1)
Dedicaré, este y las próximos cuatro columnas, por razones obvias, a compartir con mis lectores algunas reflexiones personales en torno a la democracia, esa que Hoppe ha llamado el Dios fallido (Hoppe, Hans – Hermann; Democracy, the God that Failed; Routledge; 2017), y lo haré en tres partes. Primera: ¿qué es la democracia? Segunda: ¿cuáles son las amenazas a la democracia? Tercera: ¿cuáles son las amenazas de la democracia?
¿Qué es la democracia? Según la definición literal, la democracia (de cratos, poder y demos, pueblo), es el poder del pueblo. Poder, ¿para qué? Pueblo, ¿quién es? De acuerdo a la definición real, la democracia es elección. ¿De quiénes? En primer lugar de quienes eligen: personas que presenten su Credencial para Votar vigente y estén inscritas en la Lista Nominal de Electores, debiendo ser mexicanas, mayores de 18 años, y tener un modo honesto de vivir (cualquier cosa que esto signifique y cualquiera que sea la manera de verificarlo (¿?) al momento de votar). En segundo término de quienes son electos: gobernantes, tanto para el Poder Ejecutivo (presidente de la república, gobernadores de los estados, presidentes municipales, jefe de gobierno de la Ciudad de México y los alcaldes de la misma), como para el Legislativo (diputados y senadores, a nivel Federal, solamente diputados a nivel estatal).
Si lo propio de la persona es estar gobernada por leyes, no por personas, por más que sean estas quienes hagan aquellas, entonces gobiernan quienes hacen las leyes, los legisladores, leyes a las cuales los integrantes del Poder Ejecutivo deben sujetarse, comenzando por el presidente y su juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución. De ser así se tiene una democracia constitucional: se elige a quien gobernará según los poderes que la Constitución le confiere. La Democracia Constitucional se enmarca dentro de los límites del Estado de Derecho, que es el gobierno de las leyes justas, por lo que en realidad es Estado de Justicia.
Uno de los problemas con la democracia, y causa del desencanto que ha ocasionado, es que de ella se espera, y en muchas ocasiones se le exige, más de lo que, como tal, como democracia, puede proveer (por ejemplo: república, Estado de Derecho, igualdad, crecimiento económico, bienestar social, justicia, bien común, etc.), problema que encontramos, de entrada, en el artículo tercero constitucional, en el cual leemos que la democracia no es únicamente una estructura jurídica y un régimen político, sino un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo, lo cual, si por democracia entendemos una forma pacífica de elección de gobernantes (democracia electoral), es mucho pedirle.
Claro que la democracia puede identificarse con todo lo que quienes teorizan sobre la misma quieran que se identifique, como puede ser el constante mejoramiento económico, social y cultural (¿por qué no sumarle ético y moral, el más importante de los todos los mejoramientos posibles?), identificación que lleva a creer (¿hasta qué punto no fue lo que se creyó en México cuando el sufragio comenzó a ser efectivo?), que, conseguida la democracia, el resto (mejoramiento ético, moral, económico, social, cultural, etc.), se daría por añadidura.
2)
¿Qué es la democracia? Según la definición literal, poder del pueblo. Según la real, elección. La democracia es el método, basado en la aritmética (se suman los votos y gana quien haya conseguido más, lo cual, si hay sufragio efectivo, y si se cuentan bien los votos, no debería ocasionar ningún problema: esa es la ventaja de la democracia como elección, es un asunto aritmético), para elegir gobernantes, tanto para el Poder Ejecutivo, como para el Legislativo, siendo más importante lo segundo que lo primero, porque el Legislativo, que hace las leyes, debe gobernar al Ejecutivo, que debe cumplir la ley.
La democracia no es la causa del mejoramiento ético (que implica la práctica de las virtudes, comenzando por las cardinales: justicia, prudencia, templanza y fortaleza), ni del económico (que involucra el crecimiento de la producción de bienes y servicios, y por lo tanto de las inversiones directas, y por lo tanto de la confianza de los empresarios para invertir directamente), ni del social (que comprende la adquisición, gracias a la generación personal de ingreso, no a la redistribución gubernamental del mismo, de los bienes y servicios necesarios para satisfacer correctamente las necesidades), ni del cultural (que exige, de parte de las personas, el gusto por, y el degusto de, los productos culturales: literatura, música, pintura, escultura, arquitectura). Supuesta la democracia, nada de lo otro se da por añadidura.
La democracia no es, porque no puede serlo (ni desde el punto de vista de su definición literal: poder del pueblo, ni desde la perspectiva de su definición real: elección de gobernantes), la causa de esos mejoramientos. Una cosa es la democracia y otras cada uno de esos mejoramientos.
La democracia puede poco, pero eso poco que puede es importante: la elección de quienes, desde el Poder Legislativo, y de quien, desde el Ejecutivo, gobernarán. Aceptada la necesidad del gobierno, la democracia es la mejor manera de elegir gobernantes, y nada más. Lo único que garantiza, suponiendo que haya demócratas (personas que participan limpiamente en las elecciones y que aceptan el resultado de las mismas), es que lleguen al gobierno quienes fueron elegidos por la mayoría, no que lleguen, como es deseable, los mejores.
¿Cómo lograr que la democracia (la elección de la mayoría), dé como resultado la aristocracia (el gobierno de los mejores), y que ésta resulte en la dikaiocracia (el gobierno de la justicia, que es el Estado de derecho)?
La democracia no debe resultar en el gobierno de la mayoría, gobierno que debe ser de las leyes. La democracia no debe ser una forma de gobierno, sino una manera de elegir gobernantes. Si por democracia entendemos elección, no se debe gobernar partiendo del resultado de elecciones, con el gobierno haciendo lo que la mayoría quiere, precisamente porque es lo que la mayoría quiere, mucho menos si por gobernar entendemos impartición de justicia, la tarea esencial del gobierno, que consiste en castigar a quien, violando derechos, actué injustamente, y en obligarlo a resarcir. La impartición de justicia no debe depender de ninguna elección. La democracia no debe ser una forma de gobierno, sino una manera de elegir gobernantes, algo muy distinto.
3)
Habiendo presentado, en los dos anteriores Pesos y Contrapesos, algunas ideas relacionadas con la pregunta ¿qué es la democracia?, toca el turno al segundo de los tres temas que quiero tratar en estas columnas, el relacionado con las amenazas a la democracia (el tercero es el de las amenazas de la democracia), misma que siempre se ve amenazada (y misma que siempre amenaza).
La primera amenaza a la democracia es la falta de demócratas, de ciudadanos dispuestos a elegir a sus representantes en las cámaras legislativas y a las cabezas de los poderes ejecutivos (recordemos la novela de José Saramago, Ensayo sobre la lucidez, continuación, en cierto sentido, de Ensayo sobre la ceguera). Entre menos gente vote más se debilita la democracia, lo que podría evitarse si votar se impone como una obligación legal, tal y como sucede en México. Leemos, en el artículo 34 constitucional que es derecho de los ciudadanos “votar en las elecciones populares” y en el 36 que es obligación de los ciudadanos “votar en las elecciones,” lo cual es ilógico porque una conducta no puede ser, al mismo tiempo, un derecho y una obligación. Y votar es un derecho, no una obligación, ni siquiera ética.
La segunda amenaza a la democracia es el fraude electoral, el sufragio no efectivo, desde la intimidación a los electores hasta la suma indebida de votos a favor de un candidato o la resta injusta en contra de otro, pasando por la compra/venta a priori de votos: dar algo a los votantes, antes de las votaciones, a cambio de su voto. Escribí a priori porque a posteriori también hay compra/venta de votos: la promesa de los candidatos de que, si votan por ellos y ganan, darán esto y aquello. La compra/venta a priori de votos implica que el candidato primero da y luego espera (habrá que ver si lo logra), recibir el voto. La compra/venta a posteriori implica que el votante primero vota y luego espera (habrá que ver si le cumplen), que el candidato, de ganar, le dé. En ambos casos, si el candidato promete algo más que la realización, honesta y eficaz, que la legítima tarea del gobierno (impartición de justicia), y todos prometen mucho más, la democracia electoral degenera en mercado electorero: se vota por quién dé (a priori), y prometa (a posteriori), dar más.
La tercera amenaza a la democracia es el apoyo de los poderes ejecutivos (federal, estatales, municipales), a los candidatos de su partido o de su coalición, lo cual inclina indebidamente la balanza a su favor y en contra de los competidores, violando la primera regla de cualquier tipo de competencia: cancha pareja.
La cuarta amenaza a la democracia es el no reconocimiento, de parte de los perdedores, de los resultados de la elección, consecuencia de lo que podemos llamar democracia a conveniencia: si gana el candidato por el que voté acepto el resultado, si no, no, posición claramente antidemocrática. La primera regla de la democracia es aceptar el resultado y esperar a la siguiente elección para intentar cambiarlo.
Estas son las cuatro principales amenazas a la democracia: la falta de demócratas, el fraude electoral, el apoyo de los poderes ejecutivos a los candidatos de su partido o de su coalición, el no reconocimiento, de parte de los perdedores, de los resultados de la elección, amenazas que no son hipotéticas sino reales.
4)
Las cuatro principales amenazas a la democracia son: falta de demócratas, fraude electoral, apoyo de los poderes ejecutivos a sus candidatos, no reconocimiento de los resultados de la elección, amenazas reales.
En lo que va del siglo XXI hemos tenido de todo, desde falta de demócratas (en México el porcentaje de votantes no llega, en promedio, a las dos terceras partes del padrón electoral), hasta el desconocimiento del resultado de parte de los perdedores (el caso de AMLO en las elecciones del 2008 y el 2012), pero con un punto a favor: la organización de las elecciones a cargo, primero del IFE y luego del INE, organizaciones del Estado, no del gobierno, y la realización de las mismas a cargo de ciudadanos, encargados de tareas que van, desde la instalación de las casillas hasta el conteo de los votos y el llenado de las actas, lo cual minimiza la probabilidad del más grave de los fraudes electorales: la suma indebida de votos a favor de un candidato o la resta injusta en contra de otro.
Paso del análisis de las amenazas a la democracia al de las amenazas de la democracia, que se dan cuando se sujeta a votación lo que no se debería, lo cual nos plantea la siguiente pregunta: ¿qué debe ser objeto de votación y qué no? Algo escribí al respecto en la segunda entrega, al afirmar que la democracia debe ser una manera de elegir gobernantes, no una forma de gobierno.
No debe ser objeto de votación lo relacionado con los derechos (que verdaderamente lo sean: uno de los problemas que tenemos hoy es que muchas necesidades e intereses se identifican erróneamente como derechos, que el gobierno los trate como tales, y que el resultado sea la degeneración del Estado de Derecho en Estado de derechos, con el gobierno redistribuyendo el ingreso), derechos que deben respetarse por principio, no porque así lo decida una mayoría, que podría decidir lo contrario, violarlos.
La principal amenaza de la democracia es la que John Stuart Mill llamó, en su excelente libro Sobre la libertad (1859), la tiranía de la mayoría, cuyos intereses (ojo: intereses), pueden imponerse, democráticamente si lo eligió la mayoría, y legalmente si las leyes lo permiten, sobre los derechos (ojo: derechos), de la minoría (derechos que, si verdaderamente lo son, son de todos). Al respecto hay que tener en cuenta, como lo señaló Manuel Ayau, que los intereses de la mayoría pueden estar sobre los intereses de la minoría, pero no deben estar sobre los derechos individuales, no sobre la justicia, entendida y practicada como el respeto a los derechos de las personas.
La peor de las tiranías no es la ejercida por uno sino por la mayoría, como si ésta tuviera el derecho, según sus intereses (porque siempre es según sus intereses), de violar los derechos de los demás, tiranía de la mayoría que no se ejerce directamente por la mayoría de los ciudadanos, sino indirectamente, a través de sus representantes en las cámaras legislativas, quienes, no por haber sido electos por la mayoría, tienen el derecho de votar a favor de la violación de los derechos de la minoría.
Resumiendo. Amenazas a la democracia: falta de demócratas, fraude electoral, apoyo de los poderes ejecutivos a sus candidatos, no reconocimiento de los resultados de la elección. Amenaza de la democracia: la tiranía de las mayorías.
5)
La amenaza de la democracia se da cuando deja de ser una manera de elegir gobernantes para convertirse en una forma de gobernar, en función de lo que la mayoría elige, elección que puede ser a favor de la satisfacción de necesidades y la defensa de intereses, y no de la garantía de derechos, de la impartición de justicia, que el gobierno debe realizar por principio, no porque así lo decida una mayoría.
Partiendo de lo que Aristóteles y Platón dijeron al respecto, podemos distinguir estos tipos de gobierno: monarquía, el buen gobierno de uno; aristocracia, el buen gobierno de los mejores; democracia, el buen gobierno de la mayoría; tiranía, el mal gobierno de uno; oligarquía, el mal gobierno de los ricos; oclocracia, el mal gobierno de la muchedumbre. Las tres primeras formas, según los filósofos, son puras, y por lo tanto deseables; las tres últimas impuras, degeneraciones de las tres primeras, y por ello indeseables.
¿Qué se requiere para que las tres primeras formas de gobierno (monarquía, aristocracia y democracia), sean deseables? Que no sea el rey, los mejores o la mayoría quienes gobiernen según sus intereses y voluntad, sino que gobiernen las leyes, que deben ser justas, siendo tales las que reconocen plenamente, definen puntualmente y garantizan jurídicamente los derechos de las personas. Lo de menos son el rey, los mejores o la mayoría. Lo de más son las leyes. El gobierno de las leyes implica seguridad jurídica, importante para los ciudadanos, quienes saben a qué atenerse.
¿Por qué las tres segundas formas de gobierno (tiranía, oligarquía y oclocracia), son indeseables? Porque el tirano, los ricos y la muchedumbre gobiernan, no cumpliendo y haciendo cumplir la ley, sino según sus intereses y voluntad, lo cual se traduce en inseguridad jurídica, amenazante para los ciudadanos, quienes nunca saben a qué atenerse.
Los tres poderes del gobierno son obligar, prohibir y castigar, que limitan el ejercicio de la libertad individual y el uso de la propiedad privada, debiendo ejercerse de manera justa, para lo cual se requieren leyes justas y gobernantes dispuestos a cumplirlas y hacerlas cumplir, lo cual quiere decir que lo importante es la dikaiocracia, el gobierno de la justicia, no la monarquía, la aristocracia o la democracia. Lo importante no es, suponiendo las formas del buen gobierno, el cuántos (uno: monarquía, muchos: la mayoría), o el quiénes (los mejores; aristocracia), sino el qué (el gobierno de la justicia, de la leyes justas, la dikaiocracia). Si aceptamos lo anterior entonces la pregunta es, ¿con cuál de las tres formas del buen gobierno (monarquía, aristocracia y democracia), existen más y mejores posibilidades de lograr la dikaiocracia? Para empezar la discusión vale la pena leer, lo mencioné en la primera entrega de esta serie, Democracy, the God that failed, de Hans-Hermann Hoppe, quien apuesta por la monarquía.
Si se quiere democracia, o si ya se tiene, la pregunta que debemos hacernos es cómo lograr que la democracia (la elección de la mayoría), dé como resultado la aristocracia (el gobierno de los mejores), y que ésta resulte en la dikaiocracia (el gobierno de la justicia, que es el Estado de Derecho).
Lo importante no es la democracia, es la justicia, el Estado de Justicia. Con democracia, ¿puede lograrse?
Agradecemos al autor su amabilidad al permitirnos reproducir su columna Pesos y contrapesos, aparecidas en el diario La Razón.
Arturo Damm Arnal, economista y Doctor en filosofía, periodista y profesor universitario. Publica regularmente en La Razón y participa constantemente en los programas informativos y de opinión de TV Azteca.
Twitter: @ArturoDammArnal.