I.

Lo primero que hay que hacer, al tratar el tema de las drogas, es distinguir entre su producción y consumo, conductas éticamente reprobables por las consecuencias negativas que tienen en la salud, la dignidad y la vida de las personas, y las extorsiones, secuestros, torturas y asesinatos cometidos por los narcotraficantes, actividades que, por violar derechos, son delictivas por su propia naturaleza.

Desde la producción hasta el consumo de drogas son actividades éticamente reprobables, vicios, pero no son delictivas por su propia naturaleza, crímenes, razón por la cual el gobierno no debe prohibirlas y castigarlas. Lysander Spooner lo vio claramente: los vicios no son crímenes y no deben tratarse como tales.

¿Qué sucede cuando el gobierno define como delictivas conductas que, por su propia naturaleza, no lo son? En primer lugar viola el derecho al ejercicio de la libertad individual y al uso de la propiedad privada y, en segundo, ocasiona nuevos y más graves problemas de los que originalmente pretendía resolver, tal y como sucede cuando define como delictivas desde la producción hasta el consumo de drogas, conductas éticamente reprobables pero no delictivas por su propia naturaleza.

Los productores y consumidores de drogas, al producirlas y consumirlas, no violan derechos, como no los violan quienes producen y consumen comida, bebida, ropa, calzado, etc. Sin embargo, el gobierno, al prohibir desde la producción hasta el consumo de drogas, sí viola el derecho a la libertad individual y a la propiedad privada, derechos que, aunque den lugar a conductas éticamente reprobables, vicios, no deben ser violados. Y el gobierno, al prohibir desde la producción hasta el consumo de drogas, viola derechos, con un agravante, que al hacerlo incentiva la aparición, por el lado de la oferta, de conductas delictivas por su propia naturaleza, de crímenes: extorsiones, secuestros, torturas, asesinatos.

Las injusticias (violaciones de derechos), cometidas por los narcotraficantes no son la producción, distribución, oferta y venta de drogas, sino las extorsiones, secuestros, torturas y asesinatos. Las primeras son actividades éticamente reprobables, pero no delictivas por su propia naturaleza. Las segundas sí son delictivas por su propia naturaleza, razón por la cual sí deben prohibirse y castigarse.

Una pregunta interesante es por qué la prohibición de la producción y el consumo de ciertas drogas da lugar a actividades delictivas por su propia naturaleza, algo que no sucede cuando se trata de otras drogas, como el alcohol y el tabaco, que no están prohibidas. Ni los productores de tabaco, ni los de alcohol, extorsionan, secuestran, torturan o asesinan. Son productores, oferentes y vendedores, no criminales.

Al margen de la respuesta queda claro que la prohibición de las drogas da lugar a actividades delictivas por su propia naturaleza, de tal manera que, para terminar con éstas, hay que ponerle fin a aquella, algo que, como explicaré más adelante, no resulta imposible pero sí difícil.

Antes de continuar aclaro que no estoy a favor de las drogas, pero sí de la libertad para que cada quien decida, asumiendo el riesgo y la responsabilidad, si las produce y consume. Y estoy a favor por motivos de principio y por razones de ineficacia.

“La pregunta crucial para cualquier política no es cuáles son sus intenciones, sino cuáles son sus efectos”.
Walter Williams.

II.
No estoy a favor de las drogas, pero sí de la libertad para que cada quien decida, asumiendo el riesgo y la responsabilidad, si las produce, ofrece y vende, si las demanda, compra y consume. Y estoy a favor por motivos de principio y por razones de ineficacia.

Con relación a los principios mi punto de vista es el del liberalismo, entendido, no como una ideología (una idea preconcebida de cómo debe organizarse la sociedad y de cómo deben comportarse las personas para, por las buenas o las malas, conseguirlo), sino como un principio de conducta: “Respetando los derechos de los demás, y asumiendo el riesgo y la responsabilidad, haz lo que quieras”. Con relación a los principios mi punto de vista es el del liberalismo.

En lo relacionado con la ineficacia mi punto de vista es el del Análisis Económico del Derecho (que no hay que confundir con el análisis del derecho económico), partiendo de esta pregunta: “¿Cuáles pueden ser las consecuencias de una ley una vez promulgada?”, mismas que no tienen que ser, necesariamente, las deseadas por los legisladores, porque entre la promulgación de la ley y su observancia está la libertad de cada quien para decidir si la obedece o no, y qué bueno que así sea porque, si no, los legisladores serían capaces de predeterminar, a su antojo, la conducta humana.

Aclarado lo anterior, empiezo a explicar por qué, por motivos de principio, estoy a favor de la libertad para que cada quien decida si produce, ofrece y vende drogas, si las demanda, compra y consume, principio que tiene que ver con la justicia y, por ello, con la ética.

La justicia es la virtud por la cual respetamos lo derechos de los demás a la vida, la libertad individual y la propiedad privada, siempre y cuando el ejercicio de la libertad y el uso de la propiedad (el ejercicio de la libertad siempre involucra el uso de alguna propiedad), no violen derechos de terceros. Sólo las conductas que violan derechos (injustas, delictivas por su propia naturaleza, criminales), deben prohibirse y castigarse.

Quienes producen, ofrecen y venden drogas, y quienes las demandan, compran y consumen, ¿violan derechos de terceros? No. Quienes las venden proveen productos cuyo consumo hace daño, lo cual, mientras no obliguen a terceros a consumirlos, no viola derechos. Y quienes las consumen se hacen daño a sí mismos, pero tampoco violan derechos. La producción, oferta y venta de drogas, y su demanda, compra y consumo, son actividades éticamente reprobables, vicios, pero no delictivas por su propia naturaleza, crímenes, razón por la cual, por más buenas que sean las intenciones, que no se produzcan y consuman sustancias dañinas (malo) y adictivas (peor), no deben prohibirse y castigarse.

Ni la producción ni el consumo de drogas violan derechos de terceros, por más que, sobre todo su consumo, sí ocasione daños morales a otras personas, como el que el hijo drogadicto le causa a sus padres, daños morales que no implican la violación de derechos, razón por la cual no deben prohibirse y castigarse. Los padres, ¿tenemos el derecho de que nuestros hijos no se droguen, por lo que nuestros hijos tienen la obligación de no hacerlo? No, los padres tenemos el interés de que nuestros hijos no consuman drogas, pero no el derecho, y nuestros hijos deberían tener el interés, en beneficio propio, de no consumirlas.

III.
No estoy a favor de las drogas, pero sí de la libertad para que cada quien decida, asumiendo el riesgo y la responsabilidad, si las produce, ofrece y vende, si las demanda, compra y consume. Y estoy a favor por motivos de principio y por razones de ineficacia.

En el anterior Pesos y Contrapesos expliqué, desde la perspectiva del liberalismo, entendido como un principio de conducta (respetando los derechos de los demás, y asumiendo el riesgo y la responsabilidad, haz lo que quieras), los motivos de principio. En este explicaré, desde la óptica del Análisis Económico del Derecho (¿cuáles pueden ser las consecuencias de una ley una vez promulgada?, mismas que no tienen que coincidir con las intenciones del legislador), la razón de la ineficacia.

¿Cuál es la intención al promulgar leyes que prohíben desde la producción hasta el consumo de drogas? Evitar el daño que ocasionan, lo cual, como propósito, es indiscutible. La pregunta es si basta que se promulguen leyes que prohíban desde la producción hasta el consumo de drogas para que dejen de producirse y consumirse. La respuesta, tanto desde la lógica de la acción humana (la praxeología), como desde los resultados de la acción humana (la historia), es un rotundo no.

Empiezo, de manera muy resumida, por la historia. Fue en 1971 cuando, por iniciativa de Richard Nixon, en aquel entonces presidente de los Estados Unidos, dio inicio la guerra contra las drogas, la prohibición, bajo amenaza de castigo en caso de incumplimiento, de su producción y consumo, que dejaron de considerarse conductas éticamente reprobables (vicios), para definirse arbitrariamente como actividades delictivas (crímenes), objetos de la prohibición y castigo gubernamentales, lo cual fue un grave error.

Han pasado 55 años, la guerra contra las drogas continúa, y no se ha logrado, no digamos eliminar su producción y consumo, ni siquiera reducirlos, aunque fuera poco. Al contrario: la tendencia es a la alza (véase el Informe Mundial sobre Drogas 2024, de la ONU), y, más preocupante, han surgido nuevos problemas, relacionados con la faceta delictiva del narcotráfico, que no es la producción, oferta y venta de drogas, sino las extorsiones, secuestros, torturas y asesinatos. ¿Qué explica este fracaso? La lógica de la acción humana.

¿Qué es lo que hace que una ley sea eficaz, entendiendo por ello que genere en la persona la obligación ética de cumplirla, es decir, la decisión, por convencimiento, de obedecerla? Lo que hace que una ley sea eficaz es que sea justa, y son justas las leyes que reconocen plenamente, definen puntualmente y garantizan jurídicamente los derechos de las personas. Las leyes que prohíben y castigan la producción y consumo de drogas son (como vimos en el anterior Pesos y Contrapesos) injustas, por lo que no generan en las personas la obligación ética de cumplirlas, resultando ineficaces. Su incumplimiento no genera remordimientos de conciencia (la producción y consumo de drogas sí debe generarlos).

Dado que la prohibición de las drogas es injusta es que es ineficaz, y dado que es ineficaz es que se siguen, y seguirán, produciendo y consumiendo. La prohibición, injusta e ineficaz, no es la manera correcta de acabar con las drogas, una guerra muy difícil de ganar, si no es que imposible.

IV.
El propósito de las leyes que prohíben las drogas es evitar el daño que ocasionan, propósito incuestionable. ¿Basta que se promulguen para que se dejen de producir y consumir? La respuesta, atendiendo a la praxeología y a la historia, es no.

En el anterior Pesos y Contrapesos vimos, de manera muy general, los hechos y pregunté por la eficacia de las leyes que prohibitivas, entendiendo por eficacia la capacidad de las mismas para generar en las personas la obligación ética de cumplirlas voluntariamente, eficacia que depende de que sean justas, de que reconozcan plenamente, definan puntualmente y garanticen jurídicamente los derechos de las personas, algo que las leyes que prohíben desde la producción hasta el consumo de drogas no hacen, porque violan el derecho al ejercicio de la libertad individual y al uso de la propiedad privada, derechos cuya práctica deben respetarse aunque se usen en perjuicio de uno mismo, lo cual es una conducta éticamente reprobable (vicio), pero no delictiva por su propia naturaleza (crimen).

La primera explicación lógica de por qué la prohibición de las drogas es ineficaz, tiene que ver con la primera ley del mercado: “Si el consumidor está dispuesto a pagar el precio al que el oferente está dispuesto a proveerlo, consideraciones éticas aparte, habrá oferta”, y como el drogadicto, por padecer un vicio, está dispuesto a pagar ese precio, que el narcotraficante fijará al nivel que el drogadicto pueda pagar, habrá oferta. En este asunto la primera ley del mercado puede más que las leyes prohibicionistas.

La segunda explicación lógica de por qué la prohibición de las drogas es ineficaz, tiene que ver con la ley de la necesidad marginal creciente: “Tratándose de sustancias nocivas y adictivas, el consumo de una unidad adicional ocasiona una necesidad mayor, por lo que cada unidad adicional satisface una necesidad mayor, razón por la cual el consumidor está dispuesto a pagar un precio mayor”, lo cual favorece al oferente quien, en muy buena medida, tiene asegurada la demanda a precios elevados que le permiten obtener ganancias extraordinarias, lo cual lo incentiva a seguir produciendo, ofreciendo y vendiendo, aunque legalmente esté prohibido, prohibición legal que resulta poco eficaz. En este asunto la ley de la necesidad marginal creciente puede más que las leyes prohibicionistas.

Si hay una necesidad creciente (y quien padece un vicio la tiene), si el necesitado está dispuesto a pagar el precio al que el oferente está dispuesto a proveerlo (y por tener una necesidad creciente está dispuesto a pagarlo), y si el oferente está dispuesto, como lo está, a cobrar el precio máximo que el necesitado puede pagar (en función no solo de su necesidad sino también de su poder adquisitivo), la prohibición de las drogas resulta ineficaz, con una ventaja para los oferentes.

¿Cuál es la ventaja? Si la producción, oferta y venta de drogas se prohíbe legalmente, producirlas, ofrecerlas y venderlas ocasiona un riesgo legal, que se compensa cobrando un precio mayor del que se cobraba antes de la prohibición, y si los costos permanecen constantes (de entrada la prohibición no tendría por qué ejercer un presión alcista sobre los mismos), las ganancias aumentan, haciendo más lucrativo el negocio.

No basta con la prohibición para acabar con las drogas.

V.
La lógica explica lo que los hechos muestran: que no es prohibiendo la producción y el consumo de drogas como se van a eliminar.

La prohibición no ha terminado con las drogas y ha dado lugar a problemas más graves: las conductas delictivas de los narcotraficantes (extorsiones, secuestros, torturas y asesinatos), cuya causa es la prohibición. Prueba de ello es que entre productores y oferentes de otras sustancias dañinas y adictivas (alcohol y tabaco), que no están prohibidas, no tienen lugar esas conductas criminales. No hay alcoholtraficantes y tabacotraficantes que extorsionen, secuestren, torturen y asesinen.

Lo injusto de la conducta de los narcotraficantes no es la producción, oferta y venta de drogas, conductas éticamente reprobables pero no delictivas por su propia naturaleza, razón por la cual no deben prohibirse y castigarse, sino los crímenes (extorsiones, secuestros, torturas y asesinatos), que, por violar derechos, sí son conductas delictivas por su propia naturaleza, motivo por el cual sí deben prohibirse y castigarse.

El reto es doble: terminar con las conductas delictivas de los narcotraficantes y terminar con la producción y el consumo de drogas. ¿Cómo intentarlo?

Si la causa de las conductas delictivas de los narcotraficantes es, aunque no sepamos explicar bien a bien por qué, la prohibición de las drogas, eliminarla es condición necesaria (¿suficiente?) para ponerles fin, eliminación a la cual se oponen, en primer lugar, los narcotraficantes, porque se les acabaría el negocio multimillonario en dólares y, en segundo término, quienes, desde el gobierno, están coludidos con los narcotraficantes, participando de sus ganancias. El modo de operar del narco no se entiende sin el contubernio de autoridades gubernamentales.

La primera opción para terminar con la producción de drogas consiste en terminar con su consumo, lo cual, por tratarse de un vicio, no resulta fácil y, tal vez, nunca se logre. Si no hay consumo deja de haber producción. Lo difícil, por tratarse de un vicio, es que deje de haber consumo.

La segunda opción para terminar con la oferta de drogas es que quienes las producen, sabiendo el daño que su consumo causa, por lo que su producción, oferta y venta son conductas éticamente reprobables, decidan dejar de hacerlo, lo cual me remite a la primera ley del mercado que dice que “si el consumidor está dispuesto a pagar el precio al que el oferente está dispuesto a proveerlo, consideraciones éticas aparte, habrá oferta”. Para que los productores de drogas dejen de producirlas deben incorporar las consideraciones éticas, que en este caso consiste en tomar en cuenta el efecto que el consumo de drogas tiene sobre la salud, la dignidad y la vida de las personas, demanda, compra y consumo de drogas que supone previamente su producción, oferta y venta.

Por lo general se cree que si no desaparece el consumo de drogas no desaparecerá su producción, lo cual no es cierto. Si el productor de drogas incorpora en su toma de decisiones consideraciones de tipo ético, relacionadas con las consecuencias desastrosas que el consumo de drogas tiene en las personas, puede decidir dejar de producirlas, decisión que, por tratarse del negociazo del que se trata, es poco probable, pero no imposible.

La ética debe poder más que el afán de lucro.

VI. Corolario
Dediqué los cinco anteriores Pesos y Contrapesos al tema de la prohibición gubernamental de las drogas, desde la intención que la anima (que las personas no se hagan daño consumiéndolas), hasta las consecuencias no deseadas (las extorsiones, secuestros, torturas y asesinatos cometidos por los narcotraficantes), sin olvidar las razones por las que no deberían prohibirse (porque se viola el derecho al ejercicio de la libertad individual y al uso de la propiedad privada, y porque genera condiciones que incentivan su producción, oferta y venta, convirtiéndolo en un negocio muy rentable), sin olvidar la distinción entre vicios (conductas éticamente cuestionables), y crímenes (conductas que violan derechos), debiendo de prohibirse los segundos no los primeros.

Lo que estamos viendo (y padeciendo), es lo que sucede cuando el gobierno, además de ser gobierno, y limitarse a garantizar el respeto a los derechos y a impartir justicia, pretende ser ángel de la guarda y preservarnos de todos los males, incluyendo los que podemos hacernos a nosotros mismos, por ejemplo, consumiendo drogas.

La tarea esencial del gobierno es prohibir y evitar la violación de derechos (asesinatos, secuestros, robos, incumplimientos de contratos) y, de fallar, impartir justicia (castigar al violador y obligarlo a resarcir). Gobierno que se limita a esa tarea es un gobierno gobierno.

Desafortunadamente los gobiernos realizan otras tareas, entre las que se encuentra la de prohibir que nos hagamos daño a nosotros mismos consumiendo drogas, tarea con la que muchos están de acuerdo, pese a los argumentos en contra que presenté en los anteriores cinco Pesos y Contrapesos. Se trata del gobierno ángel de la guarda, que pretende preservarnos de todos los males, incluyendo los que nos hacemos a nosotros mismos consumiendo drogas, motivo por el que las prohíbe, gobierno ángel de la guarda que termina siendo un gobierno no gobierno, que viola el derecho al ejercicio de la libertad individual y al uso de la propiedad privada.

El gobierno ángel de la guarda implica un giro de 180 grados, desde el gobierno gobierno hasta el gobierno no gobierno, desde el gobierno que prohíbe y evita la violación de derechos, hasta el gobierno que los viola, porque prohibir desde la producción hasta el consumo de drogas es violar el derecho a la libertad individual y a la propiedad privada, tanto de productores como de consumidores. Es prohibir conductas éticamente reprobables pero no delictivas por su propia naturaleza. El productor de drogas es eso, un productor, y el consumidor es eso, un consumidor, y ninguno de los dos comete un crimen, ninguno de ellos viola derechos, por más que sus conductas sean éticamente reprobables.
Todas las conductas delictivas de los narcotraficantes (que no son las mercantiles: producción, oferta y venta de drogas, sino las criminales: extorsiones, secuestros, torturas, asesinatos), son efecto de la prohibición, por la cual es responsable el gobierno, que por querer ser gobierno ángel de la guarda ha degenerado (para provecho de todos los funcionarios públicos que están en contubernio con los narcotraficantes), en gobierno no gobierno, y en muchos casos en gobierno fallido, incapaz de defender a los ciudadanos de la violencia de los narcotraficantes.


Agradecemos al autor su amable permiso para reproducir sus seis artículos, publicados originalmente en el diario La Razón, el 19 al 26 de mayo reciente: https://www.razon.com.mx/opinion/2025/05/19/de-las-drogas-15/

Arturo Damm Arnal, economista y Doctor en filosofía, periodista y profesor universitario. Publica regularmente en La Razón y participa constantemente en los programas informativos y de opinión de TV Azteca.

X: @ArturoDammArnal

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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