Recientemente, la reconocida multinacional francesa de investigación de mercados y consultoría, Ipsos S.A., llevó a cabo un estudio en alrededor de 26 países con el propósito de analizar la situación actual de las personas LGBTIQ+. En dicho estudio, se concluye que, en promedio, el 9% de la población a nivel mundial declararía formar parte de este grupo de personas, según informó el portal Statista.
Partiendo de esto, y dado que nos encontramos a punto de finalizar todo lo concerniente al mes del orgullo, cuyo principio se remonta a la que fue conocida como la “Rebelión de Stonewall”, mi objetivo para usted señor lector es que entienda algo: fuera del injustificado odio que nos profesan los derechistas más conservadores, la secta ultramontana –con orígenes en el catolicismo más radical–, sus aliados nacional-populistas y toda la horda enardecida de fanáticos esclavos de sus dogmas, existe un movimiento con una deuda por cumplir conmigo y con los míos: con la población LGBTIQ+. Ese movimiento se llama liberalismo. Y cuando digo liberalismo, no me refiero al otrora “glorioso Partido Liberal Colombiano”. No. Me refiero al liberalismo clásico: a aquel que surgió comprendiendo que los derechos de todos los seres humanos son individuales, nunca colectivos.
Los LGBTIQ+ podemos lograr todo lo que nos propongamos en la vida: no necesitamos correr a resguardarnos en “la ley” o en un comité.
Pretendo a su vez, que esta columna sirva como punto de inflexión, a fin de suscitar mayor conocimiento y reflexión sobre el tema, de que se escriban más columnas de opinión al respecto, y se publiquen más libros y ensayos para su correcta defensa. Y cuando hablo de correcta defensa, no hablo de los ya existentes “movimientos de diversidad y género” que tenemos en la izquierda. En lo absoluto. Así como el conservadurismo nos desprecia a más no poder, el progresismo nos usa convenencieramente. Ellos, los progresistas, los que continuamente hablan y hablan, y creen ser los generadores del “cambio” y la defensa y reivindicación de “los nadies”, son los primeros en hacerse de oídos sordos cuando sale a la luz la persecución histórica que líderes de la talla de Stalin, Fidel Castro o el famoso “Che Guevara” cometieron sobre lesbianas, gais, bisexuales, y personas trans y de otras identidades de género no binarias.
Infortunadamente, esta gente se apropió del “movimiento de revolución sexual” que aconteció a la par de la Rebelión de Stonewall, ¡y el cual fue fabuloso! Lo actual nada tienen que ver con este, ¡nada! En ese entonces, auténticas Feministas y los Gais, Trans y Drag-Queens se tomaron las calles de las ciudades más cosmopolitas del planeta, basándose en la verdad y sabiendo defenderse de todo el que quisiera pasar por encima de su integridad. Esta nueva revolución sexual liderada por la izquierda, quiere que las personas LGBTIQ+ nos convirtamos en parásitos y súbditos del peor “patriarca” de todos. Del papá más cruel, corrupto y mentiroso: papá Estado. Quiere obligarnos a estar alineados con sus reglamentaciones y “derechos sociales”. Y quiere, además, sumirnos en una profunda ignorancia y aportarnos una única visión de lo que implica ser miembro de esta población, impidiendo, entre otras, que seamos capaces de ser fuertes, de crecer y sanarnos mentalmente –como cualquier persona– y de protegernos a nosotros mismos. Los LGBTIQ+ podemos lograr todo lo que nos propongamos en la vida: no necesitamos correr a resguardarnos en “la ley” o en un comité. El progresismo, se está aprovechando de que el conservadurismo ha sido, quizás, nuestro peor enemigo y persecutor por siglos, y por muy buena que parezca ser su defensa de derechos en materia de libertades individuales, la forma en que se encuentra concebido provocará, tarde que temprano, que sus acciones nos estallen como una bomba que ya no soporta más aire. No es algo que les debamos permitirles.
Por eso, el liberalismo también debe salir de su propio armario. Ser liberal no solo tiene que ver con aprender de filosofía, política y economía de libre mercado. Para nada. Incluso antes de esto, ser liberal tiene todo que ver con no deshonrar al otro. Nuestros principios y valores promueven una convivencia sana, pacífica, respetuosa, empática –de verdad– y amable. El liberalismo tiene el deber moral de acogernos: al final somos individuos, más allá de lo que hagamos a puerta cerrada.
La paz es la clave de la reconciliación y el progreso humano, la justicia es universal y la segregación es inaceptable.
Debe acogernos porque, en últimas, los individuos LGBTIQ+ no buscamos aplausos, no queremos ser considerados “especiales” ni que nos procuren un trato diferenciado. Lo que pedimos es igualdad jurídica compatible con las más altas libertades: la posibilidad de llevar nuestras vidas como cualquier otra persona, sin ser perseguidos ni molestados. Pedimos ser tratados como los ciudadanos que somos, no como estereotipos; por desgracia, estamos acostumbrados a vivir en una sociedad en la que si no cumples con los estándares establecidos, serás discriminado. Queremos ser respetados en igualdad de condiciones, ya que no puede haber paz en una sociedad donde unos quieren anular a otros. Recordemos: la paz es la clave de la reconciliación y el progreso humano, la justicia es universal y la segregación es inaceptable.
Y a nosotros, pues nos corresponde seguir celebrando con orgullo. Sí, ¡Orgullo! Levantando las banderas que simbolizan una lucha histórica por la igualdad ante la ley, la libertad individual y sexual, y la búsqueda de la propia felicidad. Levantémoslas por los que en algún momento amaron o amamos en silencio, por los que besamos a alguien por aparentar, por los que se vistieron con ropa que no los representaba, por todos los que alguna vez lloramos a escondidas, por los que fuimos señalados en nuestro colegio o nuestro trabajo, por los que nos hemos tenido que soltar de la mano al salir a la calle, por los que aguantamos cuestionamientos incómodos e injustificables, por los que nunca llegaron a aceptarse, por los que tuvimos temor al contárselo a nuestra familia, por los que sobrevivimos y por los que no sobrevivieron a las horrendas “terapias de conversión”, por los que siguen sufriendo día a día aquí y en los países del mundo donde la persecución es mucho peor, por los que ya no están… porque después de todo, no somos más que el 9%.