La naturaleza económica de la contaminación

Los problemas ambientales surgen de conflictos sobre el uso de recursos escasos.

Verter gases tóxicos en el aire no es un problema hasta que compromete la salud humana (o la salud de especies que valoramos). Iluminar ciudades de noche no es un problema hasta que las personas aprecian observar un cielo estrellado. El consumo de plástico no es un problema hasta que compromete vida marina que valoramos.

El aire limpio es un recurso escaso; el cielo estrellado es un recurso escaso; un océano libre de plástico es un recurso escaso. Cuando el uso de un recurso depende de un juego de estira y afloja entre dos o más voluntades (los que desean calles iluminadas contra los que desean ver constelaciones), es valioso tener un mecanismo de solución del conflicto.

El mercado resuelve los conflictos sobre el uso de recursos escasos a través del intercambio de derechos de propiedad. Si una persona quiere usar un terreno para construir un centro comercial y otra desea usarlo para instalar un parque acuático, el mercado asigna el recurso al mejor postor. Es decir, a quien puede darle al terreno el uso más valioso. El mercado también balancea los conflictos porque fomenta la cooperación. Si una persona quiere usar el patio de mi casa para plantar un árbol (porque el suelo de mi patio es más fértil o alguna otra razón), lo permito a un precio que al menos me deje indiferente entre recibir una suma de dinero y tener menos espacio en mi patio. Dos voluntades pueden usar un recurso escaso y cooperar para mejorar su situación.

Cuando es costoso definir, monitorear y hacer valer derechos de propiedad, es más difícil usar un mecanismo de mercado para solucionar conflictos sobre el uso de recursos escasos. A menudo los economistas interpretan lo anterior como una “falla de mercado”, cuando realmente hablan de situaciones donde el mercado está ausente para asignar recursos escasos a los usos de mayor valor. El gobierno tiene, en la mayor parte del mundo, la responsabilidad de definir y suministrar los medios para hacer valer una serie de normas y leyes específicas. Frente a los problemas ambientales, responde regularmente con prohibiciones y obstáculos al consumo o producción de determinados bienes. Olvida, sin embargo, la naturaleza recíproca del problema y privilegia ciertas voluntades por encima de otras. Penaliza al consumidor de popotes y favorece el interés de quien piensa que la prohibición salvará más tortugas. Desperdicia a todos aquellos que podrían pensar en formas de pagar un costo por mantener océanos limpios a cambio de mantener su consumo de popotes.

Con su responsabilidad, sin embargo, el gobierno debería pensar en mejores reglas para ampliar el espectro de soluciones de mercado. En lugar de prohibir y suprimir las voluntades legítimas de un sector de la población sobre el uso de recursos escasos, puede mejorar la asignación de derechos de propiedad o reforzar reglas existentes para que los individuos cooperen de mejor forma en la promoción de sus deseos. El mercado fomenta la cooperación entre deseos incompatibles y es nuestro mejor aliado para resolver problemas ambientales. El estigma que carga es inmerecido: ahí donde puede operar, permite un uso más eficiente, limpio y productivo de este valle de lágrimas.

Los derechos de contaminación

El problema de la contaminación del aire es un problema de naturaleza económica. Nadie es dueño del aire: ninguno de nosotros posee títulos de propiedad sobre el aire, que serían altamente costosos de definir, observar (“monitorear”) y hacer valer. Eso no sucede con los derechos de propiedad sobre un automóvil, por ejemplo. Es fácil definir quién es dueño del automóvil y a qué usos de su propiedad tiene derecho (puede usar el automóvil para ir al supermercado, pero no para estrellarlo contra la casa del vecino). Es fácil observar al titular de los derechos (para monitorear que usa el automóvil de acuerdo a los usos a los que tiene derecho). Y es fácil hacer valer sus derechos en caso de que alguien desee usurparlos.

En la presencia de derechos de propiedad, el mercado habilita e incentiva usos eficientes. El dueño de un automóvil puede transferir sus derechos a otra persona y capitalizar el valor de cualquier mejoría de su automóvil, así como sufrir las consecuencias de dañar su propiedad. Tendrá un incentivo a excluir usos ineficientes de su automóvil o a venderlo a quien pueda hacer un uso más valioso de él. De ese modo, el mercado alentará la conservación de sus derechos de propiedad, así como su cuidado contra cualquier daño.

Con el aire no ocurre nada de eso. Cualquiera puede ensuciar el aire, sin sufrir las consecuencias de dañar su calidad, pues no posee todo el aire que es útil para avanzar sus fines. Puedo ensuciar el aire que respiras; tú, el aire que respiro (así no pueda rayar tu automóvil, ni tú estrellarlo contra mi casa). Una persona no puede, tampoco, capitalizar cualquier mejora que introduzca sobre su calidad; carece regularmente de incentivos apropiados para conservar la calidad del aire y tiene, por contraparte, demasiados incentivos para verter contaminantes en el aire.

¿Hay alguna forma, sin embargo, de usar el poder del mercado para reducir la contaminación en este contexto?

Una de las ideas económicas más novedosas para sortear el problema consiste en la emisión de derechos de contaminación.

¿Cómo funciona?

  1. El gobierno establece un límite sobre la cantidad de contaminación permitida.
  2. Distribuye, luego, derechos a contaminar por ese límite a un número de empresas contaminantes y establece que los derechos pueden intercambiarse.
  3. Si una empresa desea contaminar más de lo que su derecho le permite, compra derechos de una empresa que esté dispuesta a asumir el costo de reducir su contaminación a cambio de la venta de sus derechos de contaminación.

La idea promete reducir el nivel de contaminación de forma más eficiente que políticas reguladoras o prohibitivas. Reducen su contaminación aquellas empresas para las cuales es más barato hacerlo y pagan por contaminar aquellas empresas para las cuales es más caro contaminar menos.

Noten que la idea es similar a establecer derechos de propiedad parciales sobre el aire, que el gobierno distribuye a los agentes causantes de la contaminación. También otorga un incentivo a encontrar formas más eficientes de reducir la contaminación: si una empresa implementa una técnica de producción más limpia a bajo costo, puede capitalizar los ingresos de liberar los derechos de contaminación que posee para su venta.

¿Se ha implementado esta idea? Sí. Y la evidencia resultante de su aplicación en Estados Unidos y Europa es alentadora, aunque se trata aún de una idea de temprana aplicación y sus efectos tardíos están por evaluarse. Tiene, sin embargo, el respaldo de la teoría económica. ¿Por qué vacilamos en promover una más extensa aplicación?

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

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