La idea de un compromiso entre el capitalismo y el socialismo siempre ha fascinado a economistas y políticos. Una de las propuestas más influyentes fue formulada por John Maynard Keynes en junio de 1926, durante una conferencia en la Universidad de Berlín. El texto de ese discurso y el de la anterior conferencia Sidney Ball celebrada en Oxford en noviembre de 1924 se incorporaron al ensayo, publicado como panfleto, titulado: “El fin del laissez-faire” por Hogarth Press en julio de 1926, diez años antes de su obra más famosa: “La teoría general del empleo, el interés y el dinero”.
En la Universidad de Berlín, el economista británico había atacado el concepto de laissez-faire, argumentando la necesidad de formas de regulación social para corregir las ineficiencias del mercado. El capitalismo, en su opinión, si no se lo controla y se lo deja operar libremente, conducirá a la desigualdad y la inestabilidad. Esto se debió a que el laissez-faire se basaba en supuestos excesivamente simplistas, en particular la idea de que los individuos, actuando sólo en su propio interés, producirían automáticamente resultados económicos óptimos. Además, la teoría conexa ni siquiera se basaba en los escritos originales y auténticos de los grandes economistas, sino más bien en interpretaciones popularizadas posteriormente. Su solución fue pues mantener la propiedad privada, pero con un amplio control social, confiado a entidades semiautónomas que actuarían en interés público.
Este compromiso entre propiedad privada y regulación era, según su proponente, la clave para resolver los problemas de desequilibrio y crisis que, en las intenciones expresadas, el libre mercado era incapaz de gestionar. La idea, en última instancia, no era abandonar el capitalismo, sino modificarlo mediante un sistema de regulación generalizada que pudiera corregir sus supuestas distorsiones. Sin embargo, estos mecanismos de control no habrían sido gestionados directamente por el Estado, sino por los organismos independientes antes mencionados, capaces de supervisar el funcionamiento del mercado.
En una reseña pertinente de 1927, Ludwig von Mises desmanteló quirúrgicamente los supuestos de Keynes, revelando los riesgos ocultos en su propuesta y mostrando, en primer lugar, cómo la visión que planteaba no era nueva en absoluto. Soluciones similares ya se habían probado en Alemania y otros países, sin resultados positivos. En su opinión, el verdadero problema no residía en la libertad económica, sino en el intervencionismo estatal que había causado distorsiones y crisis. Como resultado, los intentos de regular el mercado habrían terminado empeorando la situación, en lugar de mejorarla.
Otro punto central de la crítica misesiana fue la falta de cualquier referencia al principio del laissez-passer, es decir, la libre circulación de bienes y personas. De hecho, como informó en la reseña mencionada: «Keynes, sin embargo, habla intencionadamente solo de laissez-faire. Menciona el proteccionismo solo de pasada (p. 26); no menciona en absoluto la libre circulación. Es fácil comprender la razón de esta autolimitación. El proteccionismo y la obstrucción de la libre circulación internacional son, sin duda, elementos típicamente medievales, pero sus resultados son hoy tan claramente reconocibles que un reformador social que lucha contra el liberalismo tiene razón en guardar silencio al respecto. En particular, un anglosajón que desee oponerse al liberalismo en Berlín debe evitar plantear estas delicadas cuestiones». Para Mises, por el contrario, fue precisamente el intervencionismo, en concreto el proteccionismo, el que había obstaculizado el crecimiento económico, generando desempleo y tensiones sociales, como posteriormente destacó: «El proteccionismo no es más que un caso particular de intervencionismo. Todas sus consecuencias son destructivas: empobrece a los ciudadanos y reduce la eficiencia productiva, además de fomentar conflictos entre naciones».
Según el científico austriaco, el compromiso propuesto por Keynes entre propiedad privada y control social habría llevado a un retorno a las formas medievales de autonomía corporativa, con todos los problemas que ello habría conllevado. Además, profundizando aún más en las posiciones del antagonista, que no se limitó sólo a los efectos económicos, también subrayó cómo el intervencionismo conduciría a la pérdida progresiva de las libertades individuales, abriendo el camino a regímenes autoritarios. Al respecto escribió: “Quien se alegra de que la gente le dé la espalda al liberalismo no debe olvidar que la guerra y la revolución, la miseria y el desempleo de las masas, la tiranía y la dictadura no son compañeros accidentales sino resultados inevitables del antiliberalismo que ahora gobierna el mundo”.
Las observaciones de Mises siguen siendo relevantes incluso en el momento histórico actual. Siguen presentándose propuestas de compromiso entre el libre mercado y la intervención estatal, con la idea de que pueden garantizar la estabilidad y la justicia social. Sin embargo, la historia ha demostrado cómo estos compromisos han llevado a lo contrario, limitando la libertad económica y causando crisis e inestabilidad. El siglo XX ofrece numerosos ejemplos de países que, abandonando el laissez-faire, vivieron períodos de profunda crisis, desempleo y, en muchos casos, el nacimiento de regímenes autoritarios.
Además, como también recordó, no se puede separar la libertad económica de la libertad política y social: “El mundo de hoy –subrayó repetidamente– está enfermo precisamente porque durante décadas las cosas no han sido reguladas por esta máxima”. Toda intervención en el mercado, incluso si está motivada por buenas intenciones, termina socavando la iniciativa privada y limitando las oportunidades de crecimiento y prosperidad: «El intervencionismo —subrayó— no puede ser un sistema económico permanente. Toda intervención crea inevitablemente condiciones que lo hacen insostenible, requiriendo nuevas intervenciones hasta alcanzar el control total». Sus resultados finales son siempre los mismos: crisis económicas, pobreza generalizada y una pérdida progresiva de libertad.
En conclusión, reflexionar sobre las palabras de Mises hoy significa comprender que los compromisos entre la libertad económica y el control social no conducen a una mayor justicia, sino sólo a la repetición de los errores del pasado. No puede existir prosperidad duradera sin un mercado libre y sin confianza en la capacidad de los individuos para gestionar sus propias decisiones económicas. Cualquier intento de regulación, como el propuesto por Keynes, corre el riesgo de sofocar la libertad y aumentar la inestabilidad, como también advertía el pensador liberal: “El intervencionismo genera distorsiones económicas que a su vez requieren nuevas intervenciones, transformando gradualmente la libertad económica en control estatal”.
Agradecemos al autor su amable permiso para publicar su artículo, publicado originalmente en Radio Liberta: https://radioliberta.net/2025/03/16/il-liberal-socialismo-non-esiste-storia-di-un-grande-abbaglio
Sandro Scoppa: abogado, presidente de la Fundación Vincenzo Scoppa, director editorial de Liber@mente, presidente de la Confedilizia Catanzaro y Calabria.
Twitter: @sandroscoppa