La discusión en torno a los efectos del salario mínimo ha cambiado con el tiempo. Previo a la década de 1990, la mayoría de los economistas coincidían que un incremento en el salario mínimo producía efectos negativos sobre el empleo. A partir de la década de 1990, y especialmente tras el trabajo de David Card y Alan B. Krueger, el consenso perdió firmeza. Los economistas comenzaron a contemplar, con cada vez mayor frecuencia, excepciones a los efectos teóricos del salario mínimo.

Cuando un mercado laboral dista de ser perfectamente competitivo, ya sea porque hay un solo empleador o porque hay fricciones en el mercado que encarecen la búsqueda de empleadores, aumentar el salario mínimo puede incrementar los ingresos de los trabajadores sin provocar pérdidas de empleo. Este argumento se esbozaba antes del trabajo de Card & Krueger, pero se consideraba poco sólido en diversos libros de texto. Ha sido, sin embargo, el argumento favorito detrás de los apologistas de incrementar el salario mínimo.

Es importante comprender la discusión teórica porque de ella derivan los principales argumentos de los economistas de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos para justificar los incrementos recientes. Para 2024, por ejemplo, la CONASAMI decretó un aumento del 20% al salario mínimo. Como parte de su arsenal ideológico, técnicos de la CONASAMI publicaron recientemente un artículo que estimaba la relación entre la pobreza y los incrementos en el salario mínimo. El artículo concluye, entre otras cosas, que “la elasticidad del salario mínimo sobre la pobreza es de -0.36”. Y, además, hace una declaración demasiado aventurada y sumamente criticable: que de 5.1 millones de mexicanos que salieron de la pobreza entre 2018 y 2022, 4.1 pueden atribuirse a los incrementos del salario mínimo.

Este último cálculo es un derivado de conclusiones de un modelo econométrico de datos panel que no incorpora el efecto de otras variables sobre la pobreza más que los políticamente convenientes al gobierno actual: los montos de transferencias, becas y pensiones del mandato de López Obrador.

Incluso entre los que celebran el incremento al salario mínimo, sin embargo, hay quienes parecen ya mostrar señales de nerviosismo frente a los aumentos recientes. Está el caso, por ejemplo, de Vidal Llerenas, quien, pese a acusar a quienes se oponían a incrementos del salario mínimo de “visiones ideológicas neoliberales, muy rígidas”, advierte lo siguiente: “En el futuro va ser muy difícil mantener incrementos de 20% o incluso mayores de un dígito sin generar, ahora sí, efectos significativos en el mercado laboral, en los costos de la empresas y en los precios”.

No hay lonches gratis. Los costos de incrementar el salario mínimo aparecen tarde o temprano. El mercado laboral mexicano ha acarreado varios lastres en los últimos años, con políticas aparentemente bienintencionadas, pero cuyos efectos veremos con rezago. El salario mínimo incrementa el costo de contratar a trabajadores poco cualificados. Este costo, aún si no se refleja en estadísticas de desempleo en el corto plazo, sí induce otra gama de incentivos: premia desproporcionadamente a trabajadores experimentados a expensas de trabajadores más jóvenes; reduce el ritmo de nuevas contrataciones e induce la sustitución de trabajadores de bajos ingresos por maquinaria o técnicas de producción intensivas en capital.

Los defensores del salario mínimo reiteran que los incrementos garantizan un nivel de vida básico a los trabajadores con ingresos bajos. Sostienen que un salario mínimo más alto aborda la desigualdad de ingresos, reduce la pobreza y estimula el gasto de los consumidores.

No obstante, los incrementos significativos elevan los costos de empresas intensivas en mano de obra. De este modo, constituyen una barrera de entrada para empresas pequeñas, cuya producción no es intensiva en capital. Los incrementos al salario mínimo bien pueden constituir una fuente de poder monopólico para ciertas empresas. No es de sorprender, entonces, encontrar a empresarios que apoyan o celebran los incrementos, aunque estuviera siempre en su poder haber subido los salarios.

El modelo de monopsonio que tanto invocan los apologistas del salario mínimo no está exento de críticas. Si el problema es que existen pocos empleadores disponibles para atender la oferta laboral, la solución de raíz no es incrementar el costo de contratar trabajadores poco cualificados. La solución de raíz es flexibilizar el mercado laboral y dotar a la sociedad de incentivos para invertir, competir y crear nuevas empresas. La solución pasa por abrir más mercados, no colocar más obstáculos en ellos.

El modelo de monopsonio no toma en cuenta la heterogeneidad de los trabajadores; presupone que su capacidad de negociación es nula o escasa. Sin embargo, modelos más realistas del mercado laboral supondrían que los trabajadores pueden diferenciar sus capacidades de otros y, con ello, comandar un mayor salario de mercado. Un monopsonio no tiene por qué pagarle un mismo salario a todos los que se presentan por un puesto específico; puede discriminar salarios y, con ello, reducir las ineficiencias inherentes a su estructura de mercado.

Son políticas de mercado lo que requiere nuestro país para elevar de manera sostenible los salarios de los trabajadores. De otro modo, rellenar el camino con obstáculos sólo puede traer beneficios perecederos, pero pérdidas irrecuperables en el futuro.

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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