Triste historia que no hemos superado, a pesar de los grandes golpes, heridas y ridículos fracasos. Me refiero a esa mala costumbre de pensar que los nuevos gobernantes resolverán los problemas políticos, económicos y sociales de toda la nación, como si fueran dioses.

En efecto, cada seis años la vida cotidiana se interrumpe porque llega el tiempo de elegir nuevo gobernante. Se alegra todo mundo de saber que pronto se irán los actuales, que resultaron ser un fiasco, pensábamos que iban a ser buenos pero resultaron peores que los anteriores. Y así es cada sexenio, nunca quedamos contentos, pero ya vienen los buenos y nos llenamos de nuevas esperanzas de que estos sí van a ser mejores, y de nuevo la desilusión. ¿Por qué se repite tanto esta historia? Veamos, creo que es porque no sabemos lo que es el gobierno y tenemos una idea falsa de la gente que lo compone.

Normalmente, el político que conocemos es un demagogo que tiene el don de engañar y cautivar a la gente. No lucha por el poder para hacernos felices, ni para que nos hagamos ricos, no. Su motivación fundamental se refiere a los intereses de su persona y si acaso de su familia. Trepa, a codazos y sombrerazos, puestos cada vez más altos. Es lo que le da las mayores satisfacciones, logra así su propia felicidad.

El problema está en los miles y millones de ciudadanos que ponen sus esperanzas en políticos venales que están prestos a oir sus quejas y demandas. A todo dirán: “sí, dame tu voto y tendrás agua, salud, educación, vivienda y todo gratis”. El ciudadano poco crítico, le da el voto y se sienta a esperar inútilmente. Y así se repite una y otra vez la triste historia de la política democrática.

Pero, ¿cuál es la alternativa? Es hora de poner las cosas en su lugar. No dudo que puede haber políticos con buenas intenciones. De hecho, podemos aceptar que son necesarios ciertos políticos pues llegan a señalar errores o vicios que hay que corregir para no destruir un buen orden. Pero empecemos por reconocer que los gobernantes no tienen todo el conocimiento, ni toda la información, ni todo el recurso para resolver cualquier problema de la sociedad. No son dioses.

La importancia de reconocer que los gobernantes no son dioses radica en que no hay que pedirles resultados imposibles, milagros. Ellos dirán que todo lo pueden, que son mejores “porque trabajan por el pueblo y para el pueblo, sin ambiciones personales” y terminan por derrochar recursos o amasar grandes fortunas robando del erario o aprovechando el poder que les da el puesto.

Ahora viene la discusión de fondo: ¿Dónde el gobierno sí se debe meter y dónde no? En la industria del calzado, el gobierno prácticamente no interviene, y por esa razón vemos que hay miles de marcas, colores y sabores de zapatos. Nadie se queja pues cada persona consigue el zapato de su gusto, tamaño, marca, color o capricho. Es benéfica la no intervención del gobierno.

En el tema de salud, hay miles de quejas contra las instituciones del gobierno. Casi nadie está contento con los hospitales del Estado, hay desatención, faltan medicinas y un sinfín de quejas y demandas. ¿Es necesario que el gobierno se haga cargo de este tema? Yo creo que no, podemos crear sistemas más eficientes y menos costosos.

Durante más de un siglo, el gobierno se arrogó el derecho de administrar la educación. Cada vez me convenzo que fue un error dejar este rubro tan importante en manos de políticos y burócratas. Definitivamente tampoco debe intervenir el gobierno en la educación del pueblo, hay otras maneras de lograr mejores resultados.

En lugar de repetir nuestras danzas para pedir milagros, como lo hacían las viejas tribus, pero que ahora lo hacemos con costosas campañas electorales para elegir a los nuevos gobernantes, mejor sería preocuparnos por delimitar las funciones de un gobierno.

Podríamos pensar en una Constitución política donde claramente se prohibiera que los gobiernos intervinieran en temas de economía, dinero, banca, educación, salud, petróleo y comercio. Tener estos temas blindados o protegidos contra las acciones de cualquier gobierno lograríamos un clima propicio para que cada persona lograra su propia felicidad y prosperidad. Así evitaríamos que los caprichos de un nuevo gobierno destruyeran lo que con tanto esfuerzo va construyendo cada ciudadano.

También evitaríamos la ambición de aquellos políticos que al subir a la silla presidencial se sienten dueños del país y de sus recursos. Establecer restricciones de este tipo significaría un avance de la sociedad pues evitaría tener aquellos líderes que por puro capricho tiran un proyecto de aeropuerto.

¿Qué tareas le quedaría al gobierno y a los políticos que gustan de estar en esos lugares? Pues tendrían una labor muy importante, que es la de preservar un orden de respeto social: que nadie te mate, nadie te robe y nadie te haga fraudes. Y hacer justicia en caso necesario.

La idea del gobierno limitado es muy importante para que nadie se deje seducir por aquellos líderes que se presentan como dioses que pueden hacer mejor las cosas que el ciudadano simple, el comerciante o el empresario. Prometen paraísos y terminan por crear infiernos.

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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