El 11 de julio es el Día Mundial de la Población: un día que se presta, en especial, a la invocación recurrente del miedo a la sobrepoblación. ¿Pero está sustentado ese miedo?

No lo está.

Quienes aluden a un problema de sobrepoblación tienen en mente algo como lo siguiente: los recursos naturales son finitos, limitados. Si la población continúa creciendo, y el ser humano sigue su tendencia ineluctable de depredación, consumo y explotación, el planeta será incapaz de satisfacer los deseos de la humanidad. Habrá hambre, conflictos, guerras, enfermedad y miseria.

Al lector casual quizá le sorprendería descubrir que este tipo de advertencias no son nuevas. Por ejemplo, ya en 1867, el economista William Stanley Jevons escribía en The Coal Question[1] sobre sus temores de que el carbón se agotara. Y en 1968, Paul R. Ehrlich le advertía al mundo que millones de personas morirían de hambre en la década de 1970 y 1980 a causa de incrementos poblacionales, para lo cual escogió un título escandaloso: «The Population Bomb».

Ninguno de los temores se concretó. La producción de carbón es más de ocho veces la que había en 1900 (véase la tabla debajo) y la economía mundial a cerca de 8 mil millones de personas (más del doble que en 1970) con una mejor calidad de vida.

En otras palabras, si bien la población ha crecido en una media anual de alrededor de 1.5%[2], la producción real mundial ha crecido en una media anual de alrededor de 3%[3]. Por lo tanto, podríamos decir que, en promedio, el habitante mundial puede consumir el doble de bienes y servicios que hace 52 años. Y aún eso subestima enormemente la situación real, pues los bienes y servicios consumidos hoy son mejores tecnológicamente que los bienes de antaño.

¿Pero es la situación descrita sostenible?

Uno de los primeros problemas de quienes proponen el terror de un mundo sobrepoblado es que carecen de una buena definición. ¿Qué quieren decir exactamente con sobrepoblación? Si es aquel nivel de población en el que los recursos no pueden sostener los deseos humanos, claramente no estamos ahí. En el glosario de términos estadísticos de la OCDE, la sobrepoblación supuestamente se refiere a aquel nivel de densidad poblacional en la cual «los recursos ambientales fallan en alcanzar los requerimientos de organismos individuales con relación al abrigo, la nutrición y más. Da pie a altas tasas de mortalidad y morbilidad».

En 1970, morían 12 de mil personas alrededor del mundo; en 2020, 7.7 de cada mil de acuerdo a la tasa bruta de mortalidad[4]. Así que este indicador tampoco revela que suframos de sobrepoblación, de acuerdo a la definición anterior.

Todas las definiciones de sobrepoblación son necesariamente vagas porque no tenemos una idea clara de lo que significa. Los recursos naturales no son sólo materia; sino que existen cuando encontramos usos para dicha materia. El límite de nuestros recursos no es estrictamente el que corresponde a la dotación de materia de nuestro planeta, sino que también depende de nuestra capacidad de imaginar e innovar.

Milton Friedman preguntaba en conferencias si había más petróleo o recursos naturales en el siglo 20 que en el siglo 19[5]. Dejaba a su audiencia confundida y perpleja cuando respondía que había más en el siglo 20, desde un punto de vista económico. A pesar de que materialmente había más petróleo en siglos anteriores, económicamente había más en el siglo 20 porque hasta entonces la humanidad no había descubierto cómo emplear el petróleo como recurso en una gran variedad de usos.

Hay, además, un mecanismo que puede cercenar gran parte de los temores de la sobrepoblación: el mecanismo de precios de un sistema de mercado libre.

Los mercados libres incorporan incentivos para regular el consumo de distintas generaciones, de modo que una generación no se extralimite en su consumo y ponga en riesgo a generaciones futuras.

Los precios transmiten información sobre las mutaciones en la escasez de bienes y servicios de una forma bastante económica. Una burocracia tendría que reunir un conjunto de información demasiado grande para sus capacidades. Pero los precios no sólo transmiten información, sino que proveen el incentivo para actuar con base en esa información.

Los precios transmiten información crucial de forma económica a los actores relevantes. El comprador de madera no necesita escuchar que se ha incendiado un bosque para saber que ahora puede consumir menos madera: le basta con observar el precio más alto y ajustar su comportamiento en consecuencia. Al comprar menos madera de la que compraría, raciona su consumo y libera madera para otros compradores y otros usos.

Y los precios racionan nuestro consumo a través del tiempo mediante la especulación.

Imaginemos que hay predicciones confiables de que una escasez de lluvia afectará los cultivos de una granja. Quienes se anticipan a la futura escasez vislumbran una oportunidad de ganancia: pueden comprar alimentos ahora y tratar de venderlos después, cuando su precio sea más alto a causa de la escasez. Pero cuando incrementan su demanda en el presente, presionan a los granjeros a vender su mercancía a precios más altos en el presente.

Y al subir los precios en el presente, todos los compradores podrán comprar menos unidades de alimento que antes. De esta forma, dejarán alimentos libres para su consumo futuro. Los especuladores llevarán su mercancía al público, con lo cual los precios serán menores de lo que hubieran sido si la escasez los hubiera tomado por sorpresa.

Gracias al mecanismo de los precios, las personas en el presente ajustarán su consumo para que haya suficientes alimentos para su consumo en el futuro.

Cuando crece la población, incrementa la demanda de recursos naturales. Eso presiona su precio hacia arriba, racionando los recursos naturales tanto para su consumo presente como su consumo futuro. Los padres de familia también toman en cuenta las expectativas de escasez futura que les comunican los precios para ajustar el número de hijos que tendrán.

Los precios en el presente son buenos indicadores de la escasez futura. Pero a lo largo de la historia, pese a ciertas variaciones, la tendencia de los precios de los recursos naturales va a la baja. ¿Cómo lo explicamos? Dijimos que una mayor población incrementaba la demanda de recursos naturales; el precio de los recursos naturales tendía a subir en consecuencia. Pero a pesar del incremento poblacional, observamos que los precios caen. ¿Qué ha estado pasando?

Que nos hemos enfocado únicamente sobre una sola de las fuerzas que influyen sobre los precios: la demanda. Nos falta la otra fuerza: la oferta. Cuando el precio de un recurso natural sube, los empresarios reaccionan invirtiendo en nuevas formas de explotar el recurso natural para aprovechar un margen de ganancia más alto. Inventan nuevas formas de extraer el recurso o de encontrar sustitutos más baratos que presten un servicio similar al del recurso que la mayor población demanda.

Y conforme más empresarios tratan de aprovechar las oportunidades de ganancia, la competencia se intensifica y más recursos naturales son extraídos. Los recursos naturales, o los servicios que prestan, se vuelven relativamente menos escasos en consecuencia; la oferta de recursos naturales aumenta y los precios caen. Los precios más bajos reflejan la nueva menor escasez.

Nuevas personas no sólo demandan más recursos, sino que también generan nuevas ideas.

Los seres humanos no somos sólo consumidores o destructores de recursos. También somos productores, creadores, inventores, innovadores. Cuando un niño nuevo nace, se convierte en una nueva carga para sus padres y sus hermanos. El consumo promedio de la familia disminuye en el corto plazo. Pero en el largo plazo, el niño probablemente se convertirá en un agente productivo de la sociedad. Aportará su conocimiento, sus talentos y sus habilidades a la creación de nuevos y mejores bienes y servicios.

Mientras en una sociedad prevalezca la libertad necesaria para que no se interrumpa el proceso creativo de nuevas personas, podemos esperar que la población resuelva los mismos problemas que una mayor población genera.

No hay razones para creer que habrá una sobrepoblación. A pesar de que la población ha aumentado, podemos consumir muchos más bienes y servicios que antes. Más niños completan una educación básica; menos bebés mueren; las horas laborales han tendido a reducirse, dejando más tiempo para el ocio; las personas son más longevas… No tenemos un exceso poblacional: tenemos escasez de ideas. La humanidad es el último recurso; el recurso del cual dependen esas ideas…


[1] Léase https://oll.libertyfund.org/title/jevons-the-coal-question

[2] Con 3.7 mil millones en 1970 y alrededor de 8 mil millones en 2022, la tasa media anual de crecimiento es igual a [(8/3.7)^(1/52) – 1]*100% = 1.5%.

[3] Cálculo propio, con la información de las tasas de crecimiento que ofrece el Banco Mundial: https://data.worldbank.org/indicator/NY.GDP.MKTP.KD.ZG

[4] Véase https://data.worldbank.org/indicator/SP.DYN.CDRT.IN

[5] Un ejemplo: https://www.youtube.com/watch?v=WSWv3rX79sI

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *