El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, encabezó una campaña de producción para el autoconsumo en el país. En el cierre de su gira, pronunció las siguientes palabras en Palacio Nacional: «Hace falta avanzar más en la autosuficiencia alimentaria. […]. Debemos producir lo que consumimos. […]. Esa es una de las diferencias que tenemos con el modelo neoliberal y con los que impusieron ese modelo hace 36 años en nuestro país. Para ellos no era importante el fomento a las actividades productivas ni a la agricultura, ni a la ganadería, ni a la pesca, ni a la industria. Ellos todo querían dejarlo al mercado; que el estado no promoviera el desarrollo»[1].

¿Es cierto que debemos producir por nuestra cuenta lo que consumimos? ¿Tiene sentido económico la autosuficiencia? Es mi convicción que las ideas que manifiesta el presidente carecen de rigor económico, no tienen respaldo serio y son demasiado costosas. Contrario a lo que él opina, el mercado libre es más eficiente para satisfacer a los consumidores y atender sus demandas de alimentación. El discurso del presidente manifiesta un desdén al comercio internacional y a las posibilidades que presenta una economía abierta. Así que debemos examinar por qué el comercio internacional importa y por qué la autarquía propuesta por el presidente es peligrosa.

El crecimiento económico depende de las posibilidades de emplear nuestros recursos de modo más eficiente. Una mayor eficiencia significa que podemos satisfacer más fines con el mismo conjunto de recursos. El comercio internacional facilita dos vías para incrementar la eficiencia: por un lado, incentiva que nos especialicemos en aquello en lo cual tenemos una ventaja comparativa, con lo cual incrementamos nuestra productividad; por otro lado, incentiva que nuestra mayor producción fluya hacia donde convoca un mayor valor. El comercio internacional nos permite hacer más con los recursos que tenemos.

Quizá el mejor modo de ilustrar lo anterior es pensando en un alimento cotidiano: un sándwich común y corriente. Es fácil pasar por alto todo lo que requiere producir un sándwich tradicional de jamón y queso. Preparar un sándwich es algo distinto a producirlo; es sólo una de las tantas etapas requeridas para poder consumir un sándwich. Producir un sándwich no sólo requiere juntar dos rebanadas de pan, meter dentro de ellas jamón, queso, lechuga y otros ingredientes y untar mayonesa u otros aderezos en las rebanadas. Requiere cultivar trigo, preparar la harina, tener un horno en el cual hacer el pan; requiere criar cerdos para el jamón y obtener huevos de gallinas para preparar la mayonesa; requiere acero para el cuchillo con el cual untar los aderezos y transporte para llevar los materiales desde sus orígenes hasta la cocina del consumidor.

¿Interviene cada consumidor del sándwich en cada una de esas etapas? Es muy probable que no.

A excepción de lo que ocurre en las sociedades primitivas, la mayoría de las personas nos especializamos en etapas minúsculas de la producción de las decenas de miles de bienes y servicios que consumimos diariamente. Si eres un vendedor de perfumes, puedes intercambiar tus habilidades especializadas como vendedor de perfumes por la cooperación especializada de miles de personas que producen un par de zapatos. La especialización vuelve más barato el consumo de bienes y servicios.

El lector quizá haya escuchado alguna vez de un joven llamado Andy George. En 2015, Andy George fue noticia porque preparó un sándwich hecho casi por completo por él mismo: gastó mil 500 dólares y seis meses en “cultivar vegetales, cosechar trigo, ordeñar vacas e incluso matar un pollo –todo con el propósito de hacer un sándwich–”. Un experimento interesante el de Andy. Pero cuya extensión a toda una economía sería ruinosa.

Andy George y su sándwich de $1,500 dólares: el ejemplo de autosuficiencia alimentaria que agrada al presidente. Fuente: https://www.dailymail.co.uk/femail/article-3238553/Man-spends-1-500-SIX-MONTHS-life-create-sandwich-scratch-including-growing-vegetables-making-salt-murdering-chicken.html

Los patrones de importación y exportación de un país se guían en función a la especialización relativa de cada país. ¿Debería un agricultor, si es dueño de un terreno en el cual cultiva varios vegetales, asumir los costos de todas las etapas de producción necesarias para convertir sus vegetales en bienes de consumo final? Pensemos en todos los costos que tendría que asumir, además del implícito en su trabajo de cultivo: producir el fertilizante que emplea sobre el suelo, incluidos los envases que lo contengan; asumir el riesgo de que parte de su cosecha quede invendida; transportar su mercancía; promocionar su mercancía; empaquetar su mercancía, etcétera. De la abundancia en la propiedad de un recurso es un non sequitur deducir que uno debería especializarse en todas las etapas de producción en las que entra el recurso hasta convertirse en un bien de consumo final. Exportamos bienes y servicios para delegar esas etapas de producción a otros países, quienes, a cambio de nuestras exportaciones nos entregan bienes y servicios (nuestras importaciones) por los cuales sacrificamos menos recursos que de haberlos producido por nuestra cuenta.

Esta es la magia del intercambio. Magia sensible a los delirios de quienes tienen el poder de frenarla a causa de la incomprensión y la ignorancia.

Uno de los conceptos más importantes en economía es el concepto de costo de oportunidad. El costo de oportunidad es el valor que cada persona le da a la siguiente mejor alternativa de una acción. Si la mejor alternativa del lector a leer este texto es jugar en su computadora, su costo de oportunidad equivale al valor que le otorga al juego que sacrifica.

En un mercado libre y abierto cada individuo se especializa en lo que puede producir al menor costo de oportunidad. Imaginemos que soy muy bueno cultivando comida. Tengo una habilidad excepcional para plantar, cosechar, encontrar semillas, cuidar la fertilidad del suelo… Pero también podría dedicar mi tiempo a ofrecer mis servicios como economista para ganar dinero. Y realmente soy más productivo como economista. El costo de oportunidad de cultivar mi propia comida es igual al valor que le doy al ingreso al cual renunciaría como economista. Si este costo es alto, me será más barato especializarme en ser economista y usar mis ingresos en comprar comida del supermercado.

La autosuficiencia alimentaria es ineficiencia disfrazada de apoyo al sector productivo. Pero del modo en que la plantea el presidente, sólo consiste en tomar recursos de los contribuyentes para subsidiar la producción de cultivos elegidos por el gobierno en beneficio de unos cuantos agricultores protegidos de la competencia. La autosuficiencia es contraria a la sabiduría económica de un mundo interdependiente, en el cual compramos bienes y servicios de aquellos que tienen un menor costo de oportunidad que nosotros. Al final, no garantiza el bienestar de los consumidores ni la suficiencia que pretende porque reduce nuestra productividad y nos obliga a emplear más recursos para producir un menor conjunto de bienes.


[1] Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=vCLfh9hQqiM  

Por Sergio Adrián Martínez

Economista por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Administrador de Tu Economista Personal, sitio de reflexiones de economía y mercados libres.

Un comentario en «La ilusión del autoconsumo y la autosuficiencia alimentaria»
  1. Coincido plenamente con tu artículo. López tardó 14 años en terminar la carrera y sigue pensando como en los años 70, cree en los modelos cerrados, defiende a Maduro, Ortega y Castro. No tiene visión para el S:XXI

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