El turco-americano Daron Acemoglu recibió este octubre el Premio Nobel de Economía. Los otros dos que lo recibieron son sus coautores, el economista Simon Johnson y el politólogo James Robinson. Ninguno de los dos era imprescindible.

Está bien que la Academia Sueca difunda la alegría. Y es bueno que Turquía tenga un Nobel. Erdogan estará encantado, porque el tema de Acemoglu encaja con el régimen actual. De arriba abajo. Hurra por los amos. Un gobierno más grande. Ah, glorioso.

Acemoglu estaba destinado a acabar llevándose el premio. Lleva veinte años escribiendo a favor de dos afirmaciones. Una, es que el Estado es todo sabiduría. La otra es que todo lo que necesitamos para la buena sociedad son instituciones como un tribunal supremo, unas elecciones y un reloj de fichar en la fábrica. Tales instituciones bastarán para garantizar que las buenas decisiones sobre la libertad de expresión se cumplan, que los líderes más sabios como Lula y Bolsonaro lleguen al poder, y que los trabajadores de cada fábrica brasileña trabajen siempre duro y durante ocho horas, al minuto.

Reacciono al premio de Acemoglu como reacciono a los fascismos cotidianos de Donald Trump. Por un lado, me hace infeliz -se me ocurren decenas de otros, como Israel Kirzner o Arjo Klamer, que lo merecen más que este economista B+. Pero, por otro lado, no me sorprende: el Comité Nobel concede regularmente el premio a estatistas B+, por lo que es popular hoy en día, como la economía conductista y neoinstitucional. Su teoría, que es ambas cosas, encaja perfectamente con lo que a la gente hoy en día le encanta oír, en su camino hacia la servidumbre: que la buena política es superfácil y que nuestros amos son superdotados para hacerla. La teoría nos hace sentir seguros, como niños esperando a que les den de comer. No necesitamos individualmente una buena ética, profesionalidad o altos ideales políticos. Mamá y papá Estado se encargan de todo eso.

Acemoglu adora el Estado. El Estado brasileño, por ejemplo. Hace poco firmó una petición en la que elogiaba a un juez del Tribunal Supremo de Brasil, que fue tras la libertad de expresión de Elon Musk. Elon es un tonto, sin duda. Lo está demostrando de nuevo en las elecciones estadounidenses al apoyar a Trump.

Pero, al fin y al cabo, en una sociedad libre los ricos pueden comprar periódicos, editoriales y similares, y difundir opiniones tontas y falsedades.

Acemoglu difunde sus propias opiniones tontas y no hechos. Afirmó en un libro con Johnson, por ejemplo, que «las subvenciones gubernamentales para desarrollar tecnologías socialmente más benéficas son uno de los medios más poderosos para reorientar la tecnología en una economía de mercado.» Al igual que los economistas declaradamente izquierdistas Thomas Piketty o Mariana Mazzucato, cuyos nombres están extrañamente ausentes de los escritos de Acemoglu, éste considera que la economía privada es principalmente imperfecta y que el Estado estadounidense o brasileño es perfecto para arreglar las imperfecciones. No hay pruebas científicas de ninguna de las dos cosas. Aunque es popular entre los siervos infantiles que los Estados modernos han creado, uno se queda asombrado ante semejante creencia. ¿En qué planeta vive Acemoglu?

Respuesta: en un planeta en el que la Academia Sueca favorece fehacientemente el estatismo de los economistas B+.

Publicado originalmente en Folha: https://www1.folha.uol.com.br/colunas/deirdre-nansen-mccloskey/#10

Deirdre N. McCloskey.- Académica distinguida, Cátedra Isaiah Berlin de Pensamiento Liberal del Cato Institute.

Twitter: @DeirdreMcClosk

Por Víctor H. Becerra

Presidente de México Libertario y del Partido Libertario Mx. Comunicación política (ITAM). Escribe regularmente en Panampost en español, El Cato y Asuntos Capitales entre otros medios.

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