Si pensamos en la economía y sus manifestaciones en distintos mercados como una máquina[1], hay políticas cuya aplicación viene a ser algo similar a engrasar sus engranajes; hay políticas que sirven para volver más flexibles a los mercados y aumentar el potencial de ganancias para todas las partes. Pero también hay políticas que son como vaciar arena en los engranajes, que entorpecen el funcionamiento de la economía, que limitan el alcance benéfico de los mercados y que elevan los costos de formar asociaciones voluntarias y libres.

Recortar la jornada laboral es un ejemplo del último tipo de políticas.

El senador de Morena, Ricardo Velázquez, ha propuesto que la jornada laboral se reduzca a seis horas diarias en el país. La propuesta requeriría cambiar el artículo 61 de la Ley Federal de Trabajo, que señala que la duración máxima de la jornada laboral será de «ocho horas la diurna».

Tal propuesta parece contar con el apoyo de un gran número de mexicanos. Entre los argumentos más repetidos, destaca uno que reza más o menos así: «Si se reduce la jornada laboral, eso será benéfico para todos ya que elevará la productividad de los mexicanos. Así, el trabajador gana con más tiempo de ocio y vacaciones y los patrones ganan con mayor productividad».

No obstante, la propuesta acarrea una serie de problemas desde un punto de vista económico con los que tenemos que lidiar.

Primero, suponiendo que la reducción de la jornada laboral por decreto elevara la productividad media de los trabajadores, no necesariamente eso implicaría un balance positivo. La razón es intuitiva matemáticamente: si la productividad media aumentara en menos de 12.5% (que corresponde a la reducción propuesta en la jornada laboral), entonces la producción total probablemente disminuiría. Con un menor nivel de producción, manteniendo todo lo demás constante, las empresas tendrían pérdidas y, como consecuencia, menos incentivos para contratar trabajadores.

Un problema adicional es el del consecuente ajuste en el salario. Difícilmente los trabajadores estarían dispuestos a intercambiar menos horas de trabajo (y más ocio) por un menor salario. De otro modo, podrían haber negociado ya algo similar con sus empleadores. Los trabajadores exigirían la misma paga mensual que recibían. Pero reducir la jornada laboral diaria sin reducir la paga mensual de los trabajadores demandaría que las empresas asumieran un mayor costo de producción. Un mayor costo de producción brindaría incentivos a las empresas para despedir a sus trabajadores marginales[2] o implicaría otros ajustes en el mercado laboral.

Un ejemplo de ajuste que podríamos esperar por parte de los empleadores es el de aumentar los requerimientos de experiencia y educación. Cuando un empleador debe asumir un mayor costo por trabajador –como implicaría la reducción en la jornada laboral–, tiene un mayor incentivo a desechar a candidatos con menor nivel de experiencia o educación. La reducción en la jornada laboral conservaría empleos de adultos con mayor experiencia a costo de prolongar la búsqueda de empleo de los más jóvenes.

La facilidad con la que un trabajador puede cambiar de un empleo a otro depende de mercados laborales flexibles; depende de negociaciones libres en las que los términos de contratación puedan negociarse entre las partes sin una intervención agresiva de terceros. México es uno de los países con menor flexibilidad laboral. De una lista de 41 países evaluados por el Lithuanian Free Market Institute, ocupa el lugar número 39 en la medición de flexibilidad laboral, siendo así casi el peor evaluado de la lista (apenas superando a Luxemburgo [lugar 40] y Francia [lugar 41][3]).

El ocio es un bien de consumo como tantos otros bienes. Podemos comprar más ocio al costo de renunciar a otros bienes. La única forma de comprar tanto más ocio como más de otros bienes es con un mayor nivel de producción. Como enuncia una nota de Amedirh[4], «El Índice Global de Productividad Laboral de la Economía (IGPLE) por hora trabajada se ubicó en 95.4 puntos al cierre de 2021, lo que implicó una contracción anual de -6.4% y llegó a su nivel más bajo de los últimos 12 años». En función del menor nivel de productividad, reducir la jornada laboral por decreto requerirá sacrificios en el consumo de otros bienes. El ocio adicional que consigan algunos trabajadores empleados será a costa de trabajadores que pierdan su empleo, tarden más tiempo en conseguir uno o acepten un empleo con un menor salario al que tenían en un empleo anterior.

Esta regulación se añadiría a la lista de regulaciones onerosas que el gobierno actual ha implementado: eliminación de la subcontratación e incrementos sustanciales al salario mínimo. Lo que inspira a los legisladores de Morena es ganar simpatía entre el electorado con propuestas grandilocuentes y temerarias que tienen la apariencia de satisfacer sus necesidades. Pero no son más que ocurrencias que nos tendrán más tiempo en crisis.


[1] Una metáfora contra la cual protestaría la mayoría de los economistas liberales, incluyéndome; pero que sirve a los propósitos de la reflexión.

[2] En economía, entendemos por trabajador marginal a aquel trabajador cuya productividad apenas compensa el salario que cobra. Los trabajadores marginales son los primeros en perder su empleo ante un aumento en el costo de contratación.

[3] Véase https://www.llri.lt/wp-content/uploads/2019/12/Employment-flexibility-index2020.pdf

[4] Cita recuperada de https://www.amedirh.com.mx/servicios/noticias/retrocede-la-productividad-laboral-en-mexico/#:~:text=El%20%C3%8Dndice%20Global%20de%20Productividad,Estad%C3%ADstica%20y%20Geograf%C3%ADa%20(Inegi).

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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