Cien años después de su muerte, el pensamiento de Franz Kafka sigue representando una crítica radical a la opresión burocrática y a la alienación del individuo en la sociedad moderna. Una llamada a la libertad que aún hoy resuena con fuerza.

Un siglo después de la muerte de Franz Kafka, que puede definirse como «El cantor de la pesadilla moderna» o como “El narrador del absurdo existencial”, su mensaje y su visión del mundo no han perdido su carga subversiva y desestabilizadora.

Nacido en 1883 y fallecido en 1924, el escritor praguense dejó un legado literario que sigue interpelando a la conciencia colectiva, especialmente por su capacidad para expresar la condición del hombre contemporáneo frente a estructuras opresivas, impersonales e inaccesibles. No es casualidad que el término “kafkiano” se haya convertido en sinónimo de una realidad distorsionada, absurda y asfixiante, en la que la libertad individual aparece continuamente amenazada por poderes invisibles e inexpugnables.

En el mundo que representa, la libertad es un espejismo que elude a cualquiera que intente asirla. Sus obras -desde El Proceso hasta El Castillo– describen un universo en el que el individuo es aplastado por la burocracia, la injusticia y la arbitrariedad del poder. En El Proceso, Josef K. es detenido sin ser informado de los cargos que se le imputan, en un sistema judicial que no ofrece ni respuestas ni transparencia. En El Castillo, el protagonista lucha por acceder a una autoridad que permanece irremediablemente distante, símbolo de una tiranía huidiza que ejerce su control sin que sus reglas se hayan aclarado nunca.

Kafka, que nunca se pronunció abiertamente sobre cuestiones políticas o ideológicas, nos ha ofrecido sin embargo una de las condenas más enérgicas a la centralización del poder, del empoderamiento de las estructuras estatales y de la consiguiente sensación de impotencia del individuo. Tampoco ofreció una teoría económica o social, aunque las obras que produjo expresan ese temor a la disolución de la autonomía personal en un mundo regido por leyes que nadie puede comprender ni desafiar. En este sentido, su actividad está en perfecta continuidad con la crítica liberal a toda forma de intervencionismo y autoritarismo y se muestra muy próximo a los grandes pensadores de la Escuela Austriaca de Economía y, en particular, a Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek.

Estos nos advirtieron de los peligros de la planificación centralizada, que conduce inevitablemente a la pérdida de libertades individuales y a la expansión de aparatos burocráticos cada vez más invasivos.

Otro tema recurrente en el autor de Bohemia es la alienación del individuo en la sociedad moderna. En
refleja una crítica al mundo contemporáneo en el que los hombres se convierten en engranajes de una máquina mayor, sin rostro ni conciencia. Es, pues, una denuncia de la despersonalización del individuo, que bien podría leerse como una metáfora del hombre aplastado por el peso de las normas estatales y las leyes opresivas.

Estas reflexiones encuentran, en esencia, eco en el pensamiento de Murray N. Rothbard, quien, en la estela austriaca, criticó ferozmente la intervención del Estado en la economía y la vida privada. Para el académico estadounidense, toda injerencia estatal restringe la libertad de elección y ahoga la autodeterminación.

En definitiva, el centenario de la muerte de Kafka, genio de lo inquietante, nos invita a reflexionar en qué medida el mundo descrito en sus novelas se parece a nuestra realidad contemporánea. Hoy vivimos en una época en la que la vigilancia del Estado, los complejos sistemas jurídicos y la burocratización de todos los aspectos de la vida cotidiana parecen amenazar cada vez más nuestras libertades. En Kafka vemos la cara oscura del progreso, esa tendencia que lleva al Estado y a sus instituciones a ampliar su control a expensas de la autonomía y la dignidad de los individuos.

Si hay una lección que aprender de su producción, es que la libertad no puede darse por sentada. La lucha por ella, contra las formas invisibles de control y opresión, es una batalla permanente. El visionario de Praga nos mostró las consecuencias de una sociedad que olvida la importancia de la libertad individual, del derecho a existir sin estar constantemente sometido al juicio de un poder arbitrario e incomprensible. Y cien años después de su muerte, sigue hablándonos: nos llama a estar vigilantes, a no ceder ante el absurdo de las instituciones que pretenden gobernarnos sin revelarse jamás, y a luchar por un mundo en el que el en el que el individuo pueda por fin encontrar su lugar, libre de los grilletes del poder opresor.

Sandro Scoppa: abogado, presidente de la Fundación Vincenzo Scoppa, director editorial de Liber@mente, presidente de la Confedilizia Catanzaro y Calabria.

Twitter: @sandroscoppa

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y Asuntos Capitales entre otros medios.

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