El cuento de hadas de Disney se convierte en una alegoría sorprendentemente oportuna: un mundo muere cuando alguien pretende dirigirlo por completo, y renace cuando la responsabilidad vuelve a la gente.
Han pasado poco más de treinta años desde el estreno de El Rey León , la película de Disney dirigida por Roger Allers y Rob Minkoff . Es mucho más que un clásico: utiliza la forma de un cuento de hadas para mostrar cómo nace un orden vital y cómo muere cuando alguien intenta controlarlo todo, ofreciendo una de las narrativas más poderosas sobre lo que mantiene viva a una comunidad y lo que la destruye.
La trama es bien conocida: Simba, un joven heredero, pierde a su padre Mufasa por el engaño de su tío Scar , huye abrumado por la culpa y, ya adulto, regresa para restaurar un reino ahora en ruinas.
En la primera parte de la historia, el mundo que rodea a Simba no funciona gracias a un plan impuesto desde arriba, sino porque nadie pretende gobernar cada detalle. Las «Tierras del Reino» prosperan gracias a un equilibrio que nace de la interrelación espontánea de diversas iniciativas, no de un centro que las dirija. Es un orden que surge por sí solo, porque cada criatura aporta lo que sabe y nadie interfiere más allá de lo necesario. Mufasa, consciente de esta profunda naturaleza , ofrece a su hijo la clave para comprenderla: «Todo lo que ves coexiste gracias a un delicado equilibrio . Como rey, debes comprender este equilibrio y respetar a todas las criaturas, desde la pequeña hormiga hasta el antílope saltarín». Este no es un manual de poder: es una invitación a superar los límites . La autoridad, para funcionar, debe ser capaz de reconocer lo que la realidad produce sin ella.
El ascenso de su hermano Scar trastoca esta lógica. El usurpador no se conforma con el trono: quiere transformar el reino según sus propios designios . Promete igualdad y protección, pero disuelve la responsabilidad individual. Las hienas, nuevas favoritas, no aportan: consumen. Nada se adapta, evoluciona ni respira. El orden natural es reemplazado por un sistema rígido , incapaz de absorber la realidad. El paisaje seco es la consecuencia inevitable de un poder que se expande más allá de lo que puede conocer. En su afán por dominar lo que se le escapa, la autoridad reemplaza la pluralidad de decisiones con una sola voluntad, sofocando el conocimiento muy disperso que mantiene viva a la sociedad. El resultado es siempre el mismo: estancamiento, dependencia, empobrecimiento.
El reino también se derrumba porque Simba, el sucesor del monarca asesinado, elude su papel. Su huida, aunque comprensible, priva a la comunidad de una parte crucial de su energía. La ilusión de Hakuna Matata , la promesa de «sin preocupaciones», lo libera de toda carga, ofreciéndole solo una aparente libertad: una libertad sin obligaciones, sin riesgos, sin contribución. Es una existencia que no produce orden, sino suspensión , y es precisamente esta falta de responsabilidad la que agrava el daño causado por la usurpación. En última instancia, una sociedad puede derrumbarse tanto por la invasividad de quienes ostentan el poder como por la resignación de quienes deberían asumir su parte.
La verdadera madurez del joven león llega cuando comprende que el orden no se puede restaurar por arte de magia . Las «Tierras del Reino» no requieren un gobernante omnipresente, sino alguien capaz de reconocer que el poder solo funciona cuando da cabida a las decisiones de quienes lo rodean. Su regreso no es un acto de fuerza, sino el gesto de quien devuelve a otros la capacidad de contribuir . Y es precisamente en este gesto donde se aclara la regla implícita del reino: el equilibrio surge cuando las personas pueden actuar según sus conocimientos, no cuando esperan una orden.
No es de extrañar que Mufasa también le hubiera enseñado esto: «Todos estamos conectados en el gran círculo de la vida » . Es la descripción más clara de la cooperación espontánea : una red de diferencias integradas, no de uniformidades impuestas. El orden no se construye: emerge.
Tras la caída de Scar, la tierra vuelve a ser fértil sin que el Rey Simba tenga que dictar un nuevo plan. El cambio, de hecho, no surge de un plan alternativo, sino del simple hecho de que la autoridad se retira del territorio que ya no le pertenece . Por esta razón, la lluvia que cae no celebra un nuevo poder, sino una libertad restaurada. Cuando las criaturas vuelven a moverse según sus conocimientos , el equilibrio renace espontáneamente , como un proceso que se pone en marcha de nuevo y no como un programa impuesto.
Esta lección impregna el presente. Muchas sociedades contemporáneas oscilan entre el deseo de regularlo todo y la tentación de delegarlo todo. En ambos casos, se repite el destino de los territorios de los leones bajo el usurpador, el regicidio: sofocando la iniciativa , ignorando la pluralidad del conocimiento , confiando más en las estructuras que en las personas. Sin embargo, la realidad no responde a planes: responde a decisiones. No prospera en la rigidez: prospera en la libertad acompañada de límites y responsabilidad.
El Rey León, por tanto, sigue siendo un recordatorio cívico . Muestra que el desorden surge de la presunción de gobernarlo todo, y que el renacimiento solo ocurre cuando todos pueden aportar lo que saben, dentro de unas reglas simples y generales. Simba regresa no para reconstruir el mundo, sino para devolvérselo. Y es precisamente aquí donde el cuento toca la verdad más profunda: el orden no es lo opuesto a la libertad, sino su fruto.
Agradecemos al autor su amable permiso para publicar su artículo, aparecido originalmente en L’Opinione delle Libertà: https://opinione.it/societa/2025/11/19/sandro-scoppa-quando-la-liberta-fa-rifiorire-il-mondo-la-lezione-del-re-leone/
Sandro Scoppa: abogado, presidente de la Fundación Vincenzo Scoppa, director editorial de Liber@mente, presidente de la Confedilizia Catanzaro y Calabria.
X: @SandroScoppa
