La tragedia del sumergible Titán de Oceangate ha provocado comentarios que van de lo amable a lo insensible. Las voces empáticas han lamentado la pérdida de cinco almas durante la inmersión del aparato, mientras que los críticos se han burlado de sus pasajeros por el riesgo que tomaron y glorifican la prematura desaparición de los ricos.

Con toda justicia, debe reconocerse que la sumersión en los restos del Titanic es arriesgada bajo cualquier circunstancia. Esas profundidades a 350 millas de la costa de Terranova son traicioneras por la presión, la temperatura y las corrientes. No hay escenario en el que un viaje así sea rutinario. En el mejor de los casos, se necesitarían recursos considerables para intentar descensar a los restos, lo que significa que es una empresa que sólo los ricos podrían emprender.

Mientras que muchos de nosotros nos preocupamos por mantener nuestro refrigerador abastecido mes a mes, los ricos no tienen tales preocupaciones, lo que les sirve para considerar aventuras como un descenso al Titanic, un barco que todavía inflama la fascinación del mundo. Cualquier visita documentada sería inmensamente valiosa para la ciencia, la historia y el interés público.

Sin embargo, los críticos más duros se regocijan por la pérdida de los pasajeros, diciendo cosas como: “se lo merecían”. Es indiscutible – especialmente dada la catástrofe- que Oceangate tomó riesgos indebidos a múltiples niveles en esta misión, pero ese es otro tema de discusión por sí mismo. El hecho claro es que los pasajeros supieron del riesgo y lo tomaron de todos modos: el progreso humano mismo a menudo se basa en tal audacia y ese instinto de exploración.

Un enfoque más sutil en la misma línea de crítica han sido los numerosos artículos que detallan los costos incurridos en los esfuerzos de rescate por parte del sector público, como las aparatosas movilizaciones de la Marina y la Guardia Costera de los Estados Unidos. El tono de algunos de estos artículos es: “¡Estos turistas ricos nos hicieron gastar mucho dinero!”.

Ningún libertario argumentaría que ninguno de estos costos debería ser asumido por la entidad que necesita rescate, pero en la medida en que estos aparatos y tripulaciones se financian con impuestos, ya han sido pagados, y por una empresa como Oceangate en mayor proporción, para empezar. A menos que los autores de estos artículos quieran que a una persona de medios promedio se le presente una factura particular por los servicios que sus impuestos de por vida ya han pagado, entonces es inútil insistir en estas reacciones, como si hubiera un uso más digno a esos recursos, normalmente en stand-by para emergencias, como la que le pasó al sumergible Titán.

En resumen, puedes burlarte de la empresa de Oceangate por sus preparativos desorganizados y tal, e incluso calificar a sus pasajeros como temerarios. Pero al mismo tiempo, es posible llorar su pérdida y dar gracias por la existencia de personas como ellas, que estaban dispuestas y eran capaces de empujar los límites de la exploración humana.

Daniel Donnelly, libertario estadounidense, candidato y miembro del Partido Libertario de Nueva York. 

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y Asuntos Capitales entre otros medios.

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