Como reporta una nota del Economista con datos del INEGI, «En los últimos dos años, los ingresos por trabajo independiente en las familias mexicanas crecieron 25.8%, un incremento que casi duplicó el aumento que reportaron las ganancias obtenidas a través del trabajo subordinado»[1].

Un crecimiento en ingresos no parece ser una mala noticia; sin embargo, en México, que el incremento ocurra en la modalidad de trabajo independiente y no en el trabajo subordinado es el síntoma de un entorno económico adverso.

El mismo artículo del Economista señala que este incremento en ingresos es apenas superado por el crecimiento de otros dos tipos de ingresos: el ingreso por remesas y el proveniente de programas gubernamentales. Es decir, lo que impulsa el crecimiento en ingresos de los mexicanos proviene de tres fuentes principales:

i) Lo que reciben de sus familiares radicados en Estados Unidos;

ii) Lo que reciben del gobierno en forma de transferencias;

iii) Lo que reciben de emplearse por su cuenta en lugar de trabajar en una organización formal.

En resumidas cuentas, el mexicano promedio o vive estirando la mano o trabajando como puede, fuera de organizaciones especializadas en organizar mano de obra de manera eficiente.

El trabajo independiente no es malo por sí mismo, pero en México es un fenómeno asociado con un mercado laboral inflexible, incapaz de absorber mano de obra como consecuencia de una serie de interferencias gubernamentales, incentivos perversos y falta de oportunidades.

México es un país que, como ha sugerido el economista Santiago Levy en numerosas ocasiones, parece haber hecho bien la tarea durante los últimos treinta años en al menos los dos siguientes rubros:

  1. Apertura comercial: pese a los intentos de autarquía de López Obrador, la economía mexicana es predominantemente abierta y cuenta con varios socios comerciales que le permiten consumir por encima de sus posibilidades productivas;
  2. Disciplina macroeconómica: políticas de relativa prudencia monetaria y fiscal han evitado los altos niveles de inflación que eran recurrentes en años anteriores, así como desequilibrios fiscales importantes.

Con lo logrado en estos dos rubros, México ya estaría preparado para avanzar hacia tasas de crecimiento más altas. Pero ni la apertura económica ni la disciplina macroeconómica pueden suplir los requisitos institucionales de una economía libre: derechos de propiedad bien definidos, protegidos y garantizados y contratos resguardados en un marco legal de igualdad ante la ley.

Para Levy, sin embargo, una tesis adicional de por qué México no crece a tasas superiores está íntimamente relacionada con nuestro tema: México no crece porque sus instituciones fomentan trabajo independiente y poco productivo en el sector informal.

La informalidad no es un problema per se; es el escape de una ciudadanía que elude regulaciones costosas. El mexicano quiere trabajar, competir, innovar y producir para satisfacción de terceros. El gobierno le pide equis, ye, zeta y doble u antes de avanzar, sin previo análisis del costo de sus regulaciones o de si el contenido de ellas cumple su cometido. El trabajador informal se especializa en servir al consumidor en una economía llena de obstáculos.

El sector formal en México es un sector productivo, con economías de escala que le permiten producir a volúmenes más altos y a costos por unidad más bajos. Pero es un sector al que mucho se le demanda y poco se le devuelve en seguridad y protección jurídica. El empleador formal debe retener impuestos sobre nómina; dar de alta a sus trabajadores en el seguro social; indemnizar en casos de despido; atender leyes y normas municipales, gubernamentales y federales; pagar impuestos en tiempo y forma; sobrevivir a amenazas de grupos criminales y tratar de sacar alguna ganancia para sobrevivir un día más. Si fuera participante de un circo, sus proezas serían dignas de admiración.

El sector informal, por otra parte, vive en otra suerte de incertidumbre; pero el gobierno le otorga transferencias y lo añade como beneficiario de programas sociales no contributivos. El trabajador independiente e informal elude lastres regulatorios y fiscales, pero vive en la zozobra y adopta, a fin de mantener su bajo perfil, técnicas de producción más costosas o menos eficientes.

Como consecuencia de un mercado laboral formal con pocos incentivos para incorporar a trabajadores adicionales, los retornos por la educación en México caen también. El estudiante universitario que sacrifica años de capacidad productiva en conseguir una educación trabaja luego en empleos de medio tiempo o en modalidades de autoempleo que distan de tener relación con su especialización. Una economía que desperdicia recursos de esta manera no puede capitalizar adecuadamente los beneficios de haber tenido éxito en reformas atinadas del pasado.

¿Qué podemos hacer?

México debe avanzar hacia reformas que castiguen menos al emprendedor; que revisen regulaciones añejas, contradictorias, costosas o absurdas; que homologuen el trato entre el sector formal e informal, lo que implicaría no perseguir con más impuestos o leyes al sector informal, sino dejar de apretar el cuello del sector formal; que disminuyan de manera considerable la carga fiscal que enfrentan las pequeñas y medianas empresas en México; que dejen de privilegiar a empresas grandes y grupos de interés; que protejan al individuo de la agresión de criminales gubernamentales y criminales privados.

Sólo con pasos en ese sentido, el mexicano promedio podrá integrarse en cadenas productivas que verdaderamente aprovechen su educación y talento y dejar de depender de transferencias e ingresos de economías más desarrolladas.


[1] https://www.eleconomista.com.mx/capitalhumano/Trabajo-independiente-se-afianza-como-fuente-de-ingresos-para-paliar-crisis-20230804-0059.html

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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