Ilusiones colectivistas y realidad económica: Por qué hay que defender el progreso frente a la nostalgia de la pobreza.

La Historia de la Sforza ha cumplido recientemente cincuenta años. Cuánto, cómo y dónde vivimos , una valiosa e interesante obra del desaparecido Sergio Ricossa , que desmonta con lucidez el mito de un pasado idílico y demuestra cómo el trabajo del hombre fue la verdadera palanca del progreso . En él destaca cómo la pobreza no es una excepción, sino la regla, y cómo el bienestar no es el resultado de una cierta “justicia social”, sino el fruto de siglos de innovación y libertad económica . Sin embargo, ahora como entonces, hay quienes sueñan con un retorno a modelos económicos obsoletos, esperando el control de la producción, la autarquía y el fin del crecimiento.

El autor subraya con especial claridad que no es el progreso el que genera desigualdades, sino el intento de obstaculizarlo. Escribe al respecto: “La pobreza nunca ha necesitado explicaciones: es la riqueza la que necesita ser explicada”. La historia muestra que cuando los hombres tuvieron libertad para trabajar, intercambiar e innovar, las condiciones de vida mejoraron para todos. Por el contrario, cuando el poder político ha pretendido dirigir la economía , los resultados han sido hambruna, estancamiento y decadencia.

Hoy asistimos al regreso de viejas ilusiones: el mito del decrecimiento feliz, la regulación asfixiante, la idea de que un Estado omnisciente puede planificar la producción mejor que el mercado. Como si la experiencia socialista no hubiera demostrado ya lo contrario. El estudioso turinés pone en guardia contra estas ideas, observando que “la necesidad no desapareció con la industrialización: disminuyó, ciertamente, pero no por decreto”. Es el libre mercado el que reduce la pobreza, no la imposición del gobierno.

Además, el pensador liberal nos recuerda que el esfuerzo laboral no es una invención del capitalismo, sino una constante en la historia humana. Lo que ha cambiado, gracias al crecimiento económico, es la forma de trabajar: menos pesada, más productiva, más creativa. Pero esta transformación no ocurrió por casualidad ni por algún acto de bondad del gobierno. Fue una consecuencia directa de la libre empresa, la acumulación de capital y la innovación tecnológica.

Sin embargo, en nombre del ambientalismo ideológico o de supuestas emergencias sociales, se imponen nuevas restricciones: impuestos punitivos, restricciones burocráticas, prohibiciones que desalientan la iniciativa privada.

Ricossa explica cómo esta actitud es un reflejo del miedo al cambio : «El hombre que teme al progreso no querría detenerse en el presente, sino volver al pasado, ignorando que ese pasado fue miseria y opresión». Y no es casualidad que las políticas más restrictivas se justifiquen por un deseo de justicia social que, en realidad, sólo sirve para enmascarar un rechazo a la libertad económica.

A lo largo de la historia, cada intento de frenar el crecimiento económico en nombre de algún ideal colectivista ha tenido consecuencias desastrosas. Desde la planificación soviética hasta los controles de precios y alquileres, los resultados siempre han sido los mismos: escasez, ineficiencia y decadencia. El mismo pensador piamontés subraya cómo es el trabajo , y no la asistencia social, lo que mejora la vida de las personas: «El trabajo, cuando no es opresión, es el medio por el cual el hombre supera sus propios límites y construye su propio bienestar».

La modernidad ha hecho que el trabajo sea menos pesado y más gratificante que en el pasado, pero este logro no fue un regalo: es el fruto de siglos de progreso tecnológico e instituciones que han permitido la libre empresa. Sin embargo, en la actual coyuntura histórica, hay quienes quieren retroceder, reduciendo el crecimiento en nombre de la sostenibilidad o la redistribución. La idea de una economía controlada , de una producción limitada por restricciones ecológicas y de una riqueza “ética” distribuida por el Estado no es más que una repetición de viejas ideas fallidas.

Quienes ahora obstaculizan la innovación con nuevos impuestos, regulaciones y prohibiciones no se dan cuenta de una verdad simple: sin crecimiento no hay bienestar . La pobreza no se elimina redistribuyendo recursos, sino creando las condiciones para que todos puedan mejorar su condición mediante el trabajo y la iniciativa individual. Si en el pasado el trabajo duro era necesario para sobrevivir, hoy el nuevo trabajo duro es resistir a los dogmas ideológicos que pretenden frenar el progreso.

La lección que surge de este texto es más relevante que nunca: el progreso no puede darse por sentado y debe defenderse contra aquellos que, en nombre de la igualdad o la sostenibilidad, quieren sacrificar la libertad económica. El esfuerzo que el hombre debe realizar hoy ya no es el del trabajo agotador del pasado, sino el de resistir a los nuevos dogmas colectivistas.


Agradecemos al autor su permiso para publicar su artículo, publicado originalmente en L’Opinione delle Libertà:https://opinione.it/economia/2025/03/11/sandro-scoppa-fatica-progresso-mito-passato-ricossa/

Sandro Scoppa: abogado, presidente de la Fundación Vincenzo Scoppa, director editorial de Liber@mente, presidente de la Confedilizia Catanzaro y Calabria.

Twitter: @sandroscoppa

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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