Hay mujeres que no se apuntaron al club de las pancartas púrpuras, no por traicionar a sus congéneres, sino porque el feminismo —ese que hoy se ahoga en victimismo y charlas doctrinarias— les olía a cerrado, a estrechez de miras, a café recalentado. Rosa Luxemburg, Hannah Arendt, Ayn Rand, Camille Paglia, Doris Lessing, Simone Weil, Georgia O’Keeffe y Elisabeth Kübler-Ross no necesitaron envolverse en la capa de la opresión sistémica para brillar. Mientras las ministras de cuota lloran por el heteropatriarcado y las adolescentes reciben sermones condescendientes en talleres de género, estas pensadoras, artistas y revolucionarias miraron más allá: a la libertad, al arte, a la humanidad. Su no feminismo no era un capricho; era un grito contra la mediocridad de las etiquetas
Rosa Luxemburg, la polaca que se dejó la piel en barricadas y cárceles, no compraba el cuento del feminismo burgués. «La opresión de las mujeres es un apéndice del capitalismo» podría haber susurrado mientras afilaba su pluma. Para ella, la igualdad no pasaba por cuotas ni pañuelos, sino por dinamitar el sistema que esclavizaba a todos, hombres y mujeres por igual. Su revolución no tenía sexo, tenía sangre de clase y fuego de asalto al poder. Por su parte, Hannah Arendt, la judía que escapó de los nazis para diseccionar la banalidad del mal, tampoco se apuntó al carro. Cuando le preguntaron por la «cuestión femenina» en 1964, respondió con un seco: «No me define». Su campo de batalla era el espacio público, la acción humana, no las quejas de las tertulias de género. Si hoy viera a las feministas de Twitter, levantaría una ceja y preguntaría: «¿Qué tiene eso que ver con la libertad?».

Desde el campo ideológico más opuesto, pero igualmente brillante y contestatario, Ayn Rand, la sacerdotisa del objetivismo, fue más brutal: el feminismo le parecía una pataleta colectivista. «Si quieres igualdad, gánatela con tus manos, no con lloros» es el mensaje que envía desde las páginas de sus novelas. Nadie tenía más ovarios que Rand para defender sus ideas, pero no escudaba en el tamaño de sus gametos sino en la potencia de sus neuronas. Para Rand, las mujeres no debían autoconcebirse como víctimas del patriarcado, sino reivindicarse como individuos soberanos sin colectivismos de rebaño XX. Imaginémosla: asco ante las que piden cuotas victimizándose en prime time, desprecio por las que mienten con su ‘hermana, yo sí te creo’, furia contra las que ruedan películas ‘feministas’ y despiden a la protagonista por quedarse embarazada.
«Y si Rand era un huracán individualista, Camille Paglia sigue siendo un tornado vivo que arrasa con todo.»
Camille Paglia, sigue viva y pateando culos indiferentemente sean culos de hombres, mujeres o trans. Es la disidente que no se calla cuando las reinonas del feminismo hegemónica amenazan miedo o dictan silencio, al estilo de Carmen Calvo y su «no, bonita, es el feminismo no es de todas. «El feminismo académico es una farsa puritana» denuncia en Sexual Personae. Reivindica el sexo, el arte y la biología frente a las lloronas de la tercera ola. Paglia no niega la lucha, pero la quiere a su manera: sin dogmas, con Nietzsche y Madonna como faros. Si le hablas de patriarcado, te escupe que mires a Teherán, no a Silicon Valley.
Doris Lessing, la Nobel de El cuaderno dorado, se hartó del circo feminista. «Se han perdido en nimiedades», dijo en 2001, con esa calma de quien ya lo ha visto todo. Para ella, la igualdad en Occidente era un hecho; el resto, ruido de progres resentidos. Lessing quería humanidad, no manifas con megáfono. De ahí que denunciase en una entrevista en el New York Times el circo del feminismo androfóbico dominante:
«Lo que las feministas quieren de mí es algo que no han examinado porque procede de la religión. Quieren que dé testimonio. Lo que realmente les gustaría que dijera es: ‘Ja, hermanas, estoy con vosotras codo con codo en vuestra lucha hacia el amanecer dorado en el que todos esos hombres bestiales ya no existen’. ¿Realmente quieren que la gente haga afirmaciones simplistas sobre hombres y mujeres? De hecho, sí. He llegado a esta conclusión con gran pesar»
Simone Weil, la mística que se mató de hambre por solidaridad con los obreros, ni siquiera olió el feminismo. Su guerra era contra el sufrimiento universal, no contra el hombre como enemigo. «La opresión no tiene género, tiene poder» diría siguiendo el espíritu de La gravedad y la gracia. En su mundo, el velo islamista y el corsé burgués eran síntomas de algo más grande.

Georgia O’Keeffe, la pintora de flores que negaba que fueran vaginas, rechazó ser «mujer artista». «Soy artista, punto», zanjó en 1976, también el New York Times. Su no feminismo era un puñetazo en la mesa: no necesitaba que la crítica le pusiera un lazo rosa para colgar sus cuadros en el MoMA. En una carta de 1972 a Anita Pollitzer, escribió: «No quiero que me metan en una caja con la palabra ‘feminista’ escrita encima».
O Elisabeth Kübler-Ross, la suiza que nos enseñó a morir con dignidad y analizar las etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión y aceptación), tampoco se subió al tren. Su obsesión era la vida y la muerte, no las batallas de género. Si viera a las feministas de hashtag en X (antes, Twitter) diría con sorna: «Hay cinco etapas para aceptar la igualdad, y aún estáis en la negación». Y es que para Kübler-Ross, el empoderamiento o es personal y autónomo, o es colectivista y gregario. En la senda de Clara Campoamor, Kübler-Ross mantiene una visión humanista y espiritual que supera la superficial crítica social del feminismo de suma cero, si triunfan las mujeres es porque hay que derrotar a los hombres, típico de esa derivada del marxismo que es el feminismo de género.
Estas mujeres no eran antifeministas por postureo ni por venderse al enemigo. Eran no feministas porque el feminismo de su época —y el de ahora, con sus cuotas y su transformación de derechos en privilegios, por no hablar de cargos bien remunerados y negocios particulares a cuenta del erario público— les parecía un corsé mental, una trampa para mentes pequeñas. Aunque fueron adoptadas por el feminismo, pero todas ellas lo desdeñaron por limitante y militante.

Mientras Occidente ha alcanzado la igualdad formal gracias a un feminismo liberal —el de Mill, Campoamor y Paglia—, otras culturas siguen fosilizadas en su Edad Media, condenando a las mujeres a ser ciudadanas de segunda. Pero ojo, que el feminismo tóxico de izquierdas, el de las que prosperan no por mérito sino por bandera, se alía con el victimismo de los privilegiados que gritan opresión desde sus despachos climatizados. Frente a eso, estas rebeldes nos dan una lección: la libertad no se mendiga, se toma. Y si hay que combatir al patriarcado, que sea el de verdad, el que lapida y encadena, no el inventado por las que confunden tolerancia con rendición. Como se atribuye a Chesterton –e se non è vero, è ben trovato–, «El problema del feminismo moderno es que ha cambiado la liberación por el lamento». Luxemburg, Arendt y las demás lo sabían: la verdadera lucha no lleva burka, ni falsea la realidad con gafas de cristales púrpura ni encapsula a mujeres en el ámbar de la «igualdad efectiva». El verdadero feminismo no es el que defiende una abstracción interesada, y que en el colmo de la paradoja es incapaz de definir lo que es una mujer, sino el que defiende a cada mujer de carne, hueso y gametos grandes. En suma, a Hannah Arendt, Ayn Rand, Camille Paglia, Doris Lessing, Simone Weil, Georgia O’Keeffe y Elisabeth Kübler-Ross y (en una línea de puntos escriba usted el nombre de una mujer concreta).
Publicado originalmente en Libertad Digital: https://www.libertaddigital.com/cultura/2025-03-08/santiago-navajas-mujeres-que-no-aman-el-feminismo-de-ayn-rand-a-hannah-arendt-7228431/?utm_campaign=url_rewrite&utm_medium=Social&utm_source=Twitter
Dr. Santiago Navajas. Profesor de Filosofía. Articulista en los diarios Vozpópuli y Libertad Digital, entre otros. Es autor de Manual de Filosofía en la pequeña pantalla (2011), De Nietzsche a Mourinho. Guía filosófica para tiempos de crisis (2012), El hombre tecnológico y el síndrome Blade Runner (2016), y el más reciente: El Pensamiento en Lucha(2024) entre otros libros.
Twitter: @santiagonavajas