A través de su trabajo ha desafiado los planes centralizados, celebrando la vitalidad de las comunidades locales y demostrando que la innovación y la seguridad surgen de la espontaneidad de la vida urbana.

«Las ciudades tienen la capacidad de ofrecer algo para todos, sólo porque, y sólo cuando, son creadas por todos». Esta es una de las frases más célebres de Jane Jacobs, la influyente urbanista y escritora estadounidense, autora de numerosas obras, que encierra el núcleo de su pensamiento sobre el urbanismo: una visión de la ciudad como un organismo complejo, vivo y dinámico, creado y modelado por las interacciones cotidianas de sus habitantes, y no por planificadores distantes. En su obra maestra, Vida y muerte de las grandes ciudades, publicada en 1961, desafió el urbanismo dominante en su época, caracterizado por la centralización y la rígida separación de las ciudades, la centralización y la rígida separación de las funciones urbanas. Para ello se valió de estudios en profundidad y la observación minuciosa de las ciudades, cuyo funcionamiento analizó.

El funcionamiento de las ciudades, observando que la vitalidad y la seguridad urbanas no derivan de grandes infraestructuras, sino de la espontaneidad de la vida cotidiana. Según ella, la complejidad de una ciudad no se reduce a esquemas simplificados ni se impone desde arriba; es precisamente esta complejidad la que ha garantizado el dinamismo social y económico.

La presencia de «ojos en la calle», ciudadanos que observan y participan activamente en la vida pública, ha garantizado no sólo la seguridad, sino también la vitalidad que hace de los barrios auténticos lugares de comunidad.

Murray N. Rothbard, el influyente pensador libertario del siglo XX, identificó a Jacobs como un aliado natural en su crítica a la intervención estatal. Describió su obra como «una brillante celebración de las ciudades de libre mercado», apreciando la forma en que ella había desmantelado la arrogancia de los planificadores centrales, como Robert Moses, que veían la ciudad como una máquina que había que diseñar, en lugar de un complejo tejido de relaciones sociales y económicas.

También admiraba su capacidad para poner de relieve los daños causados por los proyectos de infraestructuras a gran escala, como las autopistas, que dividían los barrios y destruían el tejido social. De hecho, en uno de los pasajes más famosos del citado libro, el académico señalaba cómo tales proyectos creaban «vacíos fronterizos», zonas desérticas e inseguras que alienaban a los habitantes y vaciaban los barrios de su espíritu comunitario. Estos planes de desarrollo, a menudo disfrazados de progreso, eran, de nuevo en opinión de Rothbard, ejemplos emblemáticos de cómo la intervención del Estado podía arruinar lo que la cooperación espontánea de los individuos había creado.

Aunque no se identificaba a sí misma como libertaria, Jane Jacobs era muy crítica con la planificación coercitiva y el centralismo. Sus observaciones estaban vinculadas a un concepto de “complejidad organizada”, según el cual la interacción espontánea entre individuos y grupos generaba orden y prosperidad, sin necesidad de una planificación coercitiva, de intervención gubernamental desde arriba. Desde una perspectiva rothbardiana, este planteamiento reflejaba la dinámica de un mercado libre, donde la competencia y la cooperación voluntaria y electiva creaban un equilibrio que ningún plan centralizado nunca podrá alcanzar.

Su pensamiento ha influido no sólo en los urbanistas, sino también en economistas, sociólogos, liberales y libertarios, todos ellos de acuerdo en que la planificación centralizada es contraria a las necesidades locales y a la capacidad de los individuos para organizarse autónomamente. Su defensa de los barrios, el pequeño comercio y la vida en la calle como motores de la vitalidad urbana fue una crítica directa a los proyectos de desarrollo que han destruido comunidades establecidas en nombre del progreso.

La labor de la académica ha trascendido las fronteras del urbanismo, extendiéndose también a la economía. En su libro La economía de las ciudades (1969), propuso una teoría innovadora sobre el origen de las ciudades y las economías, argumentando que fue la creación de las ciudades lo que dio origen a la agricultura y la ganadería: «La idea de que la agricultura fue un invento de las ciudades, y no al revés», escribió, »se apoya en la evidencia de que los primeros cultivos importantes se produjeron en entornos urbanos, donde ya existía un complejo sistema de intercambios e innovaciones». Con ello, se ponía en sintonía con el pensamiento económico libertario, que siempre ha destacado la importancia del comercio y el intercambio como catalizadores del desarrollo, y en contraste con la visión tradicional que consideraba la agricultura como precursora de las ciudades.

Su pensamiento sigue siendo relevante hoy en día, no sólo para los urbanistas, sino también para cualquiera que cree en la libertad de elección, la cooperación voluntaria y la importancia de las comunidades locales. En las obras que dejó tras de sí está la demostración del fracaso de la intervención estatal y la celebración de la capacidad de los individuos para organizarse espontáneamente por el bien común.

Todo lo cual, en última instancia, sugiere que la libertad individual y la autoorganización no son sólo principios económicos, sino los fundamentos ineludibles para construir sociedades libres, sanas y prósperas.

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y Asuntos Capitales entre otros medios.

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