Durante las fiestas de Gracia, un par de docenas de calles del barrio se engalanan con cualquier temática, desde los ovnis hasta los Beatles. Las asociaciones de vecinos de cada calle son las encargadas de la ornamentación, puramente amateur, que le da un aire al barrio de festival escolar con esteroides. Es una tradición dar largos paseos durante el día para admirar los decorados, que muy a menudo son realmente espectaculares. Pero Barcelona es como es, así que en una de las portadas de este año se leía «Esta calle te lleva a una Villa Palestina», lo que, imagino, quiere decir que al entrar las mujeres deben dejar de estudiar y ponerse un trapo en la cabeza y los gays tienen que lanzarse al vacío desde la azotea más próxima.
Gracia es uno de los barrios más barceloneses de Barcelona, con todo lo que eso implica, y las ornamentaciones graciencas atraen a decenas de miles de curiosos cada año, nacionales y extranjeros. Pese a ello, o precisamente por ello, todo el barrio está lleno de «Tourists go home» pintarrajeados en cada esquina. No puedo evitar preguntarme dónde está la línea que separa al visitante bien recibido del odioso turista gentrificador. ¿Los que venimos de otros barrios de la ciudad? ¿La gente que viene del extrarradio barcelonés? ¿Los visitantes de otras comarcas catalanas? ¿Aquellos que viven en otros rincones de España, perdón, el Estado Español? ¿Los que han llegado desde fuera del país, perdón, el Estado? ¿Es menos turista un tipo de Olot que viene a pasar doce horas y se vuelve al terruño a seguir pimplando ratafía que el francés que pasa una semana en el Casa Fuster? ¿Cuánto son cuatrocientos dracmas?
Al final la turismofobia es la manera que han encontrado los progresistas de ser xenófobos sin que se les pueda reprochar. No es que odien a los extranjeros, por supuesto que no, refuchís welcome, vulem acollir. La suya es una xenofobia ecosostenible, resiliente, de kilómetro cero, respetuosa con la Pachamama y enemiga del cisheteropatriarcado. Los zurdos sólo odian a los extranjeros que efectivamente se gastan dinero, porque, dicen, hacen subir los precios de la vivienda, no como los quinientos mil inmigrantes que entran al año en España, que como viven en cabañas reciclables en mitad del desierto de Tabernas no tienen influencia sobre los alquileres. «Los turistas despersonalizan los barrios», por supuesto, a diferencia de los cien mil senegaleses que cada día ponen a la venta mercancía robada o falsificada en cada paseo marítimo de cada ciudad de España, que le dan un toque local pero cosmopolita a todo. Añadamos que no hay un solo progresista que no tenga en su Instagram dos docenas de fotos de findes en Roma y Oporto, cenitas con amigas en París («reinas, os quiero, sois lo mejor de mi vida»), retiros espirituales en la India, voluntariado en África («no tienen nada y aun así son felices, cuánto tenemos que aprender») o quedadas antifas en Berlín. Un día un progre se va a caer desde lo alto de sus contradicciones y se va a hacer daño de verdad.
Otra forma cada vez más frecuente de xenofobia socialmente aceptada es la madrileñofobia. No pasa un día sin que un gallego, generalmente hijo de alguien que regularmente tenía sexo con gallinas, insulte a los madrileños al grito de fodechinchos. La madrileñofobia consiste en que la gente de provincias odia a sus parientes que se han ido a prosperar a Madrid y vuelven al pueblo en verano, pero se disfraza con palabras completamente carentes de significado real como «efecto capitalidad» o «dumping fiscal». Es una operación de marketing del PSOE y sus aliados chavistonacionalistas para castigar a Madrid por la osadía de votar sistemáticamente contra la izquierda, desde aquella gloriosa humillación que sufrió Rafael Simancas a manos de sus propios diputados. Por la razón que sea (generalmente ser idiotas además de progresistas), muchos madrileños han decidido colaborar con su propia demonización y se han sumado a los gañidos ridículos de la gente que les odia. «No todos los madrileños somos así», siendo «así» cualquier cosa que se hayan inventado los militantes más cretinos del BNG.
Y así se pasa el verano, otro verano más, entre tonterías de unos y de otros, pero generalmente muchas más y mucho más intensas las de otros, que no las de los unos.
Publicado originalmente en Libertad Digital: https://www.libertaddigital.com/opinion/2025-08-22/diego-gonzalez-turismofobia-la-xenofobia-cuqui-7288149/
Nota: se editó el titulo, cambiando el original cuqui por chaira, para hacer más comprensible al público lector el adjetivo.
Diego González. Escritor español. Fue parte de Redliberal. Es autor del libro Historiones de la Geografía: https://amzn.to/3QNsgWB Más de él en su blog: @fronterasblog
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