En el panorama político de Venezuela, el chavismo representa una fusión perversa de lo peor del socialismo y lo peor del fascismo. Este régimen, que se presenta como un movimiento socialista de liberación popular, ha evolucionado hacia un sistema totalitario que replica las prácticas más oscuras del fascismo histórico, como el culto al líder, la represión brutal, el control estatal de la economía y la propaganda manipuladora. No se trata de una mera coincidencia ideológica; es una conducta sistemática, hábitos arraigados y prácticas cotidianas que han convertido a Venezuela en un estado de miedo permanente, donde la disidencia se paga con cárcel, tortura o muerte.
¿QUÉ ES EL CHAVISMO? LA FUSIÓN DE DOS VENENOS
El chavismo surgió como un movimiento populista de izquierda, inspirado en el socialismo bolivariano, que prometía justicia social y soberanía nacional. Sin embargo, en su esencia, combina lo peor del socialismo —la planificación central que genera miseria y dependencia— con lo peor del fascismo: el autoritarismo que suprime la libertad individual y usa la violencia para mantener el control. Esta hibridez no es accidental; es una estrategia para dominar todos los aspectos de la sociedad venezolana. Mientras el socialismo proporciona la excusa ideológica para nacionalizar industrias y redistribuir riqueza de manera coercitiva, el fascismo aporta las herramientas prácticas: un estado omnipresente que reprime, manipula y glorifica al líder como salvador infalible.
En la política actual, esta fusión se manifiesta en la centralización del poder en manos de Nicolás Maduro y su círculo íntimo, donde las instituciones democráticas son meras fachadas. Según informes de la ONU, el régimen ha cometido crímenes contra la humanidad, incluyendo persecución política sistemática, que recuerda las purgas fascistas de Mussolini o Hitler, pero con un barniz socialista de «defensa del pueblo». El chavismo no reniega de su raíz socialista; al contrario, la usa para justificar sus excesos fascistas, creando un monstruo político que ha llevado a Venezuela al colapso económico y humanitario. Para entender esta realidad, examinemos las similitudes en conducta, hábitos y prácticas que hacen del chavismo un fascismo rojo en acción.
EL CULTO AL LÍDER: CHÁVEZ Y MADURO COMO FIGURAS MESIANICAS
Una de las prácticas más evidentes que une al chavismo con el fascismo es el culto al líder, un hábito que transforma a los gobernantes en figuras casi divinas, intocables y eternas. Hugo Chávez inició esta tradición presentándose como el redentor del pueblo, un salvador socialista que encarnaba la voluntad nacional contra el «imperialismo». Sus discursos maratonianos, transmitidos en cadena nacional, no eran meras alocuciones; eran rituales de adoración que replicaban el estilo de Mussolini, quien se autoproclamaba «Il Duce» para unificar a Italia bajo su mando personal.
Nicolás Maduro ha elevado este culto a niveles absurdos, posicionándose como el heredero directo de Chávez, a quien se refiere como «el eterno comandante». En la política actual de 2025, este hábito se manifiesta en actos públicos donde la figura de Chávez se venera como un ícono religioso, con murales, estatuas y consignas como «Chávez vive» que dominan el espacio público. Esta conducta fascista de personalismo extremo sirve para justificar cualquier abuso: disidentes no critican políticas, sino al «líder supremo», convirtiendo la oposición en traición. Datos de Amnesty International muestran cómo esta retórica ha justificado la represión contra quienes cuestionan a Maduro, tildándolos de «fascistas» o «traidores», un espejo invertido que oculta las verdaderas similitudes con el fascismo histórico. El chavismo, en su afán socialista por igualar, ha creado una desigualdad absoluta: el líder por encima de todos, un hábito que erosiona la democracia y fomenta el miedo.
EL CORPORATIVISMO SOCIALISTA-FASCISTA
El chavismo practica un control estatal de la economía que fusiona el intervencionismo socialista con el corporativismo fascista, donde el estado no solo regula, sino que subordina todo al poder político. Bajo la excusa socialista de «recuperar la soberanía», el régimen ha nacionalizado miles de empresas, desde el petróleo hasta la agricultura, creando un monopolio que beneficia a una élite leal mientras empobrece al pueblo. Esta conducta replica el modelo de Mussolini, quien integraba sindicatos y empresas en corporaciones estatales para controlar la producción y eliminar la competencia libre.
En 2025, esta práctica se evidencia en el colapso de PDVSA, la petrolera estatal, cuya producción ha caído drásticamente debido a la corrupción y la ineficiencia centralizada. Según la OPEP, Venezuela produce menos de un millón de barriles diarios, un hábito socialista de planificación fallida que, combinado con sanciones autoimpuestas por el aislamiento fascista, ha generado hiperinflación y escasez crónica. El clientelismo es otro rasgo: empresarios cercanos al régimen, los «bolichicos», acumulan fortunas mediante contratos estatales, mientras el resto sufre. Transparency International califica a Venezuela como uno de los países más corruptos del mundo, con miles de millones desviados. Esta fusión de socialismo y fascismo no busca igualdad; busca control absoluto, un hábito que destruye la iniciativa individual y perpetúa la dependencia del estado, como en la Italia fascista donde la economía servía al partido.
LA VIOLENCIA COMO HÁBITO POLÍTICO
La represión es el hábito más siniestro que une al chavismo con el fascismo: el uso sistemático de la violencia estatal para silenciar a activistas, ciudadanos y gremios que desafían el poder. En 2025, tras las controvertidas elecciones presidenciales de julio 2024, el régimen intensificó esta práctica, replicando las tácticas de las camisas negras de Mussolini o las SA nazis. Human Rights Watch documenta una «brutal represión» postelectoral, con más de 2,000 detenciones arbitrarias en los días siguientes a las votaciones, incluyendo 129 niños, y al menos 25 muertes durante protestas reprimidas por la Guardia Nacional y colectivos armados. Estas ejecuciones extrajudiciales, a menudo por heridas de bala a quemarropa, constituyen crímenes contra la humanidad, según la ONU, que reporta 84 desapariciones forzadas adicionales en enero 2025.
Esta conducta fascista, justificada con retórica socialista de «defensa contra el imperialismo», se dirige especialmente contra activistas y defensores de derechos humanos. Amnesty International destaca que periodistas y comunicadores enfrentan detenciones arbitrarias, como el caso de Nakary Mena, arrestada en abril 2025 por reportar sobre inseguridad en Caracas. Los gremios sindicales también sufren: Proveainforma que en los últimos 10 años, 120 sindicalistas han sido detenidos y más de 3,400 trabajadores amenazados, con protestas por salarios dignos en 2025 reprimidas mediante despidos masivos y arrestos. En el sector petrolero, trabajadores de PDVSA denuncian desapariciones forzadas en refinerías, con amenazas a familias para silenciar denuncias.
La «Operación Tun-Tun», redadas nocturnas en barrios pobres, genera un clima de terror generalizado, un hábito fascista de control social que el socialismo chavista usa para «proteger al pueblo» mientras lo oprime. La CIDH concluye que esta represión incluye prácticas de terrorismo de estado, infundiendo miedo para disuadir la disidencia. En total, desde 2024, se registran miles de casos de tortura y condiciones inhumanas en prisiones, con impunidad absoluta. Esta fusión de violencia socialista-fascista no es aislada; es un patrón que ha desplazado a más de 8 millones de venezolanos, según World Vision, huyendo de un régimen que prioriza el poder sobre la vida humana.
LA CRIMINALIDAD Y LA VIOLENCIA COMO ESTRATEGIA DE TERROR SOCIAL
Más allá de la represión política directa, el chavismo ha permitido y manipulado la criminalidad común como una estrategia deliberada de terror social, un hábito fascista que mantiene a la población sumisa a través del miedo constante. En 2025, Venezuela ocupa el tercer lugar en el Índice de Criminalidad Global de Numbeo, con un puntaje de 80.49 a mitad de año, superado solo por Papúa Nueva Guinea y Afganistán, reflejando un panorama de violencia letal excesiva y control del crimen organizado. Caracas, la capital, lidera como una de las ciudades más peligrosas del mundo con un índice de 81.33, donde homicidios y robos representan más del 50% de los delitos reportados mensualmente, de acuerdo con el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV).
Aunque el régimen reivindica una disminución en los índices criminales —Douglas Rico, director del CICPC, afirmó en 2024 una tasa de 3.49 homicidios por cada 100,000 habitantes, y una proyección para 2025 de seguir bajando—, esta «mejora» es ilusoria y se debe a un reacomodo del panorama criminal, no a políticas efectivas, como explica Insight Crime. En realidad, la violencia ha mutado: el crimen organizado, a menudo aliado con elementos del estado, impone gobernanza en territorios controlados, dictando reglas y limitando libertades, un eco de las estrategias fascistas de control territorial. La ONU reporta que en 2025, la mitad de las ejecuciones extrajudiciales se relacionan con delitos de drogas, seguidas de homicidios vinculados a represión política, con un aumento del 54.7% en tasas de homicidios desde 2015 en contextos más amplios de América Latina.
Esta criminalidad orquestada sirve como herramienta de terror social: el régimen tolera o fomenta la inseguridad en barrios opositores para desmovilizar protestas, mientras usa la excusa socialista de «lucha contra la delincuencia» para justificar alianzas con fiscalías extranjeras, como la rusa en 2024, según el Instituto CASLA. Human Rights Watch denuncia que esta estrategia incluye 23 asesinatos de manifestantes en 2024, con evidencia de implicación estatal, y un clima de miedo que ha llevado a 592 ataques contra defensores de derechos humanos en la primera mitad de 2024, un 92% más que en 2023. El Observatorio de Conflictos Sociales registra que en 2024, la represión combinada con criminalidad común sofocó protestas, extendiéndose a 2025 con un aumento en extorsiones y secuestros, indicadores de atomización criminal según Insight Crime.
En estados como Bolívar, el OVV reporta una tasa de muertes violentas de 34.2 por cada 100 mil habitantes en 2024, y en Distrito Capital de 48.2, tendencias que persisten en 2025 con un pico en homicidios y hurtos. Esta violencia no es azarosa; es una doctrina del miedo, como describe el Instituto CASLA, donde el terror se usa para inmovilizar la sociedad, similar a cómo los regímenes fascistas empleaban milicias para imponer obediencia. El resultado: una población traumatizada, donde el miedo al crimen común refuerza la sumisión al estado, perpetuando el ciclo socialista-fascista de control.
PROPAGANDA Y CONTROL DE LOS MEDIOS: LA MANIPULACIÓN COMO HÁBITO
El chavismo ha perfeccionado la propaganda como herramienta fascista, combinada con el control socialista de la información para moldear la realidad y demonizar a los opositores. Este hábito replica la maquinaria de Goebbels en el nazismo o el Ministerio de Propaganda de Mussolini, donde la verdad se subordina al partido. En Venezuela, el cierre de medios independientes como RCTV en 2007 inició esta práctica, que en 2025 se ha extendido a 507 violaciones a la libertad de expresión entre enero y septiembre de 2024, según Amnesty International, incluyendo detenciones de periodistas.
Canales estatales como VTV glorifican a Maduro como defensor socialista, mientras tildan a disidentes de «fascistas» o «agentes imperialistas», un espejo invertido que oculta las similitudes reales. En redes sociales, el régimen acusa a activistas de «terrorismo» sin pruebas, como en campañas contra defensores de DDHH. El Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela reporta más de 100 medios censurados desde 2013, un control fascista que el socialismo usa para «educar al pueblo». Esta manipulación fomenta la delación a través de apps como VenApp, promovida para reportar fallos pero usada para identificar disidentes, según Electronic Frontier Foundation, un hábito de espionaje fascista disfrazado de participación socialista.
LA DEVASTACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL
Lo que se ve en el chavismo es la promesa socialista de justicia: subsidios y misiones. Pero lo que no se ve es la devastación fascista: una economía colapsada por control estatal, con contracción del 65% entre 2013 y 2018, persistente en 2025. AS/COAdestaca que 8 millones han huido, la mayor crisis migratoria de América Latina. La escasez afecta al 80% con inseguridad alimentaria, según ENCOVI, mientras el programa CLAP premia leales y castiga disidentes, un hábito fascista de racionamiento coercitivo.
El sistema de salud ha colapsado, con 78% de hospitales sin agua en 2022, crisis que continúa en 2025 según Médicos Unidos de Venezuela. Esta negligencia, justificada como lucha contra el capitalismo, prioriza propaganda sobre bienestar, un costo oculto del socialismo fascista. La violencia criminal agrava esto: con tasas de homicidios elevadas, el terror social erosiona la cohesión comunitaria, dejando a familias desprotegidas y perpetuando la dependencia del régimen.
LA INMORALIDAD DEL SOCIALISMO FASCISTA CHAVISTA
El chavismo es inmoral porque viola la dignidad humana: expropiaciones socialistas destruyen propiedad, mientras represión fascista niega libertad. Líderes acumulan fortunas —$300 mil millones robados, según Forbes— mientras el pueblo sufre. Esta hipocresía combina igualdad socialista con elitismo fascista, y la violencia como terror social añade una capa de crueldad, donde el crimen se usa para quebrar el espíritu colectivo
.
EN CONCLUSIÓN…
El chavismo es el fascismo rojo: culto al líder, control económico, represión brutal, propaganda, y criminalidad como terror social. Datos de 2025 —índice de criminalidad 80.49 según Numbeo, Caracas con 81.33, tasa de muertes violentas en Distrito Capital de 48.2 por 100 mil en 2024 persistente según OVV, 2,000 detenciones, 25 muertes, 120 sindicalistas arrestados, 8 millones exiliados— prueban su devastación. Regímenes criminales como este no caen con diálogos o elecciones manipuladas; se derrocan mediante la fuerza organizada de los ciudadanos. Es hora de que los venezolanos se unan en resistencia activa: formar redes clandestinas, coordinar acciones directas contra símbolos del poder, y preparar una insurgencia popular que use la fuerza legítima para restaurar la libertad. Solo a través de esta confrontación decisiva, inspirada en la defensa de los derechos naturales, Venezuela podrá liberarse del yugo socialista-fascista y reconstruir una sociedad libre.
Publicado originalmente en el Substack de Carlos: https://caloespinoza.substack.com/p/el-chavismo-el-regimen-socialista?r=im3nm&utm_medium=ios&triedRedirect=true
Carlos Alberto Espinoza.- médico venezolano, en el exilio. Director de contenido de Libertarian Forum. Más contenido en su Substack: https://caloespinoza.substack.com/
X: @caloespinoza