Un peso de impuestos cuesta más que sólo un peso

Una de las cosas más importantes que un ciudadano debe aprender sobre los impuestos es la siguiente: por lo regular, y salvo en raras excepciones (¡rarísimas!)[1], un peso de impuestos cuesta más que un peso.

¿Eh?

Dicho de otra forma, un peso que toma el gobierno en impuestos reduce la riqueza de una economía en más de un peso.

¿Por qué?

Los impuestos tienen dos efectos: transfieren riqueza y distorsionan incentivos.

Las personas suelen ver el primer efecto, pero raramente ven el segundo. Es el segundo efecto, sin embargo, el que, en términos de eficiencia económica, preocupa especialmente a los economistas.

Con un ejemplo hipotético es más sencillo visualizar lo que ocurre.

Una panadería planea vender pastelillos a un precio por pastelillo de 15 pesos. Pero el gobierno quiere su parte y cobra un impuesto que eleva el precio de compra en 3 pesos, de modo que el consumidor paga 18 pesos por pastelillo. (Para efectos de simplificar el análisis, supondremos que la panadería vende tantos pastelillos como la gente demanda al precio de mercado, de modo que todo el impuesto recae sobre los consumidores. El supuesto es inofensivo).

Al precio de compra de 18 pesos, Samuel y Nadia compran un pastelillo por semana. Samuel pagaría hasta 20 pesos por el pastelillo, mientras que Nadia pagaría hasta 25 pesos. Ambos están felices: pagan menos por algo que valoran más. Tienen un excedente de consumidor positivo: la diferencia entre su disposición de pago y el precio de compra. Lo que hace el impuesto, hasta el momento, es sólo transferir riqueza de Samuel y Nadia hacia el gobierno. El gobierno se lleva 6 pesos por los pastelillos de ambos; la panadería se lleva 30 pesos. Samuel y Nadia quedan con un excedente de consumidor de 2 y 7 pesos, respectivamente: un total de 9 pesos.

Pero el gobierno desea más dinero, así que cobra un impuesto más alto que eleva el precio de compra en 7 pesos. El precio de los pastelillos es ahora de 22 pesos. Samuel lamenta el nuevo precio y deja de comprar pastelillos, por los cuales sólo pagaría hasta 20 pesos. Nadia sigue comprando un pastelillo, aunque protesta que ahora debe pagar más: su excedente de consumidor es menor.

¿Hacemos cuentas de nuevo? El gobierno se lleva 7 pesos por la venta del pastelillo de Nadia; la panadería se lleva 15 pesos; Samuel deja de consumir pastelillos, mientras que Nadia ahora paga más por algo que valora en 25 pesos. El excedente de ambos consumidores disminuye de un total de 9 pesos a sólo 3 pesos.

El impuesto muestra un nuevo efecto: la transferencia de un peso adicional al gobierno (de 6 a 7 pesos) ha significado la desaparición de un intercambio mutuamente benéfico. Un peso más al gobierno redujo la riqueza de Nadia y destruyó el consumo de un pastelillo que era valorado en 20 pesos por Samuel, quien usará su dinero en satisfacciones menos valiosas. Dinero que no recibirá ni la panadería ni el gobierno. La ciencia económica llama pérdida de carga muerta a esta reducción de bienestar económico en exceso de la recaudación que recibe el gobierno. (Un peso más de impuestos empobreció a Samuel y a Nadia en 6 pesos).

El nuevo efecto apareció porque el impuesto desalentó el consumo de pastelillos. Al hacerlo, distorsionó los incentivos iniciales y llevó a Samuel a elegir el siguiente empleo más valioso de su dinero. El peso en el cual aumentó la recaudación del gobierno destruyó valor además de transferir riqueza.

Los impuestos distorsionan incentivos y por eso son especialmente peligrosos: succionan más riqueza de lo que aparentan, al volver antieconómicas a opciones que de otro modo serían eficientes.

El lector alerta advertirá que el gobierno no se limita a recaudar dinero, sino que lo usa en la provisión de bienes y servicios. Si el gobierno devuelve bienes y servicios valiosos, ¿son las distorsiones un mal necesario?

Aún si el gobierno emplea el dinero recaudado en la provisión de bienes valiosos, la elección de impuestos distorsionantes reduce la riqueza real de una economía. Los impuestos estrechan el espectro de intercambios mutuamente benéficos. Pero hay una observación más importante. El sistema de mercado cuenta con un mecanismo de retroalimentación que motiva a sus participantes a emplear recursos de forma eficiente: el mecanismo de pérdidas y ganancias. Quien toma recursos valiosos y los emplea en la producción de bienes que no desean los consumidores sufre pérdidas y recibe la señal de que debe cooperar en la producción de otros bienes. El gobierno carece de un mecanismo de retroalimentación similar: puede emplear recursos sin atender las peticiones de los consumidores y puede externalizar los costos de malas decisiones. El sistema de mercado disciplina a sus participantes de modo que puedan alinear la búsqueda de interés propio con los intereses de los demás. Tal disciplina está ausente en el gobierno y es suplantada de forma imperfecta en democracias liberales por controles institucionales de contrapeso al poder.

La recaudación que captura el gobierno es sólo la punta del iceberg. Y si bien escandaliza al ciudadano promedio el porcentaje de sus ingresos que termina en las arcas gubernamentales, es importante que vea además la generación de riqueza que los impuestos frustran. Los impuestos mueven recursos de un bolsillo a otro, sí, pero en el camino vuelven estériles a recursos que de otro modo darían frutos.

Más distorsiones

Los impuestos no sólo distorsionan incentivos, sino que también distorsionan nuestras nociones de justicia. Para ilustrarlo, podemos tomar un ejemplo similar a uno elaborado por el economista Steven Landsburg.

Pensemos en dos personas: Homero y Flanders.

Homero y Flanders reciben 100 pesos.

Con sus 100 pesos, Homero planea comprar dos hamburguesas: 🍔, 🍔.

Flanders planea, sin embargo, prestar sus 100 pesos a una tasa de interés y esperar a que su préstamo inicial se duplique en el futuro. Con 200 pesos en el futuro, planea comprar cuatro hamburguesas FUTURAS: F🍔, F🍔, F🍔, F🍔.

El gobierno decide poner un impuesto sobre la renta equivalente al 50%. Por lo cual, ahora…

Homero puede comprar sólo una hamburguesa 🍔,

mientras que

Flanders sólo puede comprar dos hamburguesas futuras: F🍔, F🍔.

Noten que el impuesto le ha costado a ambos exactamente lo mismo: el 50% de su consumo. A Homero le costó una hamburguesa en el presente; a Flanders, dos hamburguesas en el futuro. Parece que el impuesto le costó más a Homero a juzgar por la cantidad de hamburguesas que finalmente pudieron comprar ambos. Pero en realidad sólo cambió la forma en que ambos ELIGIERON usar su dinero. Homero comió de inmediato; Flanders sacrificó comer de inmediato. Pero ambos tenían las mismas opciones a elegir desde un principio.

El gobierno decide que es INJUSTO que Flanders consuma una hamburguesa más que Homero, sin tener en cuenta las consideraciones anteriores. Decide poner un impuesto a Flanders por concepto de intereses equivalente a 50%. De ese modo, Flanders se queda con sólo una hamburguesa en el futuro: F🍔.

¿Qué pasó con Flanders?

El gobierno redujo sus posibilidades de comprar cuatro hamburguesas futuras con sus 100 pesos (F🍔, F🍔, F🍔, F🍔) a sólo poder consumir una: F🍔.

El gobierno no le ha quitado la mitad, o el 50%, de su consumo, sino el 75%.

¿Fue eso justo? Lo dejo a criterio de los lectores.

Los impuestos como los impuestos a las herencias o a las ganancias de capital o a los intereses son como limón sobre una herida. Son impuestos que penalizan elecciones particulares sobre ingresos ya sujetos a impuestos. En nuestra economía de juguete, Flanders podría verse desincentivado a seguir postergando su consumo. El impuesto, entonces, tendría un efecto negativo en términos de eficiencia: obligaría a Flanders a elegir un uso menos valioso de su dinero. Y por eso algunos economistas, que se abstienen de reprochar los usos que las personas le dan a su dinero, se manifiestan a favor de un impuesto único.

Criterios a tomar en cuenta al diseñar un sistema impositivo

Los economistas definen cuatro dimensiones mediante las cuales se puede calificar un impuesto: eficiencia, justicia, simplicidad y suficiencia.

Idealmente, de acuerdo al opinar de algunos economistas, un buen sistema impositivo debe tener éxito en las cuatro dimensiones. Debe ser…

  1. Eficiente: Un sistema impositivo eficiente distorsiona los incentivos de los contribuyentes en el menor grado posible, lo que significa que su conducta no debe ser muy distinta tras el impuesto que sin él;
  2. Justo: Un sistema impositivo justo debe generar la impresión de equidad horizontal y vertical. La equidad horizontal significa que dos contribuyentes similares pagan impuestos similares. La equidad vertical, que no se penaliza demasiado a los más pobres;
  3. Simple: Un sistema impositivo simple es aquel que es fácil de cobrar y de pagar, de modo que el contribuyente no deba atravesar por obstáculos insuperables o elevados para poder cumplir sus obligaciones.
  4. Suficiente: Un sistema impositivo suficiente genera los ingresos mínimos necesarios para financiar los gastos gubernamentales deseados por la sociedad civil.

Si bien tales dimensiones suenan bien en papel, lo cierto es que, como lo reconoce el economista Joseph J. Minarik [2], tales objetivos ocasionalmente entran en conflicto uno con otro. Un sistema impositivo que parezca más justo a un sector de la población podría pecar de ineficiente; y un sistema impositivo que sea más simple podría brindar incentivos al gobierno para cobrar más ingresos de los que serían suficientes o eficientes.

Algunos economistas y liberales han propuesto impuestos planos («flat taxes») o impuestos por cabeza («head taxes») como los impuestos más ideales de una sociedad con gobierno mínimo. En un régimen de impuesto plano, cada individuo o actividad económica paga un mismo porcentaje previamente definido. En un impuesto por cabeza, cada individuo paga una suma idéntica, independientemente de su condición. Ambos esquemas impositivos cuentan con defensores que resaltan su mayor eficiencia sobre otras clases de impuestos, así como su mayor simplificación. Pero algunas dudas quedan sobre su justicia o suficiencia. Abrir el debate a estos esquemas alternativos, sin embargo, puede llevarnos a un esquema impositivo menos agresivo con el pagador de impuestos y más compatible con la libertad individual.


[1] Los impuestos lump-sum son una excepción teórica, que consisten en una suma fija que el gobierno cobra a los habitantes de un territorio y que no dependen de ninguna acción económica particular.  

[2] Véase su artículo de la Concise Encyclopedia of Economics: https://www.econlib.org/library/Enc/Taxation.html

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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