Un impuesto para visitar la Fontana de Trevi: ¿es realmente la solución al turismo excesivo?

Una cuestión verdaderamente singular, que parece haber quitado el sueño a muchos administradores locales, y que a menudo aparece en los titulares como tema recurrente en los debates relacionados con las ciudades de arte, es el de una supuesta masificación de turistas. Esto, denominado enfáticamente «sobreturismo», reflejaría una afluencia excesiva de personas, que superaría la capacidad de las ciudades para atenderlas y está adquiriendo proporciones significativas.

Pues bien, si examinamos de cerca el propio concepto de sobreturismo, se ve inmediatamente cómo expresa una construcción artificial que, tras su aparente inocuidad, oculta a menudo maniobras políticas para justificar nuevas formas de control y regulación. En este contexto, la reciente propuesta de introducir un número cerrado y una tasa para visitar la Fontana de Trevi de Roma, ese icono mundial que atrae a millones de visitantes cada año, para el que se ha sugerido introducir un número cerrado y una tasa de 2 euros para limitar el acceso, con un tiempo máximo de 30 minutos.

Al fin y al cabo, la mera afirmación de que hay un “exceso” de turistas implica en sí misma que hay un número óptimo de personas que tienen derecho a visitar un lugar concreto. Sin embargo, debe preguntarse, ¿quién decide cuál es ese número? ¿Y en qué se basa? Las ciudades, monumentos y lugares de interés público no son privados, sino bienes comunes, utilizables por todos, independientemente de su estatus económico o social.

La restricción del acceso a la Fontana de Trevi (o a otros lugares similares) es crear una barrera, haciendo de la experiencia cultural y artística un privilegio exclusivo de quienes pueden permitirse pagar el precio.

El propio concepto de sobreturismo es también profundamente antiliberal. Se basa en la idea de que hay “demasiado”, que debe ser regulado por el Estado o las autoridades locales. Sin embargo, las ciencias sociales y especialmente la teoría económica han demostrado que en el mercado, la oferta y la demanda se autorregulan de forma natural. Si un lugar se satura, los visitantes buscan alternativas. No es necesario imponer impuestos o restricciones para corregir un problema que, en muchos casos, es simplemente el resultado de un crecimiento espontáneo del mercado turístico. Imaginemos por un momento qué significaría aplicar el concepto de sobreturismo en otros ámbitos. ¿Deberíamos quizás limitar el número de personas que pueden asistir a un acto cultural o visitar un museo? Y si lo hiciéramos, ¿quién tendría el poder de decidir quién tiene derecho de acceso? En una sociedad abierta y libre, la belleza y la cultura deberían ser accesibles a todos, sin restricciones. Suponer que el Estado puede intervenir para “proteger” el patrimonio cultural, restringiendo el acceso a los ciudadanos es una peligrosa deriva autoritaria.


Tampoco se puede argumentar razonablemente, como hacen algunos defensores de las intervenciones restrictivas, que la masificación supondría una amenaza para la integridad de las ciudades del arte y a la calidad de vida de los residentes. A este respecto, cabe considerar que el turismo de masas no refleja más que el resultado natural de la oferta y la demanda en un mercado sin trabas ni condicionamientos y, por tanto, libre. Las ciudades de arte, con su belleza y riqueza histórica, atraen visitantes porque ofrecen valor, y este interés genera oportunidades económicas para los residentes. El turismo, de hecho, constituye una de las principales fuentes de ingresos de muchas localidades, una fuente de prosperidad. El dinero que entra gracias a los visitantes permite mantener, restaurar y poner en valor el patrimonio artístico y cultural, generando bienestar y riqueza para la comunidad. Los residentes, a su vez pueden aprovechar libremente las oportunidades de obtener beneficios, desde el alquiler de propiedades hasta la prestación de servicios, mientras que los empresarios locales pueden responder a la demanda con soluciones innovadoras: mejores infraestructuras, servicios específicos u ofertas personalizadas que pueden, al mismo tiempo, satisfacer a los turistas y mejorar la calidad de vida de la comunidad. Desde el punto de vista que nos ocupa, es evidente que limitar el acceso a los turistas supone un duro golpe para la economía local, privando a los residentes restaurantes, hoteles, tiendas y comercios de una clientela clave.

A lo anterior hay que añadir que la propuesta de gravar el acceso a la Fontana de Trevi, pero el ejemplo puede aplicarse a cualquier otro lugar, con el fin de reducir el número de visitantes es una medida regresiva que afecta desproporcionadamente a los turistas con menos recursos económicos. Una familia que decida visitar Roma puede verse obligada a pagar elevadas sumas sólo para poder admirar una obra de arte que, hasta hace poco era de libre acceso. No se trata sólo de una cuestión económica: es una cuestión de principios. La belleza y la cultura pertenecen a todos, y nadie debe ser excluido de la posibilidad de disfrutarlas. en nombre de una supuesta gestión de la masificación. «El Estado no tiene ni derecho ni competencia para regular nuestra forma de disfrutar de la cultura y la belleza», escribió Murray N. Rothbard, captando así la esencia de la crítica que debe hacerse a la intervención estatal, que también es perfectamente aplicable a la situación actual. La idea de que una autoridad pueda determinar cuánto y cómo podemos disfrutar de nuestro patrimonio cultural es, en consecuencia una violación de los derechos individuales y de la libertad de elección.

En realidad, es importante reconocer que los problemas del turismo de masas no se resuelven con restricciones y controles, sino con soluciones innovadoras y basadas en el mercado. Por ejemplo incentivar las rutas alternativas y los destinos menos conocidos podría ser una forma de distribuir mejor los flujos turísticos, sin restringir la libertad de circulación de los ciudadanos.

Además, el turismo, como cualquier otro sector de la economía, está sujeto a ciclos de crecimiento y declive. La masificación de hoy puede no ser un problema mañana, y viceversa. No podemos basar las políticas públicas en fenómenos pasajeros, ignorando las dinámicas complejas que caracterizan la economía del turismo. En este sentido debemos atesorar la lección de Friedrich A. von Hayek, según el cual el «orden espontáneo generado por el libre mercado a menudo es capaz de resolver problemas que la intervención estatal sólo puede complicar.

Imponer normativas al turismo también significa descuidar la capacidad de innovación del sector privado. Si se deja libertad de acción a las empresas, éstas pueden encontrar soluciones creativas para mejorar la experiencia turística sin necesidad de gravar o restringir el acceso. Pensemos, por ejemplo, en el uso de la tecnología para gestionar flujos de forma más eficiente, o la introducción de nuevos servicios que hagan la experiencia del visitante más agradable y menos congestionada.

Por tanto, el concepto de sobreturismo es, en el mejor de los casos, un falso problema; en el peor, es un pretexto para justificar políticas de control que socavan la libertad individual y perjudican la economía. Si realmente queremos preservar nuestro patrimonio cultural, debemos hacerlo a través de la valorización y no de la restricción. Debemos estimular el turismo de calidad, sin cerrar las puertas a quien quiera admirar la belleza que ofrece Italia.

En conclusión, la propuesta de un número cerrado y un impuesto para visitar la Fontana de Trevi no sólo es una medida ineficaz, sino que representa un peligroso precedente para nuevas restricciones a la libertad. No hay un problema de “demasiados” turistas: sólo existe la necesidad de gestionar mejor los flujos, sin recurrir a soluciones autoritarias. La belleza y la cultura no pueden ser monopolizadas por el Estado, ni pueden convertirse en bienes exclusivos para quienes pueden permitírselos. La verdadera respuesta al turismo excesivo no es menos libertad, sino más libertad.

Sandro Scoppa: abogado, presidente de la Fundación Vincenzo Scoppa, director editorial de Liber@mente, presidente de la Confedilizia Catanzaro y Calabria.
Twitter: @sandroscoppa

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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