Las escenas dantescas vividas ayer ya son parte de la historia de escenas dantescas de América Latina. Todo comenzó con la fuga de prisión de los dos principales delincuentes del país (omito sus nombres para no caer yo también en el erostratismo que tanto daño hace a Hispanoamérica), a lo que siguieron los motines en las cárceles, la toma de un canal de televisión por parte de los malandros, los coches bomba, los tiroteos en una universidad y las acciones coordinadas de los criminales en todo el país.

Esto es exactamente la definición de terrorismo: el uso de la violencia o la amenaza de violencia para aterrorizar a la población al objeto de lograr fines políticos. Por desgracia, sí consiguieron lo primero: la población está aterrorizada. Pero también es verdad que los ecuatorianos están empezando a reaccionar con dignidad, no dejándose amedrentar y apoyando a la Policía y al Ejército para que tomen medidas “como Bukele”, convirtiendo así el nombre propio del presidente de El Salvador en una doctrina de lucha decidida contra la delincuencia.

Y sí que tiene fines políticos, pues estábamos advertidos desde hace una semana de que iba a haber una escalada de violencia por parte de los narcoterroristas. Hace exactamente siete días la heroica fiscal general, Diana Salazar, presentó las acusaciones del caso Metástasis, oportuno nombre para designar las pruebas de cómo los narcos habían infiltrado casi todas las instituciones del país.

Las pruebas no podían ser más claras: en los celulares de uno de los patrones del crimen, asesinado en prisión en octubre de 2022 (“quien a hierro mata, a hierro muere”), aparecían miles de chats donde se hablaba de compra de jueces –a quienes ellos mismos llamaban “suicidas”, pues terminaban con sus carreras a cambio de sentencias de liberación tasadas en $350.000–; de policías que daban chivatazos a cambio de carros de lujo (¡y los corruptos se quejaban de que no podían sacarlos del garaje, pues levantaban muchas sospechas!); de abogados que se prestaban a todo tipo de argucias e ilegalidades; o de trabajadores de la Fiscalía que hacían desaparecer pruebas inculpatorias.

También aparecían cuestionadas conversaciones con algún periodista y también con políticos, como un exasambleísta correísta y exlíder de los Latin Kings; y vínculos aún no completamente aclarados con el asesinato del periodista y candidato presidencial Fernando Villavicencio, el pasado mes de agosto.

Era evidente que los narcoterroristas iban a reaccionar, pues se estaba alterando el statu quo con el que han operado durante años de manera casi impune. Lo que no se podía prever es que lo hicieran de manera tan contundente, pues no se les suponía tal capacidad logística.

Ecuador ha sido históricamente un país pacífico, sobre todo si lo comparamos con los estándares de América Latina desde los años noventa del siglo pasado. Ecuador ha pasado de tener unas 6 muertes violentas por 100.000 habitantes en 2017, la segunda tasa más baja de América Latina, a tener 45 en el 2023, la tasa más alta de la región.

¿Y cómo se ha producido este deterioro brutal en la calidad de vida y seguridad de los ecuatorianos?

Pues por la falta de un plan de lucha decidida contra la delincuencia. Podemos comenzar por nombrar las políticas apaciguadoras del correísmo, legalizando a bandas como los Latin Kings y expulsando a los estadounidenses de la base de Manta. Con Correa, por cierto, apenas hubo incautaciones de droga. Luego, tras los éxitos del Ejército colombiano contra la narcodelincuencia, ésta cruzó la frontera de Ecuador, tomando el poder en las cárceles y algunos barrios del país.

El Gobierno de Lasso fue incapaz de enfrentar esta realidad. Los motines en las cárceles fueron periódicos dramas, con cientos de muertos. El Estado nunca pudo retomar el control. Entre otros motivos, por las sentencias de la Corte Constitucional que limitaban mucho el uso de la fuerza o la acción del Ejército con planteamientos muy cuestionables, pues los primeros derechos a proteger son los relativos a la vida, la propiedad y la libertad de los ciudadanos, y se están viendo constantemente vulnerados.

Quiero creer que este es el inicio del fin del reinado del terror en Ecuador. Pero por desgracia hay muy pocos elementos con los que contar. La política está completamente desprestigiada, con ningún liderazgo ni partido que tenga alguna organización o prestigio para emprender la tarea. Este vacío de poder es el que pretenden rellenar los delincuentes.

Es precisamente esta degradación de la política la que llevó el pasado octubre a Daniel Noboa a la presidencia. Alguien joven, percibido como distinto (ni de Correa, ni de Lasso ni de los partidos tradicionales) y que representaba “el cambio”, sin especificar exactamente qué cambio. Ahora queda la incógnita de si será capaz de liderar el cambio hacia la seguridad: por el momento, el decreto presidencial que ha firmado declarando el conflicto interno y llamando al Ejército a combatir a las bandas es esperanzador por contundente.

No hay tal cosa como una “sociedad civil” fuerte, ni capacidad de articulación o convocatoria por parte de sindicatos, gremios, organizaciones barriales o profesionales. No hay liderazgos que aglutinen.

La Policía y el Ejército están en entredicho por sospechas de la existencia de narcogenerales. Es cierto que no atañe a la totalidad de ambas instituciones, pero también es cierto que no ha habido una depuración interna que despeje las dudas fundadas. Además, los militares y los policías están mal equipados, desmotivados por sentencias que han llevado a prisión a compañeros por el uso de la violencia contra delincuentes, y adolecen de falta de liderazgo y dirección estratégica.

Los comerciantes y empresarios están amedrentados, los pequeños por la exigencia de coimas o pequeños sobornos por parte de la bandas que controlan los barrios, los grandes por las amenazas a sus camiones de distribución, que se ven constantemente asaltados. Y aún no han sido capaces de articular una respuesta unitaria que les proteja a todos, pues es más fácil defenderse unidos que separados.

No hay, tampoco, intelectuales en esta generación. Pensadores, profesores, escritores que tengan el respeto de la sociedad y puedan aportar algo de luz y dirección.

¿Qué queda, entonces? Quedamos nosotros. Queda una sociedad digna que no se resigna a que su país se hunda en la miseria y la violencia. Queda el doloroso ejemplo de los cientos de miles de emigrantes venezolanos que advierten de lo que puede suceder si se pierde la lucha por la patria. Quedan los jóvenes, pues Ecuador es un país muy joven, que tienen aún la esperanza y la fuerza para dar la batalla contra la violencia y por la prosperidad.

Publicado con el permiso del autor. Publicado originalmente por el portal Voz US en https://ec.linkedin.com/in/luis-espinosa-goded-1932657

Economista español y profesor en la Universidad San Francisco de Quito.

Twitter: @luisesgo

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y Asuntos Capitales entre otros medios.

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