Hablar de Javier Milei es meterse en una conversación cargada de pasiones, polémicas y cambios drásticos. Para algunos, es un mesías que vino a rescatar a la Argentina del colapso económico. Para otros, es un experimento riesgoso que está jugando con la estabilidad social de millones de personas. Pero más allá de las posturas políticas o ideológicas, hay una realidad que no se puede negar: Argentina llegó a diciembre de 2023 al borde del abismo.
La inflación anual rozaba el 300%, las reservas del Banco Central estaban en rojo, el déficit fiscal era insostenible, y el peso argentino ya no generaba confianza ni dentro ni fuera del país. El Estado gastaba como si fuera rico, aunque la economía se achicaba año tras año. Los subsidios distorsionaban los precios, las provincias eran premiadas por su ineficiencia, y el empleo formal se estancaba mientras crecía la informalidad. En ese contexto, llegó al poder un economista de discurso filoso, con propuestas de corte liberal-libertario, que prometía “dinamitar” el sistema.
Javier Milei no solo rompió el molde de la política tradicional, sino que planteó un giro económico radical en un país acostumbrado al péndulo entre el populismo y los ajustes tímidos. Su receta: reducir el tamaño del Estado, eliminar el déficit fiscal, cortar la emisión monetaria y dejar que el mercado reasigne recursos sin interferencias. Un programa ambicioso que, aunque despierta resistencia, también está empezando a mostrar resultados concretos.
Este trabajo busca analizar, con datos y una mirada crítica, cuáles han sido los principales aciertos y errores del gobierno de Milei hasta 2025, desde el enfoque del liberalismo económico. Pero también va más allá de los números: intenta entender si, en el fondo, Argentina está haciendo las cosas bien, aunque el proceso sea doloroso. Porque a veces, en medio del caos y el ajuste, pueden estar germinando las bases de una verdadera recuperación.
Lo bueno: orden donde antes había puro descontrol
Antes de que Milei asumiera la presidencia, la economía argentina era una casa desordenada, con goteras por todos lados, deudas impagables y las cuentas siempre en rojo. Cada gobierno intentaba «emparchar» el problema sin arreglar la estructura de fondo. Milei, para bien o para mal, decidió ir al fondo del asunto, y eso implicó tomar decisiones difíciles, muchas impopulares, pero que estaban orientadas a devolverle lógica y previsibilidad a la economía. Estos son algunos de los grandes aciertos que ya empiezan a notarse:
1. Déficit cero: gastar solo lo que se tiene
Una de las decisiones más impactantes —y también más valientes— fue terminar con el déficit fiscal. En otras palabras, el Estado dejó de gastar más de lo que recauda. Para un país que durante años vivió como si los recursos fueran infinitos, este fue un giro de 180 grados.
En apenas cinco meses, el gobierno logró cerrar el déficit primario, y en 2025 ya muestra superávit fiscal. Esto no es un tecnicismo: significa que el Estado dejó de financiarse emitiendo pesos sin respaldo, algo que venía alimentando la inflación y destruyendo el poder adquisitivo de la gente.
Sí, el ajuste fue fuerte. Bajaron subsidios, se recortaron transferencias discrecionales a provincias y se congelaron contrataciones. Pero, por primera vez en mucho tiempo, se está gastando con responsabilidad, como lo hace cualquier familia o pyme que no quiere quebrar.
2. La inflación empieza a dejar de ser una pesadilla
Los argentinos llevaban años viviendo con la sensación de que el dinero se les evaporaba en las manos. Entre 2021 y 2023, la inflación superó el 100% anual de forma sostenida, y en enero de 2024 llegó al pico de 276% interanual. Comprar comida, ropa o pagar servicios era una lotería: los precios cambiaban semana a semana.
Hoy, en junio de 2025, la inflación mensual está por debajo del 3%, y la interanual se redujo a alrededor del 58%. ¿Qué cambió? Básicamente, se frenó la maquinita de imprimir billetes, se dejó de mentir con los precios congelados, y se respetaron las señales del mercado.
No es magia ni suerte: es disciplina. Si esta tendencia se mantiene, Argentina podría volver a tener precios predecibles, algo que parecía ciencia ficción hace dos años.
3. Se sinceraron los precios: ya no hay más tarifas «de mentira»
Durante años, los gobiernos subsidiaron con fuerza la energía, el transporte y otros servicios, vendiéndole a la gente la idea de que todo podía ser barato. Pero esos subsidios se pagaban con inflación o deuda. Lo que parecía un beneficio, en realidad era una bomba de tiempo.
El nuevo gobierno decidió sincerar los precios relativos: aumentaron las tarifas de luz, gas y transporte, pero también se comenzó a recuperar la cadena de pagos en esos sectores, mejorando la inversión y el mantenimiento. Aunque el impacto fue fuerte en el bolsillo, el sistema empezó a ordenarse, y hoy las empresas ya no operan con pérdidas estructurales ni subsidios eternos.
Este orden en los precios también permitió mejorar la competitividad de sectores clave como el agro y la industria exportadora, que ahora operan con un tipo de cambio más realista y sin tantas trabas.
4. Superávit comercial y reservas en recuperación: más oxígeno externo
La otra gran noticia es que Argentina volvió a tener superávit comercial, y no por arte de magia, sino porque se dejaron de subsidiar importaciones innecesarias y se impulsaron exportaciones con reglas más claras. Entre enero y mayo de 2025, el país acumuló un superávit comercial de más de USD 12,800 millones, y el Banco Central logró recomponer reservas por más de USD 7,500 millones netos, cuando en diciembre de 2023 estaban en terreno negativo.
¿Por qué esto importa? Porque un país con reservas tiene más capacidad de pagar deuda, estabilizar su moneda y generar confianza externa. Y eso se traduce en menor presión sobre el dólar, menos riesgo país y una economía que, poco a poco, empieza a dejar atrás el miedo al default o la devaluación descontrolada.
5. Mejora en indicadores de confianza: vuelve la previsibilidad
A pesar del ruido político y social, los mercados financieros empezaron a responder positivamente. El riesgo país bajó de 2,500 puntos en diciembre de 2023 a unos 1,150 en junio de 2025, los bonos soberanos se revalorizaron y las expectativas de inflación a futuro mejoraron. Incluso inversores que habían abandonado el país en años anteriores están volviendo, poco a poco, a mirar a Argentina como una opción viable.
Para las empresas, esto significa algo muy concreto: pueden volver a proyectar, invertir, contratar, producir. Y para las personas comunes, empieza a abrirse la posibilidad de que algún día puedan sacar un crédito sin tasas ridículas, o comprar sin miedo a que los precios cambien cada semana.
Lo malo: el costo humano del ajuste
Si ordenar una economía fuera indoloro, todos los países lo harían todo el tiempo. Pero no es así. El ajuste tiene consecuencias, y en el caso de Argentina fueron —y siguen siendo— sentidas en carne propia por millones de personas. Lo importante es reconocer estos efectos sin caer en la simplificación ni en el cinismo, porque no se trata solo de números: se trata de familias, de trabajos, de proyectos de vida que se vieron impactados.
1. La recesión: una curva necesaria, pero empinada
Uno de los costos más visibles del reordenamiento económico fue la profunda recesión que vivió Argentina durante el primer año de gobierno de Milei. El Producto Interno Bruto cayó un estimado de 6.3% en 2024, con caídas fuertes en el consumo, la obra pública y el crédito. Sectores como la construcción, el comercio minorista y algunas industrias sufrieron una contracción que, en muchos casos, implicó reducción de horarios, despidos o cierre de pequeñas empresas.
Sin embargo, al mirar el panorama completo, el freno económico también tuvo una lógica: veníamos de un esquema insostenible basado en subsidios, gasto público sin respaldo y emisión monetaria. Había que frenar para reacomodar. Y en 2025 ya se están empezando a ver señales de recuperación: el agro, la energía y la minería muestran dinamismo, y el crédito privado comienza tímidamente a resurgir. El golpe fue duro, sí, pero no necesariamente permanente.
2. La pobreza creció, pero empieza a estabilizarse
Es un hecho que la pobreza aumentó como consecuencia del sinceramiento de precios, la caída del salario real y el parate de algunas actividades. Según datos de la UCA, la pobreza alcanzó un pico del 55% en el segundo semestre de 2024, un nivel alarmante que generó tensión social y malestar.
Sin embargo, es importante señalar que el salario real comenzó a recuperarse a partir del segundo trimestre de 2025, y que el gobierno mantuvo algunos programas sociales focalizados, como la AUH, la Tarjeta Alimentar y el plan Potenciar Trabajo, aunque con un enfoque más ordenado y controlado.
Además, se están empezando a ensayar nuevas formas de asistencia más basadas en incentivos al trabajo que en transferencias puras, como la idea de vouchers escolares o planes de inserción laboral en el sector privado. El desafío ahora es traducir el orden macroeconómico en una mejora tangible para las personas más vulnerables.
3. Achicar el Estado sin red social genera tensiones reales
Uno de los pilares del modelo libertario es reducir el tamaño del Estado, eliminar privilegios y eficientar el gasto público. En principio, eso es positivo: nadie quiere un Estado ineficiente que derrocha recursos. Pero hacerlo de manera rápida, sin una transición bien planeada, puede generar vacíos.
Muchos organismos fueron cerrados, se despidieron empleados públicos y se congelaron contrataciones. Esto afectó particularmente a provincias y municipios que dependían de transferencias nacionales, y a sectores como cultura, ciencia y desarrollo social.
En el corto plazo, esto generó sensación de abandono en varios sectores de la sociedad. Pero también abrió un debate necesario: ¿qué funciones debe cumplir realmente el Estado, y cuáles puede asumir el sector privado o la sociedad civil? El objetivo debería ser no tanto “achicar por achicar”, sino redefinir el rol del Estado hacia una estructura más inteligente, más focalizada y más transparente.
4. La comunicación: el tono importa tanto como el contenido
Un aspecto que ha generado controversia —y también malestar— es el estilo con el que se comunican las medidas. Si bien la claridad técnica del equipo económico es reconocida incluso por opositores, el gobierno a veces peca de insensible en la forma en que transmite el ajuste.
Frases como “el que corta la calle no cobra” o “la casta llora porque se les acabó el curro” pueden sonar firmes, pero también generan ruido innecesario y distanciamiento con sectores que no se sienten parte de “la casta”, pero que igualmente la están pasando mal.
La implementación de un modelo liberal exige no solo eficiencia económica, sino también empatía, escucha y pedagogía política. Hay que explicar el porqué de las medidas, mostrar los tiempos de la transición y construir un horizonte de esperanza.
Un costo con sentido… si se construye sobre él
En resumen, el ajuste dolió, pero no fue en vano. El país está pagando el precio de años de malas decisiones, y lo hace ahora, de forma concentrada, con la promesa de no volver a repetir el mismo ciclo. El riesgo de retroceso siempre existe, pero también está la oportunidad de salir fortalecidos, con una economía más sana, instituciones más creíbles y una sociedad más productiva.
El verdadero desafío del gobierno en adelante será transformar este orden económico en movilidad social, y demostrar que el esfuerzo de hoy servirá para vivir mejor mañana. Porque la gente está dispuesta a soportar tiempos difíciles, si siente que hay un rumbo claro, justo y posible.
Conclusión: Cambiar duele, pero estancarse duele más
Sí, el ajuste duele. Sí, la inflación golpeó fuerte. Sí, el salario real cayó y la pobreza pegó duro. Pero seamos honestos: nada de eso es culpa de Javier Milei. Lo que duele hoy no es el liberalismo, es el costo de haber vivido por décadas en un país gobernado por la mentira económica, por el clientelismo, por el populismo barato y el gasto descontrolado. Este ajuste es el sinceramiento brutal de una economía que ya estaba rota mucho antes de diciembre de 2023.
El kirchnerismo, el peronismo y buena parte de la política tradicional nos vendieron por años la ilusión de que se podía gastar sin producir, subsidiar sin pagar, imprimir sin consecuencias. Nos prometieron “Estado presente” mientras vaciaban las reservas, aumentaban el déficit y alimentaban una inflación que pulverizó los ingresos. Milei llegó a poner orden en medio de ese incendio, no a provocar el fuego.
Hoy, a mediados de 2025, el caos empieza a ceder terreno. La inflación se desacelera, el gasto se racionaliza, el dólar se estabiliza, las exportaciones crecen, las reservas se recomponen y el país vuelve a tener credibilidad externa. ¿A cambio de qué? De cortar privilegios. De achicar un Estado que era un monstruo ineficiente. De ponerle un alto a los que lucraban con la pobreza ajena.
El liberalismo no vino a regalar nada: vino a devolverle poder a quien trabaja, a quien produce, a quien se esfuerza. Vino a romper con el relato asistencialista y el Estado benefactor que terminó convirtiendo a millones en rehenes de planes y subsidios. Hoy, el mensaje es claro: el único camino es el esfuerzo, la inversión, la competencia, la innovación.
El cambio es duro, sí. Pero seguir igual era el verdadero sufrimiento. Estancarse era condenar a otra generación a vivir con miedo al precio del pan o a no poder planear el mes siguiente. Lo que Milei propone —y está empezando a construir— es una Argentina donde el que se rompe el lomo trabajando tenga futuro, donde el mérito vuelva a valer, y donde el Estado deje de ser una máquina de empobrecer.
Aún falta mucho. Pero se sigue por este camino, la Argentina puede, por fin, dejar de ser la eterna promesa incumplida y convertirse en una potencia real. Milei no es el problema. Milei es el síntoma de una sociedad que ya no se banca más el verso. Y el liberalismo económico, mal que le pese a muchos, es hoy la única herramienta seria y concreta para salir del pantano.
A TÍTULO PERSONAL, ES LO QUE ESPERAMOS PARA MÉXICO EN UN FUTURO CERCANO.