Ya con resultados sancionados por la autoridad electoral, es posible apreciar de manera más equilibrada lo que sucedió en las pasadas elecciones federales mexicanas de este domingo 6 de junio y lo que podría venir a continuación para los mexicanos.

En buena medida, lo que señalé en mi anterior artículo, a la luz de los primeros resultados, se confirmó: Todos los partidos y actores ganaron algo, nadie ganó todo. Pero los resultados, al final de todo, sí pueden leerse como un duro golpe político contra el presidente López Obrador, que pujó durante todo el proceso por hacerlo una especie de plebiscito sobre su gestión. Los resultados oficiales apuntan a que perdió tal plebiscito.

Así, no sólo su partido perdió 16 millones de votos entre 2018 y 2021, sino que eso se reflejó en haber perdido la Ciudad de México (estará en minoría desde que la izquierda gobierna la ciudad, en 1997), y también un estado como Nuevo León, el no haber logrado penetrar significativamente en Jalisco y haber perdido la mayoría de los importantísimos municipios conurbados del Estado de México, que había ganado en 2018, éstas las cuatro entidades más importantes, pobladas y económicamente significativas del país, por no hablar de muchísimas capitales estatales.

En total, MORENA y sus aliados (PT y PVEM) se quedan con 280 diputados federales, lejos de los 334 que necesita para modificar la Constitución (su posible aliado vergonzante, el MC, no alcanzaría a darle esa cifra) y ratificar a funcionarios de organismos autónomos y del Poder Judicial. Aunque esos 280 asientos sí le permiten aprobar leyes, presupuesto y cuenta pública, haciendo de López Obrador un presidente poderoso, al menos más que sus antecesores desde 1997, que no lograron conservar una mayoría en la Cámara de Diputados en las elecciones intermedias. Pero eso no le evitará negociar y moverse hacia el centro en muchos de sus proyectos políticos necesitados de sanción legislativa, lo que no necesitó hacer en los tres años pasados, cuando mandaba sus proyectos a las Cámaras, con la indicación expresa de «no cambiarles ni una coma».

Todo esto, a pesar del enorme y público clientelismo electoral de su gobierno (subsidios y becas, vacunas, créditos para construcción), su constante violación a la ley, promocionando a su partido y denostando a la oposición, y los reiterados chantajes y amenazas contra las autoridades electorales (las cuales, por cierto, salieron más que fortalecidas y prestigiadas de este proceso). Lo alcanzado a nivel federal, ámbito de su actuación, no tiene correspondencia con la enorme sangría de votos y diputados entre 2018 y 2021.

La oposición no logró, en cambio, hacerse con la mayoría calificada (334 asientos de 500) de la Cámara de Diputados (aunque seriamente nadie había planteado eso), logró arrebatar sólo algunas gubernaturas a MORENA (si bien al menos otras dos están en disputa legal), que realmente era lo que la mayoría esperaba. En todo caso, el gran perdedor en la oposición, fue el PRI que no logró conservar ninguna gubernatura y que el próximo año podría quedarse con sólo cuatro de ellas, después de que hace 30 años gobernaba las 32 entidades del país. Esto abrirá seguramente una gran guerra intestina al interior de ese partido, para quedarse con los últimos despojos. Peor: abre la interrogante de cómo se comportará el PRI, como bloque, dentro del grupo opositor del PRIANRD. Aunque eso se daba por descontado: ¿Realmente alguien puede confiar en un político del PRI? ¿De verdad?

Otras consecuencias del reciente proceso electoral:

La sangría de votos y puestos obligará a López Obrador a adelantar los tiempos de su sucesión presidencial y a abrir la baraja de sus posibles sucesores. Con Ebrard y Sheinbaum en terapia intensiva, tras el enorme costo electoral del derrumbe de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, y sin saber a ciencia cierta si se recuperarán, personajes como Ricardo Monreal (líder de MORENA en la Cámara de Senadores) pueden sentir que les llegó su hora. Y hasta un Hugo López Gatell (coordinador de la estrategia contra el COVID)… No se ría: peores cosas se han visto en este gobierno.

De cualquier manera, si ya el gobierno de López Obrador era un modelo de desorden e inoperancia, con la sucesión adelantada su situación sólo puede agravarse. Basta con ver, estos días, los golpes que se vienen propinando Sheinbaum, Ebrard y Monreal bajo la mesa y en los medios internacionales, a propósito precisamente del peritaje sobre la Línea 12.

Finalmente, para López Obrador se acercan los tres años más difíciles de su gobierno: Sin dinero porque ya se gastó todos los guardados que dejaron los gobiernos pasados, sin confianza por parte de inversionistas, empresarios, ciudadanos y aliados externos significativos, con una clase media crecientemente impaciente y crítica, con constante desinversión, cosechando los frutos de tres años de falta de crecimiento y empobrecimiento, sin logros palpables y con obras concretas que no llegan (y tal vez ni llegarán), con aliados políticos díscolos y ambiciosos, como el PVEM o el MC, su situación no será promisoria; así como la de casi ningún mexicano. Vienen las duras después de haber malgastado las maduras.

Claro que López Obrador puede radicalizarse y pegar un manotazo al tablero, para imponerse, pero ¿tiene sentido gobernar sobre más ruinas? Fidel Castro y Nicolás Maduro ciertamente lo hicieron, pero eso no se corresponde, creo, con la más profunda aspiración de López Obrador: entrar a los libros de Historia como el héroe máximo del Partenón mexicano. Veremos.

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y Asuntos Capitales entre otros medios.

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