Durante los últimos años, primero como candidato y luego como presidente regional del Partido Popular, he defendido la necesidad de que nuestro partido de centroderecha, el Partido Popular, se convierta en la «casa común» de conservadores, liberales y todos aquellos que creen en la libertad, la prosperidad y el respeto a la vida humana, que aman a España, Occidente y el Estado de derecho. Algo similar al «terreno común» propuesto por Margaret Thatcher y Keith Joseph.
Hoy quiero hablarles del núcleo de ideas en torno al cual construimos este proyecto en Madrid: el liberalismo a la española.
«¿Cómo hemos llegado hasta aquí?» Esta fue la pregunta que me planteé públicamente hace unos años, ante el auge de la extrema izquierda, la argentinización de la política española y el declive de la democracia liberal.
“Escúchennos: venimos del futuro”, nos decían nuestros amigos de Hispanoamérica mientras huían de sus países, donde el socialismo y la demagogia les habían robado la libertad, la prosperidad y, en definitiva, su propio país.
Desde entonces, he denunciado lo que llamé la «estrategia de la carcoma»: el Gobierno socialista español y sus socios comunistas y separatistas han colonizado instituciones, universidades, educación primaria y secundaria, medios de comunicación, empresas públicas y consejos de administración de empresas privadas. Han nombrado comisarios políticos y han extendido por doquier su manipulación del lenguaje y la realidad.
Teníamos que empezar a alzar la voz, a devolverle a la gente la esperanza, la fe en España, en sus proyectos personales y en el futuro. A denunciar cada abuso, cada mentira, cada trampa, y a ofrecer un proyecto común al que todos pudiéramos sumarnos.
Para que podamos dar la mejor versión de nosotros mismos: una manera de ver la vida libre, alegre y valiente.
Esa forma de ver la vida es el liberalismo al estilo español que defiendo y pongo en práctica. Puede que a algunos les sorprenda, pero el término «liberal» nació en España. Por eso en inglés suena tan parecido a la palabra española «liberal». El problema es que, después, el término «liberal» no ha tenido mucha suerte en el idioma inglés: a veces ha perdido su verdadero significado. Incluso significa dos cosas diferentes a ambos lados del Atlántico.
En Estados Unidos significa algo parecido a “progresista” o “de izquierda”.
Aquí, en Gran Bretaña, «liberal» también significa varias cosas. Pero sobre todo significa «liberalismo económico».
Y, en términos morales y sociales, ser liberal en Gran Bretaña es creer en «el individuo», en maximizar la utilidad de cada uno y estar a favor del aborto, la eutanasia o la legalización de las drogas.
¿Ves el problema? Este supuesto «liberalismo económico» está disociado del «político» y, de repente, parecen incompatibles. ¿Qué ha pasado? ¿Puede el liberalismo español superar esta brecha?
Es esencial que el término «liberal» se asocie de nuevo con la palabra «verdad». La convicción de que «la verdad os hará libres» es, después de todo, uno de los lemas fundacionales del Occidente moderno. Sin embargo, el liberalismo ha sido distorsionado.
Por eso vengo hoy a reivindicar el liberalismo español. Es una escuela forjada a lo largo de siglos, y que hoy, en Madrid, estamos haciendo realidad. Para el propio Cervantes, ser liberal significaba ser valiente y generoso. Significa forjar la propia fortuna.
Se podría renunciar a la vida y a las propiedades, pero jamás a la libertad ni al honor: porque pertenecen a cada persona por el mero hecho de haber nacido, en cualquier parte del mundo, con o sin dinero, en cualquier rango social, porque todos somos hijos de Dios. Esto nos da algo esencial: el libre albedrío.
Estos valores son la esencia de la identidad española. De hecho, fueron los valores sobre los que se construyó la cristiandad, que fue el primer pilar de Occidente.
Y estos conceptos contienen las claves para comprender lo que significa ser liberal a la española: que la libertad, la responsabilidad, la valentía y la verdad son inseparables. Y que son la misión personal y, fundamentalmente, la misión de la historia.
Decía un gran médico, intelectual y político español, Gregorio Marañón, que ser liberal significa vivir según un doble principio: estar dispuesto a llegar a un entendimiento con quienes piensan diferente; y que el fin nunca justifica los medios.
Por eso el liberal cree en la ley: nuestra admirable transición española, de la dictadura a la democracia, se hizo «de la ley a la ley y por la ley». El liberal cree en la Constitución, que es la «ley de las leyes». En el Estado de derecho, en la seguridad jurídica y en la separación de poderes.
Defendemos la legitimidad, que es la justificación última para hacer algo. Que la vida personal es mucho más importante que la política, que la política debe estar siempre al servicio de la persona y no al revés.
Estos principios nacieron en Occidente. Es a través de esta perspectiva que podemos apreciar el valor de Grecia y Roma, así como de las culturas judeocristiana y germánica. Esta forma de ver la vida es la que España ha defendido durante siglos, incluso en su propio territorio; la que llevamos al Nuevo Mundo.
Nuestra historia avala nuestra reivindicación: desde las Cortes de León, las primeras del mundo, en 1188; hasta el Concilio de Trento, que declaró a los indios como seres humanos; las Leyes de Indias, primer código de derechos humanos de la Historia; las Cortes de Cádiz, de 1812 y la Constitución liberal; la transición española.
El liberalismo es la articulación política de la libertad, y esta se logra mediante la ley. Esto es esencial para el liberalismo. Porque para los liberales es vital encontrar la razón, buscar la verdad. Convencer, no manipular.
Hoy en día, el mundo está lleno de quienes quieren hacerlo todo sin importar las consecuencias. Hartos de las políticas progresistas, que no eran más que otro disfraz del comunismo, no debemos olvidar que nosotros, como liberales, conservadores y otros de centroderecha, debemos tener como guía el Estado de derecho y el respeto a las instituciones.
Si recurrimos a la demagogia, alimentamos la guerra civil, mentimos, apelamos a los sentimientos, al miedo o dejamos de hablar con claridad, nos habremos convertido en ellos, en aquellos cuyas ideas combatimos.
No olvidemos que defendemos un proyecto asombroso que defiende lo mejor que hemos logrado a lo largo de siglos. Combatimos las mentiras de la izquierda; pero queremos una España, una Gran Bretaña o una Europa para todos. Existimos para unirnos.
Para recuperar el sentido de la realidad, para dar esperanza sin mentir ni manipular. Somos aquellos en quienes la gente puede confiar. Una brújula, un faro en medio de tanta confusión. Los que no tememos apelar al trabajo duro, al esfuerzo, a decir que el camino no será fácil, pero que vale la pena, comparado con quienes prometen que en la vida todo es totalmente gratis.
Es fundamental que recordemos todo esto en el mundo actual. Insisto en que estos son los fundamentos del liberalismo: libertad, verdad, humanidad, Occidente, responsabilidad, valentía y alegría.
Recientemente, algunas feministas desorientadas gritaron: «Queremos ser libres, no valientes». No hay nada menos liberal que este eslogan. Para todo lo valioso de la vida, se necesita valentía: el cobarde termina por no vivir. Vive prisionero de su propio miedo.
Al ejercer la libertad, debemos asumir riesgos. La vida misma debe ser libre para ser nuestra.
El Papa Juan Pablo II, que hizo tanto para liberar a la gente de todo el mundo del totalitarismo y ayudarlos a vivir en una democracia liberal, comenzó su papado con este mensaje: «No tengan miedo».
Esa invitación a la valentía, en plena Guerra Fría, de un hombre que había sufrido tanto el fascismo como el comunismo, lo cambió todo. Líderes como Ronald Reagan siguieron ese camino. Y el Muro de Berlín fue derribado. Y el mundo libre ganó la Guerra Fría. Ganamos.
Por eso ahora estamos desconcertados, muy preocupados, porque estamos renunciando a esa victoria, a los valores que nos llevaron a la esperanza. ¿Qué nos está pasando?
¿Por qué quienes protagonizaron aquel momento maravilloso han dejado de apelar a la libertad, a Occidente, a la verdad, al coraje y a la alegría?
Al mismo tiempo, hay fuerzas políticas muy poderosas que intentan imponer el imperio del miedo:
– El miedo al otro, que es nacionalismo.
– Miedo a la realidad, de donde vienen las drogas y la huida a otros mundos virtuales y las adicciones.
– El miedo a la libertad, que nos lleva a la dictadura, a la censura; el miedo al pluralismo político y a la democracia liberal.
– Miedo a la libre empresa, a la propiedad privada y a la libre competencia.
– El miedo a la historia misma, que se borra y se suplanta; o incluso el miedo a las mujeres, a la maternidad y al futuro.
El terrorismo, azote de la humanidad desde hace un siglo, también se basa en el miedo.
No hay dictadura que no utilice el miedo y el acoso. Llega incluso a pervertir los mecanismos del Estado y utilizarlos ilegítimamente contra alternativas políticas.
Por eso algunos vemos cómo malos actores quieren infundir miedo a quienes en España defendemos la libertad y la vida, el Estado de derecho, la separación de poderes, la verdad de la historia, la seguridad jurídica, la Constitución y el respeto a las instituciones.
Van en contra de nosotros, de nuestras familias y de cualquiera que nos apoye. Es una advertencia para cada uno de nosotros y para cualquiera que piense en involucrarse en la política.
Llega al extremo de normalizar el crimen y criminalizar la vida normal. Es decir, quienes cometen los peores crímenes son entronizados y quienes los denuncian son perseguidos. Quien basa su vida en el abuso y la mentira es aplaudido. Quien se resiste a silenciarlo es considerado un obstáculo.
Así es también como se ha politizado la vida real, para que las invenciones artificiales e ideológicas prevalezcan sobre la verdad.
La ley y la realidad, la verdad, el consenso y la armonía son esenciales para el liberalismo. Por eso, los enemigos de la libertad buscan erosionar el Estado de derecho. Alimentan la discordia, la lucha de clases y la guerra civil.
Pero no hay libertad sin ley. La democracia sin ley es una cueva de ladrones.
La ley es la mayor, mejor y más transparente manifestación del diálogo abierto: es en el Parlamento donde a plena luz del día se habla y se decide, con reglas.
La ley es la guardiana de la democracia liberal, del gobierno de la mayoría con respeto a las minorías, en alternancia, en continuidad histórica. Por eso los totalitarios buscan suplantar o denigrar a los parlamentos.
Pero la libertad se defiende ejerciéndola. De ahí que la valentía, la superación del miedo y la responsabilidad personal sean esenciales.
José Ortega y Gasset postuló que vivir es elegir. Por eso dijo que «estamos hechos para ser libres». Y quien no elige ya ha elegido que otros decidan por él. También dijo que «elegir» tiene la misma raíz que «elegante». Elegante es quien elige bien.
Recordemos que ser liberal significa creer que el fin no justifica los medios. El cómo importa tanto como el qué. Por lo tanto, el liberal siempre sigue los procedimientos establecidos por la ley y se comporta con decoro político y un profundo respeto por las instituciones.
Por eso vivir con liberalidad es elegante, es una forma de vida bien elegida. Es lo opuesto a hacer lo que uno quiera sin sentido de la responsabilidad.
Como podéis ver ahora, la libertad se entiende mejor si va de la mano con la responsabilidad y no es tanto algo «individual» como «personal».
Tampoco es colectivo, sino social, y por lo tanto no es socialista. No es natural ni biológico, sino biográfico e histórico.
Los enemigos de la libertad confunden el Estado con el individuo, la propiedad con los impuestos y los servicios públicos, el individuo con la sociedad, lo público con lo privado y el individuo con la familia.
Por eso prefiero siempre referirme a la «persona», más que al «individuo»: ser persona es una realidad mucho más rica y verdadera, ni material ni numérica.
Como persona no puedo entenderme sin mi condición de mujer, mi familia, mis amigos, mi ciudad, mi patria, mis deberes, mi fe o ausencia de ella y el ejercicio de mi libertad responsable.
Cuando todo esto se reduce al «individuo», se abre la puerta a un terrible caballo de Troya: el egoísmo, el materialismo, el aislamiento y la ceguera.
Porque la vida humana, personal, no está escrita, no está determinada. Es incierta, es una aventura. La historia nos necesita a cada uno de nosotros: a nuestra familia, a nuestra profesión y a nuestro mundo. Por eso, cada vida humana tiene pleno sentido y es única e irremplazable.
Por eso el totalitarismo, que implica que la política lo invade todo, que pretende que todo sea político, es lo opuesto al liberalismo. El totalitarismo es un monstruo de tres cabezas, compuesto por el nacionalismo, el comunismo y el fascismo.
También por eso la fiebre de la “identidad”, que es la última vuelta de tuerca de lo “natural”, es tan iliberal: no hay dos personas idénticas ni hay nada escrito.
Ahora podemos entender por qué las drogas son la mayor renuncia a la libertad. Por eso son las mayores aliadas de los tiranos del mundo.
La libertad, como la verdad, hace posible el liberalismo. La libertad es un sistema: si una libertad se desvanece, todas se desvanecen. Por eso no digo «libertades» en plural, sino «libertad» en singular. No puede haber lo que algunos llaman «libertad económica» si no hay libertad de expresión, por ejemplo.
Necesitamos conceptos claros y convicciones verdaderas, porque los neologismos se han convertido en el arma de la extrema izquierda para minar la convivencia, la educación, las artes y hacernos dudar incluso de nuestras creencias más profundas.
Y ahora podéis ver, con esperanza, que este liberalismo español no es en absoluto incompatible con el auténtico conservadurismo: el movimiento que enarbola la bandera de la responsabilidad, del sentido común, del respeto a la persona y a la realidad y, por tanto, el movimiento que apuesta por el reformismo.
El totalitarismo busca la revolución: destruir la realidad e imponer a todos lo mismo, convirtiéndonos a todos en servidores de una ideología.
Queremos reformas: desde el respeto a la realidad, trabajamos para mejorarla por medios legítimos.
En Madrid, hacemos realidad este genuino liberalismo, este liberalismo español, cada día. Y lo logramos creyendo en las personas, tratándolas como adultos responsables. Permitiéndoles ser ellas mismas. Contribuyendo a proteger las condiciones que permiten que la vida bajo el liberalismo sea valiente, generosa y alegre.
Los mejores servicios públicos, colaboración público-privada, respeto a la propiedad, apoyo a quienes arriesgan su patrimonio y el de sus hijos, cuidado de la familia y la maternidad, seguridad jurídica y calles seguras, bajos impuestos, control de trámites, mercados abiertos y libre competencia, no dejar a nadie atrás.
Estar al servicio de España, del mundo hispánico, de Europa y de Occidente. Y ser el segundo hogar de todos aquellos que buscan la libertad y la prosperidad. Esa es nuestra forma liberal de hacer política.
Por lo tanto, nuestra respuesta a por qué necesitamos la libertad es siempre la misma: para obtener la libertad de vivir.
Transcripción del discurso pronunciado por Isabel Díaz Ayuso , presidenta de la Comunidad de Madrid, en la conferencia Margaret Thatcher ‘Remaking Conservatism’ organizada por el Centro de Estudios Políticos el 17 de marzo de 2025.
Publicado originalmente por CapX: https://capx.co/how-spanish-liberalism-can-save-the-west
Isabel Natividad Díaz Ayuso.- es periodista y política española, presidenta de la Comunidad de Madrid desde 2019 en tres legislaturas consecutivas y presidenta del Partido Popular de la Comunidad de Madrid.
Twitter: @IdiazAyuso