La democracia es digna de celebrarse cuando se acompaña de una expansión de la libertad individual. Es, como diría Mises, un medio para remover gobernantes de forma pacífica. Pero cuando se convierte en un medio a través del cual una mayoría se siente copropietaria de los bienes y pertenencias de los demás (incluida su vida) y usa al gobierno como instrumento de coacción para volver realidad ese sentimiento, degenera en mera tiranía de la mayoría.

En México vimos ejemplos de esta degeneración en el sexenio de López Obrador. López Obrador abandera el sentimiento autoritario de la tiranía de la mayoría. Las consultas populares, por ejemplo, lejos de ser ejemplos de democracia bien ejercida, son casos de demagogia y de populismo. La cancelación del aeropuerto mediante el pretexto de una consulta popular no sólo fue una medida antieconómica cuyas consecuencias seguimos pagando, sino que además fue una manifestación de totalitarismo. Un totalitarismo disfrazado de «voluntad popular», tan atractivo para las masas como peligroso.

Cuando la democracia degenera como ha sucedido en México, dista de ser un megáfono de soluciones pacíficas para convertirse en un instrumento de coacción.

En 2022, un análisis de calidad democrática de México elaborado por Bertelsmann Stiftung, Sustainable Governance Indicators, otorgó una calificación reprobatoria al país, de 5.1, ubicándolo en el lugar 37 de una lista de más de 40 países. La siguiente imagen incluye un vistazo de los resultados:

Fuente: https://www.sgi-network.org/2022/Robust_Democracy/Quality_of_Democracy

Del estudio, recalco dos hallazgos, que resumo en la tabla[1]:

IndicadorHallazgos relevantes
Capacidad de decisiones popularesSegún el reporte, los mexicanos logran influir más a las políticas públicas a través de manifestaciones o acciones legales que a través de mecanismos institucionales.
Libertad de prensaSegún el reporte, México es un país peligroso para los periodistas; cuando un periodista es asesinado, hay un alto nivel de impunidad. Los periodistas cuya vida corre mayor riesgo son los que revelan las alianzas entre políticos y crimen organizado.

Las democracias frágiles son peligrosas. Para tener una idea clara de su peligro, conviene hacer una modificación de un experimento mental de Bryan Caplan. Imagina que vives en un pueblo de 1,000 personas, con las cuales compartes costumbres, tradiciones e, incluso, prejuicios. En un pueblo aledaño viven otras 1,000 personas distintas a ti y a las personas de tu pueblo. Ustedes se llaman a sí mismos “rojos” y a los del pueblo aledaño, “azules”. Tú, un rojo promedio, menosprecias el valor de comerciar con los azules, pues piensas que los azules no son capaces de producir cosas de valor. Tu menosprecio, que es un prejuicio, te cuesta 1,000 pesos que podrías ahorrar si comerciaras con un azul. Ese es el precio que un rojo promedio paga por apegarse a un prejuicio.

Un día, los rojos convocan a elecciones para decidir colectivamente si deben o no comerciar con los azules. Sabes que la probabilidad de que tu voto cambie el curso de la elección a tu favor es de una entre mil; es decir, de 0.1%. Por lo tanto, el precio de votar por no comerciar con un azul es igual a 1,000×0.1% = 1 peso. Sólo 1 peso cuesta adherirte a tu prejuicio.

Pero una cosa es el precio que pagas por votar a favor de tu prejuicio y otra, el costo que pagas si los prejuicios de tu pueblo resultan ser ganadores. Imagina que las elecciones las ganan quienes quieren dejar de comerciar con los azules. El costo que pagas por esa victoria es de 1,000 pesos. Imagina ahora que las elecciones estuvieron tan cerradas que el margen que dio la victoria fue de un voto: 501 personas votaron a favor de dejar de comerciar con los azules. A un nivel individual, la suma de lo que pagaron los rojos por adherirse a su prejuicio fue de 501 pesos. Pero a un nivel colectivo, tu pueblo asumirá un costo de 1, 000,000 de pesos.

Pasa de este escenario imaginario a lo que ocurre en un sistema político real. Dado que hay muchas más personas que conforman el electorado de un país promedio, el precio que una persona individual paga por adherirse a sus prejuicios en el momento de votar es prácticamente igual a cero (la probabilidad de que su voto cambie el curso de la elección es cercana al 0%). No sorprende que elijan racionalmente no desafiar sus creencias ni someter sus prejuicios y dogmas de fe sobre el funcionamiento de un sistema económico al momento de elegir dentro de una urna. Pero el costo que una sociedad paga puede ser bastante alto cuando esos prejuicios colectivos se transforman en políticas económicas que responden a falacias económicas. Si tenemos políticos demagogos es porque responden a ese incentivo perverso que tiene el electorado de no razonar su voto y de vaciar sus sesgos emocionales y falsas creencias de economía.

Por esta razón, las democracias deben contar con contrapesos institucionales. Una democracia efectiva es aquella que da voz a las mayorías, pero que protege las esferas de libertad de las minorías; es aquella que brinda mecanismos de acción popular sin amenazar el patrimonio o la integridad de las personas.

Hay un fenómeno curioso con la democracia: cuando es saludable y las instituciones, robustas, abstenerse de votar puede ser inofensivo. Pero cuando hay una facción autoritaria y totalitaria que acecha en el fondo y compromete la libertad de un país con instituciones frágiles, no votar contra ella es inmoral, aún si tu voto individual no es estadísticamente decisivo.


[1] La información de la tabla corresponde a datos presentados en la siguiente liga: https://www.sgi-network.org/2022/Mexico/Quality_of_Democracy

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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