López Obrador tiene una extraña obsesión con los trenes. En 2018: La Salida, denunciaba así la situación de los ferrocarriles en México:
«¿En qué se avanzó con la privatización de los Ferrocarriles Nacionales en 1995, si en estos 22 años las empresas extranjeras no construyeron nuevas líneas férreas, eliminaron los trenes de pasajeros y cobran lo que quieren por el transporte de carga?».
Obrador convirtió su obsesión en uno de los principales proyectos de su sexenio presidencial: el Tren Maya. Un proyecto que aún no acaba y que ha pasado sin gloria, pero sí muchas penas. Además de las quejas de grupos ecologistas por la destrucción ambiental, el proyecto ha resultado más caro de lo previsto. Como bien resalta Forbes, el gobierno federal «llevaba gastados hasta junio de este año 78% más de lo contemplado y se prevé que esta cantidad suba hasta 132% más»[1].
El gasto ejercido del proyecto fue de 708 millones de pesos en 2019; para 2022, el gasto ejercido en el año había subido a 175 402 millones de pesos: alrededor de 247 veces en términos nominales de lo que se había gastado en 2019. En total, se espera que el gobierno federal gaste 362 020 millones de pesos al finalizar el proyecto; pero la cifra puede ascender. Para tener una idea de la dimensión del gasto, podemos tomar como referencia uno de los costos más escandalosos del sexenio de Obrador: el costo de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), que, en febrero de 2021, de acuerdo a cifras de la Auditoría Superior de la Federación, rondaba los 163 540 millones de pesos. La presión en las finanzas públicas de gastar en el Tren Maya ha sido equivalente a más del doble de la presión en las finanzas de cancelar el NAICM.
Pero desde la perspectiva presidencial, quizá este gasto haya sido siempre su objetivo. Obrador tiene una tendencia a justificar sus proyectos con base en los recursos que será necesario utilizar y no con base en la rentabilidad que generarán. Prueba de ello es que ha encomendado decenas de obras públicas a los militares, con el pretexto de que es mejor idea entregarles proyectos que realizarlos a través de concesiones privadas. Los caminos pavimentados con mano de obra local son otro ejemplo de su marco de pensamiento. Para Obrador, los conceptos de eficiencia u optimización son ajenos: residuos de un pensamiento neoliberal que aniquilaba las oportunidades de las comunidades más pobres.
López Obrador recuerda a la historia del tren negativo de Bastiat. En 1845, había planes de construir un tren de Madrid a Paris y había quienes argumentaban a favor de que el tren hiciera varias paradas para beneficiar a las comunidades aledañas. Ante la petición de hacer una parada en Burdeos con el pretexto de incrementar en nivel de gasto en esa región, Bastiat sugería multiplicar los obstáculos. Si hacer una parada en Burdeos era benéfico, ¿por qué detenerse ahí? Bajo la misma lógica, sugería Bastiat, debían hacerse paradas en Angulema, Poitiers, Tours, Orleáns y todos los lugares intermedios. En lugar de permitir al tren avanzar del punto A al punto B de manera eficiente, lo ideal era sembrar obstáculos hasta convertir al tren en un tren negativo: un tren que para y da rodeos en lugar de avanzar.
El Tren Maya es un tren negativo. Los defensores del proyecto no han mostrado argumentos sensibles y robustos de su rentabilidad. No han mostrado que los recursos asignados al Tren Maya son el medio de menor costo para conectar a las localidades involucradas de la península de Yucatán. Si el tren no es el medio de menor costo, quiere decir que hay alternativas más eficientes para unir los mercados y las personas de la península.
El proyecto ha pasado a manos de la Sedena: un claro ejemplo de corrupción. ¿Por qué no entregarlos en aquellos que son más eficientes para decidir cómo emplear los recursos asignados?
La respuesta es sencilla: porque aquellos que pueden acabar el proyecto no desperdiciarían ahí sus recursos.
La movilidad y la eficiencia del transporte no son la meta de López Obrador. Si lo fueran, López Obrador no coaccionaría a las aerolíneas que operan en las terminales 1 y 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) a usar el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA): un aeropuerto que los viajeros se rehúsan a usar, aun a pesar de las malas condiciones y saturaciones del AICM.
Un destino similar al AIFA le espera al Tren Maya. Al haber medios de menor costo para transportar mercancía y usuarios, los viajeros preferirán esas opciones. Los consumidores no votan con su dinero en función de las preferencias de los políticos, sino en función de sus preferencias y restricciones personales. Sólo la coacción gubernamental los empuja a elegir opciones menos preferidas.
[1] Cita recuperada de https://www.forbes.com.mx/proyectan-sobrecosto-de-tren-maya-de-132/