La desigualdad en las sociedades contemporáneas se manifiesta de múltiples formas y tiene diversas causas. En términos generales, podemos identificar dos tipos de desigualdad: una “sana” y otra “nociva”. La desigualdad sana es aquella que surge de transacciones voluntarias en un mercado libre, donde los consumidores tienen el poder de decidir qué productos y servicios desean adquirir. En contraste, la desigualdad nociva es el resultado de intervenciones gubernamentales que favorecen a ciertos grupos empresariales, creando un “capitalismo de cuates”.

En un mercado libre, el consumidor es el soberano. Sus decisiones sobre qué comprar y qué no comprar determinan qué se produce y en qué cantidades. Los empresarios y sus trabajadores deben adaptarse constantemente a las demandas del mercado para sobrevivir. Los beneficios se dirigen hacia las empresas que mejor satisfacen a los consumidores. Por ejemplo, el economista Ludwig Von Mises sostenía que los restaurantes piden sugerencias a sus comensales y las tiendas exhiben letreros de “Gracias por su visita” porque buscan mejorar continuamente para mantener satisfechos a sus clientes.

En mercados intervenidos, sin embargo, los beneficios de las empresas no dependen de los consumidores, sino de las decisiones de una autoridad. Esto crea distorsiones en el mercado. Por ejemplo, si la autoridad decide subvencionar el consumo de leche en lugar de pan, el precio de la leche será artificialmente bajo, y los consumidores se verán obligados a ajustar su consumo de pan en función de esta intervención. El poder de decisión del consumidor se ve reemplazado por la voluntad de los políticos, que buscan ganar popularidad a través de medidas como estas.

En mercados libres, la desigualdad es sana porque es flexible. Las empresas que no logran satisfacer a los consumidores pierden su poder económico, independientemente de cuánto capital hayan acumulado. Un ejemplo emblemático es el caso de Blockbuster, que, a pesar de su enorme capital y posición dominante en el mercado de videos de alquiler durante varios años, quebró al no adaptarse a las nuevas demandas del mercado digital.

En contraste, en mercados altamente intervenidos, la desigualdad es nociva porque tiende a ser rígida. Las empresas prosperan no por su capacidad de satisfacer a los consumidores, sino por su habilidad para seducir a la autoridad. Las decisiones de producción responden a los intereses y caprichos de los gobernantes, dando lugar al capitalismo de cuates. En estos contextos, es común que las empresas ineficientes se mantengan a flote gracias a los favores gubernamentales, perpetuando así una desigualdad rígida y perjudicial.

Para abordar la desigualdad nociva, no basta con implementar políticas de redistribución o aumentar la inversión en educación. Es crucial limitar la capacidad de los empresarios para aliarse con las autoridades. México, por ejemplo, necesita una reforma que separe al poder empresarial del poder gubernamental, tal como en su momento se separó al poder clerical del poder estatal. De este modo, serían los consumidores quienes decidirían el destino de las empresas, y no los caprichos de los gobernantes.

Las cifras apoyan esta visión. Según el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage, los países con mayores niveles de libertad económica tienden a tener menores niveles de desigualdad nociva y mayores tasas de crecimiento económico. Por ejemplo, Hong Kong y Singapur, que ocupan los primeros lugares en este índice, tienen una intervención gubernamental mínima en los mercados y presentan altos niveles de prosperidad y menor desigualdad rígida.

Por otro lado, las economías con alta intervención gubernamental, como Venezuela, experimentan una desigualdad más rígida y una economía en declive. Según el Banco Mundial, Venezuela tuvo una contracción económica del 30% en 2020, en gran parte debido a las políticas intervencionistas que han distorsionado su mercado y favorecido a ciertos grupos empresariales cercanos al gobierno.

En resumen, mientras la productividad no crezca y no se eliminen las alianzas perniciosas entre empresarios y autoridades, las políticas de redistribución serán solo un paliativo. La verdadera solución radica en promover mercados libres donde la competencia y la innovación sean los motores del crecimiento, y donde la desigualdad sea producto de un proceso económico natural y no de intervenciones que favorecen a unos pocos en detrimento de la mayoría.

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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