El fenómeno de la inflación es uno de los menos comprendidos por el público. Para el público en general, la inflación engloba toda una serie de cosas negativas; y así vemos que se acusa a un elenco extraordinariamente diverso de variables de provocar inflación: que si la codicia empresarial genera inflación; que si el salario mínimo genera inflación; que si la delincuencia organizada genera inflación; que si las becas… No sorprende, entonces, que las diversas recetas propuestas para hacerle frente no atinen a comprender la raíz del problema y puedan tener consecuencias perjudiciales.

¿Qué es la inflación?

Tradicionalmente la inflación se define como el incremento sostenido en el nivel general de precios. Pero, concretamente, la inflación es el resultado de un exceso en la oferta monetaria que provoca que el público desee eliminar el dinero en exceso de sus balances de efectivo[1]. Al tratar de reducir sus balances de efectivo intercambiándolo por bienes y servicios, las personas presionan el precio monetario de los bienes y el efecto se traduce en un crecimiento en índices de precios como el INPC (Índice Nacional de Precios al Consumidor). Suele haber un rezago entre el crecimiento en exceso de la oferta monetaria y los precios de mercado de los bienes y servicios, que oscurece la relación entre ambos indicadores. Pero la inflación es un fenómeno con una íntima conexión con la oferta monetaria.

Si la inflación tiene su origen en un exceso en la oferta monetaria, toda receta y estrategia que pretende erradicarla sin atender su raíz monetaria está condenada al fracaso. Y del catálogo de recetas, la más torpe e ineficaz –y que lamentablemente vuelve a ponerse en boga– es el control de precios.

¿Controlar precios?

Tanto en un artículo reciente en The Guardian, de Isabella Weber, de amplia difusión (Could strategic price controls help fight inflation) como en peticiones de partidos políticos en México y otros países de Latinoamérica, los controles de precios se invocan para intentar impedir el avance de la inflación.

Fuente: The Guardian (https://www.theguardian.com/business/commentisfree/2021/dec/29/inflation-price-controls-time-we-use-it).

Como explican Alchian y Allen en Universal Economics (2018), sin embargo, los controles de precios exacerban las ineficiencias en la asignación de recursos:

“Lejos de preservar el valor del dinero, los controles de precios perjudican la función del dinero haciéndolo menos relevante para el intercambio. Los precios controlados por debajo de los que existirían en los mercados abiertos hacen que el dinero sea menos eficaz a la hora de señalar la información sobre los cambios en la oferta y la demanda de bienes.”

El problema de querer frenar la inflación con controles de precios es que se confunden los síntomas de la inflación con su causa. La causa es monetaria; los síntomas, precios que crecen en sincronía. Las recetas que buscan paliar los síntomas sin atender las causas tienden a ser meros alivios temporales. Pero los controles de precios son aún peores: no sólo no remedian el problema de la inflación, sino que lo exacerban. Para entender por qué, debemos revisitar el papel que cumplen los precios en una economía de mercado.

Los precios son termómetros de escasez que reflejan la valoración marginal que los consumidores le dan a los bienes. La valoración marginal de los bienes es contextual: una persona valora más un vaso de agua en el desierto que dentro de un hogar con abundancia de agua potable. Los precios agregan las valoraciones individuales de los consumidores y transmiten esa información al resto de la economía, actuando como un incentivo para los productores de bienes y servicios. Así, los precios son tanto indicadores como guías: comunican las valoraciones de distintos bienes y servicios y sirven de alicate a los productores para saber qué bienes producir; en qué proporciones y con qué combinación de insumos y técnicas de producción.

Dado que los precios cumplen un rol esencial en una economía de mercado, controlarlos a través de decretos gubernamentales estropea su potencial de servicio a la sociedad. Los controles de precios, en lugar de detener la inflación, cambian la forma en la cual los consumidores se comportan para competir por los bienes y servicios que desean. En el contexto de la pandemia, en la que hay un menor ritmo de inversión; bloqueos en las cadenas de suministro; ceses en la producción ante políticas de confinamiento y otros factores que reducen el potencial de producción agregado en la economía, los controles de precios son especialmente dañinos. Bloquean una alternativa para que los consumidores manifiesten sus preferencias. Y, como los productores se ven inhabilitados para cobrar precios más altos para discriminar entre sus clientes, tienen un incentivo perverso a discriminar de otras formas menos eficientes y socialmente cuestionables.

Los controles de precios cambian la “moneda” con la cual se conducen transacciones, pero no detienen el ritmo de las transacciones mismas. El consumidor ya no paga por un bien o servicio en la forma de más pesos mexicanos, pero sí con más horas de espera o con atributos que sean atractivos para los productores. Como los productores no pueden capitalizar del mismo modo sus esfuerzos, los controles de precios también los conducen a producir menos. Los precios aparentemente se congelan, pero la escasez persiste.

El implacable afán de «hacer algo»

Los controles de precios conservan su popularidad porque brindan la apariencia momentánea de que los políticos están haciendo algo, cualquier cosa. Cuando las personas reclaman la intervención del gobierno para resolver un problema o atender una angustia colectiva, suelen ser víctima de dos supuestos que, parafraseando a Robert Higgs, podemos enumerar así: 1) que el gobierno sabe cómo resolver el problema y 2) que el gobierno tiene los incentivos adecuados para resolver el problema. A menudo, el gobierno no cumple ni el primero ni el segundo supuesto. Para saber qué hacer, no basta tener idea de las causas de un problema, sino poder acopiar la información necesaria para resolverlo. Hayek nos enseñó, en un trabajo tristemente ignorado por muchos economistas contemporáneos, que la información necesaria para satisfacer deseos y asignar recursos de forma eficiente no existe jamás como un dato que pueda ser tomado por un planificador central. Las preferencias de los consumidores; las posibilidades tecnológicas; los márgenes de ajuste: toda esta información está dispersa. Integrarla para poder coordinar a todos los agentes de una sociedad es una tarea que resuelve el mercado a través del sistema de precios. Es decir, que las interacciones que llevamos a cabo a través del mercado suministran los incentivos para emplear esa información dispersa en cooperación con otros para resolver problemas de asignación de recursos.

Cuando el liberal prefiere limitar el campo de actuación del gobierno, no está diciendo que no debe hacerse nada. No es un apologista de mantener una actitud pasiva de cara a problemas reales. Es un apologista, al contrario, de que el gobierno no interfiera en el proceso necesario para descubrir las mejores soluciones a un problema. Es un apologista de la experimentación, de encomendar a individuos libres la tarea de encontrar las respuestas que el gobierno raramente tiene. Es un escéptico, en fin, de los supuestos de los cuales son víctima frecuente los intervencionistas más sofisticados.

En el campo de la inflación, el buen economista, además, es claro: las presiones inflacionarias deben rastrearse hasta las políticas adoptadas actualmente por los bancos centrales, en cuyo seno subyace la responsabilidad primordial del crecimiento acelerado en los precios. Los bancos centrales, capaces de alterar la base monetaria y, con ella, influir en la oferta monetaria, son los corresponsables de agraviar un shock de oferta negativo originado en la pandemia. Los controles de precios, además de ser inefectivos y perjudiciales, únicamente nos distraen de las medidas económicas necesarias para aliviar el problema.


[1] La palabra “exceso” es clave. Un exceso ocurre cuando las personas tienen más dinero en sus balances de efectivo del que desearían tener al nivel de precios vigente. O, en términos de oferta y demanda, cuando la cantidad ofrecida de dinero es superior a la cantidad demandada de dinero a un nivel de precios determinado. La inflación es el proceso que corrige ese exceso. No hay un exceso si la oferta y la demanda crecen de tal modo que la gente tiene el dinero adicional en sus balances de efectivo que deseaba tener. El diagrama ilustra el proceso de manera abstracta: Sm representa la oferta de dinero; la línea amarilla, la demanda. Pm ilustra el precio del dinero: su poder adquisitivo, que es el recíproco del nivel general de precios, P. Qm representa la cantidad de dinero en circulación en la economía.

Fuente: Elaboración propia.

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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