Desde la publicación del «Manifiesto Transhumanista» (1983), el transhumanismo ha experimentado un resurgimiento. La premisa del manifiesto es que la humanidad se verá profundamente influenciada por la ciencia y la tecnología en el futuro. El objetivo es expandir el potencial humano superando el envejecimiento, las deficiencias cognitivas, el sufrimiento involuntario y nuestro confinamiento en el planeta Tierra.

Para los transhumanistas, los humanos deberían poder recrearse como «superhumanos» con inteligencia e información ilimitadas a su disposición. La omnisciencia a demanda, la multipresencia y la omnipresencia, combinadas con la omnipotencia y la inmortalidad, son los objetivos.

El transhumanismo exige:

Primero: El uso de la tecnología y la ciencia para transformar la naturaleza humana.

Segundo: Ver a los humanos no como seres estáticos sino como seres en evolución que pueden mejorar a través de la tecnología.

Tercero: Aumentar la esperanza de vida humana hasta la inmortalidad.

Cuarto: El uso de la tecnología para mejorar al máximo los sentidos y las capacidades cognitivas humanas.

Quinto: La creación de seres humanos tecnológicamente mejorados capaces de trascender las limitaciones actuales de la experiencia humana.

El transhumanismo reconoce:

En sexto lugar, el progreso tecnológico y los descubrimientos científicos también conllevan riesgos y desafíos potenciales que deben considerarse y gestionarse cuidadosamente.

Julian Huxley, hermano del autor de la famosa novela de ciencia ficción «Un mundo feliz», fue una figura destacada en esta visión de combinar la tecnocracia y el transhumanismo. También fue quien sustituyó el concepto contaminado de eugenesia por el término «transhumanismo».

Huxley fue el primer Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) de 1946 a 1948, y Vicepresidente de la Sociedad Británica de Eugenesia de 1937 a 1944 y Presidente de 1959 a 1962. En 1961, fue miembro fundador del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). En 1933, firmó el Manifiesto Humanista original y, tras su fundación en 1963, fue el primer Presidente de la Asociación Humanista Británica (Humanists UK). En 1962, Julian Huxley recibió el premio «Humanista del Año» de la Asociación Humanista Americana (AHA). En 1946, en su discurso inaugural como Director de la UNESCO, afirmó que el objetivo de la organización era establecer un «humanismo científico mundial».

Huxley lamenta en su discurso inaugural (página 21) que hoy en día, «el efecto indirecto de la civilización es disgenésico más que eugenésico; y, en cualquier caso, parece probable que el peso muerto de la estupidez genética, la debilidad física, la inestabilidad mental y la susceptibilidad a las enfermedades, ya presentes en la especie humana, resulte una carga demasiado pesada para lograr cualquier progreso real. Por lo tanto, aunque una política eugenésica radical será política y psicológicamente imposible durante muchos años, será importante que la UNESCO garantice que el problema eugenésico se estudie con el máximo cuidado y que el público esté informado al respecto, para que mucho de lo que ahora es impensable pueda al menos volverse pensable».

Como biólogo evolucionista, Huxley se sentía profundamente comprometido con las teorías darwinianas de la evolución y la eugenesia. Dedicó su vida al «desarrollo sostenible» incluso antes de que existiera el término. Consideraba que el objetivo final del desarrollo humano era el control directo de la evolución para conducir a la humanidad a una «nueva forma de ser». La humanidad se trascendería a sí misma y, así, cumpliría su verdadero destino. Julian Huxley es considerado, con razón, por los propios transhumanistas, un importante «padre fundador» del transhumanismo moderno.

Al entrar la humanidad en la tercera década del siglo XXI, nos encontramos en la plataforma de lanzamiento de la era tecnocrática, donde la inteligencia artificial se está convirtiendo en parte de la vida cotidiana. Estas nuevas tecnologías ofrecen inmensas ventajas al beneficiar a las personas en toda su diversidad y singularidad. Sin embargo, estas innovaciones tecnológicas representan un peligro siniestro cuando grupos segregados, autoproclamadas «élites», las aprovechan unilateralmente para oprimir al resto de la humanidad e intentar exterminar sistemáticamente al menos a una parte de ella (con el pretexto de la «superpoblación» o la «eugenesia»).

Los tecnócratas se atribuyen una experiencia exclusiva. Se hacen pasar por expertos, afirmando que solo ellos poseen la experiencia tecnológica y científica necesaria para moldear la sociedad con éxito. Afirman que solo ellos son capaces de tomar correctamente las decisiones necesarias para la sociedad e implementarlas eficientemente. Un sello distintivo de la tecnocracia es presentar sus propias decisiones como si no tuvieran alternativa y afirmar que se basan únicamente en principios «científicos», sin perseguir una agenda política. La función de los políticos y los medios de comunicación es transmitir este mensaje a la ciudadanía.

Para los tecnócratas, los debates abiertos son una molestia. Si no se pueden detener de inmediato, según el credo tecnocrático, al menos deben ignorarse. La tecnocracia implica necesariamente una concentración de poder. La corrupción es inevitable. La supervisión externa efectiva es inexistente. Los llamados «comités de investigación» no producen resultados porque la red se mantiene cohesionada. Rara vez hay casos aislados. Estos «denunciantes» pueden captar la atención a corto plazo, pero suelen desaparecer rápidamente en el olvido.

Aunque formalmente aún exista una democracia, los tecnócratas han tomado el poder desde hace mucho tiempo en muchos países, incluida la República Federal de Alemania. Como expertos que se sitúan por encima de la opinión pública, se consideran automáticamente exentos de rendir cuentas directamente al pueblo. Para mitigar la brecha de legitimidad resultante, intentan manipular la opinión pública para favorecer sus propios intereses, principalmente mediante el control de los medios de comunicación y la propaganda constante. Además de la censura directa, la técnica de la influencia de masas cumple este propósito. Este enfoque, en su forma moderna, se aplicó con éxito por primera vez durante la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. Edward Barneys, sobrino de Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, se basó en esta experiencia para escribir el manual pertinente («Propaganda», 1928).

Para mantener su poder, tarde o temprano, la tecnocracia se ve obligada a promover el totalitarismo. El totalitarismo tecnocrático, en consecuencia, conduce a información sesgada y a una presentación distorsionada de los hechos. Se anima a la gente a adoptar una actitud acrítica hacia quienes ostentan el poder mediante la manipulación de noticias dirigidas. Sin embargo, al estado totalitario le preocupa menos asegurar que las masas crean en el bulo —pueden ser tan grotescos y absurdos que cualquiera podría descifrarlos— que asegurarse de que las mentiras que difunde confundan a los crédulos. Los cuentos chinos que difunden los poderosos a través de los medios de comunicación contribuyen a que la gente pierda el rumbo. Con la pérdida del sentido de la verdad, la brújula moral de una persona también disminuye.

Como su nombre indica, el transhumanismo exige la transformación de la humanidad. En cuanto a su contenido, el proyecto apunta a la deshumanización, si no completa, al menos parcialmente. Además de la transformación tecnológica, química y farmacéutica, esto incluye la transformación de los valores humanos. Transhumanismo significa antihumanismo. Cualquiera que mire a su alrededor ve este proceso en acción en todas partes, visiblemente en las políticas sanitarias y educativas, sociales y jurídicas, así como en las políticas migratorias, energéticas y climáticas. Si profundizamos un poco más, también nos damos cuenta de que el motor organizativo de esta transformación tiene su sede en Nueva York, en la sede de las Naciones Unidas.

Julian Huxley: “La Unesco: su propósito y su filosofía” (1946)

“El Manifiesto Transhumanista”  (1983)

Antony P. Mueller:  “ Totalitarismo tecnocrático ” (2023)

Publicado originalmente en Freiheitsfunken AG: https://freiheitsfunken.info/2025/08/10/23227-transhumanismus-ein-technokratisches-uno-projekt

Antony P. Mueller.- Doctor en Economía por la Universidad de Erlangen-Nuremberg (FAU), Alemania. Economista alemán, enseñando en Brasil; también ha enseñado en EEUU, Europa y otros países latinoamericanos. Autor de: “Capitalismo, socialismo y anarquía”. Vea aquí su blog

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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