El problema comercial que enfrenta Estados Unidos hoy en día no es nuevo. Tiene sus raíces en lo que los economistas llaman el trilema de Triffin, también conocido como el dilema de Triffin o la paradoja de Triffin, en honor al economista belga-estadounidense Robert Triffin. Este principio pone de relieve una contradicción fundamental: una moneda nacional como el dólar estadounidense no puede servir simultáneamente como moneda nacional estable y principal moneda de reserva mundial sin generar desequilibrios comerciales.

La actual política estadounidense de imponer aranceles exorbitantes a casi todos sus socios comerciales no soluciona este problema. Estas medidas son más perjudiciales que beneficiosas. Los aranceles elevan el costo de los bienes importados, lo que se traduce en precios más altos para los consumidores y mayores costos de insumos para los productores que dependen de las cadenas de suministro globales. Esto erosiona el poder adquisitivo y reduce la productividad. Además, los socios comerciales responden con sus propios aranceles, lo que desencadena guerras comerciales que perjudican a los exportadores, intensifican las tensiones y perturban el comercio global. En lugar de revitalizar la manufactura, los aranceles conducen a una mala asignación de recursos y a la protección clientelista de industrias ineficientes, prolongando las debilidades estructurales en lugar de abordar sus causas fundamentales.

El persistente déficit comercial de Estados Unidos es una consecuencia natural de la sobrevaluación del dólar. Esta sobrevaluación, a su vez, se deriva de la demanda global de la moneda estadounidense. Ser el emisor de la principal moneda de reserva mundial es a la vez una ventaja y una carga. Por un lado, permite a Estados Unidos importar más de lo que exporta sin restricciones financieras inmediatas. La deuda externa —denominada en dólares— es una preocupación menor cuando el resto del mundo está deseoso de poseer estos dólares.

Otro beneficio temporal de este acuerdo es que facilita la financiación del déficit presupuestario estadounidense. Los tenedores extranjeros de reservas en dólares suelen invertir en bonos del Tesoro estadounidense, lo que contribuye a financiar los déficits federales. Este proceso ha continuado, aunque con interrupciones, desde el establecimiento del sistema de Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial.

En la práctica, Estados Unidos puede adquirir bienes de todo el mundo simplemente emitiendo dinero nuevo. Sin embargo, este método genera déficits gemelos: el déficit presupuestario público y el déficit por cuenta corriente. Con el tiempo, estos flujos recurrentes se convierten en enormes cantidades de deuda, en forma de deuda pública y pasivos externos.

El presidente Trump se enfrenta ahora al reto de que estas montañas de deuda podrían estar alcanzando límites críticos. La confianza en el dólar está empezando a erosionarse. En mayo de 2025, la deuda federal estadounidense ascendía a 36,2 billones de dólares y aumentaba rápidamente. La deuda pública ha superado el 120 % del PIB, y aproximadamente un tercio está en manos de entidades extranjeras. Con el aumento del gasto no discrecional y las señales de estancamiento o contracción de la economía, se prevé que tanto la deuda pública como la externa sigan aumentando. Para finales de 2024, la posición de inversión internacional neta (PIIN) de Estados Unidos se situaba en -26,2 billones de dólares .

Las preocupaciones de la presidencia estadounidense incluyen el problema de que los déficits comerciales persistentes implican vulnerabilidad estratégica. Dado que las importaciones superan sistemáticamente a las exportaciones, la producción nacional se vuelve menos competitiva, lo que provoca el cierre de fábricas, la pérdida de empleos y la deslocalización de industrias enteras. De esta manera, el persistente déficit comercial estadounidense ha socavado la base manufacturera del país. Esta erosión no es solo una preocupación económica, sino un riesgo para la seguridad nacional. Un sector manufacturero sólido es esencial para la innovación, el empleo y la resiliencia, especialmente en tiempos de disrupción global o conflicto geopolítico. Cuando las cadenas de suministro críticas, como las de semiconductores, equipos médicos o componentes de defensa, se ubican en el extranjero, Estados Unidos se vuelve extremadamente dependiente de los productores extranjeros.

En noviembre de 2024, Stephen Miran, entonces presidente electo del Consejo de Asesores Económicos, publicó una Guía del Usuario para la Reestructuración del Sistema de Comercio Global , a menudo conocida como el «Acuerdo de Mar-a-Lago». Este libro blanco no oficial exponía la visión del gobierno para abordar la precaria situación económica de Estados Unidos.

Miran identificó la sobrevaluación del dólar como un factor clave en el declive de la industria manufacturera estadounidense, un fenómeno que, según él, amenaza la seguridad nacional. Los activos de reserva funcionan como una forma de oferta monetaria global, pero la demanda de dólares estadounidenses está cada vez más desconectada de la balanza comercial estadounidense. A medida que se reduce el tamaño relativo de la economía estadounidense, la tensión se agudiza. Estados Unidos se encuentra atrapado en el trilema de Triffin. Miran insinúa que unos aranceles más altos reducirían el déficit comercial estadounidense y revitalizarían el sector manufacturero del país. Sin embargo, la gestión del comercio no es la solución. El problema central reside en la naturaleza de un sistema monetario fiduciario dominado por gobiernos y bancos centrales.

El trilema de Triffin se formuló por primera vez en la década de 1960 durante los debates sobre el sistema de Bretton Woods. Triffin expuso la tensión fundamental entre la estabilidad monetaria interna y la provisión de liquidez global. Bajo Bretton Woods, Estados Unidos debía mantener la convertibilidad del dólar en oro a un tipo fijo de 35 dólares por onza, a la vez que abastecía al mundo con reservas de dólares. Para que el comercio y la liquidez globales se expandieran, Estados Unidos necesitaba mantener déficits persistentes en su balanza de pagos. Pero estos déficits acabarían minando la confianza en la convertibilidad del dólar.

Triffin advirtió que Estados Unidos no podía garantizar la convertibilidad ni una liquidez global suficiente. Si continuaba emitiendo dólares, perdería reservas de oro; si dejaba de hacerlo, el mundo se enfrentaría a escasez de reservas y deflación. Esta contradicción contribuyó directamente al colapso de Bretton Woods. En 1971, el presidente Nixon suspendió la convertibilidad del oro, lo que marcó el inicio de la era de las monedas fiduciarias y los tipos de cambio flotantes.

Sin embargo, incluso bajo Bretton Woods II , el dilema persiste. El dólar estadounidense sigue siendo la principal moneda de reserva global, utilizada en la facturación comercial, las reservas de divisas y las finanzas internacionales. La continua demanda mundial de dólares implica que Estados Unidos debe incurrir en déficits externos para obtener liquidez. Sin embargo, estos déficits persistentes plantean interrogantes sobre la sostenibilidad de la deuda y el riesgo sistémico.

El núcleo del dilema persiste: ninguna moneda nacional puede asumir indefinidamente la doble función de ancla monetaria nacional y reserva global sin incurrir en contradicciones. El propio Triffin propuso facultar al Fondo Monetario Internacional para emitir Derechos Especiales de Giro (DEG) como activo de reserva supranacional para reducir la dependencia del dólar. Otros han sugerido un sistema de reserva multipolar que incluya el euro, el renminbi chino o una canasta de monedas nacionales. Más recientemente, el auge de las monedas digitales y los sistemas basados ​​en blockchain ha reavivado el interés en crear alternativas algorítmicas y descentralizadas al dinero fiduciario nacional.

Sin embargo, desde la perspectiva de la economía austriaca, estas propuestas son insuficientes. El sistema monetario global no debería basarse en monedas fiduciarias ni en la discreción de los bancos centrales. En cambio, el dinero debería surgir mediante interacciones voluntarias en el mercado. Un sistema monetario sólido disciplinaría el gasto público al evitar la monetización de los déficits. Proporcionaría una reserva de valor fiable y una unidad de cuenta, vital para el cálculo y la coordinación económicos racionales.

En un marco austriaco, el sistema ideal es el de banca libre y competencia cambiaria. Los bancos privados emitirían pagarés canjeables por materias primas como el oro, compitiendo por la clientela basándose en la solvencia y la prudencia. Los bancos centrales, en cambio, distorsionan los tipos de interés, asignan recursos de forma ineficiente y alimentan ciclos de auge y caída mediante políticas discrecionales.

Un sistema monetario verdaderamente despolitizado aboliría los bancos centrales y eliminaría gradualmente las monedas fiduciarias. Los tipos de interés se determinarían por las fuerzas del mercado —mediante la interacción entre el ahorro y la inversión—, en lugar de por decretos burocráticos. Esto conduciría a una mejor asignación intertemporal de recursos, en consonancia con la teoría austriaca del capital.

En definitiva, el trilema de Triffin subraya una verdad crucial: una moneda nacional no puede cumplir funciones globales indefinidamente sin inestabilidad sistémica. Sustituir el dólar estadounidense por otra moneda nacional, ya sea el renminbi chino o el euro, solo recrearía la misma contradicción. La verdadera solución reside en eliminar por completo el dinero de la política.

Sorprendentemente, esta reforma es más factible de lo que parece. El paso clave es derogar las leyes de curso legal que obligan a los ciudadanos a aceptar la moneda emitida por el Estado. Al permitir a las personas la libertad legal de usar y emitir monedas privadas alternativas, los gobiernos podrían impulsar una ola de innovación y competencia monetaria. Esto armonizaría los incentivos de los emisores de moneda con las preferencias de los usuarios, promoviendo la estabilidad, la transparencia y la confianza en el sistema monetario.

Publicada originalmente por el Mises Institute: https://mises.org/mises-wire/trumps-trade-trilemma

Antony P. Mueller.- Doctor en Economía por la Universidad de Erlangen-Nuremberg (FAU), Alemania. Economista alemán, enseñando en Brasil; también ha enseñado en EEUU, Europa y otros países latinoamericanos. Autor de: “Capitalismo, socialismo y anarquía”. Vea aquí su blog

Twitter: @AntonyPMueller

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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