“Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad”. Esta máxima de Confucio tiene una enorme relevancia. La perversión o el mal uso de los conceptos puede tener y tiene una incidencia directa sobre la configuración del orden politico, social y económico. Y esto se ve en el uso dado al término social. Este se ha conertido en un pretexto o para ser precisos, en una coartada para justificar la expansión de los poderes del Estado en todos los ámbitos de la vida tanto pública como privada. Su identificación con lo bueno y lo deseable es una de las principales armas delcolectivismo para reducir la libertad individual. Por desgracia, a ese canto de sirena suelen sucumbir también muchos, a priori, anti colectivistas, sea por complejos o falta de ideas.
La palabra social en sí misma y empleada como adjetivo está vacía de contenido, es una ficción. Sólo los individuos tienen existencia real, sólo ellos piensan y actúan. Por tanto, los colectivos, salvo las familias, son construcciones abstractas de la mente humana. No son otra cosa que agrupaciones de personas, predispuestas -por indignación, por hábito y por necesidad- a cooperar entre sí ya que sólo de ese modo son capaces de desarrollar plenamente sus potencialidades y la política social debe permitir a empresas y personas maximizar su bienestar, perseguir sus fines. No existe, pues, un bien social disociado del individual y es básico tenerlo en
cuenta.
A esa visión, expresión de la realidad, se opone el denominado colectivismo metodológico, fundamento de los estatismos de izquierda y de derechas. Para él. el valor del ser humano se deriva de su pertenencia o de los servicios prestados a un determinado grupo o a la sociedad entendida en un sentido orgánico. Es decir, una entidad con vida propia independiente de las personas que viven en ella. Este enfoque es falso desde un punto de vista teórico, pero otorga a quien ostenta el poder público la legitimación para imponer lo que considera bueno invocando lo social. El individuo no es un fin en sí mismo sino un objeto al servicio de otros.
Estas reflexiones no son una excusión filosófica. Tienen una influencia decisiva sobre la praxis y las políticas desplegadas por los gobiernos. También sobre las ofrecidas por muchos partidos de la oposición. El individualismo metodológico conduce a un orden social en el que las personas son el centro del mismo y tienen la capacidad de vivir como deseen dentro un marco institucional que prohibe, previene y castiga el empleo de la violencia, la agresión a la vida a a libertad y a la propiedad de los demás. El colectivismo metodológico, en distinto grado, atribuye al Estado o al Gobierno, la dirección y el control en nombre de un objetivo social que sólo cabe definir con un epiteto arbitrario. Responde a la ideologia y/o a los intereses de quienes le invocan, normalmente, para incrementar su poder.
En la economía política, lo social es el fundamento de las filosofías contrarias, en diferente grado, al capitalismo de libre empresa. El aumento constante de la fiscalidad, del gasto público, de las regulaciones, de la burocracia… en suma, el paulatino crecimiento del Estado y la reducción de la autonomía de los individuos y de las empresas son los inevitables resultados de la adicción a esa religión, convertida en sinónimo de actuación estatal, profesada por la mayoría de los partidos en las democracias occidentales En España, con especial intensidad.
Frente a esa doctrina, la Gran Sociedad dibujada por el pensamiento liberal se basa en la cooperación voluntaria de los individuos, en su interacción dentro de un marco de reglas generales tendentes a facilitar la convivencia pacífica, constructiva y provechosa entre los seres humanos. Es algo muy distinto a las políticas ‘sociales articuladas a través de una exponencial injerencia estatal en la economía que produce efectos anti-sociales al erosionar las bases de la prosperidad; esto es, los incentivos en personas y empresas para trabajar, ahorrar, invertir e innovar. En consecuencia, si algunos desean dar un giro social a su proyecto deberían plantear la reducción, en vez del mantenimiento o el incremento del asfixiante peso del Estado en la economía nacional.
El recurso al Estado para lograr determinados fines “sociales” refleja, además, una desconfianza y un marcado desprecio hacia la capacidad de los individuos de emplear su esfuerzo y talento para dirigir su vida. Sin duda, una sociedad avanzada ha de proporcionar una red básica de seguridad para quienes no pueden alcanzarla por sus propios medios. Ahora bien, eso es muy distinto a crear un gigantesco y ruinoso jardín de infancia: La mejor política social es aquella que crea las condiciones para que los individuos sean capaces de maximizar su bienestar y el de sus familias, desarrollar su proyecto vital. Eso se consigue con menos Estado y más libertad. Y produce sociedad civiles fuertes, asociaciones intermedias entre el individuo y el Estado, no colectivos paraestatales y seres humanos dependientes del favor político y sometidos al Gobierno.
Aparecido originalmente en el diario El Español
Lorenzo Bernaldo de Quirós.- Articulista y presidente de Freemarket.
Twitter: @BernaldoDQuiros