Milei se enfrenta a un reto formidable: liderar un cambio profundo sin perder el apoyo popular. Solo el tiempo dirá si está a la altura.
El domingo 26 de octubre, el presidente Javier Milei recibió un contundente respaldo del pueblo argentino. Nadie —ni siquiera su círculo más cercano— creía posible una victoria. A pesar del restablecimiento del orden macroeconómico, la baja inflación y la fortaleza del peso, la gente común sigue enfrentando dificultades en su día a día. Las señales de alarma estaban presentes: apenas un mes antes, el 7 de septiembre, el partido de Milei, La Libertad Avanza, sufrió una desastrosa derrota en la provincia de Buenos Aires, quedando 16 puntos por detrás de los peronistas de Axel Kicillof. El resultado parecía presagiar otro arrollador resurgimiento de la izquierda: un retorno a las viejas costumbres de Argentina.
Los resultados fueron catastróficos: el peso perdió casi el 5 por ciento de su valor frente al dólar estadounidense, las acciones argentinas se desplomaron un 24 por ciento en Wall Street y el índice de riesgo país se disparó casi 200 puntos.
El shock fortaleció a los legisladores peronistas y de la oposición, quienes vieron en la crisis el momento perfecto para levantar los vetos del presidente Milei a las leyes que agravaban el déficit fiscal. Mientras tanto, los medios comenzaron a mostrar un gobierno aturdido y desorientado, con dos largos años de mandato por delante. Pero, sin que nadie lo supiera, los argentinos demostramos que ya no podíamos más. Las viejas artimañas peronistas, que antes funcionaban tan bien, ahora parecen tan efectivas como las del Coyote.
Para entender lo que sucedió el domingo pasado —y lo que está sucediendo en Argentina— vale la pena recordar de dónde venimos.
Juan Domingo Perón fue un general que alcanzó notoriedad por su participación en regímenes autoritarios. Siendo un joven capitán, participó en el golpe de Estado de 1930 que derrocó al gobierno de Hipólito Yrigoyen. Para 1943, ya como coronel, era una figura clave del GOU , una camarilla militar que tomó el poder mediante otro golpe de Estado. Durante ese período, Perón fue Secretario de Trabajo y posteriormente Vicepresidente, cargos que le otorgaron gran popularidad. Cuando las rivalidades internas lo obligaron a renunciar, la movilización popular en su defensa lo impulsó a la presidencia.
Durante las décadas de 1940 y 1950, el populismo de extrema derecha de Perón le granjeó seguidores devotos y acérrimos enemigos. Su régimen autoritario —que incluyó el encarcelamiento y la tortura de líderes de la oposición— acabó por derrumbarse debido a sus propias contradicciones. Aun así, los peronistas han afirmado durante mucho tiempo que « los fascistas » lo derrocaron porque dio voz al pueblo.
Tras su derrocamiento por la Revolución Libertadora , el mito de Perón se acrecentó aún más en el exilio. En la década de 1970, después de orquestar la caída del presidente Cámpora, regresó al poder para un tercer mandato, dejando tras de sí, a su muerte, la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) , una fuerza paramilitar pionera en el terrorismo de Estado que posteriormente se institucionalizó durante la dictadura de 1976. Los peronistas, por supuesto, siguen insistiendo en que Perón se opuso a la AAA, a pesar de haber firmado su decreto fundacional.
El fallido experimento neoliberal de la década de 1990 —liderado por el presidente peronista Carlos Menem y seguido por el radical Fernando de la Rúa— allanó el camino para el renacimiento del peronismo. La clase política elaboró una narrativa conveniente: el desempleo, la pobreza y el malestar social se atribuyeron al liberalismo del «laissez-faire». La historia no era cierta, pero funcionó. Una vez que el peronista Eduardo Duhalde llegó al poder, renació el mito de un Estado benevolente y omnipresente, y con él llegaron los Kirchner.
Durante los siguientes veinte años, esa historia caló hondo. Cualquier intento de reducir el tamaño del gobierno, limitar el gasto o reformar los programas de asistencia social era castigado en las urnas. Mientras tanto, la deuda, la inflación y el desempleo seguían aumentando, y los peronistas culpaban a todos menos a sí mismos. Pero, finalmente, la gente se hartó.
A pesar de ocho décadas de prédica antimercado, los argentinos decidieron darle una oportunidad a Milei, un economista televisivo convertido en político cuya cruzada antiestatal se resumió en el pegadizo eslogan “¡Viva la Libertad, carajo ! ” .
En cuanto Milei asumió la presidencia, los peronistas recurrieron a todas las artimañas posibles para desacreditarlo: huelgas, disturbios callejeros, acusaciones de corrupción e incluso supuestos vínculos con el narcotráfico. Pero esta vez, la vieja estrategia no está funcionando tan bien.
Los votantes argentinos parecen haber comprendido algo que tardó casi un siglo en aprenderse: el populismo disfrazado de compasión sigue siendo una forma de control, y la dependencia disfrazada de igualdad sigue siendo dependencia. Por primera vez en décadas, la gente está dispuesta a soportar un dolor pasajero para escapar de una ilusión a largo plazo.
Queda por ver si el gobierno de Milei podrá cumplir realmente su promesa de “libertad”. Las instituciones son frágiles, las viejas redes son resistentes y las tentaciones del populismo —de izquierda o de derecha— siempre están al acecho. Pero las elecciones de 2025 podrían marcar un punto de inflexión: el momento en que Argentina, cansada de su propia historia repetitiva, por fin empiece a mirar hacia adelante en lugar de hacia atrás.
Aunque sigo siendo escéptico sobre el futuro —llevo viviendo en Argentina el tiempo suficiente para saber que no debo albergar grandes esperanzas—, las elecciones del domingo pasado podrían al menos enviar un mensaje claro a nuestra clase política: queremos las reformas que nos han estado negando durante décadas.
Una reforma laboral, largamente postergada, es esencial si queremos tener una oportunidad real de progreso, dado que nuestras leyes laborales actuales datan de 1933. Asimismo, una reforma tributaria seria es crucial: una que pueda financiar al Estado sin mermar los ingresos de los ciudadanos.
En cualquier caso, el cambio es inevitable si de verdad queremos que las cosas cambien. Este consejo se aplica tanto al gobierno como a los peronistas.
Quizás la verdadera pregunta no sea si los argentinos ya se han cansado de las artimañas del peronismo, sino si finalmente nos hemos cansado de dejarnos engañar por nuestras propias esperanzas.
En definitiva, Milei se enfrenta a un reto formidable: liderar un cambio profundo sin perder el apoyo popular. Solo el tiempo dirá si está a la altura.
Publicado originalmente por el Instituto Civitas, de a Universidad de Texas en Austin: https://www.civitasinstitute.org/research/have-argentinians-finally-had-enough-of-peronisms-old-tricks
Juan Martín Morando es abogado laboral y fue Juez de Juzgado Laboral, cargo que ocupó desde 2008. Anteriormente, fue funcionario de la Justicia Nacional del Trabajo. Actualmente es socio del departamento legal de BDO en Argentina.
X: @JuanMartnMoran1
