2024 será un año difícil para miles de hogares mexicanos. México atraviesa un periodo de sequía que pone en riesgo el suministro de agua. Como afirma el diario Expansión,

“De acuerdo con el “Monitor de Sequía de México” de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), los estados que presentan problemas de abastecimiento de agua este año son Aguascalientes, Campeche, Chiapas, Chihuahua, Coahuila, Durango, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán y Zacatecas”.

El siguiente mapa elaborado por Conagua ilustra la situación:

Un reporte de Wired señala tres factores principales detrás de la escasez de agua en México:

“El uso desmedido de los recursos hídricos, la escasez de aguas pluviales y un aumento en la temperatura terrestre a nivel mundial son factores que agravan la sequía en México”.

La menor frecuencia de lluvias y el aumento de la temperatura terrestre son factores sobre los cuales es relativamente complicado concertar esfuerzos para realizar un cambio. Pero Wired es acertado al señalar un factor culpable que podemos cambiar solamente aplicando economía básica: el uso “desmedido” del agua.

La escasez de agua en México es, así como en otras regiones, es fundamentalmente, un problema de precios.

El papel de los precios… otra vez

Si un economista tuviera que transmitir una sola verdad económica para mejorar el bienestar de generaciones futuras sería esta:

Los precios son señales que comunican la escasez relativa de distintos bienes e incentivan a las personas a economizar el uso de recursos.

La importancia de los precios como señales ha sido un tema recurrente en el pensamiento económico. Desde el artículo de 1945 de Hayek sobre los precios como aglutinadores de conocimiento disperso hasta videos de YouTube que repiten la lección, los economistas insisten en llamar la atención sobre la capacidad de los precios para organizar los recursos de una sociedad.

Cuando los precios de un bien suben, las personas Y LAS ORGANIZACIONES buscan cómo reducir su consumo del bien. En el caso del agua, no sólo reducen su consumo directo de agua, sino que adoptan cambios de comportamiento como los siguientes:

  1. Reducen su tiempo en una ducha;
  2. Lavan sus autos con menor frecuencia o con métodos más ahorradores de agua;
  3. Cambian plantas que requieren más agua por plantas que requieren menos;
  4. Solucionan con mayor frecuencia problemas de goteras;
  5. Se mudan de regiones desérticas a regiones con mayor abundancia de agua, dejando más agua libre para los habitantes de regiones desérticas;

Etcétera.

Los precios más altos no sólo inducen cambios en los patrones de consumo, sino en los de producción. En el caso del agua, precios más altos incentivan pautas de comportamiento que incrementan el suministro de agua potable. Hogares y organizaciones tienen un mayor incentivo para almacenar agua en tiempos de bonanza hídrica y ofrecerla en tiempos de estrés hídrico.

También, empresas y otras organizaciones tienen un incentivo a buscar más reservas de agua, invertir en proyectos de desalinización o explorar en zonas más costosas.

El uso desmedido del agua es una consecuencia directa de pagar un precio excesivamente bajo por ella. No sólo son los hogares quienes tienen que ajustar sus niveles de consumo; también las empresas. El problema no se soluciona con un gobierno que arrebate agua a las empresas y la asigne a familias mexicanas. El problema se soluciona haciendo que todos los usuarios del agua resientan en sus bolsillos la escasez real: desde el hogar que usa la manguera para lavar su coche hasta la planta de bebidas que instala una planta en una región desértica porque recibe un trato favorable del gobierno.

La agricultura es uno de los sectores más intensivos en el uso del agua en México. Precios más atinados fomentarían prácticas de riego más eficientes, así como la atención a cultivos menos intensivos en usos de agua.

Como señala una nota de Excelsior,

“De acuerdo con la Conagua, 76% del líquido que se usa en el país es para la agricultura y la ganadería, pero la falta de tecnificación en el campo y fallas en la infraestructura de los sistemas de riego provocan que alrededor de 60% del agua que va a los cultivos se desperdicie”.

Los agricultores necesitan incentivos para adoptar mejores técnicas de riesgo. Dichos incentivos serán más potentes si los precios del agua suben. La alternativa de regulación gubernamental requiere un gobierno vigía que sería menos eficiente y flexible para detectar usos problemáticos.

Si usamos el sistema de precios, podemos mejorar el consumo de agua y hacer frente a largo plazo el problema de sequía. Si no lo usamos y dependemos de programas de coerción gubernamental para regular el uso del agua sólo golpearemos más a los hogares más pobres para proteger el suministro de los más ricos.

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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