05/23/sandro-scoppa-grande-inganno-cinema-sovvenzionato

Sandro Scoppa: abogado, presidente de la Fundación Vincenzo Scoppa, director editorial de Liber@mente, presidente de la Confedilizia Catanzaro y Calabria.

X: @SandroScoppa

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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