La necesidad de reformar el sistema monetario mundial no es nueva; Existe desde hace décadas. Pero así como no lograron crear un nuevo orden de paz global después del fin de la Unión Soviética, tampoco lograron establecer un nuevo orden monetario. Ahora la crisis ha llegado y los políticos están actuando en pánico ante el riesgo de hundir al mundo entero en una nueva depresión.
¿Cómo se llegó a la situación actual?
Después de la Segunda Guerra Mundial, se creó un nuevo orden monetario global con el llamado sistema de Bretton Woods. La atención se centró en el dólar estadounidense, que estaba firmemente vinculado al precio del oro: una onza troy de oro equivalía a 35 dólares. Los demás países vincularon sus monedas al dólar. Esta estructura tenía por objeto evitar las fluctuaciones del tipo de cambio y crear condiciones estables para el comercio mundial.
El sistema funcionó bien al principio. El dólar era considerado tan confiable como el oro. Los países con superávits comerciales –aquellos que exportaban más de lo que importaban– pudieron cambiar sus reservas excedentes de dólares por oro. Las reservas de oro de Alemania, gran parte de las cuales todavía se encuentran en los EE.UU., datan de esta época.
Para Estados Unidos, el sistema de Bretton Woods era una enorme ventaja, un “privilegio exorbitante”. Podían –y lo hicieron– crear dinero a gran escala: para financiar su estado de bienestar y para actividades militares en todo el mundo. Esto aumentó la discrepancia entre la cantidad de dólares en circulación y las reservas reales de oro. Al principio había una “escasez de dólares”, pero a finales de los años 1960 se produjo un “exceso de dólares” y, por consiguiente, inflación.
El sistema de Bretton Woods se volvió cada vez más inestable. Los ajustes del tipo de cambio, originalmente concebidos como una excepción, se convirtieron en un problema permanente. Los especuladores aprovecharon la previsible apreciación de monedas como el marco alemán o el yen japonés para obtener beneficios fáciles. Tomaron préstamos en dólares, los cambiaron por monedas estables y se beneficiaron de los ajustes del tipo de cambio, casi sin riesgo.
Al mismo tiempo, los bancos centrales de los países integrados en el sistema de Bretton Woods se enfrentaban a un dilema: si, por ejemplo, el Bundesbank alemán quería mantener estable el marco, no podía hacerlo porque tenía que comprar grandes cantidades de dólares estadounidenses para mantener el tipo de cambio. Esto amplió la oferta monetaria del país y alimentó la inflación interna. Intentar contrarrestar esto elevando los tipos de interés sólo habría agravado el problema: habría entrado al país aún más capital especulativo.
En 1971, el “Acuerdo Smithsonian” intentó salvar el sistema devaluando el dólar. Pero la confianza se había esfumado. En 1973, los países abandonaron sus tipos de cambio fijos: el fin de Bretton Woods era oficial.
Sin embargo, el dólar estadounidense siguió siendo la principal moneda mundial. Especialmente en las décadas de 1980 y 1990, la moneda estadounidense alcanzó nuevos máximos, respaldada por el dominio militar y económico de Estados Unidos. Pero a largo plazo, surge un panorama diferente: la base del dominio del dólar comenzó a erosionarse.
En la década de 1990, la política monetaria de Estados Unidos estuvo cada vez más vinculada a las ambiciones geopolíticas. Los políticos neoconservadores consideraron que era tarea de Estados Unidos liderar el mundo en el siglo XXI. Pero las circunstancias habían cambiado. A diferencia de lo que ocurrió después de las dos guerras mundiales, esta vez el resto del mundo no fue destruido, sino que creció. La base industrial estadounidense se debilitó y el país se centró cada vez más en el consumo y la deuda.
Sin embargo, Estados Unidos siguió beneficiándose del “privilegio del dólar”: podía comprar en todo el mundo sin tener que entregar exportaciones equivalentes. Ningún otro país puede permitirse esto. Pero esta ventaja es engañosa. Si bien posibilita la prosperidad a corto plazo, a largo plazo conduce a la desindustrialización, al gasto público excesivo y a una creciente dependencia de países extranjeros.
El sistema monetario internacional actualmente no es estable ni sostenible. Se basa en un desequilibrio que cada vez resulta más difícil de mantener. La creciente brecha entre el desempeño económico real de Estados Unidos y su papel geopolítico hace que la reforma sea inevitable.
La política monetaria no es políticamente neutral: es política de poder. Es una parte esencial de la estrategia geopolítica. Pero los sistemas basados en el poder y no en la solidez económica no son sostenibles a largo plazo. Un sistema monetario global sostenible debe volver a basarse en reglas claras, bases sólidas y una participación justa.
Todavía no está claro qué papel desempeñarán monedas como el dólar, el euro, el yen o el yuan. Sería mejor abandonar por completo este dinero no anclado, que está sujeto a las autoridades políticas y puede crearse más o menos a voluntad, y por lo tanto promueve inherentemente la inflación de precios.
A pesar de los profundos cambios estructurales provocados por el fin de la Unión Soviética y el ascenso económico de China, Estados Unidos ha seguido extendiendo excesivamente su privilegio de ser el emisor de la moneda de reserva internacional más importante. Estados Unidos es actualmente el mayor país deudor del mundo, lo que plantea dudas sobre su estabilidad financiera. Además, las sanciones políticas contra otros países (como la exclusión de Rusia del sistema de pago internacional SWIFT) han socavado la confianza en la neutralidad y fiabilidad del dólar estadounidense como moneda mundial.
Los debates periódicamente encendidos sobre el techo de la deuda estadounidense y el aumento de la inflación también ensombrecen el futuro del sistema del dólar. Por ello, cada vez más países y actores buscan alternativas. Pero aún no está claro qué podría reemplazar al dólar estadounidense.
¿Podría Bitcoin u otras criptomonedas convertirse en la nueva moneda de referencia global y debería el oro también jugar un papel en esto?
Una moneda cumple tres funciones centrales: sirve como medio de intercambio, como unidad de cuenta y como reserva de valor. Para que la actividad económica pueda planificarse y controlarse de forma fiable, el dinero debe ser estable, predecible y líquido, es decir, debe poder intercambiarse por bienes y servicios en cualquier momento, conservar su valor a lo largo del tiempo y ser adecuado para la formación de precios.
Las monedas tradicionales como el dólar o el euro (las llamadas monedas fiduciarias) cada vez menos cumplen estos requisitos. La expansión masiva de la oferta monetaria por parte de los bancos centrales ha provocado una pérdida de confianza en todo el mundo. La inflación, la pérdida de poder adquisitivo y la creciente dependencia de las decisiones políticas ponen en duda la función de estas monedas.
Los peligros de la intervención gubernamental en el sistema monetario son obvios. El crédito excesivo puede llevar a una recuperación económica a corto plazo, pero a largo plazo conduce a acontecimientos indeseables. Se realizan inversiones en áreas improductivas que luego deberán corregirse. Las consecuencias son recesiones y crisis: síntomas de un ciclo crediticio demasiado prolongado causado por intervenciones de política monetaria.
El actual sistema de reservas fraccionarias, en el que los bancos sólo mantienen una fracción de los depósitos como reservas, hace que el sistema monetario sea inherentemente inestable. Permite no sólo a los bancos centrales crear dinero “de la nada”, sino también a los bancos comerciales. Pueden prestar más dinero del que tienen en reserva. Este sistema aumenta el riesgo de crisis bancarias, hace que el sistema financiero sea opaco y vulnerable a las crisis financieras.
Una moneda estable es fundamental para la planificación económica de los actores económicos como empresas y consumidores. Cuando el poder adquisitivo del dinero fluctúa, se vuelve difícil tomar decisiones de inversión a largo plazo y utilizar los recursos de manera eficiente. La inflación altera la formación de precios y, por tanto, es la señal más importante de la oferta y la demanda en la economía de mercado.
En este contexto, las monedas digitales descentralizadas están adquiriendo importancia. Bitcoin es un ejemplo: no requiere una autoridad central, tiene una oferta monetaria limitada y se basa en una tecnología de cadena de bloques transparente y a prueba de manipulaciones. Estas propiedades lo hacen atractivo para muchos como reserva de valor y sistema de pago. Algunos ya ven a Bitcoin como una nueva forma de oro digital. A diferencia de las monedas tradicionales, no hay una expansión arbitraria de la oferta monetaria: el algoritmo es fijo y transparente. En un momento en que mucha gente desconfía del sistema bancario tradicional, una moneda que no pueda manipularse parece ser una alternativa prometedora.
El sistema monetario internacional se encuentra en un punto de inflexión. La pérdida de confianza en las monedas fiduciarias tradicionales y las intervenciones políticas en los sistemas monetarios aumentan la presión para encontrar nuevas soluciones. Las criptomonedas podrían desempeñar un papel más importante en el futuro: como protección contra la inflación, como medio de transacción independiente y como moneda de reserva internacional.
Todavía no está claro qué papel puede desempeñar el oro a largo plazo. Pero una cosa está clara: un sistema monetario estable, transparente y a prueba de manipulaciones es el requisito previo para un progreso económico sostenible.
Publicado originalmente en Freiheitsfunken AG: https://freiheitsfunken.info/2025/04/20/22941-geldpolitik-das-internationale-waehrungssystem-braucht-dringend-eine-reform
Antony P. Mueller.- Doctor en Economía por la Universidad de Erlangen-Nuremberg (FAU), Alemania. Economista alemán, enseñando en Brasil; también ha enseñado en EEUU, Europa y otros países latinoamericanos. Autor de: “Capitalismo, socialismo y anarquía”. Vea aquí su blog.
Twitter: @AntonyPMueller