Recientemente, el presidente Trump amenazó con invadir México —por su propio bien, claro está— para aplastar a los cárteles de la droga responsables de introducir tantas drogas ilegales en Estados Unidos. No cabe duda de que los cárteles de la droga son criminales adinerados y despiadados. Al parecer, se han apoderado de importantes ciudades y provincias de México y han asesinado a funcionarios locales y a cualquiera que intente frenar su comercio. ¿Hay alguna alternativa para detener la violencia, salvo una escalada que llegue incluso al punto de invadir una nación soberana? Sí, la hay: legalizar las drogas y poner fin a la llamada «Guerra contra las Drogas».

El hombre es dueño de sí mismo

Un axioma de la ética es que el ser humano es dueño de sí mismo. Nadie más es nuestro dueño. Somos libres de hacer lo que queramos siempre que no perjudiquemos a los demás. Para un análisis exhaustivo de este tema, recomiendo el libro Sin Daño: Principios éticos para un Mercado Libre de T. Patrick Burke. Sin embargo, el contraargumento es que las drogas dañan a quienes las consumen, y debemos evitar que eso suceda. Además, consumir y traficar con drogas nos impone costos a los demás. La delincuencia y la dependencia de la asistencia social aumentan. Supongamos que ambos resultados son ciertos. Pero ¿están relacionados con el consumo de drogas o con la guerra contra las drogas y el acceso a la asistencia social? Afirmo que esta última es la causa principal.

En primer lugar, las estadísticas de delincuencia se relacionan parcialmente con la definición de venta de drogas como delito. Sin embargo, la gran mayoría de estas ventas son pacíficas. Si la venta de drogas ya no fuera un delito, esta estadística disminuiría sin que se produjeran cambios significativos en la práctica. Los traficantes de drogas seguirían vendiendo a sus clientes, solo que no correrían el riesgo de ir a la cárcel.

En segundo lugar, al igual que con el fin de la Prohibición, las bandas perderían clientes ante compañías farmacéuticas de renombre. Los precios y el riesgo personal disminuirían, haciendo que las ventas ilegales fueran poco rentables. La calidad de las drogas mejoraría. ¿Para qué comprar drogas de pureza desconocida a un precio elevado a un gánster peligroso cuando se puede comprar con seguridad a un vendedor de confianza y protegido por la ley? La experiencia actual con la despenalización del cannabis es ilustrativa.

Pero, cabe preguntarse, ¿qué pasa con la inevitable explosión del consumo de drogas que antes eran ilegales? ¿No se estarán dañando estas personas y volviéndose dependientes del Estado (es decir, del contribuyente)? ​​En primer lugar, ¿cuál es nuestra definición de autolesionarse? ¿Dónde trazamos la línea entre la libertad aceptable de tratar nuestro cuerpo como queramos y permitir que el Estado la determine? Por ejemplo, se podría decir que las siguientes acciones son «daños» públicamente aceptables que uno se inflige a sí mismo:

  • Comer en exceso hasta el punto de causar una obesidad clínicamente dañina;
  • Dietas extremas hasta el punto de la anorexia clínica;
  • Abusar del alcohol hasta convertirse en un alcohólico no funcional;
  • Tatuajes y perforaciones corporales que amenazan con infectar y reducen las perspectivas de empleo;
  • Asumir riesgos, como escalar rocas en estilo libre, volar en un avión propio, nadar en aguas infestadas de tiburones, como cruzar el Canal de la Mancha o nadar desde Cuba hasta Florida;
  • Surf extremo en “olas grandes” que han matado a los mejores surfistas del mundo

Asumir la responsabilidad personal por los propios riesgos

¿No debería la sociedad poner fin a estas autolesiones, tanto para proteger a las personas de sí mismas como para ahorrar dinero al contribuyente? Digo que no. No existe una línea objetiva entre el riesgo aceptable y el inaceptable cuando uno se hace daño a sí mismo. Esa es la esencia de ser dueño de uno mismo.

En segundo lugar, ¿por qué debería la sociedad, en la figura del contribuyente, respaldar este riesgo? El individuo debería asumir el coste de sus acciones voluntarias, y la sociedad no tiene la responsabilidad ética de cuidar a quien participe en actividades de riesgo, como el consumo de drogas. Nadie puede elegir volverse dependiente. Es nuestra decisión personal aceptar o no su dependencia, ya sea por un accidente de escalada o por el consumo de drogas que destruyen la salud y la empleabilidad.

Obsérvese el uso de la palabra «elección personal». Podemos decidir personalmente apoyar a alguien que se autolesiona de diversas maneras, incluyendo el consumo de drogas, pero nadie puede obligar a la «sociedad» a aceptar esta responsabilidad mediante impuestos que, cabe recordar, se imponen a punta de pistola. Además de la dependencia de la asistencia social, esta prohibición de la financiación con fondos públicos debería incluir centros de rehabilitación y similares.

Conclusión

La libertad es recíproca. El individuo tiene la libertad de asumir cualquier riesgo que elija, siempre y cuando no perjudique a nadie más en el proceso. Pero el resto de la sociedad debe estar libre de financiar las consecuencias de la libertad individual de asumir riesgos personales. Legalizar las drogas y acabar con la asistencia social para quienes se perjudican a sí mismos al participar en la cultura de las drogas.

Publicado originalmente por el Mises Institute: https://mises.org/power-market/how-end-drug-violence

Patrick Barron es un consultor privado de la industria bancaria. Ha impartido un curso introductorio de economía austriaca durante varios años en la Universidad de Iowa. También ha enseñado en la Escuela de Posgrado de Banca de la Universidad de Wisconsin durante más de veinticinco años, y ha dado muchas presentaciones en el Parlamento Europeo.

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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