En nuestra exploración anterior, descubrimos la urgente necesidad de que las ideas libertarias arraiguen entre la juventud mexicana. Sin embargo, en esta coyuntura crucial de la historia de nuestro país, nos enfrentamos a una paradoja desconcertante: ¿Por qué los jóvenes mexicanos, tradicionalmente la vanguardia del cambio, parecen tan indiferentes a la promesa de la libertad?

No se trata sólo de una cuestión de preferencias políticas, sino de una batalla por el futuro de México. A medida que la retórica socialista gana terreno y las políticas estatistas refuerzan su control, las voces de la libertad se ahogan en un mar de apatía. Nuestros jóvenes, los individuos que más pueden beneficiarse de una sociedad libre, parecen desvinculados de los ideales que podrían liberar su potencial.

Pero, ¿a qué se debe esta desconexión? ¿Por qué una filosofía que defiende los derechos individuales, las oportunidades económicas y un gobierno limitado lucha por encender las pasiones de una generación que anhela el cambio?

Las respuestas se encuentran en una compleja red de factores educativos, culturales y políticos, un laberinto por el que debemos navegar si esperamos encender la llama de la libertad en los corazones jóvenes. Porque en sus manos está no sólo su futuro, sino el destino de México.

El papel de la educación

En el corazón de la apatía libertaria de México se encuentra un formidable guardián: nuestro sistema educativo. Lejos de ser un faro de iluminación, se ha convertido en una herramienta para la conformidad ideológica, sofocando la esencia misma del pensamiento individual y la comprensión económica que defiende el libertarismo.

El plan de estudios controlado por el Estado sirve como una sutil máquina de adoctrinamiento, pintando la intervención del gobierno como la panacea para todos los males de la sociedad. Es una narrativa que deja poco espacio para cuestionar el statu quo o explorar puntos de vista alternativos. En esta monocultura intelectual, las ideas libertarias se presentan a menudo como marginales o peligrosas, si es que se mencionan.

Quizá lo más alarmante sea la flagrante ausencia de una educación económica integral. Nuestros jóvenes salen de las escuelas versados en datos y cifras, pero lamentablemente poco preparados para comprender los principios básicos de los mercados, los incentivos y la creación de riqueza. Este analfabetismo económico crea un terreno fértil para que arraiguen las promesas socialistas, sin que se cuestione una comprensión fundamental de cómo se genera realmente la prosperidad.

Además, el énfasis implacable del sistema en los derechos colectivos por encima de las libertades individuales conforma una mentalidad antitética a los principios libertarios. Se enseña a los estudiantes a mirar al Estado como árbitro de la justicia y proveedor de soluciones, en lugar de reconocer el poder de la iniciativa individual y la cooperación voluntaria.

En este entorno, ¿es de extrañar que las ideas libertarias tengan dificultades para calar en las mentes jóvenes? No sólo luchamos contra ideologías opuestas, sino contra todo un sistema diseñado para formar ciudadanos dependientes del poder del Estado, en lugar de escépticos ante él.

El reto que tenemos ante nosotros es claro: para reavivar el espíritu de la libertad individual, primero debemos reavivar las llamas de la curiosidad intelectual y la alfabetización económica en nuestras instituciones educativas.

El estancamiento del panorama político

El panorama político mexicano se asemeja a un estanque estancado, donde las mismas viejas criaturas han dominado durante décadas, ahogando cualquier esperanza de ideas frescas. Este sistema osificado es quizá la barrera más formidable para el pensamiento libertario entre nuestros jóvenes.

Los partidos establecidos -PRI, PAN y ahora MORENA- forman una oligarquía impenetrable, cada uno prometiendo cambios mientras perpetúa el mismo statu quo. Son diferentes sabores del mismo plato rancio, dejando a los jóvenes mexicanos hambrientos de alternativas reales. En este circuito cerrado de poder, las voces libertarias son marginadas, se les niega el oxígeno del discurso político dominante.

De hecho, la ausencia de representación libertaria en los pasillos del poder es flagrante. Nuestros jóvenes no ven campeones de la libertad individual en los escenarios de debate ni en los foros políticos. ¿Cuál es el resultado? El libertarismo se convierte en un concepto abstracto, desconectado del ámbito tangible de la gobernanza y la resolución de problemas.

Quizá lo más insidioso sea la creciente desilusión con el propio proceso político. Los jóvenes mexicanos, testigos de las promesas y fracasos cíclicos de los partidos establecidos, se refugian en la apatía. «¿Para qué molestarse?» se convierte en el estribillo de una generación que debería estar a la vanguardia del compromiso político.

Esta falta de compromiso es un arma de doble filo. Aunque refleja un sano escepticismo ante el statu quo, también genera una peligrosa indiferencia que permite que la maquinaria de control del Estado siga funcionando sin oposición.

La tarea que tenemos ante nosotros es hercúlea: reavivar la pasión política entre nuestros jóvenes, no por los viejos partidos, sino por una nueva visión radical de la libertad. Debemos transformar el libertarismo de una filosofía marginal en una fuerza vibrante e innegable en la política mexicana.

Porque sólo cuando los jóvenes mexicanos vean la libertad como una alternativa real y alcanzable, se liberarán de las cadenas del estancamiento político y abrazarán el poder transformador de las ideas libertarias.

Factores culturales

Bajo la superficie de la apatía política de México yace un obstáculo más profundo e insidioso: nuestro ADN cultural. Incrustado dentro de él hay hebras que, sin saberlo, inoculan a nuestra juventud contra los mismos principios de libertad que defendemos.

En primer lugar, consideremos el espectro del paternalismo gubernamental que se cierne sobre la sociedad mexicana. Durante generaciones, hemos sido condicionados a ver al Estado como un padre benevolente, siempre dispuesto a resolver nuestros problemas. Esta dependencia arraigada es la antítesis de la autosuficiencia libertaria, lo que hace que la idea de un gobierno limitado parezca no sólo extraña, sino aterradora.

Luego está nuestra mentalidad colectiva, un arma cultural de doble filo. Aunque fomenta un encomiable sentido de comunidad, a menudo lo hace a costa de la autonomía individual. En una sociedad en la que el «nosotros» triunfa habitualmente sobre el «yo», el énfasis libertario en la libertad personal puede parecer egoísta o incluso antisocial.

Quizá lo más pernicioso sean las ideas erróneas generalizadas sobre el capitalismo y el libre mercado. Años de retórica política los han pintado como herramientas de explotación más que como motores de prosperidad. Nuestra juventud, bombardeada con imágenes de «empresas malvadas» y «capitalistas codiciosos», está preparada para ver la libertad económica con recelo.

Este cóctel cultural crea una barrera formidable a las ideas libertarias. No es sólo que los jóvenes mexicanos no estén de acuerdo con el libertarismo; muchos ni siquiera pueden concebirlo como una alternativa viable.

El reto que tenemos ante nosotros no es meramente político o económico, sino cultural. Debemos emprender nada menos que una reimaginación de la identidad mexicana, una que adopte la libertad individual no como una importación extranjera, sino como un derecho humano fundamental.

Realidades económicas

La dura realidad económica de México es a la vez el mayor argumento a favor de las ideas libertarias y, paradójicamente, su más formidable obstáculo. Nuestros jóvenes, confrontados diariamente con la cruda evidencia de la pobreza y la desigualdad, se encuentran atrapados en una trampa ideológica.

En cada esquina, en cada barrio, se cierne el espectro de la pobreza. Es una realidad visceral e ineludible que configura la visión del mundo de nuestros jóvenes. En este contexto, el canto de sirena de la intervención gubernamental se hace casi irresistible. Después de todo, cuando uno se está ahogando, cualquier salvavidas parece la salvación, incluso si ese salvavidas está atado a un ancla.

La percepción de que sólo el Estado puede hacer frente a estos problemas económicos se ha convertido en una profecía autocumplida. A medida que proliferan los programas gubernamentales, también lo hace la dependencia, creando un círculo vicioso que desplaza a la iniciativa privada y a las soluciones de mercado. Nuestros jóvenes, criados en este entorno, tienen dificultades para imaginar alternativas a la intervención estatal.

Tal vez lo más perjudicial sea la llamativa ausencia de éxitos visibles del libre mercado. Mientras que en América Latina abundan los fracasos socialistas, es más difícil encontrar ejemplos autóctonos de prosperidad gracias a la libertad económica. Esta falta de pruebas tangibles hace que los principios económicos libertarios parezcan abstractos, incluso utópicos, para los jóvenes mexicanos que luchan por sobrevivir día a día.

¿Cuál es el resultado? Una generación atrapada en una prisión mental de bajas expectativas, incapaz de ver cómo el mismo sistema que pretende ayudarles está, de hecho, perpetuando su esclavitud económica.

Nuestro reto, por tanto, es doble: no sólo debemos articular cómo los principios libertarios pueden abordar la pobreza y la desigualdad, sino también crear ejemplos vivos y palpables del éxito del libre mercado. Tenemos que mostrar, no sólo contar, cómo la libertad económica puede sacar de la pobreza a individuos y comunidades.

El encanto de las promesas socialistas

En el mercado de las ideas, las promesas socialistas son la comida rápida del pensamiento político: gratificantes al instante, ampliamente disponibles y, en última instancia, perjudiciales. Sin embargo, para muchos de los jóvenes mexicanos, estos Happy Meals ideológicos están resultando irresistibles.

El atractivo reside en la seductora simplicidad de las soluciones socialistas. ¿Por qué luchar con complejas dinámicas de mercado cuando el gobierno promete resolverlo todo con un movimiento de su varita burocrática? Educación gratuita, empleos garantizados, sanidad universal: estas soluciones rápidas seducen a una generación hambrienta de cambios e impaciente por obtener resultados.

Además, la resonancia emocional de la retórica de la igualdad toca una fibra sensible poderosa. En un país marcado por siglos de desigualdad, la promesa de igualar las condiciones mediante un decreto gubernamental resulta embriagadora. Es un canto de sirena que ahoga los argumentos libertarios más tranquilos y matizados a favor de la igualdad de oportunidades y no de resultados.

Quizá lo más preocupante sea la profunda falta de comprensión de las consecuencias a largo plazo de las políticas socialistas. Nuestros jóvenes, a menudo centrados en los beneficios inmediatos, no ven los fantasmas del estancamiento económico, la erosión de las libertades individuales y la dependencia del Estado que inevitablemente siguen a los experimentos socialistas.

Esta miopía no es enteramente culpa suya. En un mundo de gratificación instantánea y discurso de 280 caracteres, el enfoque paciente y basado en principios del libertarismo lucha por competir con las promesas grandilocuentes del socialismo.

El reto al que nos enfrentamos es formidable: debemos defender la gratificación tardía en una cultura de la inmediatez. Tenemos que ilustrar cómo el crecimiento lento y constante de los mercados libres crea en última instancia más prosperidad que el rápido subidón de azúcar de las dádivas socialistas.

Nuestra tarea consiste en vacunar las mentes de nuestros jóvenes contra el virus del pensamiento socialista. Debemos dotarles de la capacidad de pensamiento crítico necesaria para ver más allá de las promesas llamativas y los llamamientos emocionales, para comprender el verdadero coste de cambiar la libertad por la ilusión de la seguridad.

Los Libertarios Deben Responder a Esos Retos

Desde un sistema educativo que ahoga la comprensión económica hasta un panorama político estancado, desde factores culturales profundamente arraigados hasta duras realidades económicas, pasando por el seductor canto de sirena de las promesas socialistas, los retos son formidables.

Pero en estos retos reside nuestra hoja de ruta para el cambio.

Nos encontramos en una encrucijada de la historia de México. El camino que elijamos ahora determinará si la próxima generación abraza los principios empoderadores de la libertad o sucumbe a la falsa comodidad del control estatal.

Nuestra llamada a la acción es clara:

  • Debemos revolucionar la educación, inyectando alfabetización económica y pensamiento crítico en nuestras escuelas.
  • Tenemos que romper el statu quo político, presentando el libertarismo como una alternativa vibrante y viable.
  • Es imperativo que emprendamos un cambio cultural, reformulando el individualismo como una fortaleza, no como un pecado.
  • Debemos crear y destacar historias de éxito del libre mercado, haciendo tangible la libertad.
  • Y, sobre todo, debemos superar la retórica socialista, no sólo con lógica, sino con pasión y visión.

Esta no es sólo una batalla política, sino una lucha por el alma del futuro de México. Exige más que palabras: requiere acción, innovación y un compromiso inquebrantable.


A mis compañeros libertarios: el tiempo de los debates académicos en cámaras de eco ha terminado. Debemos llevar nuestras ideas a las calles, a las escuelas, a los espacios de las redes sociales donde se forman las mentes jóvenes.

Por Guy Verdi

El representante de LIBERNA - una organización juvenil para los libertarios de México. Apoyamos las PYMEs y la ambición de la juventud por la libertad.

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