En las sociedades occidentales, observamos un desarrollo paradójico: formalmente, los derechos de propiedad y las libertades políticas siguen existiendo, pero culturalmente nos encontramos bajo el yugo de un nuevo totalitarismo. La influencia del Estado se infiltra en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones no con botas, sino con garras de terciopelo. El término «cultura de Estado» describe este proceso insidioso de una cosmovisión moldeada por el Estado que interviene profundamente en nuestra vida cotidiana, sin ninguna violencia manifiesta.

La cultura de una sociedad no surge de la nada. Es el resultado de normas, convenciones, lenguaje, medios de comunicación, educación, crianza e historias a través de las cuales las personas interpretan el mundo. Pero ¿qué sucedería si estos elementos culturales no surgieran de forma espontánea y voluntaria, sino que fueran moldeados sistemáticamente por las instituciones estatales?

El Estado tiene un interés vital en justificar moralmente su existencia. Para ello, se vale de dos instrumentos principales: el sistema educativo y los medios de comunicación.

Las escuelas transmiten ideologías progubernamentales, mientras que muchos medios de comunicación informan de forma progubernamental mediante subsidios, acceso preferencial o presión regulatoria. Esta influencia a largo plazo crea una hegemonía cultural en la que las narrativas gubernamentales se consideran moralmente superiores.

El wokeismo es un ejemplo perfecto de esta nueva cultura estatal: las voces críticas se silencian bajo el pretexto de la tolerancia. Términos como «discurso de odio», «discriminación» o «noticias falsas» suelen definirse de forma tan vaga que pueden convertirse en un arma contra cualquier desviación de la línea oficial. Lo que parece sensibilidad social resulta, al examinarlo más de cerca, ser presión ideológica para conformarse, promovida, financiada y defendida por el Estado.

La cultura de la cancelación es resultado de este desarrollo. Corporaciones, universidades y medios de comunicación —anteriormente privados— actúan cada vez más con obediencia anticipatoria. Implementan una censura privatizada que, en efecto, es inducida por el Estado. El reflejo libertario de defender esto como una expresión de derechos de propiedad se queda corto. Estas acciones no ocurren en un mercado libre, sino en un entorno cultural distorsionado por el Estado.

¿Qué hacer? Los libertarios deben reconocer que la política cultural no puede seguir siendo dominio exclusivo de la izquierda. El Estado nunca es neutral. Su mera existencia influye en la cultura. De ello se desprende que, mientras exista el Estado, las fuerzas libertarias deben apoyar la cultura que también habría prevalecido en una sociedad libre. Valores como la propiedad, la responsabilidad personal, la familia, la caridad y la verdad merecen ser promovidos, incluso dentro de las instituciones estatales, mientras existan.

Vivimos en una sociedad híbrida. Esto hace aún más importante crear las condiciones culturales para un orden libre. Porque sin una cultura liberal, una sociedad libre no es sostenible.

La lucha por la cultura, por lo tanto, no es un asunto secundario: es el centro de la lucha por nuestra libertad. Javier Milei ha demostrado que esta lucha también se puede ganar con ideas libertarias. Esto nos da esperanza.

Publicado originalmente en el Ludwig von Mises Institut Deutschland: https://www.misesde.org/2025/07/staatskultur-wie-der-staat-unsere-werte-kolonisiert/

Philipp Bagus es profesor de economía en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Publicó sobre su investigación la teoría monetaria y económica en revistas internacionales como Journal of Business Ethics, Independent Rewiew, American Journal of Economics and Sociology y otras. Su libro «La tragedia del euro» (*) se publica en 14 idiomas. Philipp Bagus es miembro del consejo asesor científico del Instituto Ludwig von Mises de Alemania. En septiembre de 2024 se publicó su libro «Die Ära Milei«.

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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