“Al largo plazo, todos estaremos muertos”. Esta es la frase célebre del gran colega de Friedrich Hayek y enemigo de toda la Escuela Austriaca, John, M. Keynes, mismo quien criticó firmemente al libre mercado usando su modelo de competencia perfecta, justificando la intervención del Estado en la economía para que, según su incorrecto análisis, realmente puedan regularse los mercados. Este principal interventor tiene que ser una fuerza externa al órden espontáneo de la acción humana, una institución monopólica de la ley y la fuerza que limite a los comerciantes en sus transacciones libres y voluntarias; y si ya te dio una idea el título del presente blog, sabrás que hablo del Estado.

El keynesianismo junto con la socialdemocracia, buscaron usar al Estado para la creación de empleos y de servicios públicos convertidos después en una necesidad de ejercer la planificación centralizada. La planificación central es el intento de organizar la estructura productiva y distributiva de una sociedad desde un único órgano rector, que decide qué producir, cómo producir, cuánto producir, y para quién.

Recordemos un poco lo que dice la Escuela Austriaca sobre esto. Ludwig von Mises demostró que la libre competencia es esencial para poder conocer los precios de mercado, pues sin ellos, no hay forma racional de asignar los recursos. La planificación central carece de señales de mercado, pues es un monopolio quien lo administra, operando a ciegas y destruyendo valor en lugar de crearlo.

El Estado, incluso siendo mínimo, conserva monopolios como el de la seguridad y justicia. El Estado socialdemócrata incluye más servicios importantes y necesarios como la educación y la salud, y mientras más intervención haya del Estado en la economía, más monopolios existirán en servicios que debiesen ser privatizados. Recordemos que todo monopolio funciona mediante una planificación centralizada. Es por ello que el Estado es el monopolio perfecto.

Murray Rothbard profundiza en la tesis de Franz Oppenheimer diciendo que el Estado es una organización criminal, pues sus ingresos se obtienen mediante una coacción legal denominada como “impuestos”, y debido a sus servicios monopolizados previamente ya mencionados, impide alternativas a la desobediencia. Por ello, también el doctor Miguel Anxo Bastos hace hincapié que el Estado es peor que la mafia, pues no solo te obligan a obedecer sin objetar, sino que también mediante su monopolio educativo te educa a pensar que es bueno y que lo necesitas, convirtiendo así a esta institución totalmente inmoral y económicamente ineficaz.

Desde esta perspectiva, el Estado es un planificador central de la violencia. Su estructura jerárquica, presupuestal y burocrática impone decisiones desde el centro sin conocer las necesidades reales y específicas de cada individuo. Como cualquier otro planificador central, fracasa en el cálculo económico: no puede asignar correctamente recursos para seguridad o justicia, porque no tiene incentivos para hacerlo eficientemente, ni información real derivada de la libre competencia. Como dice Miguel Anxo Bastos: “El Estado es el único proveedor que cobra aunque no se le compre y que castiga si se intenta contratar a otro”.

La justicia estatal se basa en códigos rígidos, juicios lentos, policías que responden más al poder político que a las víctimas. ¿Cómo medir si el “cliente” está satisfecho? ¿A quién reclamar si el servicio es ineficiente, corrupto o abusivo?

Walter Block ha señalado que el problema no es sólo de ineficiencia, sino de incentivos perversos. Un monopolio estatal de la justicia tenderá a proteger al Estado antes que a los individuos. El juez es nombrado por el mismo aparato que legisla y que recauda impuestos; la policía protege a los gobernantes antes que a los gobernados. No se trata de fallas accidentales, sino estructurales.

Ahora bien, entendiendo previamente que es económicamente inviable ejercer una planificación centralizada, que todo monopolio funciona de esa manera y que el Estado es un monopolio perfecto, veamos cuáles son las alternativas que tenemos de forma de gobierno para que la acción humana y la libre voluntad pueda ser bien ejercida.

Rothbard proponía que los servicios de justicia y seguridad pueden, y deben, ser provistos por agencias privadas en competencia dentro de un marco de derechos de propiedad bien definidos. En su obra «El Manifiesto Libertario», explica cómo los individuos pueden contratar agencias de protección que funcionen como seguros o mutualidades, alineando incentivos para minimizar el conflicto y maximizar la satisfacción del cliente.

Gustave de Molinari menciona que si el mercado puede proveer alimentos y transporte, también puede proveer defensa. Imaginaba una sociedad donde distintas agencias de seguridad ofrecieran servicios personalizados, con mecanismos de arbitraje en caso de conflicto entre clientes de distintas agencias. ¿Utopía? Hoy ya existen arbitrajes privados, seguridad privada, pólizas legales, cámaras de compensación: los cimientos de esa visión ya están presentes. La competencia en seguridad permitiría innovación, eficiencia, responsabilidad, y sobre todo, eliminaría el incentivo a usar la violencia de manera arbitraria, porque los costos caerían sobre quien la ejerce, no sobre el contribuyente indefenso.

El Estado, al monopolizar la violencia, se convierte en la planificación central más peligrosa de todas: no sólo económica, sino moral. Carece del conocimiento para asignar justicia, y de los incentivos para hacerlo sin abuso.

La alternativa que todos los libertarios proponemos es seguridad y justicia en manos del mercado, de agencias en competencia, bajo el principio de no agresión y el respeto a la propiedad privada. Esta visión no sólo es teóricamente sólida sino moralmente correcta. Porque nadie debería tener el privilegio de decidir por la fuerza cómo debes vivir, qué debes pagar, y cómo se debe hacer justicia.

El futuro no es un Estado pequeño, es un gobierno de orden privado, donde podamos tener un verdadero libre mercado en cualquier servicio que la sociedad demande y sin necesidad de un planificador central, sin necesidad de un monopolio perfecto.

Por Montserrat Portilla

Montserrat Portilla es una internacionalista y máster en Economía y Políticas Públicas por la universidad de las Hespérides. Apasionada por la Escuela Austriaca y la escritura, es autora de varios artículos y ensayos sobre política y econmía desde una perspectiva libertaria. Es activista en redes sociales para la promoción de las ideas liberales liderando el grupo "Chavos Libertarios".

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