El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, consiguió la reelección en un proceso electoral fraudulento, que Andrés Manuel López Obrador ha evitado criticar. Su silencio cómplice no es sorpresivo, luego de que Maduro fuera recibido con brazos abiertos por el gobierno mexicano hace unos años. Pero sí habla muchísimo de la simpatía de Obrador al autoritarismo y totalitarismo de un dictador. Por supuesto, Maduro respondió con agradecimiento al gesto de López Obrador. Entre autoritarios se cuidan.

Resalta cómo otros gobiernos han sido rápidos en respaldar a los venezolanos y no a su gobierno dictatorial. La Unión Europea, por ejemplo, mostró una postura más decente: no reconocer el supuesto resultado que permitiría a Maduro continuar gobernando. Maduro, que ha mantenido el poder desde 2013, y que ha enfrentado ya acusaciones y críticas tanto de medios nacionales como internacionales, ha dejado un legado de pobreza, hiperinflación y escasez.

En la última década, Venezuela ha ejemplificado los desafíos y consecuencias de un régimen socialista en el poder. Desde la asunción de Nicolás Maduro a la presidencia en 2013, el país ha experimentado una profunda crisis económica y social, caracterizada por la pobreza, la hiperinflación y la escasez de bienes esenciales.

La pobreza de Venezuela comenzó con el gobierno de Chávez. Desde 1998 a la fecha, el ingreso por persona en Venezuela ha caído en más del 50%. Chávez maniobró para nacionalizar industrias, expropiar a empresarios y usar la renta petrolera para concertar el apoyo de quienes recibían transferencias gubernamentales. También el gobierno de López Obrador ganó tanto respaldo en las urnas (en las elecciones que favorecieron a Claudia Sheinbaum) por redirigir el gasto público a transferencias discrecionales.

La Venezuela de Maduro siguió la pauta de una economía socialista: control estatal de las principales industrias, supresión de la oposición política y políticas económicas que priorizan los objetivos ideológicos sobre la libertad ciudadana. Las consecuencias fueron casi inmediatas: el país perdió riqueza rápidamente y los escándalos de escasez han sido sumamente conocidos. En marzo de 2019, un apagón dejó sin electricidad a gran parte del país durante varios días, afectando gravemente a hospitales, transporte y otras infraestructuras críticas, exacerbando la ya precaria situación del país.

La mortalidad infantil aumentó aceleradamente, registrando un incremento del 42.6% entre 2013 y 2017. En 2017, la mortalidad fue de 21 infantes por cada 1,000 nacimientos, una cifra no vista en el país desde 1997. La desnutrición y la falta de acceso a servicios médicos básicos han sido factores clave en este aumento. Organizaciones internacionales como UNICEF han reportado la gravedad de la crisis humanitaria en Venezuela, señalando que la escasez de medicamentos y suministros médicos ha contribuido significativamente a este trágico aumento.

En 2018, la tasa de inflación anual alcanzó su punto más alto: 65,374% (según datos del FMI). El colapso del sistema financiero y la pérdida de confianza en la moneda nacional, el bolívar, han llevado a muchos venezolanos a depender del dólar estadounidense para las transacciones diarias. Esta dolarización informal refleja el fracaso de las políticas económicas del gobierno de Maduro.

Los experimentos socialistas de Venezuela son comparables a los de otros países. La historia ha demostrado que los gobiernos socialistas, independientemente de las intenciones iniciales, tienden a derivar en abusos de poder y miseria generalizada.

Sólo la libertad económica puede guiar a países como Venezuela hacia la senda del crecimiento, una moneda sólida y la cooperación pacífica. Ejemplos de países que han adoptado políticas de libre mercado, como Singapur y Estonia, muestran cómo la apertura económica y la protección de los derechos de propiedad pueden conducir a un rápido crecimiento económico y a la mejora del bienestar general de la población. Estos países han demostrado que las economías libres y competitivas son más resilientes y capaces de proporcionar prosperidad a sus ciudadanos.

New York Times calificó al sistema económico de Venezuela como un ejemplo, no de socialismo, sino de “capitalismo brutal”. Este tipo de declaraciones suelen ignorar la realidad de las políticas implementadas por el gobierno de Maduro, que son claramente socialistas en su enfoque de control estatal y redistribución forzada. Al redefinir los términos, los defensores del socialismo intentan desvincularse de los resultados negativos que son inherentes a estos sistemas.

Al principio del gobierno chavista, Venezuela recibió elogios de intelectuales diversos. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, festejó con optimismo las cifras iniciales de crecimiento económico. Pero tan pronto Stiglitz se percató de que el gobierno socialista de Venezuela produjo malos resultados retiró su apoyo: “Chávez llegó con ideas de cómo sacar a gente de la pobreza, pero no las puso en práctica”, dijo en Cartagena, Colombia hace cuatro años. Así es como los socialistas se refugian en la mentira en lugar de afrontar la cruda verdad de que defienden ideas ruinosas.

No exageramos quienes creemos que México puede convertirse en Venezuela. Subestimamos la facilidad con la que pueden perderse las libertades ganadas. Y si algo falta en México es un estado de derecho: no hay una protección efectiva de los derechos de propiedad. El gobierno mexicano no hace bien su principal tarea: proteger a los ciudadanos de la agresión de otros ciudadanos y de la agresión arbitraria del propio gobierno. Si en México seguimos apoyando a un gobierno que elige amistades con dictadores, que respalda a violadores de derechos humanos elementales, nuestra precaria situación sólo puede empeorar. Sin miedo a la hipérbole, debe señalarse siempre que así empiezan las tiranías.

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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