Multipolaridad o el rechazo radical a la libre autodeterminación de los individuos en la obra de Dugin.

“Obra de tal modo que te relaciones con la humanidad tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solo como un medio” – Immanuel Kant

En esta ocasión se analizará el libro “La teoría del mundo multipolar” de Aleksnder Dugin. ideólogo ruso y principal influencia de Vladimir Putin. Dugin es un personaje muy interesante pues describe con una claridad fuera de lo común el núcleo filosófico del liberalismo. Además, sostiene con absoluta honestidad una abierta oposición a todo lo que el liberalismo representa. Este ideólogo ruso ofrece un marco excepcional para poder observar las razones por las que él y sus seguidores están en contra de la filosofía liberal, haciendo patente la importancia de proteger a las democracias liberales en el mundo.

Empecemos por explicar en qué consiste la teoría del mundo multipolar y de que forma se contrapone a las democracias liberales. Para empezar, la teoría del mundo multipolar es una teoría negativa. Es decir, se define en base al liberalismo. No se define por ser algo en sí, sino por lo que no es, por lo que rechaza. Este modelo, lo que busca no es un sistema social, económico o político. Lo que en realidad busca es un contexto en el que las democracias liberales y los derechos humanos no intervengan en los criterios de aquellos regímenes que no están de acuerdo con las libertades y derechos individuales. para Dugin, el liberalismo y las democracias liberales en general, son un sistema totalitario por una muy concreta razón: Buscan que los derechos estén basados en el individuo. Que sean los individuos quienes se relacionen comercialmente, quienes determinen las leyes, las políticas y quienes escojan a los gobernantes. Y uno se pregunta, ¿Por qué esto estaría mal, si es por lo que las sociedades libres han luchado por siglos? Bueno, pues lo que sucede es que para Dugin y afines, como Vladimir Putin, las sociedades no deben basarse en las relaciones entre individuos, sino en las tradiciones, las culturas y las religiones. Por ello, lo que es importante para cada sociedad no son los individuos que viven en ella, que sufren y sienten, sino las costumbres y tradiciones que se han desarrollado y establecido mayoritariamente. Y por ello, los individuos son sacrificables en nombre de la conservación de las culturas, tradiciones, religiones y naciones. Desde esta concepción de la sociedad, Dugin considera que la democracia liberal, con su énfasis en los derechos humanos y en las libertades individuales, pone en peligro a las diferentes identidades colectivas. Y dado que en esta visión lo que importa no es la calidad de vida de los individuos, sino la sobrevivencia de lo colectivo propone lo que él llama una revolución conservadora. En la que se extirpe la concepción de los derechos humanos y de las libertades individuales para que, en cada cultura, los políticos puedan imponer libremente restricciones a las personas, y así conservar tales tradiciones. Y uno se pregunta ¿pero acaso las tradiciones, las culturas o las religiones sienten, tienen conciencia, son entidades o existen como esencias más allá de los individuos y por ende deben incluso ser consideradas como sujetos de derecho? Por supuesto que no. Solo existen los individuos. individuos que se relacionan, que colaboran, que cooperan y coexisten. Que crean redes, sistemas y dinámicas sociales. Y si se quita a los individuos, desaparecen las culturas, las tradiciones, las religiones e incluso las lenguas y las naciones. No hay nada metafísico, esencial o trascendental más allá de los individuos y sus relaciones con otros individuos. Sin embargo, para Dugin y sus seguidores, no es así. De alguna forma creen que cada cultura, cada tradición, cada religión que existe en el mundo, tiene algo trascendental, una esencia que debe ser protegida y mantenida por encima e incluso a costa de los individuos. Una concepción profundamente anti humanista, pues niega la realidad humana para imponer sistemas que priman las tradiciones sobre la realidad de los individuos. concepción del todo carente de sensibilidad y empatía hacia el sufrimiento humano.

Por ello Dugin cree que debería impedirse que las democracias liberales sigan avanzando en el mudo, para que los gobernantes puedan imponer a su antojo las tradiciones y la cultura. Es decir, para que los políticos puedan seguir dictándole a los pueblos como deben vivir, con quien pueden o no acostarse y con quien y que pueden o no comerciar. La idea es que cada pueblo debe ser autoreferencial. Es decir, que los criterios que los gobernantes eligen para dirigir al pueblo no deben ser jamás contrastados con modelos externos, ni desde el exterior ni desde el interior. Esto, por supuesto, lleva a que los gobernantes puedan hacer con los pueblos lo que se les de la gana sin que nadie les pueda criticar o poner algún freno, pues se rechaza todo criterio intersubjetivo de valoración y toda contrastación con el exterior. Además de que se deja por completo en el olvido la situación que cada uno de los individuos vive, ya que al considerar invalido el cuestionar cualquier gobierno, religión, tradición o cultura, se vuelve imposible comparar entre una forma de vida y otra, entre la calidad de vida en distintos contextos. Básicamente lo que Dugin plantea es que se desarrolle un sistema mundial en el que los gobernantes puedan imponer libremente sus criterios, sin que nadie les cuestione ni les ponga un límite. En este modelo, quienes importan son los gobernantes, no los individuos que estén sometidos a tales gobernantes. Al negarse la individualidad y poner como esencia a la cultura, la nación, la religión etc., deja de ser relevante cualquier sufrimiento o miseria que puedan vivir millones de seres humanos, pues son meros medios, medios sacrificables y sustituibles para mantener vivo al Leviatán. Sabemos que este modelo ha llevado siempre al totalitarismo y a la miseria de los pueblos. Pero esto para Dugin es irrelevante en cuanto que su metafísica parte de lo colectivo como lo verdadero, lo trascendental.

Una de las mayores críticas de Dugin en contra del liberalismo, es que libera a los individuos de las identidades colectivas y del sometimiento de los individuos a las colectividades. Ya sean las identidades nacionales, las identidades religiosas, las identidades culturales o las identidades de genero y sexuales. Dado que para la cosmovisión de Dugin, la esencia del individuo no es sí mismo, sino la colectividad; y el individuo no es una entidad individual, sino perteneciente a la colectividad, el liberar al individuo de las diferentes formas de colectividad es destruirlas. Y claro, en la medida en que los individuos no están sometidos a lo colectivo, lo que importa es la forma en que cada individuo se relaciona, coopera y colabora con los demás, y no su sometimiento a una cultura, religión o tradición. Es ahí donde encontramos la crítica de Dugin a las ontologías de Heidegger y de deleuze, del individuo como ente material, individual y contingente que se relaciona con otros entes materiales, individuales y contingentes. Al contrario de la metafísica de la eternidad que el mismo Dugin propone, en la que se concibe al ser humano no ya como algo natural, sino como algo espiritual con una esencia sagrada que no debe ser pervertida, como una esencia colectiva. Y por ende el individuo debe vivir, no para si mismo, sino para cumplir con dicha esencia trascendental o metafísica. Desde esta concepción, el individuo no posee propiedad sobre si mismo ni derecho a la libre autodeterminación, pues no es el propietario de si mismo. Hay que aclarar que Dugin es un ferviente creyente del cristianismo ortodoxo y que su concepción metafísica del individuo se basa en el dogma Judeocristiano según el cual el individuo no es dueño de si mismo. El individuo no tiene propiedad ni sobre su cuerpo ni sobre su alma ni sobre los bienes materiales. Todo ha sido dado por dios al hombre a quien a asignado, no como propietario, sino como administrador, gestor. El hombre, no es propietario ni de si mismo ni de sus bienes, sino que tan solo tiene la potestad, la administración. Y debe darle cuentas a dios de lo que haga tanto con su cuerpo, como con su alma y con sus bienes materiales. Entonces, desde esta cosmovisión, negar que dios es el ultimo y verdadero propietario, pretender que uno es propietario de si mismo y de lo material, es negar a dios. Así, el individuo no existe como una entidad material, finita y contingente, sino como una manifestación de lo eterno, de lo divino, como extensión y propiedad de “dios”. En conclusión, para Dugin, la concepción de propiedad privada sobre uno mismo y de libre autodeterminación, es una blasfemia pues niega a dios, niega esa esencia metafísica y colectiva, niega la realidad trascendental de lo colectivo, de lo social. Al ser todo una manifestación de lo trascendental, Dugin considera a las culturas, las religiones y las tradiciones como manifestaciones de lo metafísico, como esencias, como lo trascendental de donde surge todo lo demás.

Por supuesto esto conlleva muchas contradicciones, como el que las culturas cambian constantemente. Igual que las religiones van reajustando sus criterios de lo moral y lo sagrado, y las tradiciones van cambiando conforme cambian los contextos. Por lo que su pretensión de eternidad es insostenible. Además, si cada tradición, cultura, identidad nacional y religión fueran manifestación de algo trascendental o metafísico, implicaría que todas ellas serian verdaderas. Sin embargo, sería difícil que fuesen verdaderas tantas concepciones y dogmas contrapuestos y contradictorios a tantos niveles. Por ello, la pretensión de Dugin de universalidad, trascendencia y eternidad de cada cultura, cada tradición, identidad nacional y religión, se torna tan incongruente y contradictoria que es del todo insostenible.

El problema de la metafísica del individuo de Dugin, es que niega la realidad. Niega que las mentes son individuales, que las experiencias son individuales, que lo que se siente, se siente de manera individual. Nadie siente de manera colectiva, ni piensa como si fuera extensión de una mente colectiva. Los sentimientos, las emociones, los deseos, los intereses, las necesidades, el amor, la alegría, la depresión, etc. no son esencias trascendentales o metafísicas que se “descargan”. No todos sienten y viven igual y de la misma forma, ni lo viven de idéntica manera en cada ocasión. Las experiencias como el amor, el sufrimiento, el deseo, etc., son personales, individuales y contingentes, y se forman en función de nuestras distintas circunstancias y contextos. Nunca son iguales ni mucho menos son colectivas. Los demás no sienten lo que uno siente. Y lo que uno siente hoy, mañana lo sentirá de forma distinta. Es por eso que nuestras identidades no pueden ser colectivas, pues se forman en nuestras mentes, en nuestro cerebro, en nuestras neuronas. No a nivel metafísico, sino material, neurobiológico.

Entonces, al no existir las identidades colectivas más que como identidades en mayor o menor grado compartidas por grupos de individuos que coexisten en un entorno, que forman redes y dinámicas sociales; y al ser estas identidades, no reflejos o manifestaciones de lo trascendental, sino meras herramientas sociales y psicosociales mas o menos eficientes, mas o menos útiles, en lo que debemos enfocarnos, no es en perpetuar estas herramientas, sino en darle a los individuos libertad para que puedan innovar, desarrollar y mejorar herramientas sociales y psicosociales. Pues lo que importa no es perpetuar una identidad cultural o una tradición, ya que estas solo son herramientas contingentes y perfectibles, sino que la calidad de vida de los individuos sea mayor. Por ende, es importante que estas herramientas sociales y psicosociales no se tomen como trascendentales, sino como contingentes y perfectibles, para que los individuos puedan constantemente mejorarlas y sustituirlas acorde a las nuevas necesidades y perspectivas. De modo tal que los individuos que conforman una sociedad tengan la posibilidad de desarrollarse como seres humanos de forma mas plena, y puedan coexistir y colaborar con los demás individuos de la forma mas productiva posible en todos los sentidos.

Cuando Dugin sostiene que los lideres de cada cultura, cada religión, cada tradición y cada nación deben tener absoluta libertad para someter a los individuos, para mantenerlos en una forma de vida completamente colectiva, lo que esta diciendo es que se debe permitir que estos lideres abusen de millones de personas como se les dé la gana. Que sometan, violenten, abusen y maltraten a millones de seres humanos en nombre de estos supuestos trascendentales, de estas supuestas esencias a las que los individuos deben servir y sacrificar sus vidas, las de sus hijos y nietos. La negación del individuo lleva a Dugin a aceptar como valida cualquier forma tiránica de gobierno. Ya sea una teocracia radical como la de Afganistán, una dictadura como la de corea del norte o cualquier sistema totalitario concebible. Y es que, cuando lo que importa es, no la red de colaboración y relaciones entre individuos, sino una esencia colectiva más allá de las relaciones entre personas, más allá de la realidad contingente e interrelacionar, cuando lo que importa es una idealización de lo nacional, de lo cultural o de lo tradicional, como si fuese una entidad con vida, un ser espiritual, entonces, cualquier imposición, sometimiento, abuso o vejación sobre los individuos resulta valida en pos de ese ser trascendental, de esa idealización, de esa esencia.

En conclusión, todo sistema social, político y económico, debe partir del reconocimiento de las personas como entes materiales, finitos, contingentes, sintientes e individuales que se relacionan, colaboran y cooperan de diferentes formas y a múltiples niveles con otros seres humanos. Este es el núcleo filosófico del liberalismo, esta es la ontología del individuo de la que parte la filosofía liberal. Y es por ello que el liberalismo es consustancial a la secularidad, por que al respetar la individualidad y autodeterminación de cada persona, así como la libre asociación y colaboración, se dejan las creencias, religiones, tradiciones, nacionalidades y culturas en el ámbito de lo personal, de forma tal que pueda existir en lo social, en lo político y en lo económico la suficiente libertad para que todos los individuos participen, colaboren, coexistan y se relacionen de las formas que mejor les parezca y más les agrade. Sin verse obligados a someterse a ninguna tradición, forma de pensar o de relacionarse con los demás.

“Cada uno de nosotros tiene su línea de universo por descubrir, pero no se la descubre sino trazándola, trazando su trazo rugoso” – Giles Deleuze

“Trascendencia constituye individualidad” – Martin Heidegger

Por Tonatiuh Viniegra, Twitter: @Ronin_Tonatiuh

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y Asuntos Capitales entre otros medios.

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