INTRODUCCIÓN
El conflicto árabe‑israelí, cuyo punto de partida suele situarse en la creación del Estado de Israel en 1948, ha trascendido las simples disputas territoriales para convertirse en un enfrentamiento de dimensiones religiosas, identitarias y geopolíticas. Sin embargo, en su núcleo subyace una pugna por la soberanía, la seguridad y el reconocimiento mutuo.


Desde la mirada libertaria, la agresión —tanto estatal como no estatal— es inadmisible salvo en legítima defensa, y la paz genuina solo puede nacer de la libre asociación y el comercio voluntario. Este artículo no adopta ninguna postura de odio o favoritismo, sino que busca exponer con neutralidad cómo distintas corrientes libertarias analizan y proponen resolver este conflicto.


Aunque se analizan los orígenes del conflicto, también se incluirá lo que hasta el día de hoy ha pasado con los sucesos entre Israel e Irán.

CONTEXTO HISTÓRICO
Antes de entrar en el conflicto actual, es importante abordar un poco de la historia de medio oriente para saber de dónde viene esta guerra, por supuesto, considerando solo lo que tiene que ver con el conflicto del último siglo, pues en realidad las diferencias entre el mundo árabe y el judío tienen cientos de años, y diferentes aristas tanto religiosas, como políticas y económicas e incluso étnicas, pero solo se hará el análisis desde una ética libertaria.


Los Millets
Le pido al lector, me permita otro pequeño paréntesis, pues abordaré la historia desde el antiguo Imperio Otomano, pues estas tierras pertenecían a este imperio antes de formar parte del dominio inglés, bajo administraciones autónomas llamadas Millets, y no solo porque ayudará a entender mejor como se dividían las regiones de aquél país, si no porque como libertario estos tienen un tipo de gobierno mucho más libres que los estados modernos, incluso más libres que muchos estados de esa época.
El sistema de millets fue la fórmula de gobierno que desarrolló el Imperio Otomano para administrar su heterogénea población confesional desde la conquista de Constantinopla en 1453 (y su plena consolidación en territorios árabes tras 1517) hasta las grandes reformas del siglo XIX (Tanzimat, 1839–1876). Cada millet (“religión” o “nación” en árabe) agrupaba a una comunidad religiosa —musulmanes no se organizaban en millets, pero sí cristianos ortodoxos, armenios, judíos, católicos, etc.— bajo un líder reconocido por el sultán (el millet-bāshī o ‘etnarca’) y regida por sus propias normas de derecho personal (familia, herencias) y enseñanza religiosa. Este modelo permitió administrar miles de kilómetros y pueblos distintos “con un mínimo de resistencia” al delegar la recaudación de impuestos, justicia en asuntos familiares y la gestión de escuelas en las propias élites comunitarias.


En la práctica, cada millet contaba con un consejo interno (meclis-i millî) que nombraba jueces, cobraba tributos y litigaba en tribunales propios. Por ejemplo, el Rum Millet o ‘nación romana’ bajo el Patriarca Ecuménico incluía a ortodoxos griegos, búlgaros, serbios y albaneses, pese a sus diferencias étnicas; y el millet-i Ermeniyân aglutinaba a todos los armenios, independientemente de su filiación apostólica, católica o protestante. A cambio, las comunidades se comprometían a lealtad al sultán y al pago de la jizya (impuesto especial a no musulmanes que solo equivalía al 5% de su riqueza), y quedaban excluidas de altos cargos estatales.


Aunque en términos generales permitió prosperidad —las comunidades judías, por ejemplo, recibieron refugiados expulsados de España y florecieron económicamente—, también hubo discriminación y tensiones: los cristianos a veces vertían acusaciones de “libelo de sangre” contra judíos en Semana Santa, y los armenios protestaron por los abusos de sus propios millets centrales. Con la modernización y la llegada de ideologías nacionalistas en el siglo XIX, surgieron conflictos internos: líderes religiosos de millets veían peligrar su autonomía ante las reformas de los Tanzimat (especialmente el Firman de 1856 que proclamó igualdad civil de todas las confesiones) y resistieron cualquier intromisión imperial en su jurisdicción interna.


Finalmente, a partir de las reformas Tanzimat (1839–1876) y sobre todo con el Islahat Fermânı de 1856, el sistema de millets entró en declive. El Estado intentó establecer un sistema legal y de impuestos más uniforme, y promover la idea de ciudadanía (“otomanismo”) por encima de la pertenencia confesional. Hacia 1863 ya se redactó una “Constitución del Millet Armenio” y en las décadas siguientes nuevos reglamentos redujeron paulatinamente la soberanía jurídica de los millets hasta su desaparición práctica tras las reformas constitucionales de 1908–1912 y el auge de los Estados-nación en la posguerra. De este modo, el modelo que había durado cerca de cuatro siglos se transformó en un mosaico de minorías bajo un mismo marco legal secular.


Breve repaso histórico del conflicto
Tras la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, las potencias aliadas se repartieron sus antiguos territorios bajo una serie de acuerdos secretos y posteriores mandatos de la Sociedad de Naciones. El Acuerdo Sykes–Picot de 1916 estableció las esferas de influencia británica y francesa en Oriente Medio: Gran Bretaña obtuvo el control de lo que hoy son el sur de Israel y Palestina, Jordania y el sur de Irak, así como los puertos de Haifa y Acre para garantizarse acceso al Mediterráneo. Una vez ratificado el Tratado de San Remo en 1920 y aprobado en 1922 el Mandato Británico de Palestina, Londres asumió la administración del territorio “para colocar al país bajo condiciones políticas, administrativas y económicas que aseguren el establecimiento de un Hogar Nacional Judío” y, simultáneamente, “velar por que no se menoscaben los derechos de las demás comunidades”. Detrás de estas decisiones subyacían intereses estratégicos—proteger la ruta hacia la India, asegurar el canal de Suez y contar con un aliado prooccidental en la región—, así como presiones de movimientos judíos, cuyo respaldo financiero y diplomático era valorado por el gobierno británico.


Desde finales del siglo XIX, Palestina formó parte del debilitado Imperio Otomano, cuya administración descentralizada permitía la coexistencia de comunidades religiosas bajo el sistema de «millets». Tras la Primera Guerra Mundial y el colapso otomano, Gran Bretaña asumió la tutela de la región mediante el Mandato de Palestina (1922–1948), otorgado por la Sociedad de Naciones.


El plan de partición de la ONU de noviembre de 1947 propuso la creación de dos Estados independientes —uno judío y otro árabe— con Jerusalén bajo administración internacional. Mientras la comunidad judía lo aceptó, los líderes árabes lo rechazaron por considerarlo disgregador y desfavorable demográficamente. Al expirar el Mandato británico el 14 de mayo de 1948, David Ben Gurión proclamó el Estado de Israel y, de inmediato, Egipto, Siria, Transjordania, Líbano e Irak invadieron el territorio, desencadenando la Guerra de Independencia (1948–49). En virtud del conflicto, Israel amplió sus fronteras más allá de lo contemplado en la partición, y cerca de 700 000 palestinos huyeron o fueron expulsados en la llamada Nakba. La victoria israelí reconfiguró el mapa regional: Jordania anexionó Cisjordania y Egipto ocupó la Franja de Gaza, sentando las bases de los conflictos posteriores.
Irán mantuvo durante las primeras décadas tras 1948 una relación pragmática y amistosa con el nuevo Estado israelí, fruto de la política prooccidental del sah Mohamed Reza Pahlavi: ambos países compartían intereses estratégicos y militares, incluyendo la cooperación en materia de seguridad y suministro de petróleo. Sin embargo, la Revolución Islámica de 1979 cambió drásticamente esa dinámica: el ayatolá Jomeini reforzó su identificación con la causa palestina y condenó públicamente la «entidad sionista», replegando toda forma de reconocimiento diplomático y fomentando el apoyo a grupos como Hezbolá y Hamás. A partir de entonces, las fricciones se intensificaron: la retórica antisionista de Teherán, su programa nuclear y su respaldo a milicias chiíes en Líbano e Irak se convirtieron en ejes de una hostilidad mutua que ha marcado las últimas cuatro décadas.


En el plano actual, la escalada comenzó con ataques a presuntos objetivos nucleares iraníes y represalias con misiles balísticos lanzados desde territorio iraní hacia posiciones israelíes. Israel, amparado en su Doctrina Begin de ataques preventivos (recordando el bombardeo al reactor de Osirak en 1981), busca frenar el avance del programa atómico iraní; Irán, a su vez, declara estado de emergencia y amenaza con responder de forma contundente ante cualquier agresión. Aunque el conflicto se libra en gran medida de manera asimétrica —entre bombardeos selectivos, lanzamiento de cohetes de largo alcance y guerra de inteligencia— mantiene el riesgo de escalar a un enfrentamiento directo que involucre a terceros actores regionales. En este contexto, el eje Riad–Abu Dabi–El Cairo observa con cautela, evaluando alianzas y acuerdos recientes, mientras la comunidad internacional insiste en retomar el diálogo nuclear para contener la crisis.


FUNDAMENTOS LIBERTARIOS APLICADOS AL CONFLICTO
En este apartado primero enlistaré algunos fundamentos libertarios que considero pueden aplicarse al conflicto, y después detallaré como ocurrieron los sucesos ante la independencia de Israel y Palestina, algunas batallas posteriores, cada suceso vendrá acompañado de su aplicación de los fundamentos libertarios, y cual sería la lógica argumentativa.


Principio de No Agresión (PNA)
El PNA sostiene que la agresión contra la propiedad o las personas de otros es ilegítima salvo en legítima defensa, bajo este principio, la única agresión “justificable” es la respuesta defensiva inmediata ante un ataque, y siempre debe mantenerse proporcionalidad: no se puede exceder la escala o duración de la defensa necesaria para repeler la agresión.


Soberanía individual y colectiva
En el libertarismo:
Cada individuo tiene derechos inalienables sobre su vida, libertad y propiedad.
Las comunidades surgen de la asociación voluntaria de individuos que acuerdan normas de convivencia.
Ninguna colectividad (Estado, etnia, religión) puede imponer obligaciones o negaciones de derechos a los no asociados.


Libre comercio y cooperación voluntaria
El comercio libre crea interdependencias pacíficas:
Cuando los israelíes y los árabes comercian libremente, parten de la premisa de cooperación mutua; el costo de la guerra se vuelve demasiado alto comparado con los beneficios del comercio.
Zonas de libre comercio transfronterizo, puertos conjuntos o proyectos binacionales (agua, energía, tecnología) pueden generar intereses económicos compartidos que actúen como disuasivo de la violencia.


Justicia privada y arbitraje internacional
En lugar de depender exclusivamente de tribunales estatales:
Las partes firmarían contratos de arbitraje para resolver disputas de tierras, compensaciones y derechos de paso.
Agencias de arbitraje privadas, reconocidas mutuamente, administrarían casos con criterios neutrales y plazos más ágiles.
El cumplimiento de los laudos se garantizaría mediante sistemas de reputación y, en última instancia, por contratos de seguridad privada que intervengan para hacer respetar los fallos.


Adquisición de tierras antes de la fundación del estado de Israel y el derecho a la secesión.
Para entender como se aplican estos fundamentos al conflicto israelí, es necesario repasar como es que se adquirieron las tierras de las comunidades judías al momento de exigir su secesión, pues si se hubieran adquirido mediante invasión así viniera tanto de un estado como de un actor privado, sería inmoral la llegada de los judíos a palestina, pues la tierra se habría adquirido mediante el hurto o el robo.
Otra cuestión inmoral habría sido si el gobierno de Israel hubiera sido financiado por otro estado, tomando dinero e ingresos de personas privadas, para la adquisición de tierras, pero una vez más no fue el caso, si bien Israel sí ha recibido financiación de otros estados después su creación, en 1948, Palestina ya contaba con una población muy grande de judíos que pedían la secesión.


Para 1948, cuando se declaró el Estado de Israel, la población de Palestina rondaba los 1,9 millones de habitantes, de los cuales entre 600 000 y 650 000 eran judíos —aproximadamente el 30–35 % del total—, mientras que los árabes (musulmanes y cristianos) sumaban entre 1,2 y 1,3 millones, es decir, entre el 65 y 70 % de la población. Pero las cifras por sí solas no explican la profunda transformación que supuso la llegada de los inmigrantes judíos: desde finales del siglo XIX, múltiples oleadas de Aliyá —literalmente “ascensión” o “retorno”— habían ido modificando la composición demográfica. Estas migraciones fueron impulsadas por el antisemitismo en Europa (pogromos en Rusia en 1881, en Polonia, Hungría, etc.), por exclusión legal y económica, y por la ideología nacional sionista, que quería reconstruir un hogar judío ancestral en Palestina.


Estas oleadas de Aliyá se sucedieron así: la Primera Aliyá (1882–1903), impulsada por la persecución en el Imperio ruso, trajo entre 25 000 a 30 000 personas, muchas de ellas regresaron por dificultades económicas y sanitarias. La Segunda Aliyá (1904–1914) inclinada al sionismo laborista, fundó comunidades agrícolas como kibutzim. Tras la Primera Guerra Mundial, la Tercera Aliyá (1919–1923) vino tras los pogromos y la Revolución Rusa, sumando al menos 100 000 inmigrantes en busca de refugio, y continuaron las olas alineadas con la Cuarta y Quinta Aliyá impulsadas por persecuciones, crisis económicas y la llegada del nazismo.


Estas migraciones fueron más que movimientos humanos: constituyeron un esfuerzo planificado y organizado que incluía la compra de tierras con vía legal. Instituciones como el Jewish National Fund (JNF), la Agencia Judía, la Organización Sionista Mundial, y compañías como la American Zion Commonwealth, recaudaron capital entre judíos de la diáspora para adquirir tierras, esto es importante pues la financiación vino enteramente de partes privadas a voluntad, para comprar terrenos a  terratenientes árabes ausentes como la familia Sursock, amparándose en la legislación otomana y británica.


El esquema funcionaba así: se pagaba por grandes extensiones, el contrato se firmaba con el propietario legal y el JNF imponía condiciones como el “trabajo hebreo” (avodá ivrit), lo que excluía a trabajadores árabes. Para 1945, la población judía controlaba unas 463 000 acres compradas legalmente, de los cuales 387 500 acres provenían de terratenientes árabes . Aunque representaban un tercio de la población, su propiedad era solo del 7–9 % de la tierra total . Este patrón provocó una profunda transformación agraria, enfatizando la agricultura moderna y promoviendo nuevos asentamientos (kibutzim, moshavim), pero también alimentó el resentimiento de los árabes campesinos.
hacia 1948 el escenario demográfico y territorial había mutado radicalmente por la confluencia de expulsiones europeas, nacionalismo sionista y formas institucionalizadas de adquisición de tierra. La población judía dejó de ser una minoría cultural para constituirse en una fuerza social, económica y territorial significativa; de hecho, Jerusalén ya era una ciudad con mayoría de población judía.


Aplicación a los hechos
Aunque uno puede ver que en muchas universidades, medios de comunicación y activistas de izquierda condenan a Israel de “invasor”, lo cierto es que en todo momento se respetó el principio de no agresión por parte de los judíos, pues actuaron dentro de un marco legal para la adquisición de tierras, sin quitar dinero a nadie sino a través de pactos voluntarios, y no comenzaron ningún ataque a la población árabe, al menos hasta 1948 dicha premisa era correcta.


Después, hay que analizar lo que pasó con el tratado de partición, hecho por la ONU y antecedido por Gran Bretaña.


Echemos un vistazo a la serie de acuerdos que Gran Bretaña firmó alrededor de Palestina, de hecho, fue bastante neutral hasta el último acuerdo:

1. La Declaración Balfour de 1917 fue un documento fundamental en el conflicto palestino-israelí. En él, el gobierno británico expresó su apoyo a la creación de un “hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina, siempre que no se perjudicaran los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías que vivían allí. Sin embargo, no mencionaba la creación de un Estado judío, ni establecía límites o formas de gobierno. Su redacción ambigua permitió múltiples interpretaciones y generó tensiones desde el inicio.


2. Un año antes, en 1916, Gran Bretaña y Francia firmaron en secreto el Acuerdo Sykes-Picot, mediante el cual se repartieron el Medio Oriente en zonas de influencia tras la caída del Imperio Otomano. Palestina quedaría bajo control internacional, aunque en la práctica pasó a manos británicas. Los líderes árabes nunca fueron informados de este acuerdo, lo que generó un fuerte sentimiento de traición cuando se hizo público.


3. También entre 1915 y 1916, los británicos habían negociado con Husayn ibn Ali, jerife de La Meca, en lo que se conoce como la Correspondencia McMahon-Husayn. En ella, Gran Bretaña prometía apoyar la independencia árabe en varios territorios si los árabes se rebelaban contra los otomanos. Aunque Palestina no se mencionó de forma directa, los árabes interpretaron que estaba incluida, lo que luego los británicos negaron, provocando más desconfianza.


4. Finalmente, el Libro Blanco de 1939, emitido tras la Revuelta Árabe, limitó severamente la inmigración judía y proponía un futuro Estado independiente en Palestina, con mayoría árabe, siempre que ambas partes llegaran a un acuerdo. Aunque no prometía explícitamente un Estado árabe exclusivo, bloqueaba de facto la posibilidad de un Estado judío soberano. Fue rechazado por los sionistas, pero aceptado por varios líderes árabes como punto de partida para una solución política.


Gran Bretaña siempre actuó dependiendo de los intereses que se requirieran en el momento, no quería causar descontento a quienes le pagaban un gran impuesto (los árabes), pero tampoco quería causar desconfianza a la comunidad judía; una Inglaterra ya desgastada tras la Segunda Guerra Mundial, sin dinero, con millones de perdidas humanas y en reconstrucción, no quiso gastar más de sus recursos en tierras que no les pertenecían, y decidieron dejarlo en manos de un consejo internacional, es decir, la ONU.


Había muchas fricciones entre ambos pueblos, tanto los árabes reclamaban un estado soberano, como los judíos reclamaban su tierra prometida, buscando de alguna forma su secesión.


Los libertarios creemos fervientemente en el derecho de secesión, está dentro de la libertad de asociación, pues se respeta la voluntad de cada individuo de formar grupos o comunidades con quien lo decida, en ese sentido, si un grupo de personas decide libremente asociarse para formar su propia comunidad apartada de otra, con la que además existen muchas hostilidades, claro que existía un derecho legítimo de los judíos de formar un estado propio.


Si todo el anterior análisis es correcto, entonces, ¿En dónde surge la disputa o debate sobre los diferentes grupos, incluso dentro de algunas alas libertarias para decidir si el estado de Israel es legítimo o no? Esta pregunta me permite pasar a la parte más difícil de analizar de este tema, el tratado de partición de la ONU en 1947.


Si bien la ONU no debería ser santo de devoción de ningún libertario, pues dicho apoyo sería un oxímoron por gustar de la existencia no solo de estados si no de un supraestado, la ONU no tenía una decisión nada fácil en ese momento, era el momento de brillar en un conflicto post-guerra, ya había tomado algunas decisiones finalizada la Segunda Guerra Mundial, pero era la primera vez en la que iba a tomar una decisión fuera de ella; Por un lado había millones de judíos buscando refugios en diferentes partes del mundo, sus cosas ya habían sido arrebatadas, ni Reino Unido ni Estados Unidos y muchos países ya no querían recibir una cantidad tan grande de refugiados después del desgaste de la guerra, sumado a eso había presiones para la creación de un estado para los hebreos. La contracara de esto, es que los árabes eran la población mayoritaria en Palesti

na, Reino Unido había hecho guiños de que todas las tierras serían devueltas a los árabes una vez encaminados, y no estaban dispuestos a recibir a más judíos en estas tierras.


La solución de la ONU, crear dos estados de tamaños similares, que a primera vista no parece una solución justa, pues, como ya se mencionó en el contexto histórico, el 35% de la población era judía y el 65% restante era árabe, además las tierras que pertenecían legalmente a los privados judíos eran de poco menos del 10% del territorio palestino, parece un abuso y hasta una invasión, pero para dicha decisión se consideraron los siguientes puntos:


La cantidad de inmigrantes que estas tierras iban a recibir por no tener otro lugar a donde ir, de tal forma que en el momento en que los refugiados llegaran automáticamente la población judía pasaría a ser mayoría.


Había una clara diferencia en el desarrollo de las tecnologías y la agricultura, mientras las comunidades judías habían logrado crear oasis agrícolas en el desierto y una prosperidad e inversión que dejaba en claro la rápida recuperación de inmigrantes que comenzaban desde 0, pues mientras un judío tenia un ingreso promedio anual de $400 USD de 1947, los árabes apenas llegaban a los $100 USD, un estadounidense promedio ganaba $2,850 USD y un mexicano $280 USD, con la diferencia de que las comunidades judías en palestina llamadas kibutzim, empezaban desde 0 en el desierto. La ONU consideraba que darle un territorio mayor a Israel beneficiaría al desarrollo de la región.


El punto anterior se conecta un poco con este, pues la mayoría del territorio asignado a Israel fue una región llamada Negev, un territorio en ese momento solo habitable si se usaba la tecnología de los israelitas. Es cierto que sería sumamente injusto robar territorio a los árabes solo porque los judíos tenían una tecnología superior, el problema es que las únicas comunidades asentadas en estas tierras eran 100% judías, y sí, obviamente había árabes habitando la región, pero eran comunidades de beduinos, grupos nómadas que no tenían un asentamiento real por lo poco habitable del territorio de Negev, por lo tanto las tierras eran enteramente “propiedad pública”, no había ningún tipo de territorio trabajado, bajo la concepción de John Locke en la que la tierra es de quien la trabaja primero o la consigue mediante un contrato, en ese sentido prácticamente dichas tierras por derecho a la propiedad pertenecían a los israelíes, y claro mencionando que nunca se propuso un plan de expulsión para sacar a los beduinos de Negev.


El comité sabía que la propiedad de Jerusalén sería un problema, por lo tanto propusieron que dicha ciudad fuera administrada por un comité internacional, en el que participarían representantes de todo el mundo.


Es importante mencionar que en la  UNSCOP (United Nations Special Committee on Palestine)— no había representantes musulmanes ni judíos como miembros oficiales del comité, por lo que se supone que no había conflictos de intereses, cuando menos personales.


Es importante destacar que se propusieron comités a judíos y a árabes, para que se pudiera llegar a un acuerdo considerando las voces de ambos lados, pero mientras el comité judío se presentó a las reuniones a alzar la voz, la comunidad árabe dijo que no iba a negociar ningún trato, pues ese territorio le pertenecía a ellos, y ante cualquier intención que no fuera dejar esas tierras como un estado musulmán la única alternativa sería la violencia.


Debo aclarar que si el trato fuera enteramente entre privados, no existe ningún derecho a que otro llegue a negociar cuanto de tu terreno te pertenece, ni aunque metiera a una mayoría en tu tierra, ni aunque un ocupante tuviera más tecnología, ni aunque fuera una tierra que otro le pudiera sacar más provecho que tú, ni llamando a un comité neutral. El problema aquí es que estamos hablando de un conflicto entre estados, no hay un derecho legítimo a defender una propiedad privada, pues cualquiera que fuera la constitución del estado, los privados debían estar sometidos a un estado; la gran mayoría de esas tierras no estaban trabajadas, ni tampoco se proponía una expulsión, de tal forma que los árabes podían seguir siendo dueños de su legítima propiedad privada bajo la legislación de Israel, de hecho hoy por hoy cerca del 20% de la población de Israel es musulmana, incluso tienen derecho al voto, a servicios públicos y a puestos en el gobierno.


Desde una perspectiva libertaria, existe un auténtico derecho a la secesión, Friedrich Hayek decía lo siguiente en su obra <<Fundamentos de la libertad>>, en el capítulo titulado <<El gobierno representativo>>:


“Mientras se reconozca el derecho de secesión, la libertad individual estará protegida, porque un grupo que se vea constantemente sometido a decisiones contrarias a sus intereses o valores podrá optar por separarse y establecer su propio gobierno.”


Por lo tanto existía un derecho legítimo de los judíos de separarse y proclamar su independencia, aún si se considerara que existió un abuso a los musulmanes en la negociación de la división del territorio, ellos no estaban dispuestos a negociar ni un 1% de territorio para que se formara un estado judío, existen diferentes declaraciones públicas que lo afirman:


Jamal al-Husayni, representante del Alto Comité Árabe ante la ONU (1947) durante su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 29 de septiembre de 1947, afirmó:


“Palestina es una tierra árabe y lo ha sido por siglos. Los árabes no aceptarán ningún plan que otorgue parte de ella a una entidad judía, porque eso sería una violación de su derecho natural e histórico.”
Amin al-Husayni, Gran Muftí de Jerusalén y líder del nacionalismo árabe palestino En una entrevista con el diario egipcio Al-Mussawar (1947), declaró:


“Los árabes no aceptarán jamás la partición de Palestina ni reconocerán el derecho de los judíos a establecer un Estado en ningún rincón de esta tierra.”


Por lo que no es una suposición el que los árabes no estuvieran dispuestos a negociar ningún tipo de estado judío, la invasión de los países árabes iba a hacerse aún si los judíos solo hubieran proclamado la independencia del 10% de territorio que les pertenecía legítimamente, en este suceso específico, a los libertarios no les queda más opción que reconocer que los auténticos enemigos de la libertad fueron los musulmanes ante la independencia de Israel de Palestina, y de nuevo hago énfasis en que hubo invitaciones para conversar y negociar por ambas partes, pero los representantes árabes jamás consideraron que esa fuera una opción.


Aprovecho también la declaración de los mandatarios árabes para tocar otro argumento, pues muchas veces se supone que los musulmanes tienen un auténtico derecho a pertenecer y gobernar Palestina, por un derecho de antigüedad, dicho punto es cierto en los estatutos liberales, siempre y cuando:
Se trabaje la tierra para apropiarse de ella.


Que la tierra que de la que uno se haga propietario no tenga un dueño legítimo anterior.


Que si tiene un dueño se pueda negociar un libre intercambio de las partes o, si es el caso, se pueda efectuar una donación voluntaria.


Si bien se puede reconocer que había árabes desde hace siglos trabajando aquellas tierras, no la consiguieron por un libre intercambio, y mucho menos como un regalo, los ejércitos árabes invadieron Palestina y se la arrebataron a los Bizantinos, y antes de los Bizantinos los Romanos tomaron aquellas tierras por la vía de la invasión, pero aquella región llevaba siglos habitada por judíos, que pasaron muchos años pagando tributos a civilizaciones extranjeras; a la llegada de los musulmanes, aunque no se planteó un exterminio de los locales para que la población se transformara de mayoría judía a mayoría árabe, si cobraban más impuestos a los no musulmanes y los excluían de diferentes servicios. Por lo tanto, argumentar que los musulmanes tienen un derecho legítimo de ser los únicos gobernantes de aquella tierra, necesita entonces solo una versión parcial de la historia, y un sesgo bastante marcado.


Invasión de países árabes a Israel
A finales de mayo de 1948, tras la retirada británica y la proclamación del Estado de Israel, cinco ejércitos regulares árabes—Egipto, Transjordania, Siria, Irak y Líbano—lanzaron una invasión coordinada con un despliegue inicial conjunto de entre 25 000 y 30 000 soldados, cifra que llegó a 35 000–40 000 efectivos durante los meses siguientes. Egipto aportó entre 10 000 y 15 000 hombres en el sur (Negev y Gaza), la Legión Árabe de Transjordania movilizó 4 500–6 000 tropas bajo mando británico, Siria unos 2 000–4 000, Irak 3 000–5 000 y Líbano 1 000–1 500 voluntarios, todos ellos con escasa coordinación interarmada y problemas logísticos . Frente a ellos, Israel organizó rápidamente las antiguas milicias —Haganá, Palmach, Irgún y Lehi— en las recién creadas Fuerzas de Defensa de Israel (IDF). Partiendo de unos 35 000 efectivos en mayo, gracias a la reclutación obligatoria, la incorporación de 3 500–4 000 voluntarios extranjeros (Machal) y un abastecimiento masivo de armas desde Checoslovaquia, el IDF alcanzó 65 000 soldados en julio y 115 000 a inicios de 1949, superando en cohesión y técnica a las fuerzas árabes.


Por su parte, la resistencia palestina local fue limitada a dos grandes agrupaciones irregulares: el Ejército de la Sagrada Guerra de Abd al-Qadir al-Husayni, con unos 4 000–6 000 combatientes, y el Ejército de Liberación Árabe, formado por voluntarios de Siria, Líbano e Irak—entre 3 000 y 6 000 según fases—, más pequeñas milicias rurales dispersas que sumaban 3 000–5 000 hombres. Carecían de mando unificado, armamento moderno y apoyo logístico, por lo que fueron rápidamente superados antes incluso de la intervención de los Estados vecinos .


El conflicto terminó con una victoria israelí y una sucesión de acuerdos de armisticio firmados en 1949 con Egipto (24 febrero), Líbano (23 marzo), Transjordania (3 abril) y Siria (20 julio). Según la ONU, Israel pasó de disponer inicialmente del 56 % del territorio asignado por la Resolución 181 de la ONU a controlar aproximadamente el 78 % de Palestina mandataria (unos 8 000 mi²), es decir, 22 % más de lo pactado. Cisjordania (incluida Jerusalén Oriental) quedó bajo control y posterior anexión de Transjordania, mientras que el Gaza Strip fue ocupado por Egipto; Siria retuvo además pequeñas zonas demilitarizadas junto al Valle del Jordán.


De este modo, el Estado árabe propuesto por la partición nunca llegó a existir: su territorio fue apropiado por Israel y Jordania, mientras que más de 700 000 palestinos fueron desplazados o expulsados, constituyendo la primera gran diáspora de refugiados del conflicto. Israel consolidó su soberanía sobre la mayor parte del Mandato, consolidando tanto su supervivencia nacional como una frontera de facto —la “Línea Verde”— que perduró hasta 1967.


Derecho a la defensa
Si reconocemos que existe el derecho a la secesión, entonces existe el derecho a defender este nuevo estado, pues no tendría ningún sentido obtener una independencia si en un corto plazo el antiguo estado puede volver a invadir y anexar al nuevo estado en un momento, por lo tanto, hay un derecho legítimo a defenderse. En este punto la comunidad judía estaba sola frente a los países árabes, no había ningún tipo de financiamiento estatal, estaba rodeada de países que lo consideraban su enemigo, con un territorio mucho más pequeño del que tiene ahora, sin embargo, lograron derrotar de manera muy eficiente tanto a ejércitos especializados como a milicias locales.


Si bien se reconoce un pleno derecho a defender su independencia, también es importante reconocer que hubo abusos por parte del ejército israelí, pues el derecho a repeler la ofensiva, o a la legítima defensa, no puede superar la proporcionalidad, además Murray Rothbard, uno de los pilares del libertarismo moderno, explica en <<La Ética de la Libertad>> que:


“El uso de la fuerza letal está justificado solo si existe una amenaza inmediata. Una vez que la amenaza desaparece, cualquier uso adicional de la fuerza se convierte en una agresión.”


Aclaro esto porque, si bien el éxodo de 700,000 palestinos se debió en su mayoría a que sus hogares fueron escenarios de guerra y necesitaron huir, además de pánico por miedo a que existiera una especie de venganza hacia las poblaciones árabes, sí hubo una parte de ellos que fueron expulsados de manera sistematizada por el ejército israelí, sin tener pruebas de ser una amenaza inmediata, este fue el caso de Lydda (Lod) y Ramla; hubieron algunos rebeldes en ambas ciudades, hay que reconocerlo, pero entre las dos ciudades fueron aproximadamente 500 soldados que fueron neutralizados en un solo día, pero eran una parte no representativa de la población de ambas ciudades, pues habían más de 50,000 palestinos árabes que fueron obligados por el ejército israelí a abandonar sus respectivos pueblos, es imposible que se investigara y se determinara de manera justa que más de 50,000 habitantes tenían relación con esos 500 rebeldes.


Los palestinos expulsados fueron obligados a caminar en el desierto, en pleno verano, sin agua, y no hay manera de justificar que fue por razones de seguridad, cuando a todas esas personas se les despojó de su propiedad privada, si bien hubo comunidades palestinas – árabes que pactaron paz con los judíos, los de estas dos ciudades no tuvieron esa opción, al parecer por la cercanía con las principales ciudades israelitas.


Siempre recordemos que quien decidió la guerra fueron los principales gobernantes del islam, y también líderes de movimientos panárabes, no era el deseo de la mayoría de los individuos, de hecho, entre los 5 países y los locales árabes, había alrededor de 30 millones de personas en edad militar, de los cuales solo se movilizaron 30,000 solados, es decir, solo 1 de cada 1,000 personas en edad militar decidieron seguir los deseos de sus déspotas gobernantes.


Es cierto que para un estado recién invadido, sería demasiado caro gastar demasiado en tribunales y jueces que juzgaran cada caso específico, pero bajo ese suceso habría sido mucho más fácil y eficaz un arbitraje y jueces privados que evaluaran el caso de cada ciudadano, y aunque más barato y rápido que una opción meramente estatal, habría sido una decisión justa si iban a despojar a personas de sus casas y la tierra que los vio nacer, de todas formas, y para ser justos con Israel, no es una decisión fácil de tomar en el contexto de una guerra.


Años posteriores
Es necesario saltar la entrada de Irán en el conflicto, por lo que no habrá un análisis detallado hasta el año de 1979, para poder llegar al punto central de la actual escalada entre Israel e Irán, que está haciéndose cada vez más grave en el día en que se escribe esto 23/06/2025, pero sí detallaré algunos puntos, de este lapso intermedio.


Existen 3 corrientes principales entre los líderes del islam que ven a Israel como un total o potencial enemigo, aunque no son todas, y hay que detallar que hay movimientos pacifistas, como el Sufismo o el Islamismo Humanista, pero debemos analizar los que concentran el problema.
existen tres grandes ramas del islamismo contemporáneo:


Islamismo chiita
Islamismo sunita salafista-yihadista
Islamismo sunita moderado (incluidos los Hermanos Musulmanes)


Cada una tiene diferentes posturas hacia Israel, influenciadas tanto por doctrina como por la geopolítica. A continuación te explico cada una con claridad.


🔹 1. Islamismo chiita (Irán, Hezbolá, Houthis)
🔸 Origen e ideología:
Surge principalmente a partir de la Revolución Islámica de Irán en 1979, que convierte al islam chiita en una ideología política de Estado. Combina religión, antiimperialismo y lucha contra lo que considera la opresión del islam por parte de Occidente.
🔸 Representantes principales:
República Islámica de Irán
Hezbolá (Líbano)
Milicias chiitas en Irak, Siria y Yemen (como los Houthis)
🔸 Postura hacia Israel:
Totalmente hostil.
Rechazan la existencia del Estado israelí.
Consideran a Israel un instrumento del “imperialismo occidental”.
Promueven la resistencia armada y financian grupos que luchan contra Israel.
Jomeini decía que Israel era un “tumor canceroso que debe ser extirpado”. Esta visión no es negociable para el régimen iraní ni sus proxies chiitas.


🔹 2. Islamismo sunita salafista-yihadista (Al Qaeda, ISIS)
🔸 Origen e ideología:
Esta rama busca volver a la práctica “pura” del islam de los primeros siglos, rechazando la modernidad, el nacionalismo, la democracia y los Estados seculares. Son anti-chiitas, anti-Occidente y anti-Israel, pero suelen priorizar la lucha contra regímenes musulmanes “apóstatas”.
🔸 Representantes principales:
Al Qaeda
Estado Islámico (ISIS)
Otros grupos afiliados en África y Asia
🔸 Postura hacia Israel:
Muy hostil, pero poco efectiva.
Rechazan a Israel como ilegítimo.
Han hecho amenazas constantes, pero rara vez han centrado su estrategia militar en Israel.
Su objetivo inmediato ha sido derrocar a gobiernos musulmanes aliados de Occidente (Egipto, Arabia Saudita, Siria).
Dato interesante: Israel ha sido un blanco secundario para Al Qaeda, en comparación con EE. UU. o gobiernos árabes.
 
🔹 3. Islamismo sunita moderado (Hermanos Musulmanes, AKP en Turquía, Ennahda en Túnez)
🔸 Origen e ideología:
Fundado por Hasan al-Banna en Egipto (1928), el movimiento de los Hermanos Musulmanes combina islam y política moderna. Aceptan la democracia y las instituciones, pero desean que las leyes reflejen principios islámicos.
🔸 Representantes principales:
Hermanos Musulmanes (Egipto, Gaza – en parte con Hamas)
AKP (partido de Erdogan en Turquía)
Ennahda (Túnez)
Algunos sectores de los islamistas jordanos o palestinos no armados
🔸 Postura hacia Israel:
Mixta o ambivalente.
Hamas, una rama palestina de los Hermanos Musulmanes, rechaza a Israel y promueve la lucha armada.
Pero otros sectores, como el AKP en Turquía, han mantenido relaciones diplomáticas y comerciales con Israel, incluso criticándolo en foros internacionales.
En general, no reconocen el carácter “judío” del Estado israelí, pero no todos promueven su destrucción.
Una vez detallado lo anterior, existieron diferentes guerras subsecuentes, al principio el principal enemigo era Egipto y la organización para la liberación de Palestina (OLP), que al inicio se encontraba en Siria y después se trasladó a el Libano, con participaciones casuales de uno que otro país vecino, pero que decidían abandonar bastante rápido el conflicto.
Y siempre es importante decir que Israel nunca tuvo la iniciativa en ninguna batalla siguiente, siempre derivó de un ataque de algún país u organización árabe que no reconocían al estado de Israel, sin embargo, Israel aprovechó muchas contraofensivas para ir expandiendo sus fronteras; es posible que fuera una estrategia militar, pues muchos de esos territorios se ocupaban para atacar a Israel, como los Altos de Golán, desde donde se ocupaba para disparar proyectiles a poblaciones civiles.
Conforme se iban posicionando las principales potencias militares (USA y URSS) también fue creciendo su interés en la zona, y aunque al principio la intervención de Estados Unidos fue, a mi parecer, aceptable, pues cuando Israel tomó el canal de Suez y Sinaí con ayuda de Francia e Inglaterra, en la guerra de los 6 días en 1967, el presidente Eisenhower forzó a los británicos, franceses e israelíes a retirarse, pues pensaba que esto podía dar pie a un nuevo colonialismo. El problema es que fueron encontrando intereses en posicionarse en la región, y poco a poco esas negociaciones pacíficas se convirtieron en estrategias de dominación, y tanto la URSS (hoy Rusia hace lo mismo) como Estados Unidos financian una gran cantidad de recursos de sus poblaciones para poder controlar el Medio Oriente. En general los libertarios optamos por una política de no intervención, pero el debate se torna cada vez más complicado si con el apoyo de la URSS los árabes hubieran arrebatado a Israel el legítimo derecho a la secesión, claro que lo mejor y preferible es que ningún estado fuera del conflicto hubiera intervenido, pero no fue el caso, pues aparte de un gran puñado de países árabes que multiplicaban por 40 la población de Israel, a eso se le suma la URSS, no parece una batalla del todo justa.


La introducción de Irán en el conflicto
Tras la Revolución Islámica de 1979, Irán pasó de ser un aliado estratégico de Israel y Estados Unidos bajo la monarquía del Sha Mohammad Reza Pahlavi a convertirse en su enemigo irreconciliable. El Sha, educado en Occidente y profundamente laico, había reconocido de facto a Israel, mantenía él acuerdos de seguridad y compraba armas israelíes, e incluso facilitaba ventas de petróleo iraní al Estado hebreo hasta poco antes de 1979. En contraste, Ruhollah Jomeini, instalado tras el derrocamiento del Sha, proclamó al Estado de Israel un “tumor canceroso” que debía ser extirpado, rompió relaciones diplomáticas, entregó la antigua embajada israelí en Teherán a la OLP y lanzó una política de exportación de la revolución islámica, basándose en un discurso antiimperialista que convertía a Israel en vanguardia del “opresor occidental”.


Desde tempranos años 80, el régimen iraní canalizó su apoyo a organizaciones no estatales como brazo armado contra Israel. En el Líbano, tras la invasión israelí de 1982, la Guardia Revolucionaria ( IRGC) entrenó y financió a los primeros cuadros de Hezbolá, fundada oficialmente en 1985, transformándola en la fuerza chiita más potente de la región comprometida con la destrucción de Israel. Simultáneamente, Irán suministró fondos y armas a la Yihad Islámica Palestina y a milicias chiitas en Siria, Irak y Yemen (los Houthis), configurando lo que se ha llamado el “eje de la resistencia” contra Israel y EE. UU. Sus principales aliados estatales son Siria (por los teóricos lazos ideológicos y militares), Rusia (vía venta de sistemas antiaéreos y apoyo diplomático) y, en menor medida, China (armamento convencional).
En el plano financiero, Irán sustenta su esfuerzo bélico principalmente con ingresos petroleros (antes de las sanciones, superaban los 50 000 millones USD anuales) y mediante redes de donaciones chiitas en el Golfo y la diáspora, administradas por el IRGC y fundaciones religiosas. La ayuda estatal extranjera directa es casi inexistente por las sanciones, salvo canales discretos de países como Corea del Norte (misiles) y Siria (logística). En cambio, Israel recibe un apoyo masivo de Estados Unidos, con paquetes anuales de $3.8 miles de millones garantizados hasta 2028, y un compromiso histórico que suma más de $250 miles de millones desde 1951; además de acuerdos bilaterales de desarrollo (F-35, Arrow) y respaldos políticos en la ONU. Alemania, por su parte, aportó cerca del 30 % de las importaciones militares de Israel entre 2019 y 2023, incluyendo sistemas de defensa antimisiles y municiones.
Desde sus orígenes en 1982, cuando la Guardia Revolucionaria Islámica iraní entrenó y armó a pequeños grupos chiitas en el valle de la Bekaa, Hezbolá se convirtió rápidamente en la fuerza de resistencia más eficaz contra la presencia israelí en el sur del Líbano. Tras la invasión israelí de 1982 y la ocupación de una “zona de seguridad” hasta el año 2000, Hezbolá se dedicó a una guerra de guerrillas: emboscadas a patrullas, colocación de minas terrestres y lanzamiento de cohetes de corto alcance. Esta táctica logró desgastar a las fuerzas del IDF y mantener viva la presión política sobre Jerusalén, hasta que la retirada israelí en mayo de 2000 fue celebrada por Hassan Nasrallah como una victoria histórica que confirmó la eficacia de su modelo de “resistencia”.


El episodio más intenso tuvo lugar en el verano de 2006, cuando un comando de Hezbolá cruzó la frontera israelí en la madrugada del 12 de julio para emboscar una patrulla y capturar a dos soldados, matando a tres más. Israel respondió con la guerra de los 33 días: una campaña combinada de bombardeos aéreos y ofensivas terrestres que desplegó hasta 30 000 soldados en el Líbano, enfrentándose a unos 1 000 combatientes de Hezbolá equipados con misiles antitanque y lanzadores de cohetes. El conflicto dejó cerca de 1 200 muertos en Líbano (civiles y milicianos) y 158 en Israel, desplazó a más de un millón de libaneses y medio millón de israelíes, y concluyó con la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, que reclamó el desarme de Hezbolá y el repliegue israelí más allá del río Litani.


Tras la guerra de 2006, los choques en la “Línea Azul” continuaron de forma episódica: operaciones especiales israelíes como el asalto naval a Tiro en 2006 y bombardeos selectivos de depósitos de armas en el este de Siria, contra bases de la IRGC e infraestructura de Hezbolá, con decenas de bajas entre combatientes pro iraníes y declaraciones de condena de Rusia por “violar la soberanía siria”. En paralelo, Hezbolá ha participado en la guerra civil siria apoyando al régimen de Bashar al-Asad desde 2012, y en 2023 intensificó el lanzamiento de cohetes contra asentamientos del Alto Galilea en solidaridad con Hamas tras los ataques de octubre de 2023, provocando una serie de intercambios de fuego que, a pesar de su letalidad localizada, han evitado una conflagración generalizada gracias a los llamamientos de Estados Unidos e Irán para contener la escalada.


A lo largo de las últimas décadas, el enfrentamiento Israel–Irán ha tenido lugar casi siempre por intermediarios o en teatros colaterales, más que en una guerra convencional entre ambos Estados. El primer gran episodio se remonta a septiembre de 2007, cuando Israel llevó a cabo un bombardeo furtivo contra el reactor nuclear de Al-Kibar en Siria, obra de Irán, eliminando buena parte de su capacidad atómica clandestina. Aunque Israel nunca lo reconoció oficialmente, Estados Unidos lo dio por veraz, y Occidente lo calificó de “operación preventiva” para frenar el programa nuclear iraní. Rusia criticó entonces cualquier ataque que socavara la estabilidad regional, advirtiendo contra una escalada (véase más abajo).


Durante la guerra civil siria (2011–presente), Israel yemen­tino ha lanzado centenares de ataques aéreos contra convoyes de armas y depósitos de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC) e Hezbolá, a fin de impedir que esas fuerzas chiíes fortalezcan a Bashar al-Asad. Estos bombardeos han ido desde el este de Siria hasta posiciones en el valle de la Bekaa, causando decenas de bajas entre combatientes iraníes y pro iraníes. En abril de 2024, por ejemplo, un ataque israelí destruyó la sección consular de la embajada iraní en Damasco y mató a siete oficiales de la IRGC, lo que desató una condena unánime de Rusia, Turquía e Irán por violación de la soberanía siria. Moscú, a través de su canciller Serguéi Lavrov, ha llamado “ilegítimas” esas acciones y ha urgido a “todas las partes a ejercer moderación” para evitar una conflagración mayor.


Al mismo tiempo, Irán ha respondido esporádicamente con ataques de drones y misiles —por ejemplo, el lanzamiento de unas 200 misiles balísticos contra territorio israelí en octubre de 2024— que Israel rechazó con defensas antiaéreas, y sobre todo con operaciones cibernéticas y sabotajes atribuidos a grupos como la Unidad 8200 y contrapartes iraníes. Estados Unidos, por boca de su Secretario de Estado, ha condenado contundentemente estas agresiones iraníes y ha reiterado que “Israel tiene derecho a defenderse”. Al mismo tiempo, Washington ha reforzado su asistencia militar a Israel, asegurando el suministro de interceptores y sistemas de defensa antimisiles.
En paralelo, Hezbolá, financiada y entrenada por Irán, ha protagonizado choques directos con el Ejército israelí en la frontera norte, sobre todo en la guerra de Líbano de 2006 y en escaramuzas posteriores. Desde 2023, los enfrentamientos se han intensificado con intercambios de cohetes y fuego de artillería, y han sido seguidos con preocupación por EEUU y la OTAN, que han pedido contención para impedir que el conflicto se extienda a Líbano, Siria y el Mediterráneo oriental.


Por último, en el ámbito diplomático, Irán ha puesto su agresión bajo el paraguas del Artículo 51 de la ONU, presentando sus ataques como “legítima defensa” tras bombardeos contra sus instalaciones y diplomáticos en Siria, una postura que Rusia ha “respetado y defendido” en el Consejo de Seguridad. Estados Unidos y la Unión Europea, en cambio, han calificado de “provocaciones inaceptables” cualquier acción militar iraní que cruce la frontera israelí, y han llamado a reanudar la vía diplomática para frenar la escalada.


Así, el conflicto Israel–Irán se desarrolla hoy en un enjambre de enfrentamientos indirectos: ataques aéreos en Siria, cohetes fronterizos con Hezbolá, acciones cibernéticas y misiles de precisión, con Estados Unidos respaldando a Israel “en su derecho a la autodefensa”, y Rusia ejerciendo de protector de Irán y defensor de la integridad siria. No ha habido, por ahora, una confrontación abierta entre ejércitos regulares, pero la amenaza de desbordamiento regional y la participación de actores no estatales mantienen viva la tensión en toda la región.


CONFLICTO ACTUAL ENTRE IRAN E ISRAEL
En los primeros meses de 2025 se recrudecieron las tensiones Israel–Irán, enmarcadas por intensas negociaciones nucleares y frecuentes ataques encubiertos. A comienzos de año continuaron en Omán las rondas de conversaciones entre Irán y Estados Unidos para reactivar el acuerdo nuclear, mientras ambos países emitían duras declaraciones. En abril, Irán sufrió un grave incendio en su principal puerto marítimo (Bandar Abbás) – causado por explosiones químicas accidentales – justo cuando se reanudaban las conversaciones nucleares en Omán. Casi al mismo tiempo (27–28 abril), Irán repelió masivos ciberataques atribuibles a Israel, según fuentes iraníes, y hubo denuncias mutuas en la prensa (Irán acusó a Israel de sabotaje) mientras continuaban las negociaciones. A mediados de mayo, el líder supremo iraní Jameneí descalificó públicamente los intentos de paz del presidente Trump y advirtió contra las mentiras de Washington; al mismo tiempo, Teherán insistía en que su programa nuclear era pacífico. Estas semanas previas sirvieron de telón de fondo a una creciente desconfianza: Irán afirmaba estar dispuesta a negociar pero no ceder en su derecho al enriquecimiento nuclear, mientras Israel criticaba dichos diálogos como una amenaza a su seguridad.


Abril 2025: Incidentes clave antes de la guerra
26–27 abril – Una poderosa explosión en el puerto de Bandar Abbás (sur de Irán) dejó decenas de muertos y centenares de heridos. El incidente ocurrió mientras comenzaba una nueva ronda de conversaciones nucleares en Omán, aunque los portavoces iraníes lo atribuyeron a manejo negligente de químicos. La tragedia mostró la vulnerabilidad de la infraestructura iraní y elevó las alarmas en la región.
27–28 abril – El gobierno iraní anunció que había repelido un gran ciberataque contra sus sistemas financieros, energéticos y navales, atribuido a hackers israelíes. Esta ola de sabotajes coincidió con crisis diplomáticas: Irán acusó a Israel de ser el instigador y prometió represalias, mientras Estados Unidos trataba de mantener vivos los canales de negociación nuclear.
Mayo 2025: Retórica y negociaciones abortadas
Durante mayo siguieron las consultas diplomáticas. Irán siguió con su programa nuclear y reiteró su derecho al enriquecimiento, pero el tono público se endureció. El 17 de mayo Jameneí ridiculizó los mensajes de Trump sobre la paz, afirmando que EE.UU. respaldaba las bombas sobre Gaza mientras hablaba de paz. El presidente iraní Pezeshkian también declaró que la idea de abandonar las actividades nucleares era inaceptable. Pese a ello, fuentes iraníes indicaron que Teherán estaba dispuesta a flexibilizar posiciones si se lograba un alto el fuego simultáneo con Israel, según filtraciones a la prensa. En la práctica, la frustración creció: por un lado Teherán consideró que continuar negociando bajo amenaza era “injustificable”, y por otro, Israel presionó para dar pocos días más a la diplomacia.
13–15 de junio 2025: Israel lanza ofensiva aérea contra Irán
13 de junio – En la madrugada del viernes, Israel lanzó una ofensiva aérea masiva contra blancos militares y nucleares iraníes. Aunque Teherán inicialmente mantuvo silencio oficial, pronto se confirmaron numerosos daños. Fuentes occidentales citaron el bombardeo de varias sedes del programa nuclear (Natanz, Fordow e instalaciones de enriquecimiento en Isfahán) junto con antenas de radar y cuarteles del Ejército iraní. El primer ministro Netanyahu, desde Bat Yam (Israel), justificó la acción como preventiva: “autorisé un asalto aéreo israelí” para evitar que Irán obtenga armas de destrucción masiva. Irán perdió a altos mandos (incluido el jefe del Estado Mayor, Sagharí Bagherí), y su cuerpo de élite IRGC confirmó decenas de muertos (se reportaron al menos 78 fallecidos, en su mayoría civiles). La reacción internacional fue inmediata: el presidente Trump felicitó a Israel y advirtió que Irán enfrentaría “algo mucho peor” si continuaba, mientras diversos países pedían contener la escalada.
13 de junio (noche) – Como represalia, Irán lanzó un primer lote de misiles balísticos y drones contra Israel. Israel informó haber interceptado la mayoría, pero al menos tres civiles israelíes murieron y varios resultaron heridos bajo los ataques nocturnos iraníes, que alcanzaron Jerusalén y Tel Aviv. En paralelo, se reportó un incendio en un depósito de gas natural en Teherán tras la ofensiva israelí, marcando el primer golpe al sector energético iraní.
14 de junio – Israel continuó con una segunda ola de bombardeos. El ejército atacó decenas de objetivos, incluyendo por primera vez fábricas de armamento y depósitos de combustible en Irán. Las imágenes satelitales mostraron explosiones junto a un campo de gas y en complejos industriales. En Teherán, las autoridades anunciaron que unas 60 personas (30 niños) habían muerto cuando un misil israelí destruyó un edificio de viviendas. Netanyahu enfatizó el éxito estratégico: sus vuelos habían atrasado “posiblemente años” el programa nuclear iraní y prometió que “lo que Irán ha sentido hasta ahora no es nada comparado con lo que se les va a dar”. Estados Unidos, en la cumbre del G7, expresó respaldo a Israel y urgió a Irán a detener los ataques, considerándolo “fuente de inestabilidad” regional. En contraste, Irán anunció la ruptura inmediata de las negociaciones nucleares con EE.UU., calificándolas de inútiles mientras perdurara la agresión militar.
16–20 de junio 2025: contraataques, daños colaterales y diplomacia febril
16–17 de junio – El conflicto se expandió: Irán lanzó nuevas salvas de misiles contra Israel. Por primera vez se emplearon cohetes con munición en racimo contra zonas urbanas en Israel, según el ejército israelí. Aunque los interceptores destruyeron la mayoría, algunos fragmentos causaron incendios y daños en Tel Aviv (varios heridos). Israel ejecutó ataques puntuales en Teherán: el más notable alcanzó la sede de la radiodifusora estatal (IRIB), hiriendo periodistas en vivo. Analistas destacaron que Israel había logrado superioridad aérea total en la zona, practicando reabastecimiento en vuelo y bombardeos continuos desde Turquía hasta Omán. Varias capitales occidentales convocaron reuniones de emergencia; en la ONU, el secretario general Guterres advirtió contra una “guerra sin control” y pidió “darle una oportunidad a la paz”.
18 de junio – Alemania, en nombre de la UE y el G7, reiteró apoyo a Israel y pidió evitar la escalada. Ese día, el primer ministro Netanyahu señaló que los ataques israelíes habían dado “carta blanca” a la campaña y negó planes inmediatos de atacar directamente a líderes iraníes como Jameneí. Mientras, Irán continuó testando misiles con ruido propagandístico pero sin concretar nuevas grandes ofensivas (presiones diplomáticas tenían prioridad).
19 de junio – En una agresión acusada por ser particularmente indiscutible, Irán lanzó misiles equipados con munición en racimo contra Israel, lo que indignó a la comunidad internacional. Por su parte, Turquía – país vecino de Irán – reforzó su seguridad fronteriza y condenó los ataques israelíes sobre Irán calificándolos de “terrorismo de Estado”. El presidente Erdogan ofreció mediar para retomar las conversaciones nucleares. Este día, a nivel diplomático, concluyó la cumbre del G7 en Canadá donde Emmanuel Macron reveló que Trump había ofrecido un alto el fuego entre Israel e Irán.
21–22 de junio 2025: EE.UU. irrumpe y generaliza la contienda
21 de junio – Tras una semana de deliberaciones, EE.UU. intervino militarmente. Trump ordenó bombardeos sobre los tres sitios nucleares principales de Irán (Natanz, Fordow e Isfahán), utilizando bombarderos furtivos B-2 y misiles Tomahawk. En un breve discurso televisado anunció que las instalaciones nucleares de Irán habían sido “completamente obliteradas”. La Casa Blanca advirtió que, de proseguir el conflicto, habría nuevos ataques devastadores sobre objetivos iraníes adicionales. Horas antes de esta acción, el ministro de Defensa israelí Katz informó que sus fuerzas habían eliminado a dos comandantes del Cuerpo de Guardianes (Quds Force) responsable del envío de armas a los aliados de Irán (uno en un bombardeo de su automóvil). Estas muertes eran parte de la estrategia israelí de cortar las cadenas de mando y suministro iraníes hacia militantes en Oriente Medio.
22 de junio – Irán, golpeado en sus instalaciones críticas, prometió venganza. El Parlamento iraní aprobó por unanimidad estudiar cerrar el estratégico estrecho de Ormuz si continúa la agresión extranjera. Mientras, Trump afirmó en redes sociales que “todos debían evacuar Teherán inmediatamente”. En Israel, la alerta cívica permaneció activa ante la posibilidad de nuevos ataques. En este punto el conflicto parecía estacionado en un punto muerto: ambas partes habían infligido daños considerables pero sin capitulaciones del rival. Los mercados globales reaccionaron con alza del petróleo y nerviosismo económico por la inestabilidad.
Actores no estatales y aliados iraníes
Guardia Revolucionaria (IRGC) y Fuerza Quds: Además de los generales muertos en Teherán, Irán perdió a destacadas figuras del IRGC en estas semanas. El 21 de junio Israel confirmó la eliminación de dos comandantes Quds (Saeed Izadi y Benham Shariyari) responsables de armar a Hamas, Hezbollah y los hutíes. Estas bajas minaron las redes de apoyo logístico de Irán; igualmente, las ofensivas israelíes anteriores habían diezmado las cúpulas de Hezbollah y otros grupos pró-iraníes en Líbano durante 2024, dejándolos inactivos en esta fase.
Hezbollah (Líbano): La milicia chií libanesa, aliada clave de Irán, condenó los ataques israelíes y prometió solidaridad, pero hasta donde se sabe no lanzó ofensivas directas contra Israel. Beirut estuvo en máxima alerta, pero la organización (diezmada tras el último enfrentamiento) declaró que aún no entraría en la guerra «en este momento».
Otras milicias pro-iraníes (Siria/Irak): En Siria e Irak operan decenas de milicias apoyadas por Teherán (por ejemplo Kataib Hezbollah, Fatemiyún, etc.). Hasta junio de 2025 no hubo reportes oficiales de contraataques coordinados desde esos frentes contra Israel; los grupos se prepararon para responder en caso de mayor escalada (Irán pidió a aliados “guardar calma por ahora” según filtraciones). Sin embargo, Israel consideró seguro atacar lanzaderas de misiles y arsenales en Siria, cortando potenciales envíos de cohetes hacia la frontera con Líbano o Irak.
Hutíes (Yemen): Aunque no estatales de Siria/Irak, cabe mencionar que Ansarolá (los hutíes, alineados con Irán en Yemen) amenazaron el 21 de junio con atacar barcos de EE.UU. en el Mar Rojo si Washington continuaba su agresión contra Irán. Si bien eran pocas las acciones concretas, esta amenaza aumentó la presión regional y obligó a Arabia Saudí y el Golfo a buscar formas de desactivar el conflicto.
Reacciones internacionales
Estados Unidos: Inició respaldando tácitamente las acciones de Israel: Trump dejó la cumbre del G7 para dedicarse a la crisis, calificó de “excelente” el ataque israelí y advirtió a Teherán contra represalias contra intereses estadounidenses. El Pentágono emitió alertas de seguridad (incluyendo posibles ciberataques iraníes) y Japón, Corea y Afganistán recibieron advertencias de viaje por el riesgo creciente. Cuando Trump ordenó los bombardeos del 21 de junio, lo presentó como “éxitos espectaculares” que frenaban el programa nuclear iraní. Al mismo tiempo, insistió en no buscar un cambio de régimen, sino forzar la paz en la región.
Rusia: Criticó duramente las ofensivas israelíes. El Kremlin declaró que los ataques violan la soberanía de Irán e insistió en solución diplomática, negándose a sumarse a cualquier acción militar en Irán. Moscú ofreció sus buenos oficios para mediar (ya que en enero de 2025 suscribió un “pacto estratégico” con Teherán), y advirtió a EE.UU. que un ataque directo podría desatar la inestabilidad global. En Ginebra sostuvo que Irán está cumpliendo el TNP, respaldando sus negociaciones con Europa.
China: Mostró gran preocupación. Beijing condenó públicamente las incursiones israelíes en Irán como violaciones de la soberanía iraní y pidió un cese inmediato de hostilidades. El embajador chino en la ONU resaltó que los ataques “afectan negativamente” las negociaciones nucleares. China evacuó a cientos de ciudadanos de Oriente Medio y advirtió a los residentes que prepararan precauciones en caso de extensiones del conflicto. El presidente Xi Jinping apoyó una «solución política» y manifestó que China haría todo lo posible por frenar la escalada.
Unión Europea/E3 (Francia-Reino Unido-Alemania): Adoptaron una postura de contención. En G7, Europa buscó frenar el conflicto; Macron informó que Trump ofreció un cese al fuego negociado. El 22 de junio, los cancilleres francés, británico y alemán instaron a Irán a no agravar la situación y a volver a la mesa de negociación nuclear en lugar de apostar a la confrontación. Insistieron en que Irán no debe adquirir armas atómicas, pero también reafirmaron su disposición a proteger la seguridad de Israel y evitar una crisis energética mundial.
Turquía: Denunció los ataques israelíes como “terrorismo de Estado” y reforzó su frontera con Irán por temor a flujos de refugiados. Erdogan ofreció coordinar para reanudar las negociaciones nucleares EEUU-Irán. Turquía mantuvo que cualquier ataque extra-regional desestabilizaría Medio Oriente y subrayó la urgencia de dialogar.
Otros actores: El G7 reiteró su “solidaridad con Israel” y señaló a Irán como fuente principal de inestabilidad en Oriente Medio. El Consejo de Seguridad de la ONU, presionado por China y Rusia, celebró reuniones urgentes; Guterres instó a las partes “a darle una oportunidad a la paz” y la AIEA alertó sobre el riesgo de daños radiológicos si se atacaban centrales nucleares. Los países árabes del Golfo (Emiratos, Arabia Saudí, etc.) aconsejaron moderación a su aliado Irán y consideraron organizar conversaciones indirectas para el alto el fuego. En resumen, Occidente (EE.UU. y aliados) respaldó en gran parte las acciones de Israel para frenar el programa iraní, mientras que Rusia, China y las naciones vecinas reclamaron diálogo y freno a la guerra para evitar una conflagración regional.
 
 
CORRIENTES DEL LIBERALISMO Y SU VISIÓN DEL CONFLICTO
Liberalismo clásico
Visión general: Defiende un Estado mínimo responsable únicamente de la defensa, la justicia y la protección de derechos individuales.
Evaluación del conflicto:
Rechazo a toda política de intervencionismo y subsidios estatales a grupos militares.
Condena de ocupaciones prolongadas y de la financiación estatal a milicias.
Propuestas:
Firmar tratados de libre comercio multilaterales con cláusulas de paz.
Fomentar la inversión extranjera libre en infraestructuras conjuntas (agua, energía solar).
Reducir la presencia militar estatal a puestos defensivos sobre fronteras reconocidas.
Minarquismo
Visión general: Apoya un Estado reducido exclusivamente a funciones de defensa nacional y administración de justicia.
Evaluación del conflicto:
Toda agresión no defensiva (invasión, atentado) es ilícita.
La creación de milicias estatales o la financiación de proxies viola el PNA.
Propuestas:
Desmantelar ejércitos ofensivos y quedarnos con fuerzas defensivas cuya única función sea repeler ataques.
Crear un tribunal internacional privado donde Israel, Egipto, Jordania, Líbano y Autoridad Palestina firmen un contrato de arbitraje para resolver reclamaciones territoriales y compensaciones por daños.
Establecer un fondo de defensa común financiado voluntariamente por donaciones, para asistencia mutua en caso de agresión externa.
Anarcocapitalismo
Visión general: El Estado es innecesario; todas las funciones estatales (justicia, defensa, arbitraje) deben ser proporcionadas por empresas privadas en un mercado libre.
Evaluación del conflicto:
Tanto Israel como los Estados islámicos recurren al monopolio estatal de la violencia; esto perpetúa ciclos de agresión y venganza.
Las milicias no estatales también transgreden el PNA.
Propuestas:
Agencias de protección privada para individuos y comunidades. Cada habitante del Levante contrata a la agencia que considere más eficiente y honorable.
Sistemas de arbitraje privados para disputas de tierra y compensaciones—los clientes firman un contrato que obliga a ambas partes a acatar fallos.
Si una parte no cumple, las agencias rivales retiran su protección o emplean sanciones no agresivas (bloqueos crediticios, boicots).
El coste reputacional de la agresión —en un entorno sin Estado que respalde a agresores— se vuelve tan alto que disuade ataques.
 
Desafíos y limitaciones
Desconfianza mutua profunda: Décadas de violencia han dejado heridas que no se curan solo con contratos; se requiere un trabajo cultural de reconciliación.
Papel de terceros Estados: Aunque el modelo libertario aboga por la no intervención, en la práctica potencias regionales e internacionales seguirán influyendo.
Factores religiosos y nacionales: El peso de las identidades colectivas y las narrativas históricas sobrepasa el marco puramente económico o contractual.
Para superar estos desafíos hacen falta iniciativas paralelas de educación cívica, proyectos culturales compartidos y plataformas digitales de transparencia comunitaria.
 
CONCLUSIÓN
El conflicto entre Israel y los Estados islámicos es un laberinto de historia, religión, política y geoestrategia. Desde la perspectiva libertaria, la ruta hacia la paz descansa en un estricto respeto al Principio de No Agresión, la protección de derechos individuales y la extensión del comercio y la cooperación voluntaria.


Aunque las propuestas libertarias —arbitraje privado, defensa mercantilizada, libre comercio sin aranceles, contratos de reparación voluntaria— suenan utópicas en un contexto cargado de recelos y asimetrías, sus principios ofrecen un marco normativo claro: condenar sin ambages toda forma de agresión y privilegiar siempre la asociación voluntaria.


El verdadero reto no está solo en la elaboración teórica, sino en la creación de instituciones privadas confiables, la generación de confianza intercomunitaria y el apoyo de la sociedad civil tanto dentro como fuera de la región. Solo así, paso a paso, podrán florecer las semillas de la paz en medio de un terreno tan árido de violencia y desconfianza.


La escalada a un conflicto bélico que involucre a más países es un miedo latente actual, es cierto que aún tras varios frentes aún no ha habido una confrontación directa entre las principales potencias militares del mundo, hay varias amenazas, y hasta ahora no ha pasado a más que la intervención de potencias contra países sin un grado militar nuclear, pero todo puede pasar en estos momentos donde hay dirigentes con actitudes viscerales como Trump.
 
BIBLIOGRAFÍA
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Por Aldo Salcedo

Lic. en Ingeniería Financiera y estudiante de Maestría en Finanzas y Gestión. Docente en la UPEMOR y en la Universidad Interactiva Milenio.

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