En 1925 un psicólogo estadunidense, Carl Richter, realizó un experimento con ratas.
Colocó una docena de ratas en cuencos con agua de tal forma que los roedores no pudieran escapar. Las ratas nadaron y nadaron por varios minutos pero finalmente se hundieron hasta el fondo y se ahogaron.
Al día siguiente colocó más ratas en los contenedores de agua, pero esta vez las salvó, las secó, las puso en jaulas con comida y se aseguró de tenerlas cómodas. Al día siguiente las volvió a colocar en los envases y algunas ratas duraron hasta 60 horas.
En los últimos días ha habido un ligero pero creciente run-run acerca de una nueva cuarentena ya que anda circulando una nueva subvariante de la Omicron que se ha dispersado bastante.
La primer señal que yo vi de esto fue la recomendación de retomar los cubrebocas por parte de la UNAM, a lo que, en un movimiento que me hizo estar de acuerdo con él (por una vez en la vida) Noroña los mandó a chingar a su madre. Cuando esto ocurrió, a mediados de julio, ya se contaban alrededor de 3,500 nuevos casos semanales. No hacía mucho antes, yo mismo había caído contagiado.
Desde entonces, en Canadá han aparecido protestas para volver a imponer la cuarentena; en EE.UU. algunas preparatorias y hospitales han vuelto obligatorio el cubrebocas (algunas high schools incluso han cerrado) y el propio Biden ha pedido ya que se le asigne un presupuesto para la elaboración de todavía más vacunas.
Pero los fact-checkers al servicio del sistema están diciendo que no hay «ninguna señal» de que se reactiven los lockdowns.
Miren, todos tenemos conocidos que cayeron con el bicho. Mi padre fue víctima, y eso que tenía las tres inyecciones. Maestras de mi hijo, vecinos, parientes, amigos, el bicho se llevó demasiada gente como para tildarla de «gripita» o de decir que «sólo» mató el .06% de la población, como he visto decir por ahí. Y he ahí el problema: la enfermedad es lo suficientemente grave como para que todos hayamos perdido gente (aunque reconozco que en mi caso fueron mayormente personas mayores) y no pueda ignorarse, pero lo suficientemente leve como para que hayamos quienes nos oponemos a un nuevo encierro.
¿Por qué las ratas del Dr. Richter hacían más esfuerzo que las que no fueron rescatadas? Porque ahora tenían esperanza. Sabían que alguien las había rescatado y esperaban que llegara esa mano salvadora. Ya tenían claro que no todo estaba perdido.
Tras la desesperación del primer año de encierro, llegaron las vacunas y después de dos años empezamos a retomar nuestra vida normal. Tal vez les parezca muy lejano pero fue apenas este invierno pasado que se levantaron en su totalidad todas las restricciones.
Y retomamos nuestra «normalidad» gracias, entre otras cosas, a las vacunas que nos proporcionaron.
Y si nos vuelven a encerrar, ya no estaremos tan desesperados porque ya sabremos que Papá Gobierno vendrá a rescatarnos. Y esta vez podríamos aguantar cinco años, en vez de dos.
Y para cuando saliéramos de nuevo ya viviríamos en ciudades inteligentes de 15 minutos, sin posesiones ni propiedad privada y un social score que nos fueron metiendo mientras estuvimos encerrados.
Con una vacuna que parece traer más problemas que soluciones pero que te vuelve un paria a efectos prácticos si no te la pones, llegando a perder tu trabajo.
Ojalá sólo sea un loco conspiranoico. Alguien dijo por ahí: «no hay conspiraciones, pero tampoco coincidencias». Todo lo que sé es que hay gente adicta al poder y el control que se orgasmeaba durante la pandemia y ansían volver a ese estado. Y eso coincide con los programas de mucha gente, como la Agenda 2030.
Guarden esto y espero que puedan burlarse de mí porque estaba muy pendejo.
Realmente quiero estar equivocado.
Sergio Romano, comentarista especializado en temas de espectáculos y activista libertario, radicado en el norte de México.