­¿Alguna vez has oído o leído la expresión “el dinero es el estiércol del Diablo”? Pues son palabras a las que nos tiene acostumbrados el actual papa católico Jorge Bergoglio, cuyas ideas sobre filosofía política y economía, más allá de darse de patadas con la realidad y mostrar una profunda ignorancia en la materia, implican el trasfondo ideológico típico de quien nunca produjo nada más que palabras y de quien detesta a quienes verdaderamente producen y logran éxito económico marcando la diferencia. Son palabras de quien cree que es inmoral ganar dinero pero es moral vivir a costa de los demás.

El tema resulta de la mayor relevancia y la relación entre ambos conceptos del enunciado -ética y dinero- nos lleva a la necesidad previa de definirlos, aclarar su significado, precisar sus alcances. Pues para evitar erróneas comprensiones o interpretaciones es menester definir cada concepto involucrado antes de hacerlos entrar en la escena de un artículo.

LOS CONCEPTOS

¿Qué es la ética y qué es el dinero? Comencemos por la primera.

La ética debiera definirse, antes que nada, como la suma de los valores que le permiten al ser humano vivir como ser humano, es decir, como un ser racional y no como un bruto sin mente, y que no impliquen utilizar a otros hombres en beneficio propio de otro modo que no sea el voluntario.

La ética debe partir de la noción de que el hombre es un fin en sí mismo y no un medio para los fines de otros hombres. Que el hombre no debe sacrificar a otros hombres para su provecho ni sacrificarse a sí mismo para los demás.

Y el propósito ético fundamental del hombre es lograr su propia felicidad. Todo aquel acto del hombre que apunte a lograr su felicidad sin dañar ni utilizar a terceros contra su voluntad, es un acto ético. Todo acto del hombre que apunte en la dirección de su infelicidad o reduzca a los demás a medios para sus propios fines, es un acto no ético.

Esta definición de ética, que sigue filosóficamente los lineamientos de Ayn Rand y del alterum non laedere de Ulpiano, rechaza la moral que impone vivir y sacrificarse para los otros, para la sociedad, o para un dios creado por otros hombres precisamente para poder utilizar como medios a los demás hombres.

En consecuencia, todo trato de un humano con los otros humanos debe ser voluntario para ambas partes. Y todo intercambio de bienes o servicios en forma voluntaria, no coactiva, es un intercambio ético. Es decir, es un acto comercial.

Por ello, comparto con Rand que el comerciante es el verdadero héroe de la sociedad. El comercio no es otra cosa que la actividad donde se ejercen los derechos individuales: vida, libertad, propiedad, y búsqueda de la propia felicidad, en la definición de John Locke y de los Founding Fathers.

El comercio -donde la ética se vincula con el dinero- es el sinónimo de la civilización y la antítesis o la alternativa de la guerra. Donde hay comercio no hay guerra. Y en el comercio no hay perdedores sino dos ganadores relativos: comprador y vendedor salen favorecidos del intercambio, porque ambos satisfacen sus necesidades individuales y circunstanciales. Ambos ganan, pues de otra forma el intercambio no se produciría. En tanto, en la guerra hay necesariamente un ganador absoluto y un perdedor absoluto. El comercio es constructivo y generador de riqueza; la guerra destruye la riqueza, y la vida.

EL MEJOR INSTRUMENTO

Los mencionados derechos individuales son los que garantizan la supervivencia humana como tal. Por tanto, el hombre está en su derecho de usar su mente, está en su derecho de producir libremente lo que su mente le dicta, está en su derecho de trabajar por sus valores y sus intereses, está en su derecho de disponer del producto de su mente y su esfuerzo, representado por el dinero.

Y el dinero es simplemente un instrumento de intercambio que necesita de un ambiente en que existan bienes y servicios transables, es decir, actividad humana productiva y comercial. El dinero se creó precisamente para facilitar el intercambio y la creación de nueva riqueza, y no puede existir en medio de la nada. Imaginemos a un hombre con un millón de dólares en una isla desierta. Ese dinero no tendrá más valor que el del papel en que está impreso, y siempre que consiga transformar ese papel en energía calórica o lumínica pues de otro modo sólo tendrá una utilidad meramente higiénica.

Como bien señala Rand, “el ser humano es el origen de todas las mercancías producidas y de toda la riqueza que ha existido en la faz de la Tierra”. De allí que cuando recibimos dinero en pago de nuestro esfuerzo productivo, lo hacemos a sabiendas de que lo intercambiamos por el producto del esfuerzo de otros hombres productivos. Existe el dinero porque existe la riqueza, que a su vez existe por el esfuerzo creador de los humanos. No a la inversa, aunque sí es correcto decir que el dinero facilita la producción de nueva riqueza.

El dinero es entonces la manifestación corpórea, física de un valor económico creado por una actividad humana -no por el músculo sino por la mente creativa-, y es la herramienta más elaborada para que los hombres operen con otros hombres bajo las reglas del comercio, es decir, mediante el intercambio voluntario. Entregar un valor a cambio de otro valor, valores que son puramente subjetivos, individuales, en relación a cada hombre, su circunstancia y su capacidad.

El carácter objetivo del dinero posibilita cuantificar y medir en valor cualquier acción del ser humano y cualquier bien en el mercado de consumo, sujeto a la regla de la oferta y la demanda. Y como valor, circula en dos sentidos: hacia mí o desde mí. Y en ambos sentidos se involucra la cuestión de la ética tal como la definimos anteriormente.

SAQUEADORES DEL ESTADO

Pero la cuestión más enraizada en la ética corresponde al modo en que obtenemos el dinero. No tanto en cómo lo gastamos sino en cómo lo ganamos. Pues, como decía Milton Friedman, “si uno gasta su dinero en uno mismo, se preocupa mucho de cuánto y cómo se gasta. Si uno gasta su dinero en otro, sigue estando muy preocupado de cuánto se gasta, mas no tanto de cómo se gasta. Si uno gasta el dinero de otro en uno mismo, no se preocupa de cuánto se gasta, pero sí de cómo se gasta. Sin embargo, si uno gasta el dinero de otro en terceros, uno no se preocupa mucho de cuánto, ni de cómo se gasta”.

Por lo general, los saqueadores del Estado y los ladrones y estafadores privados también invierten sus dineros en bienes lícitos. De allí que lo éticamente más relevante sea el origen, el modo con que se ha obtenido el dinero, y en menor rango el modo en que se desprende.

Ahora bien; partiendo de la definición que hemos dado de la ética, el dinero no debe ser obtenido sacrificando a otros, sino mediante el intercambio libre de nuestros bienes o de nuestra mente o fuerza productiva con otros hombres.

Aquí resulta clarificadora esta sentencia de Ayn Rand: “¿Adquiristeis el dinero por fraude? ¿Halagando los vicios o estupideces humanas? ¿Sirviendo a imbéciles con la esperanza de adquirir más de lo que vuestra habilidad merece? ¿Rebajando vuestros principios? ¿Realizando tareas que despreciáis para clientes hacia quienes sentís desdén? En tal caso vuestro dinero no os proporcionará ni un momento, ni el equivalente del valor de un solo centavo de auténtica alegría. Todo cuanto compréis se convertirá, no en un tributo a vuestro favor, sino en un reproche; no en un triunfo, sino en un constante evocador de vergüenza. Entonces gritaréis que el dinero es malo. ¿Malo porque no substituye al respeto que os debéis a vos mismo? ¿Malo porque no os deja disfrutar de vuestra depravación? ¿Es ésta la causa de vuestro odio al dinero? El dinero siempre seguirá siendo un efecto y rehusará reemplazaros como causa. El dinero es producto de la virtud, pero no os conferirá virtud ni os redimirá de vuestros vicios. El dinero no os dará lo que no hayáis merecido, ni material, ni espiritualmente”.

Esas son las razones por las que algunos hombres sostienen que “el dinero es el estiércol del Diablo”. Pues quien lo obtuvo legítimamente siente exactamente lo contrario.

EL PILAR

Hablar del dinero es hablar del derecho de propiedad. Y el derecho de propiedad deriva del más fundamental de los derechos: el derecho a la vida. En tanto los hombres deben sostener su vida con el esfuerzo de su mente y sus músculos, el producto de ese esfuerzo le ha de pertenecer. Pues si lo que él produce es saqueado por otros hombres, el hombre queda reducido a esclavo. Pierde su vida, al punto que del esclavo solemos decir “eso no es vida”.

Pero cuidado; el derecho de propiedad no significa que tengamos derecho a un bien determinado sino a esforzarnos para ganar ese bien, que, una vez ganado, nos dará el derecho de conservarlo, usarlo, y disponer de él como nos plazca, y sin interferencia coactiva de terceros del mismo modo en que nosotros no podemos violar el derecho de propiedad de los demás.

No existe el derecho a una vivienda. Existe el derecho de esforzarnos para lograr una vivienda, y que, una vez lograda, ningún otro hombre pueda violar nuestro derecho de poseerla y utilizarla libremente. Tampoco existe el derecho a un salario determinado sino el derecho de acordarlo voluntariamente, pues de otro modo se estaría obligando a un hombre a acatar coactivamente las pretensiones de otro hombre.

En el contexto de la Constitución de los EEUU de América -que fue la primera en reconocer los derechos individuales como principio ético fundacional- existe el derecho a la búsqueda de la propia felicidad; no el derecho a la felicidad. Es decir, que este sistema permite que el hombre se esfuerce mental y físicamente para lograr su felicidad; no para que otros se la provean esclavizándolos. Tampoco para que nosotros seamos esclavizados para proveer las necesidades materiales de los demás.

Tal como enseño David Hume en el siglo XVIII, las tres leyes fundamentales de la naturaleza de las que depende la paz y la seguridad de la sociedad son “la estabilidad de la posesión, su transferencia por consenso, y el cumplimiento de las promesas”. Es decir, propiedad y libertad.

El dinero, en consecuencia, ha de obtenerse por derecho”. Sin ejercer coacción sobre los derechos de otros individuos. Todo derecho de un hombre que implique necesariamente la violación de un derecho de otro hombre, no es un derecho. La regla ética impone que los derechos de un hombre no imponen obligación alguna a los demás hombres, salvo una de signo negativo: no violar esos derechos.

La relación entre ética y dinero no deriva de otra cosa que no sea el derecho natural de propiedad. La propiedad obtenida por el esfuerzo mental o físico, e intercambiada con otros hombres por la vía del consenso, es una propiedad legítima, sin resultar relevante la cantidad de riqueza involucrada. Pues para que exista pobreza cero debe haber riqueza infinita.

No existe el derecho a una vivienda. Existe el derecho de esforzarnos para lograr una vivienda, y que, una vez lograda, ningún otro hombre pueda violar nuestro derecho de poseerla y utilizarla libremente.

Publicado originalmente por el diario La Prensa (Argentina): https://www.laprensa.com.ar/Etica-y-dinero-516801.note.aspx

Denis Pitté Fletcher.- abogado litigante argentino. Titular en Estudio Jurídico Pitté Fletcher & Asociados. Columnista en diversos medios.

Twitter: @PitteFletcher

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y Asuntos Capitales entre otros medios.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *