En la Edad Media, los comerciantes crearon un mercado global sin estados dueños: una lección todavía vigente contra los aranceles y las burocracias.
En el corazón de la Europa medieval, cuando los Estados eran débiles o depredadores, los comerciantes no invocaban soberanos protectores ni burocracias reguladoras: construían un mundo de libre comercio , basado en la confianza mutua y en reglas voluntarias. Las ferias de Champaña , que florecieron entre los siglos XII y XIII en ciudades como Troyes, Provins, Lagny y Bar-sur-Aube, fueron un extraordinario laboratorio espontáneo de mercado mundial , sin necesidad de Estados intervencionistas.
Con el crecimiento económico de los siglos XI y XII, el comercio terrestre entre Italia y el noroeste de Europa se intensificó. Los comerciantes necesitaban lugares seguros donde reunirse e intercambiar telas flamencas, sedas italianas y especias orientales. Las ferias de Champaña ofrecían esta oportunidad: no eran simples mercados locales sino auténticas encrucijadas internacionales . Ninguna institución centralizada los había diseñado: surgieron de la libre iniciativa de quienes necesitaban comerciar y prosperaron gracias a la seguridad mínima garantizada por los condes de Champaña, la reputación personal de los participantes y la estandarización espontánea de pesos, medidas y monedas.
A diferencia de los mercados semanales de productos de primera necesidad, las ferias se celebraban unas cuantas veces al año y duraban semanas , divididas en fases precisas: primero la preparación, luego la venta de tejidos, pieles, especias y finalmente la liquidación de cuentas mediante instrumentos innovadores como letras de cambio y cartas de crédito. El dinero circulaba sin necesidad de mover oro o plata en grandes cantidades, en un sistema basado en la confianza y en las relaciones directas entre particulares.
Lo que hace que el sistema de la feria de Champagne aún hoy sea extraordinario es que todo funcionaba sin burocracia centralizada . Las reglas eran una expresión de costumbre entre pares, no una imposición desde arriba. Los tribunales rápidos y eficientes de la feria servían a los comerciantes, no al poder político. Los condes de Champaña habían comprendido que su interés residía en fomentar, y no en obstaculizar, el encuentro voluntario de la oferta y la demanda.
Este ejemplo histórico suena hoy más relevante que nunca. En una era de aranceles comerciales , de restricciones regulatorias europeas cada vez más generalizadas y de regreso de impulsos proteccionistas , las ferias de Champaña demuestran que el comercio prospera donde prevalece la libertad, no donde reina la regulación. Hoy vemos gobiernos que, en nombre de supuestos intereses estratégicos, intentan bloquear la compra de empresas por parte de inversores extranjeros, como es el caso del sector tecnológico en Europa o la agricultura en Estados Unidos. Vemos aranceles a productos como el acero o límites a los productos agrícolas en nombre de la soberanía alimentaria, que sólo terminan perjudicando a los consumidores y a los productores. Todo esto contrasta con la sencilla y antigua lección de las ferias medievales: permitir que los hombres comercien libremente genera prosperidad, mientras que el control estatal sofoca la innovación y la riqueza.
Las ferias de Champaña crearon el primer mercado común europeo no mediante tratados o comisiones, sino mediante una red espontánea de confianza, estandarización voluntaria y protección mínima. Así como las actuales redes de autónomos , las plataformas peer to peer o los mercados de criptomonedas demuestran que la cooperación voluntaria puede construir ecosistemas económicos enteros sin necesidad de normas opresivas. Incluso en los modelos contemporáneos de economía descentralizada , como las redes blockchain o las plataformas de contratos inteligentes, encontramos el mismo espíritu: garantías de cumplimiento de los acuerdos sin necesidad de autoridades centrales , confianza construida sobre la reputación y la transparencia, seguridad basada en incentivos privados.
El declive de las ferias de Champaña no se debió a fracasos internos, sino a factores externos: la absorción de la región en el dominio real francés, el regreso de la inseguridad política con la Guerra de los Cien Años, la apertura de rutas marítimas directas que redujeron la importancia de las rutas terrestres. Incluso hoy, el libre comercio se ve amenazado no por sus defectos internos, sino por opciones políticas que, bajo el pretexto de la seguridad o la equidad, terminan sofocando la libre empresa .
La historia de las ferias medievales nos enseña que la auténtica globalización, aquella que beneficia a todos, no surge de la planificación burocrática, sino de la libre elección de los individuos para intercambiar bienes y servicios. No son los comisionistas los que crean la prosperidad sino los comerciantes libres . No son las regulaciones las que garantizan la confianza, sino la reputación construida sobre relaciones voluntarias y repetidas.
Hoy como entonces, libertad significa comercio, comercio significa cooperación, cooperación significa paz y prosperidad. Si queremos construir un futuro libre y próspero, debemos fijarnos menos en los planes dirigistas y más en el ejemplo vivo de los mercaderes de Champaña, quienes, sin ejércitos y sin decretos, supieron tejer la red de uno de los mayores mercados internacionales de la historia.
Agradecemos al autor su permiso para publicar su artículo, publicado originalmente en L’Opinione delle Libertà: https://opinione.it/economia/2025/05/28/sandro-scoppa-libero-mercato-fiere-della-champagne/
Sandro Scoppa: abogado, presidente de la Fundación Vincenzo Scoppa, director editorial de Liber@mente, presidente de la Confedilizia Catanzaro y Calabria.