Sobre la tecnología, la libertad y el fin del Estado coercitivo.

Nos encontramos en una encrucijada. Por un lado, existe la amenaza de la medición y el control total de la humanidad por parte de una autoridad digital central: las CBDC, los sistemas de crédito social, el dinero programable, la vigilancia masiva biométrica, las empresas tecnológicas propensas a la censura y un sistema político que considera cualquier desviación como una «amenaza a la democracia». Por otro lado, están surgiendo herramientas que podrían prevenir de forma permanente precisamente esta concentración de poder.

La pregunta no es si estas tecnologías llegarán; ya están aquí. La verdadera pregunta es: ¿a quién sirven? ¿Al Estado y a sus beneficiarios, o al individuo libre?

La mentira sobre la eficiencia de la centralización está muy extendida. Desde el siglo XIX, se ha insinuado que cuanto más grande, mejor, y que más gobierno significa más prosperidad. La centralización se considera progreso. Pero esta narrativa siempre ha sido un engaño, y hoy es más evidente que nunca. Ningún planificador central, ya sea en Bruselas, Berlín o Pekín, es capaz de comprender los miles de millones de preferencias individuales, el conocimiento local y las necesidades en constante cambio de millones de personas. El problema socialista del cálculo, que Ludwig von Mises identificó hace unos cien años, no puede ser superado, ni siquiera por la tecnología moderna.

La centralización no genera eficiencia; conduce a la uniformidad, el despilfarro y la violencia estructural. Los sistemas centralizados adolecen de una deficiencia fundamental: no generan conocimiento donde se necesita. En cambio, recopilan información que no pueden interpretar correctamente ni procesar de forma significativa. El problema del cálculo planteado por Mises es hoy más relevante que nunca: ninguna autoridad central puede comprender la multitud de preferencias, necesidades y circunstancias locales individuales que configuran la acción humana.

Hoy en día, las élites del poder sueñan con la centralización digital. Lo que los dictadores lograron en su día con archivos y agentes de la Stasi, ahora se supone que lo logrará un algoritmo. Esto comienza con la vigilancia financiera mediante monedas digitales de bancos centrales, continúa con sistemas de crédito social y culmina en la erosión de la libertad de expresión mediante la censura electrónica. La introducción de las Monedas Digitales de Bancos Centrales (CBDC) sería un instrumento clave para un control integral. Permiten la monitorización completa de las transacciones de pago: cada transacción se registra, cada usuario puede ser bloqueado, cada acto de consumo puede ser dirigido y cada desviación puede ser sancionada. Las CBDC representan un intento de lograr una economía digital planificada.

Pero el contramovimiento ya ha comenzado, y está descentralizado. La buena noticia: las tecnologías verdaderamente innovadoras de hoy en día están descentralizadas y, por lo tanto, son prácticamente imposibles de eliminar, empezando por Bitcoin y otras criptomonedas, una forma de dinero sin autoridad central. Ningún banco central puede inflarlas, ningún gobierno puede confiscarlas. Lo mismo aplica a la tecnología blockchain y los contratos inteligentes: aquí se pueden ejecutar contratos y transferencias de propiedad más allá del control estatal.

Igualmente significativo es el auge de la inteligencia artificial de código abierto: una IA de código abierto de próxima generación, no controlada por poderosas corporaciones o gobiernos, sino por desarrolladores independientes de todo el mundo: incensurable e imparable. Las infraestructuras de comunicación descentralizadas, como las redes en malla, también ofrecen un enorme potencial: el internet del futuro no tiene un interruptor de apagado que un ministerio gubernamental pueda accionar. Nuevas tecnologías como la impresión 3D y la microfabricación abren nuevas vías a la autonomía: quienes pueden fabricar repuestos por sí mismos no dependen de las cadenas de suministro globales ni de las interdependencias geopolíticas.

Estas tecnologías son antipolíticas y antiestatales. Y es precisamente por eso que se enfrentan al rechazo, especialmente por parte de quienes se nutren de la coerción: políticos, tecnócratas y burócratas ávidos de poder.

La centralización contradice la naturaleza humana. Las personas piensan localmente, actúan individualmente y asumen la responsabilidad de sí mismas y de sus vecinos. Toda forma de centralización es antinatural: transforma a los ciudadanos responsables en sujetos dependientes. Solo en estructuras descentralizadas puede surgir una auténtica competencia de ideas, estilos de vida y soluciones a los problemas. La centralización, en cambio, produce conformidad y concentración de poder.

La libertad no es una petición al Estado. El llamado a la libertad no requiere legitimación, a diferencia del gobierno estatal. Alejarse de la centralización es regresar al orden natural de la coexistencia humana. Minimizar la dominación es una expresión de dignidad humana. La descentralización es el orden natural de los individuos libres.

El gran conflicto de nuestro tiempo es entre la descentralización –y por tanto la libertad– por un lado, y la centralización –y por tanto la dominación– por el otro.

Una mayor descentralización es esencial para una sociedad libre, porque protege tres principios fundamentales:

1. Propiedad: Quienes protegen sus activos en una cadena de bloques son menos vulnerables al chantaje. Quienes controlan sus propios datos son menos susceptibles a la manipulación. Quienes producen localmente son más independientes.

2. Responsabilidad: La descentralización exige decisiones individuales y responsabilidad personal. Contrasta con la infantilización política, que degrada al ciudadano a un objeto de bienestar estatal.

3. Competencia de soluciones: Sin monopolios de poder, surgen alternativas: mayor innovación, eficiencia y diversidad. La centralización genera uniformidad; la descentralización facilita el progreso.

Quienes eligen el camino de la descentralización protegen la privacidad, la autonomía, la creatividad y, en última instancia, su dignidad. La descentralización no es una tendencia a corto plazo. Es el retorno a un orden humano y, por lo tanto, el único futuro que hace justicia a la humanidad.

El mundo se encuentra en un punto de inflexión. Entre la vigilancia digital, la concentración del poder político y el creciente control estatal, crece el peligro de una nueva tecnocracia que invada profundamente la vida privada. Al mismo tiempo, surgen tecnologías que socavan el control central y empoderan al individuo. Estas dos fuerzas se oponen irreconciliablemente: centralización versus descentralización, control versus autodeterminación, control externo versus libertad.

La pregunta crucial de nuestro tiempo es, por lo tanto: ¿hacia dónde nos lleva la tecnología: hacia el control total o hacia la autonomía humana? La respuesta no reside en la tecnología en sí, sino en la naturaleza de nuestro orden social. Solo mediante la descentralización la tecnología puede convertirse en una herramienta de libertad, y no en un instrumento de opresión.

Fuentes:

https://www.amazon.de/-/en/Technokratischer-Totalitarismus-Neuedition-Anmerkungen-Herrschaft/dp/B0D5Z2GYQN/

https://www.amazon.de/-/en/Kapitalismus-Sozialismus-Anarchie-Gesellschaftsordnung-jenseits/dp/B09FFSCB7P

Publicado originalmente en Freiheitsfunken: https://freiheitsfunken.info/2025/11/30/23586-dezentralisierung-und-freiheit-warum-nur-dezentralisierung-die-menschliche-freiheit-garantiert

Antony P. Mueller.- Doctor en Economía por la Universidad de Erlangen-Nuremberg (FAU), Alemania. Economista alemán, enseñando en Brasil; actualmente enseña en la Academia Mises de São Paulo, también ha enseñado en EEUU, Europa y otros países latinoamericanos. Autor de: “Capitalismo, socialismo y anarquía”. Vea aquí su blog

X: @AntonyPMueller 

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Presidente de la Alianza Libertaria de Iberoamérica. Estudió comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y L'Opinione delle Libertà entre otros medios.

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