La historia se repite

Hace unos días releí el inicio de Camino de Servidumbre, de Friedrich Hayek. Hayek escribía con la angustia de quien teme revivir una mala experiencia; su libro les advertía a los socialistas ingleses que recorrían un camino similar al de los fascistas a los que tanto decían oponerse. Tanto el socialismo como el fascismo eran frutos podridos del mismo árbol: un colectivismo endiosado. Así, Hayek nos decía lo siguiente:

[N]ueve de cada diez de las lecciones que nuestros más vociferantes reformadores tanto ansían que saquemos de esta guerra [la Segunda Guerra Mundial] son precisamente las lecciones que los alemanes extrajeron de la guerra anterior y tanto han contribuido a producir el sistema nazi.

México requiere una advertencia similar a la que hacía Hayek en su éxito de ventas. En lo que fue un deseo honesto de combatir la corrupción y erradicar la injusticia, millones de mexicanos votaron por recorrer los mismos pasos que en el pasado convirtieron al país en un lugar violento, injusto, corrupto e inseguro. Otros tantos han decidido lanzarnos por el camino de la servidumbre por motivos menos loables. La ignorancia de los justos y la maldad de los injustos abre la puerta a un gobierno totalitario. El gobierno de López Obrador ha empleado una deformación grotesca de la democracia para dar pie a una reforma judicial que le da poder a su partido para aplastar a todos sus opositores. Al surcar las redes, vemos las declaraciones triunfales de quienes defienden al régimen obradorista: “¡Ganó el pueblo!”; “¡El pueblo manda!” son expresiones frecuentes en comentarios de X, Instagram y Facebook. Para Obrador y sus elogiadores, la mayoría jamás puede ser tiránica porque es noble y sabia, aún si impulsa reformas que ponen en riesgo derechos individuales que no deben ser tocados por el estado mexicano.

La reforma judicial no es democrática

Pero la democracia genuina no puede ser la mera expresión de los caprichos de una mayoría o degenera en el gobierno de una muchedumbre antiliberal. Giovanni Sartori lo explicaba de la siguiente manera en Teoría de la Democracia:

Cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte a un sector del demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de la mayoría y la minoría.

Es decir, una democracia liberal, así sea un fuego fatuo, reconoce que hay derechos individuales que una mayoría no debe ser capaz de transgredir. Con la promulgación de la reforma judicial el 15 de septiembre, el gobierno de López Obrador sienta las bases para transgredir derechos individuales al desdibujar las fronteras entre los poderes ejecutivo y judicial.

El expresidente Ernesto Zedillo, en una radiografía de la reforma, suma su voz a las Casandras que duele escuchar: “Habrá jueces y magistrados que obedezcan, no a la ley, sino al poder político dominante. Este riesgo se verá agrandado porque el nuevo régimen dispondrá también de los medios para castigar a los ‘desobedientes’”. La reforma al poder judicial facilitará reformas constitucionales perjudiciales y alineará los incentivos de jueces y magistrados con los del poder ejecutivo. No se trata de una victoria de la justicia, sino de un contrapeso cooptado por el presidente. Destaco que incluso quienes han defendido al gobierno de Obrador obstinadamente ahora reculen, como fue el caso de Hernán Gómez Bruera, quien teme una deriva autoritaria.

Nos acercamos a un gobierno dictatorial

Hace más de un mes secuestraron en Venezuela a una amiga mía: María Oropeza. Sin una orden de aprehensión, sin un debido proceso, hombres armados entraron por la fuerza a su hogar y se la llevaron, probablemente, al Helicoide: un centro de tortura del gobierno venezolano en el que han terminado algunos críticos del régimen de Maduro. Lo único que hizo María fue simpatizar con la oposición, alzar la voz, reclamar justicia y demandar un país más libre.

El caso de María no es un caso aislado en Venezuela y muestra lo crueles que pueden ser las dictaduras. He escuchado las burlas contra quienes observamos paralelos preocupantes entre los gobiernos mexicano y venezolano. Adam Smith notaba en La Teoría de los Sentimientos Morales cómo somos insensibles con las tragedias que nos parecen lejanas. Contra los burlones, no es una hipérbole señalar que México se movió más cerca de una dictadura como la venezolana. Lo que hoy a muchos les parece lejano se convirtió en una realidad más cercana. Si un ciudadano osa criticar al gobierno y le resulta demasiado incómodo al poder ejecutivo, no tendrá de donde asirse cuando quieran silenciarlo. Si un juez o magistrado decide proteger al crítico, será objeto de persecución por el mismo poder del que es parte. Los jueces y magistrados responderán no por los derechos humanos de presos políticos sino por los caprichos de quienes se arraigaron en el poder.

La reforma judicial pone en riesgo el crecimiento económico

El crecimiento económico sostenido es una condición necesaria para eliminar la pobreza en el largo plazo. Ha sido así en los países con mayores niveles de renta per cápita, cuyo éxito no ha descansado en políticas de suma cero que toman dinero de un bolsillo para poner dinero en otro bolsillo. Los programas de transferencias pueden paliar la pobreza de algunos grupos, pero no son la receta más adecuada para mejorar el bienestar de la población. Las políticas redistributivas apenas pueden remediar la situación precaria en el corto plazo de los beneficiarios. Pero en el largo plazo, México requiere instituciones que coordinen los esfuerzos de los emprendedores con los deseos de los consumidores; que premien la innovación, la inversión en capital físico y humano y que favorezcan la operación de mercados abiertos. Las condiciones institucionales que México requiere para crecer económicamente y reducir la pobreza necesitan de un gobierno que respete derechos de propiedad y que no actúe arbitrariamente en beneficio de unos cuantos.

Esas condiciones institucionales están en riesgo hoy en México, en un mayor grado que en las últimas dos décadas.

Una esperanza

Con todo, y a pesar del tenor pesimista con el que escribo estas palabras, guardo la esperanza de que la propia ineptitud del gobierno y los conflictos de intereses que enfrentarán con distintas coaliciones frenen las ambiciones más peligrosas. También guardo una esperanza smithiana. En 1777, Smith recibió una carta en la que su corresponsal estaba preocupado por una ruina inminente en Gran Bretaña tras el fracaso de la armada británica en la batalla de Saratoga. Smith respondió la carta con calma: “Hay una gran cantidad de ruina en una nación”. Presidentes torpes, dictatoriales y totalitarios como López Obrador podrán ir y venir, pero mientras haya mexicanos dispuestos a perseguir un mejor futuro y con sed de justicia, no les bastará el tiempo para terminar de arruinar al país. Aún si cuesta retornar del camino de servidumbre en el que México se dirige, la libertad triunfará. No es opción vivir en el temor. Esa es mi esperanza.

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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